Sangre en la luz: cine policial mexicano

Jun 18 • destacamos, principales, Reflexiones • 4740 Views • No hay comentarios en Sangre en la luz: cine policial mexicano

POR JOSÉ FELIPE CORIA

 

Una cinta de interesante premisa que habría sido clave para el policial mexicano: Chapo, el escape del siglo (2016, Axel Uriegas). Contaría cómo se fugó Joaquín Guzmán Loera del penal del Altiplano el 11 de julio de 2015. Sugería que mostraría detalles sobre su vida en prisión y la espectacular fuga que planeó y realizó exitosamente. Programada para estrenarse el 15 de enero, una semana antes, el día 8, la noticia fue su recaptura. Y por razones inexplicables cambió de título: Capo, el escape del siglo.

 

La alta expectativa se fue a la basura ante la evidencia de lo que en realidad es: un bodrio que evita el mínimo atisbo de realidad. Extirpa cualquier referencia a “chapo” en obvia post-producción hecha al vapor. Nunca cuenta cómo se fugó. Es, sí, un panfleto ideológico sobre las virtudes del narco (su retorcido concepto de libre empresa bajo el imperio de un capitalismo depredador, su noción benefactora basada en el crimen violento, su inescrupulosa codicia vista como socialmente necesaria), enfrentadas a la rampante corrupción política y las dizque complicidades del Poder. Esta inepta narrativa tiesa, de planos cerrados, ausencia de movimientos de cámara, nula inventiva visual, con pavorosos errores de continuidad y de actuación; estructurada al “ai’se va”, con prisa por comercializar cínica y oportunistamente la fuga, perdió cualquier pertinencia ante la recaptura del personaje al que idolatra. Lo peor: carece de mínima densidad emocional y jamás es un relato policial. Es un churro impresentable.

 

Tratándose de criminales célebres, sin duda la mejor cinta es Mexican Gangster (2014, J M Cravioto), que narra lo fundamental en la vida de Alfredo Ríos Galeana, el “enemigo público número uno” —interpretado con solvencia por Tenoch Huerta—, recapturado en 2005 tras 19 años prófugo.

 

Cravioto, a pesar de ciertas mots d’auteur visuales que no le funcionan (saltos temporales y acciones paralelas; una cronología fracturada que habría sido impecable de optar por algo lineal con uno que otro flashback), tiene la eficacia suficiente para lograr un entretenido policial que explica el modus operandi de Ríos Galeana, mostrando sus facetas como criminal carismático, hombre que traiciona al sistema, seductor avant la lettre (por ser a su vez El Charro del Misterio) y prófugo de la justicia que encuentra la redención en el cristianismo.

           

Mexican Gangster (El más buscado) se sostiene como un film popular sobre un popular criminal, sin muchas concesiones y sin profundizar en sus motivaciones ni en su psique. Establece así cierta sana distancia hacia el personaje; sin melodrama y con notables secuencias de acción, recuerda al taquillero cine 1980/1990 que logró destacados ejemplos basándose en la realidad.

 

De hecho tiene similitudes con Maten al fugitivo (1986, Raúl Fernández, jr.), novelización visual sobre cómo se escaparía el capo Rafael Caro Quintero. Apenas detenido un año antes, este film ya imaginaba su fuga; se sumó a la creciente ola de crónicas medio disfrazadas de ficción que detallaban la vida de ese poder, visto como infernal, que es el narcotráfico.

 

Hubo films precisos: Operación Marihuana (1985, José Luis Urquieta) reconstruyó cómo se producía y cultivaba la droga; la forma en la que el crimen organizado se vuelve industria. En este film, por ejemplo, poco se inventa: el horror presentado y documentado rebasa cualquier ficción.

 

Con idéntico estilo de crónica hecha con sangre fresca y estilo amarillista, hubo films sobre la vida del agente encubierto de la DEA, Enrique Camarena Salazar (1947-1985). Infiltrado en el cártel de Guadalajara, compiló suficiente información para que el Ejército destruyera el famoso Rancho Búfalo, propiedad de Caro Quintero, liberando a más de tres mil personas que ahí laboraban. El tema precisamente de Operación Marihuana. Pero también de El secuestro de Camarena (1985, Alfredo B. Crevenna), muy truculenta respecto a lo sucedido a Camarena por órdenes de Miguel Ángel Félix Gallardo, personajes sutilmente aludidos en la cinta, en su momento censurada por hacer apuntes no del todo confirmados del hecho. Tuvo una especie de reboot con El secuestro de un policía (1991, Crevenna), que aprovechaba el éxito televisivo, también censurado en México, Drug Wars: the Camarena Story (1990, Brian Gibson, basado en el libro Desperados de Elaine Shannon), dando pormenores más ficticios que documentales.

 

En aquellos años, el columnista Manuel Buendía (1926-1984) había encontrado los hilos de la madeja del narco; sus íntimas colusiones con la policía (miembros de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad participaron activamente en el secuestro, tortura y asesinato de Camarena), por lo que se hicieron referencias a su homicidio. Incluso delirantes: el acusado como uno de los asesinos materiales, Juan Rafael Moro Ávila (lo que él negó; estuvo preso 20 años hasta su liberación en 2009), sobrino nieto del ex presidente Manuel Ávila Camacho y nieto de su hermano Maximino, interpretó ese papel, el de matón de un periodista, en una cinta. Más surrealista, imposible.

 

El otro acusado como autor intelectual fue José Antonio Zorrilla Pérez, quien ostentaba el mayor rango en la DFS. También negó su participación, aunque la hipótesis presentada dijo que vendía protección al cártel de Guadalajara. Alguien cercano entregó documentos comprometedores a Buendía, que publicaría cuando le madrugaron: quien supuestamente disparó al columnista fue José Luis Ochoa Alonso, alias El chocorrol –a su vez brutalmente asesinado–, ayudado por Moro, agente policial, actor & stunt man, quien –dijo él–, sólo condujo la motocicleta de escape. Algo de esto se trasminó a la hiperviolenta El fiscal de Hierro (1989, Damián Acosta), censurada justamente por re-imaginar al asesinato de un periodista y apuntar hacia matones al servicio de la policía, o sea: la DFS y Moro. El film se estrenó a la brava. Tuvo tres secuelas: El fiscal de Hierro 2: la venganza de Ramona (1990, Acosta), El fiscal de Hierro 3 (1992, Acosta) y El fiscal de Hierro 4 (1993, René Cardona III), convirtiéndose en la saga más salvaje sobre narco & política.

 

El estilo de Acosta nunca fue afecto a elegancias visuales ni delicadezas dramáticas. Filmaba con contundente dureza; sus imágenes eran elocuentes sobre esa realidad que dominaba al cine con títulos de increíble sadismo: Un hombre violento (1986, Valentín Trujillo), Yo, el ejecutor (1987, Trujillo), El violador infernal (1988, Acosta), Violación (1989, Trujillo), La venganza de los punks (1991, Acosta), El secuestro de un periodista (1992, Trujillo), y, por supuesto esa vitriólica narración que fue Masacre en el Río Tula (1985, Ismael Rodríguez jr.). Films que sacudían con imágenes hiperrealistas. En el último, refiriéndose a los cadáveres que aparecieron en 1981 en el río del título y que habrían pertenecido a una banda colombiana, se señala a la policía dirigida por Arturo Durazo Moreno; también presenta un grupo de pistoleros asesinando a un periodista, ¿Buendía? Por ello merece destacarse Lo negro del Negro Durazo (1984, Benjamín Escamilla & Ángel Rodríguez Vázquez), basado en las memorias best seller de José González G., ex jefe de escoltas del jefe de la policía, que cuenta sin ningún pudor los excesos criminales cometidos por éste.

 

Nunca hubo un cine más violento convertido en parábola exacta sobre la vida en México. Rémoras de eso son algunos ejemplos recientes como Heli (2013, Amat Escalante), que se refiere al narcotráfico y recupera una dosis de violencia de la que hicieron gala Acosta y su generación: la secuencia, de genuino shock, en la que queman los genitales a un personaje.

 

De ahí a cintas más recientes, como Las elegidas (2015, David Pablos) –que tangencialmente aborda un tema policial, la prostitución adolescente–, hay un paso que es la estilización sin exceso de dramatismo e incluso sin abundar en ese realismo ultra violento. Deja en crudo lo que el tema implica y menciona sus consecuencias ocultando cualquier faceta del crimen en sí (sin desnudos ni contactos sexuales con la protagonista principal, la más joven e inocente de las “elegidas”).

 

Por supuesto, hoy es imposible pensar en un policial satírico, tipo Llámenme Mike (1979, Alfredo Gurrola), porque se está regresando a explorar las temáticas con tono documental como se hizo en, por ejemplo, Marihuana, el monstruo verde (1935, José CheBohr), que dio pie a que Alejandro Galindo se internara en el crimen organizado explicando la forma en que coopta y afecta a familias enteras para Virgen de medianoche (1942) y Los Fernández de Peralvillo (1954).

 

El genial Roberto Gavaldón estableció las reglas estilísticas del mejor cinema noir nacional en films como La diosa Arrodillada (1947), La noche avanza (1952) y En la palma de tu mano (1951). Gracias a su sabio guionista José Revueltas profundizó en cómo el crimen descompone lo que hoy se llama “el tejido social”, y cómo convierte a los personajes en marionetas del destino (aunque sea un manido lugar común). Con el paso del tiempo y las aportaciones de otros directores, empezando por Galindo –atento a tomarle el pulso a lo que sucedía en la calle y no en las noticias–, permitió que en los 1980 surgiera un policial estridente, provocador, indigerible incluso, pero nunca mentiroso. Eso sí, fue un cine que renunció a estilizaciones visuales.

 

Las aportaciones recientes de otros directores profundizan en las temáticas. Ello se debe a que el pasado reciente normalizó la denuncia de la violencia. Lo confirma el horripilante El infierno (2010, Luis Estrada), en el lado opuesto al descaro del que hizo gala Capo, la fuga del siglo, producto que condensa lo peor del cine mexicano, y que promueve eso que antes fue expuesto con crudeza y que directores sensibles como Escalante hoy muestran en frío. Como corresponde al canon siempre en evolución del policial, vital género que nunca se petrifica porque preserva intactos sus postulados de “denunciar, sorprender y entretener”.

 

*FOTO: El trabajo de José Revueltas como guionista describió cómo el crimen “convierte a los personajes en marionetas del destino”. En la imagen, Pedro Armendáriz y Anita Blanch en los papeles de Marcos Arizmendi y Sara, respectivamente, en la película La noche avanza, de Roberto Gavaldón/ Especial.

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