El luto y las olas
POR RAFAEL CALDERÓN
Al sentir la llegada de la muerte
algo mejor sucedió: todo es duelo.
Otros dicen la muerte del manantial
para saber la fecha tan precisa
hacia su partida. Fue un sábado
casi al mediodía, cuando ya suenan
las campanas por toda la ciudad,
casi nada esta inmóvil; llega, llega,
y otros despiden con sueños al sol
de esta tierra y van tras la noche
con el aroma y hacia el poniente;
no existe ni casa ni despedida.
Y ese inmenso espacio de montañas
por la vida y algunos cuantos años,
aguarda con dolor todo el placer
por la muerte para los dioses.
Ya no están. Todo es verdadero:
la muerte, tan silenciosa como natural,
con cierta regularidad, presente,
se quiebra y ya no lloren… aun muertos.
Pareciera un hecho imposible evitar
la muerte; para eso hay que vivir.
Sigo enamorando doncellas
pero de la muerte, mejor no. Evito
mirar sus ojos; esa luz que refleja
la pasión centelleante; haciendo
el amor a la doncella y no a ésta.
Dire al final del día: “buenas noches”.
Pero la inclinación ni será la muerte
y el cuerpo tampoco tocaré
ni puede ser presencia por los sueños.
La muerte es con la mirada
apuesta para llegar al mar, al río.
Las palabras sobreviven; otro día
son desierto y un guiño directo.
Distante la playa y el mar; veo olas
lejanas. Recuerdo la vida infantil
ante la ausencia del mar. La distancia
se manifiesta erguida con aromas
por la fuerza de la soledad.
El eco está ante la mirada guiando
para hablar del lugar donde nací.
Esas olas del mar son un parpadeo:
recuerdo del día, sombras figuradas,
canto de los pájaros y del árbol.
Eran conversación y de silencios.