Velocidad o quietud
Clásicos y comerciales
POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL
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Hacia tiempo que un joven intelectual mexicano no ocupaba de manera tan veloz (lo cual oscurece un tanto lo postulado en Contra el tiempo) la escena pública como es el caso de Luciano Concheiro San Vicente (1992), egresado de Copilco y Cambridge. Se deja ver tanto en los salones de arte conceptual como en las presentaciones de antiguas revistas del comunismo nacional. Él mismo desciende de un linaje al cual no vacila en calificar compuesto por “comunistas de salón”. Se curtió en esa forma noble de la autopromoción que es el arte de la entrevista (El intelectual mexicano: una especie en extinción, en coautoría con Ana Sofía Rodríguez) y ha resultado finalista, con Contra el tiempo. Filosofía práctica del instante (2016), del Anagrama de Ensayo en Barcelona, un premio preocupado desde hace décadas por el examen del tiempo contemporáneo.
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En una época tan confusa como la nuestra, Concheiro, reivindicando a Francis Fukuyama, afirma que sí se terminaron todas las historias, excepto la del capitalismo, a cuya fase “turbo” dedica el autor de Contra el tiempo las brillantes y sintéticas primeras páginas de una brevedad rendida ante las comodidades propias de su generación. Aspira, modesto, a ocupar un lugarcito entre el googleo, el whatsapp, el Facebook, el correo electrónico, el tuiteo o Netflix, como lo pretende su asumido modelo, el coreano Byung-Chul Han y sus tratadillos, a su manera, también practico-filosóficos.
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Ello no obsta para que su descripción –se nota algo del magisterio de la Antigua Ley– del tránsito del D-M-D de Marx a los inconcebiblemente veloces High-frecuency- trading (HFT) que gobiernan la especulación bursátil, sea impecable, como desoladora y veraz su constatación de la imposibilidad revolucionaria en el sentido jacobino-bolchevique, arrogancia monumental arrojada al cementerio de chatarra y su descreimiento ante el Acontecimiento esperado por los zizekzombies, una variante cósmica y blochiana de la Revolución Mundial, donde el triunfo del proletariado militante no está garantizado porque el sujeto ya dejó de ser histórico tras ser deglutido por el neoliberalismo. Quedó un fantasma lacaniano. Me conmovió menos su retrato del actual joven universitario al cual la tecnología condena a la desmemoria, la precariedad y la autoexplotación, confirmando que contra lo soñado por los decimonónicos, el Progreso tecnológico no libera al hombre sino lo esclaviza, pesimismo ya expuesto por Spengler y Heidegger, tanto como la aceleración de la historia ya la temieron, aunque en otro sentido, Michelet y Halèvy.
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A diferencia de ellos, en Contra el tiempo, habiendo sido descartada toda posibilidad de ruptura revolucionaria y teniendo el joven Concheiro –aunque al final les guiña el ojo a sus desconsolados padres con un párrafo de denuncia social– como única autobiografía política su anecdótica participación en algún black bloc de acrátas vandálicos, recurre, para ejercer la “resistencia tangencial”, a una vieja amiga del filósofo: la huida. De nada sirven las shitstorms en la red, oleadas de indignación histérica destinadas al linchamiento de personalidades momentáneamente incorrectas o a la denuncia de nuestras habituales atrocidades. Como llegan esas tormentas de mierda, se van. Son, en el ciberespacio, el congestionado circo del turbocapitalismo.
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Partiendo del saludable principio nihilista de que todo acto revolucionario es velozmente integrado por el omnisciente turbocapitalismo, Concheiro propone esa escapatoria, como antes que él lo hicieran el taoísmo filosófico y su wu wei, los cínicos griegos tan admirados por Cioran, Stirner y su Único o el anarca de Jünger. O apuesta, el mexicano, por los proyectos más descabellados –por ser sólo conceptuales– de John Cage, ignorando increíblemente que esa “intuición del instante” a la que se fiaron Bachelard y Paz, no sólo está en el poema sino en la escucha musical. Si la poesía, esa “otra voz”, no se comprende, inténtese oír el cuarteto de Dutilleux o una sonata de Haydn. Pero tal parece que Concheiro padece de la haine de la musique.
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(En cambio, el joven filósofo, devoto de Duchamp, se encomienda a Gabriel Orozco, quien ha resultado un punzante aforista e interviene con koans visuales Contra la muerte pues actualmente es de mal gusto decir que éste o aquel artista “ilustró” un libro… Lo interesante –y ello abre otra discusión– es lo subrayado por Concheiro: afirma Orozco que “la fotografía mata y diseca. Aparenta poesía, es casi cine, casi pintura. Es medicina. Suero. La fotografía no es un arte. Es un arte caminar y saber ver lo que sucede”. Esta sentencia le hizo falta a mi admirado Marc Fumaroli –vaya paradoja– en París-Nueva York-París, para dar el paso que no se atrevió a dar: la expulsión de la fotografía y de todos –todos– sus derivados, del sistema de las artes establecido por Alain en 1920, cerrando así nuestra querella entre los modernos y los postmodernos).
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No llamé impunemente filósofo al autor de Contra el tiempo, en el paréntesis anterior. Creo que los filósofos no sólo deben serlo sino parecerlo. Preveo para Concheiro una elección verosímil en su pretendida batalla contra el tiempo: ser otra estrella fugaz de la sociedad del espectáculo durante sus eternos milisegundos o retirarse del mundo a patear piedras, viajando alrededor de su ermita, mientras escribe ese inmenso tratado filosófico al cual se siente tentado. En ese sendero ascético habrá de olvidarse de nosotros y de nuestras fatigosas prisas. Sólo así le creeré. O se es Blanchot o se es Sartre.
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Habría de leer Concheiro, quien ya no lee franceses, aquello que le dijo Barbey d’Aurevilly a J.K. Huysmans en 1884 cuando apareció À rebours, la Biblia de la Decadencia: “Después de un libro como éste al autor sólo le queda elegir entre la pistola o arrodillarse ante la cruz”.
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Huysmans, se conoce, ingresó de oblato en un monasterio. Me interesará saber qué decisión tomará Luciano Concheiro cuando descubra, en el corazón, la fatal incompatibilidad entre la velocidad y la quietud.
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FOTO: Contra el tiempo. Filosofía práctica del instante, Luciano Concheiro, Anagrama, 2016. / ESPECIAL
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