Juan Gabriel, el cuerpo escénico

Sep 3 • destacamos, Escenarios, Miradas, principales • 5068 Views • No hay comentarios en Juan Gabriel, el cuerpo escénico

POR JUAN HERNÁNDEZ

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Se ha ido un hombre poseedor de un instinto escénico nato, capaz de transformar la dimensión tempo-espacial con la teatralidad de los gestos, de movimientos a veces largos y, en otros casos, apenas perceptibles, pero siempre insinuación además de provocación transgresora de lo cotidiano. Juan Gabriel nació como compositor y cantante, pero también fue un performer fuera de serie. Artista de la escena con un cuerpo excepcional para fascinar y sumergir a los espectadores en universos atípicos, fuera de toda norma, en una ambivalencia eficaz entre lo trágico y lo festivo: Eros y Tánatos en tensión inevitable.

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Nació en Parácuaro, Michoacán, en 1950, y falleció el 28 de agosto en Santa Mónica, California, Estados Unidos. El cantautor mexicano será recordado por sus mil 500 canciones y el peculiar estilo de interpretarlas —sometiendo a sus letras a la improvisación lúdica— pero también pasará a la historia cultural masiva por la peculiaridad de su energía, los movimientos y la teatralidad de sus gestos desplegados de manera poderosa cada vez que se paraba en un escenario para adueñarse de él y conseguir, desde el primer instante, la empatía y el sentido de comunidad al que todo arte colectivo vivo aspira y no siempre logra.

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Juan Gabriel no sólo fue cantante y compositor, también fue el artífice de un personaje cuyo poder escénico se volvió referente social y, así, desembocó en leyenda. El artista manejaba con precisión lo que en el arte de la escena se conoce como timing: el momento preciso para respirar, expirar, decir o hacer un movimiento y provocar un efecto de emocionalidad explosiva.

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Aquel talento que a otros les cuesta años de academia, Juan Gabriel lo tuvo desde la primera vez que se paró frente al público. Nació con la naturaleza del intérprete, la cual tuvo a flor de piel. Hizo de su cuerpo un instrumento de significación, de transgresión y de posicionamiento frente al mundo que le tocó vivir. Aceptó las condiciones del sistema, conservador y prejuicioso de los mass media, para ingresar a él y, una vez adentro, estalló una bomba expansiva que ya nadie pudo parar.

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“Lo que se ve no se pregunta”, dijo en algún momento. En efecto, la calidad de sus movimientos en escena fueron lenguaje y discurso. Que no se quiera ver es otra cosa, pero pocos cómo él convirtieron su corporeidad en signo, en elemento de configuración de universos alternos, nuevos, habitables desde la tragedia, el melodrama, la comedia, la farsa, con una estética kitsch que dio nuevo valor a lo popular mexicano.

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No sabemos cómo era Alberto Aguilera Valadez porque quién estuvo siempre sobre la escena fue ese personaje que se transformó en icono de la cultura popular: con sus camisas bordadas de chaquira, el traje de charro estilizado y las barbillas de lentejuela colgando de las brillantes chaquetas hechas a medida. El vestuario formó parte indiscutible de la conformación del ser escénico. Debajo de esas ropas llamativas, el cuerpo de Juan Gabriel se hizo identificable: creó una gestualidad particular, un tipo de movimiento que le dio identidad. Los saltos pequeños y aprisa con los que se trasladaba de un lado a otro del escenario, parecían detener el tiempo, mientras se abría la compuerta de lo fantástico.

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Bailó como el mejor sin ser un bailarín profesional, gracias a que creó un código de movimiento honesto, proveniente de una necesidad de expresión de urgencia. La ondulación rítmica de su cadera liberaba a la audiencia de sus ataduras, tabús y prejuicios y, así, el performer se alejaba de la infecundidad rígida del movimiento de los ritmos académicos.

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Las espirales que formaba con manos en el aire y el zapateado de raíz andaluz, hicieron de él un interprete juguetón de flamenco. El sonar de sus botas sobre la duela, mientras levantaba con una leve presión del pulgar y el dedo índice la tela del pantalón, dejaban ver el instinto escénico que lo catapultó como ídolo, dueño absoluto del escenario.

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Del flamenco pasaba al son del occidente mexicano y de ahí al fandango veracruzano, a la salsa, el mambo y hasta el rocanrol. Sus pies fueron ágiles, sus hombros vibrantes, su cuello flexible para girar con rapidez y rematar con un golpe fuerte del pie sobre la duela sin perder equilibrio.

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La capacidad para transfigurar el cuerpo en potente productor de signos hizo de Juan Gabriel un artífice de excepción, creador de empatía colectiva y plural a través del discurso corpóreo. La imagen icónica del intérprete quedó grabada, muy pronto, tanto en el universitario como en el empresario, el obrero, el campesino, la profesionista o la ama de casa. Niños, jóvenes, ancianos y, seguramente, generaciones por venir, tendrán en su imaginario esa imagen única que Juan Gabriel hereda, como forma y estilo, al arte de la escena y la fiesta popular.

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Acompañado por el mariachi o la orquesta, el juego de luces, la vestimenta retadora al gusto dominante, los gestos y movimientos que pusieron en jaque el modelo de la masculinidad machista de los mexicanos, constituyeron espectáculos cuya trascendencia en la cultura de masas es indiscutible. La última de las grandes leyendas, se dice; aquellas que no requieren reinventarse porque se vuelven paradigmáticas. Signo estético que, con seguridad, muy pronto veremos influenciar a la creación escénica contemporánea, la popular y la de la llamada “alta cultura”, de la danza, el teatro y la música.

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Pocos como Juan Gabriel han sabido hacer del cuerpo un territorio para librar batallas y subvertir el orden de lo social, en la esfera de lo público pero también en la privada e íntima; sin ser militante, la expresión de su corporeidad estuvo presente en las discusiones sobre lo diverso, haciendo una aportación suprema no ceñida a una sola forma de ser, sino para ser como se quiera, fiel a uno mismo, para vivir la vida como una gran fiesta tragicómica.

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Sacrificó a Alberto Aguilera Valadez para dar a luz a Juan Gabriel: ese de gestos dramáticos, de cuerpo transgresor, colocado en la arena pública en una época en la que moverse como él era motivo de escarnio. Y, ahí, consiguió lo imposible: transfigurar aquella forma corpórea vilipendiada por la sociedad machista en una de sus figuras icónicas, en leyenda inmortal de la cultura popular mexicana reciente.

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Descanse en paz el cantante, el compositor, el músico, el hombre que hizo de la escena el territorio del desenfreno: exaltación perpetua de Dionisio.

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*Alberto Aguilera Valadez, Juan Gabriel, (Parácuaro, Michoacán, 7 de enero de 1950-Santa Mónica, California, 28 de agosto de 2016), creador de alrededor de 1500 canciones, se ha convertido en leyenda y figura icónica de la escena popular mexicana. Reconocible por subvertir, desde el cuerpo, el estereotipo de la masculinidad y abrir la compuerta a la manifestación corporal, gestual y emocional de la diversidad.

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FOTO: “Pocos como Juan Gabriel han sabido hacer del cuerpo un territorio para librar batallas y subvertir el orden de lo social”. / Especial

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