Zaid: El progreso productivo
POR EDUARDO MEJÍA
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¿Qué hay en común entre Thomas Mann, MBE Richard Starkey y Gabriel Zaid? Nada, pudiera pensarse, porque la obra del novelista alemán, en la primera mitad del siglo XX, del baterista de un conjunto musical de 1962 a 1969 con una carrera discreta como solista, y la del mejor poeta y ensayista nacido en Monterrey después de Alfonso Reyes, tienen distintos tonos, voz e intención.
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Sin embargo lo hay: en el larguísimo preludio de José y sus hermanos, Mann ahonda en el insoldable pozo del pasado para narrar seis mil años antes de nuestra era, y donde habla del surgimiento de Adam y del reino de Ur; no es fácil calcular las primeras manifestaciones de la civilización, pero Mann afirma que el hombre apareció en el planeta unos 500 mil años antes de la historia que cuenta en esa novela, en la que detalla algunos inventos clave de la Edad de Bronce.
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Richard Starkey, convencido del juicio de los críticos que afirmaban que era el mejor histrión de los cuatro Beatles, actuó con diversa fortuna en varios filmes; en Caveman (dirigido por Carl Gotfield, 1981), se cuenta en hora y media la lucha entre agricultores y cazadores, cómo surge la postura erguida y con ello la humanización del acto sexual; el descubrimiento del fuego, la cocción (accidental) de los alimentos, la narración oral y la invención de la música; todo, sin tono didáctico, y que posiblemente pase inadvertido para un espectador sólo interesado en la trama, no menos importante, de la batalla por el poder y por la integración de la pareja sentimental, en disputa por Atouk (Starkey) y un temible contrincante. La acción comienza hace un “Zillión” de años, un 9 de octubre.
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En su más reciente libro, La cronología del progreso, Zaid cuenta, paso a paso, los avances de la humanidad desde antes de que fuera humanidad, hasta el más reciente descubrimiento astronómico que hace soñar en una posible expansión antes de que destruyamos el planeta. ¿Un listado extenso y exhaustivo que da por sentado que el lector entiende la importancia de cada paso, puede tener el lirismo de Mann, y ser tan entretenido y asombroso como debe de serlo para el espectador de la cinta de Starkey? Ya nos lo había anunciado en “Lo que pedía nacer” (Dinero para la cultura, pág. 122, Debate, 2013): “La historia literaria puede ser algo más que un fichero cronológico de autores y de obras, pero no es fácil. ¿Cómo historiar la vida de un lector que se anima, desdoblado en un texto: la tertulia invisible en las páginas de una revista, la conmoción que puede producir esa revista con un solo poema, cuento, ensayo?”
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Zaid, que conoce y reconoce la importancia del velcro, de las maletas con rueditas, que sabe que el acortamiento de distancias que trajo el telégrafo, fue más significativo que la inmediatez de las redes sociales; que descubre que las tertulias literarias se iniciaron antes que la literatura escrita; que describe el peso que ha tenido en la vida de los lectores el surgimiento de Supermán y de Charlie Brown; la trascendencia de Bach y Stravinsky, Dostoievski y Borges, logró la ambición de todo novelista: escribir un libro que va de Adán y Lilith (y Eva) hasta nuestros días, y lo sobrepasó: se fue al origen del Universo y, nueve millones 200 mil años después (aproximadamente) al de la Tierra, y llega hasta la apertura de una esperanza lejana (por miles de años luz).
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El libro tiene tres secciones: la enumeración de cada acontecimiento, no sólo por épocas, también por asociación de ideas, por elementos y sus semejanzas, por la evolución que cada acontecimiento trajo, y su importancia humana, científica, social, cultural, no importa si mayor o menor: cada uno ha significado un paso más en la salud, la comodidad, el placer del hombre. Otra sección está compuesta por la cronología en sí misma, sin más comentarios, pero que provoca asombros: ¿Las Meninas, tan moderna, es anterior a El paraíso perdido, que nos parece milenario? ¿La primera versión de la olla exprés fue de hace 337 años? ¿Hace apenas 1,466 años se inventó el papel sanitario? ¿Cuánto tiempo (años, décadas) tardan en llegar a México muchos de esos adelantos científicos y tecnológicos? ¿Cuántos de esos progresos se produjeron en México? La tercera sección la componen los índices de materias y de los personajes y protagonistas, lo que ayuda a localizarlos en caso de duda. Es sorprendente el número de científicos que, inconformes con un descubrimiento, siguieron con investigaciones que los llevaron a más descubrimientos.
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Regreso a mi pregunta de si una enumeración de progresos productivos va más allá de esa enumeración; cuando el lector se da cuenta está envuelto en el ritmo vertiginoso, a la prosa precisa sin adjetivos de sobra, cualidad común en los libros de ensayos de Zaid, y no está exento de humor, con ciertos atisbos de la ironía que atrae a sus lectores, que a veces buscan más esos efectos antes que centrar la atención en lo que anuncia, denuncia o critica; es cierto que no hay ese tono implacable que deja sin réplica al lector que intenta contradecirlo; aquí Zaid no emite opiniones, sólo hechos, acontecimientos, resultados; pero este libro, bien visto, no carece de esa visión divertida que tiene origen en la seriedad.
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Lo que no hay es el recuento de progresos fallidos o de errores, salvo los que condujeron al éxito posterior. Esta cronología, de alguna manera complemento de El progreso improductivo, es un libro único, y que invita a muchas lecturas, que cada lector tiene el derecho de inventar, para su mayor solaz.
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FOTO: Gabriel Zaid, Cronología del progreso, Random House, México, 576 pp. / ESPECIAL
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