Cranach: un viejo pintor luterano, maltratado
POR ANTONIO ESPINOZA
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Es uno de mis pintores favoritos. Uno de los grandes exponentes del renacimiento alemán, junto con Durero, Grünewald y Holbein. Pintó numerosos retratos, escenas religiosas y mitológicas. Fue testigo y partícipe de uno de los episodios más álgidos en la historia de la humanidad: el surgimiento de la Reforma protestante que trajo como consecuencia la división de la cristiandad en el siglo XVI. Amigo de Martín Lutero, el reformador agustino, abrazó con convicción la causa luterana. Fue el pintor de los primeros reformadores. De Lutero nos dejó numerosos retratos, así como grabados en madera y cobre. También pintó al insigne humanista Felipe Melanchthon. Puso su talento de pintor y grabador al servicio de la Reforma y en algunas de sus obras plasmó las primeras codificaciones de una nueva iconografía religiosa. Se estableció en Wittenberg en 1504, como pintor de cámara del príncipe Elector Federico de Sajonia “El Sabio” y sus sucesores, desempeñando este oficio durante más de cuarenta años. Luego de la derrota de las tropas protestantes ante Carlos V en la batalla de Mühlberg (1547), tuvo que exiliarse y murió en Weimar en 1553.
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Hablo de Lucas Cranach, el Viejo (1472-1553), de quien se presenta actualmente una exposición en el Museo Nacional de San Carlos: Lucas Cranach. Sagrada emoción. Desgraciadamente, la muestra no incluye ningún retrato de Lutero, para decepción de quienes como yo creímos que sí habría. La curaduría de la exposición, a cargo de Ana Leticia Carpizo, subdirectora del recinto, nos ofrece sólo un par de cuadros de museos extranjeros. La gran mayoría de las 23 obras en exhibición pertenecen a museos mexicanos: el Franz Mayer, el Soumaya y el propio San Carlos. Lo increíble es que en una muestra que supuestamente pretende celebrar al fecundo maestro de Wittenberg –quien según los especialistas pudo haber producido alrededor de 400 obras, actualmente dispersas en numerosos países–, sólo se exhiban nueve. Las otras catorce piezas en exhibición son de autores contemporáneos de Cranach, entre ellos su hijo (Lucas Cranach, el Joven) y el gran Durero.
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Estamos ante la presencia de una exposición poco ambiciosa, que no nos permite entender en su complejidad la figura de un gran maestro de la historia del arte y su contexto histórico. Los tres cuadros de Lucas Cranach que aparecen en la primera sala de exposición, nos hacen pensar que así será el tono de la muestra, pero conforme se avanza en el recorrido las pocas obras del autor alemán pierden fuerza junto a obras de otros autores. De esta manera, la muestra individual de Cranach termina convirtiéndose en una muestra colectiva de pintura y gráfica. La verdad es que no hay discurso alguno que sustente la muestra. Las explicaciones en cédulas que se encuentran al lado de las obras se limitan a cuestiones iconográficas y datos históricos. Las “cronologías” del renacimiento italiano y alemán que están al final de la muestra parecen hechas para chavos de secundaria, siempre dispuestos a “fusilarse” todo tipo de información (por muy débil que sea) para realizar sus trabajos.
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Ni siquiera se salva el catálogo digital que puede descargarse gratuitamente en la página de Internet del museo. La publicación incluye reproducciones de varias de las obras en exhibición y cuatro textos de presentación: del extinto Rafael Tovar y de Teresa (entonces secretario de Cultura), de María Cristina García Cepeda (entonces directora del INBA), de Carmen Gaytán Rojo (directora del Museo Nacional de San Carlos) y de Ana Leticia Carpizo (subdirectora del museo). Todos textos institucionales pues no se invitó a escribir a ningún especialista sobre el tema. Lo que uno se pregunta es por qué un museo tan prestigiado como el Museo Nacional de San Carlos se permite estos desaciertos. ¿Falta de recursos? ¿Ineptitud curatorial? Quizá ambas cosas. No exagero: es decepcionante visitar una exposición de este tipo, que no te permite apreciar en toda su plenitud a un gran maestro de la pintura.
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Viendo la exposición de Lucas Cranach me acordé de otra dedicada al mismo autor. Me refiero a la que organizó en el año 2007 el Instituto Courtauld de Londres, que logró reunir un importante conjunto de obras de Cranach, procedentes de distintos museos, en torno a una pieza de su propia colección: Adán y Eva (óleo sobre tabla, 1526). Con motivo de la muestra, el instituto londinense publicó un espléndido catálogo con textos de especialistas que analizaron a profundidad la obra de Cranach, sobre todo su iconografía en relación al contexto histórico y en comparación con otros maestros de la época como Durero y Baldung. Tanto la muestra como el catálogo –en perfecta conexión la una con el otro, cual debe ser– aportaron nuevas ideas sobre el maestro alemán, muy especialmente los cambios que revela su obra pictórica y gráfica después de abrazar la nueva fe religiosa. Es un hecho que los cuadros de temática religiosa de Cranach no sólo tratan de deleitar visualmente con sus exquisitas representaciones de desnudos femeninos o de animales, sino que también se proponen educar e instruir a la gente, siguiendo en esto último la nueva doctrina luterana.
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Si la gente del Museo Nacional de San Carlos pretendió armar una buena exposición a partir de las dos obras cranachianas de su acervo (Adán y Eva, óleo sobre tabla, 1530 y Retrato de Federico de Sajonia, óleo sobre tabla, s/f), fracasó rotundamente. Debe reconocerse, eso sí, que aún tratándose de una muestra fallida, no son pocas las obras de alto nivel que deben destacarse, empezando por las dos espléndidas piezas pertenecientes al museo. Una obra que no conocía y me encantó es el tríptico La crucifixión con la oración en el huerto y la resurrección (óleo sobre tabla, 1520), que pertenece al Museo Nacional de Arte de La Habana. (La mejor Crucifixión de Cranach es la que se encuentra en la Pinacoteca de Múnich y data de 1503). Otra obra magnífica es un tríptico de autor desconocido que también pertenece al Museo de San Carlos: El pecado original, La creación de Eva, La expulsión del Paraíso (óleo sobre tabla, s/f). Pero ni estas obras ni el famoso grabado de Durero (La flagelación de Cristo) me quitan el mal sabor de boca que me provocó la muestra. Voy a releer en estos días la biografía de Lutero que escribió el gran historiador Lucien Febvre: Martín Lutero: un destino. A ver si así.
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FOTO: Lucas Cranach, el Viejo, “Adán y Eva”, óleo sobre tabla, 1530.