Con un bolígrafo frente a la vida
Entrevista con Alma Guillermoprieto
POR VICENTE ALFONSO
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“El buen periodismo se rige por una serie de normas de calidad y de ética, y en gran medida es un producto rígido. En cambio, la gran reportería se ejerce desde la libertad absoluta”. Con estas palabras aconsejó Alma Guillermoprieto a los jóvenes que llenaban el paraninfo de la Universidad de Guadalajara el 28 de noviembre de 2008, durante la Cátedra Julio Cortázar. Fue una recomendación cosechada a pulso: en las últimas tres décadas, Guillermoprieto ha ejercido el periodismo con libertad total, cruzando fronteras de todo tipo: fronteras físicas, claro, pero también de otra índole, como la frontera del lenguaje, pues es bien sabido que ha reporteado como nadie la complejidad de América Latina para los lectores angloparlantes. Con Los placeres y los días, su más reciente libro (Almadía, 2015), Guillermoprieto rebasa quizá la última frontera que le faltaba: la que va del dolor al placer. En entrevista con EL UNIVERSAL, la escritora nacida en México habla de la forma en que se cocinó este libro, de su trayectoria como periodista y del futuro del oficio.
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Guillermoprieto ha contado muchas veces que llegó al periodismo como llegan casi todos: por accidente. En su caso el encontronazo ocurrió en agosto de 1978, cuando estalló en Nicaragua una insurrección contra la dictadura de Anastasio Somoza. La joven Alma se dedicaba entonces a la danza, y había sido alumna de las legendarias Merce Cunningham y Martha Graham en Nueva York. A inicios de los setenta, tras ser rechazada por una compañía de danza, se había enlistado por despecho para ser instructora de la misma disciplina en Cuba, misión que desempeñó durante seis meses. Tal vez por ello ocho años más tarde, cuando a los diarios londinenses les hicieron falta corresponsales para cubrir la revolución sandinista, la joven accedió a las sugerencias del editor John Rettie y se vio en Managua “con un cuaderno de reportera y un bolígrafo en la mano, parada frente a la vida”.
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Fue pocos meses después, en El Salvador, donde cobró consciencia de que habría de ser reportera por muchos años: “Todas las mañanas en San Salvador amanecían cadáveres mutilados, regados, por las principales avenidas.(…) Una mañana de sol brutal, cruzando la avenida hacia la feria, vi tendido en la acera de enfrente un cadáver. Tenía su ropa muy limpia, su cara también, y era evidente que la persona que se había encargado de ponerlo limpio y decente era su mamá, que estaba parada al lado de él con su cara de campesina y sus huesos nudosos, y con una lata vacía de leche Nido que había colocado al pie con la esperanza de recolectar algún dinero para el entierro. Nunca he logrado olvidar esas jornadas, por más que quisiera… si no tomaba yo nota de la presencia de ese muchacho ¿quién? Si no escribía yo que El Salvador era un país en el que las madres tenían que hacer colecta para enterrar a los hijos asesinados por el gobierno, ¿quién? Creo que para todos los que cubrimos las guerras en Centroamérica, así como para todos los que han reporteado las travesuras obscenas de la especie humana sea en África, en Kosovo, en Macedonia, en Irak o en Nueva York, nuestro trabajo ha sido una cruz que cargan las víctimas, de las que tenemos la obligación de dar fe”, recordó en aquella conferencia en Guadalajara.
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En las próximas tres décadas no hubo prácticamente país latinoamericano que no visitara. Fue ella uno de los dos periodistas que dieron a conocer la masacre de El Mozote, en el Salvador, donde en diciembre de 1981 casi 900 campesinos fueron asesinados por un ejército adiestrado por el gobierno norteamericano. Su texto, titulado “Los campesinos salvadoreños describen los asesinatos en masa” fue publicado el 27 de enero de 1982 en el Washington Post, y provocó que fuera tildada de “loca” por la administración del entonces presidente norteamericano Ronald Reagan. El tiempo se encargó de poner las cosas en su lugar.
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A mediados de los ochenta recorrió Sudamérica como corresponsal de Newsweek y en la década siguiente comenzó a colaborar con The Newyorker y The New York Review of Books, siempre “con una especie de optimismo sombrío”. Desde entonces ha reporteado los momentos clave en este continente “echao pa’lante, fibrudo y tesonero, impredecible y surrealista”: desde el periodo de la violencia en Colombia a la llegada de los “marielitos” cubanos a Washington e incluso el rastro de la umbanda, mezcla de religiones afrobrasileñas tradicionales con la teoría del espiritismo francés.
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Los placeres y los días
Atípico en su obra por luminoso, Los placeres y los días es un libro que, en palabras de su autora, contiene textos escritos por “una persona que ha tenido el enorme placer de sentarse en primera fila a ver cómo el mundo se regocija, y regocijarse con eso”.
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La idea de hacer esta compilación nació el día en que la reportera vio una foto suya con un pie de grabado que decía ¿Qué ha hecho reír a la muy seria periodista Alma Guillermoprieto? Tras asegurar que no se considera una persona seria, agrega: “Me pareció entonces que sería bueno poner una prueba, y aquí está. Este libro es la prueba de que yo no soy seria, de que no me considero gente seria (ríe). Por otro lado siempre he dicho también (y nunca nadie me ha creído) que a mí no me interesa la política, que lo que me interesa es el espectáculo del mundo”.
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Por el nombre, el volumen parece una respuesta a Los trabajos y los días, el poema en que Hesiodo sostiene que trabajar es el destino del hombre. Porque… ¿quién dice que el trabajo no puede ser placentero? “Nunca, con certeza absoluta, nunca, me ha resultado tan divertido juntar palabra con palabra”, dice en la nota que cierra el libro.
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Aunque lúdico, vital y hedonista, Los placeres y los días no es un libro superficial: toma el baile, la cocina, la pintura y la música como puntos de partida para retratar la vida en América Latina con sus goces, sí, pero también con sus dificultades y carencias. Así, por ejemplo, al reportear un delirante espectáculo de lucha libre protagonizado por cholitas en Bolivia, nos da el contexto de miseria en que vive el millón de habitantes en la ciudad de El Alto: “Muchos se dedican a vender ropa, cebollas, DVD’s piratas, muñecas barbie, autopartes, pequeños mamíferos disecados que son ingrediente clave en ciertos rituales mágicos. Los alteños más pobres se alquilan como bestias de carga. Todos se enfrentan al tráfico inclemente, la constante escasez de combustible y agua, la opaca fatiga de trabajos embrutecedores, la suerte echada en su contra. Al final de la jornada les urge divertirse, y cuando buscan diversión nadie sabe qué se les podrá ocurrir. A últimas fechas se les ha ocurrido el extraordinario espectáculo de las cholitas luchadoras…”
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A sus lectores nos queda claro que Alma Guillermoprieto tiene muchísima experiencia en el lado luminoso de la vida, pues de otro modo jamás hubiese podido escribir sobre la importancia de cruzar los tobillos en una lección de tango, o sobre las diferencias entre el pozole de Guerrero y el de Jalisco, o sobre el saco escarlata con que Ibrahim Ferrer, cantante de los Afrocuban All Stars, se paseó por el escenario del Teatro Metropólitan durante su primera visita a nuestro país.
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“El orden de los textos lo hice yo, chambonamente quizás. El primer texto me gusta porque me hace reír, es un texto viejito, del año dos mil, pero habla de un comienzo, del comienzo de este siglo XXI, siglo que nos promete tanta tecnología y tantos avances. Después traté de combinar teatro, música, comida, como placeres independientes y compatibles”.
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Papas contra el bloqueo
La autora de títulos clásicos para el periodismo narrativo, como la compilación de crónicas Al pie de un volcán te escribo, se sorprende cuando le pregunto si escucha música mientras escribe, pues no concibe que se puedan hacer ambas cosas al mismo tiempo. “Yo trabajo de noche para que no haya ruido. Antes me sentaba a las seis de la tarde, ahora en México hace ruido a todas horas, entonces a veces empiezo a escribir a las diez de la noche y termino como hasta la una. Si logro escribir tres horas, me fue muy bien”.
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Su más reciente libro, no obstante, revela el placer con que combate el temido bloqueo de escritor: “Si las palabras se me escapan a la hora de escribir, me llevo a la computadora un par de papas cocidas, adornadas con crema y tal vez un poquito de caviar, y el texto fluye”.
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Pero no todo es miel sobre hojuelas, ni papas con crema. Pese a sus antecedentes como bailarina, Guillermoprieto reconoce en Los placeres y los días las dificultades que implica el periodismo de inmersión, aún cuando se trate de temas placenteros. Por ejemplo los problemas que implicó tomar lecciones de tango en Buenos Aires para hacer un artículo para National Geographic: “Pasé gran parte de mi juventud en estudios de danza, entrenando para convertirme en bailarina profesional, pero esos años de esfuerzo no me están sirviendo de nada”. Cuando le pregunto cómo es eso, responde: “El tango es una forma clásica. Es decir, es una forma de danza que se puede transmitir con la enseñanza de pasos establecidos y que tiene una disciplina necesaria larga para llegar a dominarlo. A mí no me servía de nada saber técnica Cunningham o técnica Graham porque lo que no conocía era técnica de tango, ni me servía de nada, por cierto, conocer más o menos las formas afrocubanas, aunque el tango también es una forma musical con raíces africanas fortísimas”.
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El mercado de las ideas
Le pregunto a Guillermoprieto si, a partir de señales como el premio Nobel otorgado a Svetlana Alexiévich, podemos considerar que hay un boom del periodismo narrativo. “Es el primer Nobel a una reportera, y hago énfasis en reportera. Hay que celebrarlo muchísimo. Si eso significa que está reviviendo el periodismo tradicional de revista o de periódico, yo no lo juraría así. Que sí ha habido un interés grande por la crónica publicada en libro, me parece que sí. Allí está Random House con toda su serie Debate, una serie superimportante. Yo creo que la gente está mucho más dispuesta a leer crónica literaria en libro o en revista literaria que en periódico o en revista cotidiana semanal”.
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Así pues, insiste en que los diarios están en crisis y como la causa obvia menciona a Internet: la posibilidad de acceder a información que no incomode. “Con Internet cada quien tiene su propia información. No soy muy romántica ni muy melancólica, no lamentaría en sí la muerte de los periódicos, pero me parece que eran, en mayor medida de lo que tenemos ahora, un mercado de ideas. Eran un foro, sobre todo en Estados Unidos y en Europa. Aquí ha sido una cosa un poco diferente, pero en Estados Unidos y en Europa los grandes diarios eran espacios donde tenía que confluir forzosamente la ciudadanía si quería enterarse de algo. Claro, había diarios de izquierda y diarios de derecha. Siempre. Pero un diario como The Guardian o The New York Times eran ese tipo de plaza pública para la discusión. Hoy día, con Internet, la gente puede prescindir de eso, y me parece que es reflejo o consecuencia de la gran polarización política que estamos viendo no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo”.
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No obstante, también encuentra razones para sentirse esperanzada. Por ejemplo, que hoy el nivel de preparación de los reporteros es más alto: “Conozco a muchos muchachos jóvenes que están haciendo reporteo por amor. Lo que es una vergüenza son los sueldos de los reporteros, que conforme los periódicos se empobrecen, también disminuyen lógicamente, pero América Latina nunca ha tenido gran reportería porque un muchacho de treinta años que se quiera casar y tener hijos ya no se puede dar el lujo de seguir como reportero. En ese sentido los dueños de los medios son muy culpables de haber querido guardar toda la ganancia para ellos y no haber tenido la visión casi romántica que hace falta de para qué sirve el periodismo”.
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*FOTO: Desde una entrevista con Celia Cruz, hasta un perfil de Henri de Toulouse-Lautrec, pasando por un texto lúdico dedicado al consumo de harinas en Latinoamérica, Los placeres y los días es una colección de textos en donde Alma Guillermoprieto celebra deleites y alegrías/Xinhua.
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