Remedios Varo: aquí hay dragones
¿Qué buscas, porfiado pensamiento,
ministro sin piedad de mi locura,
invisible martirio, sombra oscura,
fatal persecución del sufrimiento?
Francisco de Quevedo
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POR MAGNOLIA RIVERA
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La crisis espiritual de un artista, los agobios mentales, las angustias de la psique, suelen aflorar en sus creaciones. Son germen de sus obras, motor de su inspiración. Remedios Varo (1908-1963), mujer transgresora, transterrada, hija del exilio, revela en sus pinturas una preocupación fundamental que hasta hoy no se había explorado al estudiar su arte: el conflicto entre el bien y el mal. Para quienes ven a Remedios como un ser rebelde y opuesto al conservadurismo, costará creer que ella haya convertido el tema moralizante en núcleo de su quehacer artístico. Sin embargo, su legado es la más clara evidencia. Su herencia plástica refleja una obsesión por la psicomaquia, la batalla del alma entre las virtudes y los vicios. Cumple con ello una de las premisas más importantes de la vanguardia surrealista, que “pretendía ante todo provocar, en lo intelectual y en lo moral, una crisis de conciencia del tipo más general y grave posible…” [André Bretón, Segundo Manifiesto].
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El tema es muy antiguo. El anhelo de los caballeros andantes –hacer triunfar el bien sobre el mal–, es también el de los ascetas y místicos. Pensadores de todos los tiempos, como Platón y Sor Juana, se referían a este combate como la “guerra civil” interna que enfrenta a la razón con los instintos, pasiones que, según Santa Teresa, Freud y Jung, son consideradas “demonios”.
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En La Batalla –gouache pintado por Remedios Varo en 1947 para la Farmacéutica Bayer–, la lectura superficial de las imágenes sugiere la lucha entre los agentes causantes de la enfermedad física, representada por las alimañas, frente a las defensas del organismo –armas que sobresalen de la edificación–. Sin embargo, la obra posee mensajes más profundos y significativos. La Batalla nos recuerda aquel fragmento de los Sermones del monje medieval Bernardo de Claraval, en donde describe, en una imagen muy común en la mística cristiana, el acoso que espíritus maléficos en torno a un alcázar: “Mas este castillo, colocado en la tierra de los enemigos, se ve atacado por todas partes; por eso le debemos proteger con vigilante solicitud… El enemigo (se sobreentiende el demonio) puede vencer sobre el muro de la continencia… y el antemural de la paciencia del castillo alegórico del alma”.
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En esencia, la idea de un ser diabólico que mueve a la tentación y a la caída aparece en diversas doctrinas, paganas y cristianas, orientales y occidentales. Es la creencia de que “los demonios están a la búsqueda de un cuerpo y por esta razón persiguen a los hombres”. [G. Scholem, Cábala].
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El aspecto de las bestias recreadas en La Batalla, sigue de cerca al que Remedios imprime en otra pequeña obra que pinta en la misma época, titulada Insomnio II. El reptil volador que aparece en el gouache de Varo es una rotunda remembranza del wybern, ser fantástico que puede volar, cuya anatomía se conecta con la de otros animales como la serpiente o el cocodrilo, es de gran tamaño y simboliza al mal. En la escena recreada por Remedios, la bestia es ahuyentada con la luz que rompe la oscuridad, como si el defensor del castillo dictara la sentencia del Libro de los Muertos para rechazar a los espíritus con cabeza de cocodrilo: “Tú, Apofis, enemigo de Ra, has estado condenado por el dios Aker. ¡Retrocede, demonio, ante las flechas de su luz!”
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En primera instancia, pudiera creerse que las figuras de evocación demoniaca son una invención de la mente de Remedios; sin embargo, en ésta, como en otras ocasiones, la pintora retoma un símbolo que tiene una historia muy antigua, una fabulación milenaria. La imagen del wybern como alegoría de Satanás se encuentra en obras de arte de todos los tiempos y en antiguos escudos de armas.
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Una de las grandes pasiones de Remedios Varo se centraba en el estudio de la heráldica. De ello dan cuenta sus pinturas, en los que es común encontrar símbolos como la flor de lis. La artista sabía que los blasones suelen encerrar significados ocultos que se transmiten celosamente a los descendientes de una familia. Blasones que ostentan, en gran medida, animales mitológicos. Y sabía más. Si observamos cuadros como Retrato del doctor Chávez (1957) y leemos lo que afirma respecto de la heráldica Víctor Emile Michelet, comprenderemos los alcances de la artista: “El blasón o escudo de una nación, de una ciudad, o de un linaje se establecía mediante un cálculo astrológico. Representaba las direcciones atribuidas a esta nación, a esta ciudad o a este linaje a partir de su ‘ascendente’. Estas divisas también deben ser estudiadas cabalísticamente. De tal forma que, leyendo un blasón construido según las reglas establecidas, un espíritu lo suficientemente instruido, puede percibir, de forma inmediata, ciertas revelaciones sobre las criaturas cuyo punto inicial del destino simboliza”. [El Secreto de las Órdenes de Caballería].
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El wybern –para algunos el ser mitológico más fascinante, aún más que el ave fénix o el unicornio– es la máxima representación zoológica del conflicto bien/mal, santo/demonio o cristianismo/paganismo, en las alegorías occidentales. La confrontación con el dragón fue un tema recurrente en la antigüedad: “En la época del cristianismo fueron los santos los encargados de realizar esta hazaña, como lo atestiguan la historia de San Jorge y todas las demás que se le parecen”. [Kramer, Historia].
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A propósito, es de notar que uno de los escudos de armas de unos Baro (o Varo) de España que aparece en páginas electrónicas de Heráldica [blasonari, url] –representa precisamente un dragón que pelea contra un caballero vestido con una armadura como la que porta San Jorge.
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La presencia de estas bestias fabulosas como motivo en los escudos de armas es un tema que, según los especialistas, está lleno de conexiones emblemáticas que se refieren a connotaciones sagradas. En la Biblia se lee: “Así fue abatido aquel dragón descomunal, aquella antigua serpiente, que se llama diablo, y también Satanás, que anda engañando al orbe universo; […]”.
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Como alegoría mística, monstruo polisémico, fruto del pensamiento mágico, serpens mercuri alquímico o aguda nota del inconsciente colectivo, el dragón es el adversario a vencer, el mal que debe ser derrocado por el bien, en la batalla de las virtudes contra los vicios.
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El poeta Aurelio Prudencio Clemente escribió el tratado de la Psychomachia en el siglo IV d. C., y tuvo gran influencia en los siglos XVI y XVII, como puede verse en las creaciones de grandes poetas y dramaturgos universales. Dice un personaje de los Sueños de Quevedo: “–Advertid que la vida del hombre es guerra consigo mismo, y que toda la vida nos tienen en armas los enemigos del alma…”. La existencia humana es, por ende, una psicomaquia cotidiana. Esta pugna es una constante en las obras de Remedios Varo. Uno de los ejemplos más notables es el óleo titulado Almas de los Montes o Espíritus de la Montaña, que la artista pintó en 1938. En esta pieza se esconde una parábola sobre la virtud, personificada en la dama que se escuda dentro de una metafórica montaña. La reminiscencia es clara en cuanto la comparamos con pinturas como Alegoría de la castidad (1475) del artista flamenco Hans Memling, pieza inspirada precisamente en la Psychomachia. Las antiguas diosas de los montes se atrincheran en su fortaleza-castillo y desde ahí presiden el despliegue del mundo.
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En uno de los mapas más antiguos del mundo (Hunt.Lenox, ca. 1505), se lee la inscripción: HC SVNT DRACONES “Aquí hay dragones”, lo que significa que hay que tener cuidado con los territorios inexplorados. ¿Qué puede ser más ignoto que la mente humana? ¿En dónde los demonios internos hayan mejor comarca? Remedios sabe lo que es toparse con uno de estos seres en los sueños, lo que es sentirse poseída: “Di un paso más hacia adelante, y en ese momento sentí con horror espantoso algo detrás de mí, que más bien salía de mí misma… en realidad estaba siempre junto a mí o en mí. Esa ‘cosa’ detrás de mí me produjo un terror enorme y una sensación de sueño pesadísimo y angustioso del que me esforzaba en despertar totalmente para defenderme pero la criatura misteriosa me agarró fuertemente de la nuca… al mismo tiempo me decía: ‘Esto es para que no te despiertes, no quiero que despiertes, necesito que duermas profundamente para hacer lo que yo tengo que hacer.’” [Remedios Varo, Cuaderno]
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El espíritu libre de Remedios entendió que el tránsito en espiral implica el triunfo sobre uno mismo. Comprendió que, a pesar de todo, en el fondo del alma, remonta su vuelo el wybern que habita en cada uno de nosotros. Por eso, hay que matar al dragón para salir de la oscuridad, aniquilarlo para dar paso a la luz. La aparente contradicción va siempre en busca de su equilibrio.
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