Remedio contra el mundo actual: una libreta y París
POR ETHEL KRAUZE
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En esta aciaga hora en que el mundo se pone de cabeza y sólo nos va quedando el enojo, el miedo, la tristeza y la imprescindible tabla de la esperanza hacia un futuro abstracto; en este panorama de reclamos, pancartas, denuncias, imágenes viralizadas hasta en la sopa que nos ponen a temblar, por el incomprensible absurdo que despliegan, por la violencia sin más, por el horror que no somos ya capaces de asimilar en nuestra condición humana, los libros que nos rodean expresan en poemas, novelas, crónicas y cuentos, esas mismas miserias, en su afán por ponerle nombre a las cosas, por hacerlas visibles, por sacudir las conciencias. Y lo logran, claro, con su canto y su filo literarios.
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Me pregunto si también la alegría tiene cabida en estos tiempos. Recuerdo a la gran francesa Colette, cuya pluma deliciosa humedeció, en más de un sentido, mi adolescencia. Su receta era simple y efectiva y la compartió abiertamente: en épocas oscuras, que le tocaron muchas en las guerras de Europa, escribía sobre amores felices. En sus épocas felices, tenía, pues, la suficiente resistencia para abordar los temas dolorosos. Habrá que retomar a esta escritora. Con estos pensamientos, de pronto aparece en la mesa de novedades La mujer de la libreta roja, de Antoine Laurain.
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Laurain nació en París a principios de los años setenta. Ha hecho cine y ha trabajado como anticuario en su ciudad, experiencia que inspiró su primera novela Ailleurs si j’y suis con la que obtuvo el Premio Drouot en 2007. Su quinta novela es la que aquí comentamos, con más de cuarenta mil ejemplares vendidos, primera traducida al español y en proceso de serlo a quince idiomas. La crítica de medios la considera “una novela fresca como la primavera…”, “la quintaescencia de la aventura romántica francesa”, “…es como encontrar una joya entre los trastos de una anticuario parisino”, “…hace que salgas corriendo a comprar un billete directo a París”. Y en la cuarta de forros se presenta como “un relato encantador, una historia sencilla pero sofisticada…” y los etcéteras que, en conjunto con lo anterior, me parecieron el antídoto perfecto para que no la comprara. Otro best-seller de espejitos de colores, endulzado con stevia y traducido al gilipollez. No gracias.
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Sin embargo, como todos nosotros, yo también necesito un respiro de encanto parisino. He sucumbido y la he leído. Y he caído, con todos mis prejuicios, en una hermosa historia que va construyendo, con los mismos ingredientes conocidos en la sazón francesa literaria, una sonrisa llena de latidos en el corazón de los lectores.
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Un atraco, un bolso. Un hombre, una mujer. Una libreta roja, una librería. Un escritor famoso, un jeroglífico. Un padre, una doradora de arte. Un diálogo de ausencias. Un amor que se abre paso entre lo imposible, por las callecitas de París, los cafés y los enredos de las almas perdidas.
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No faltan las presencias literarias para aderezar el paisaje de la novela: la poética de Mallarmé, la tesis de Tabucchi en La nostalgia de lo posible, sobre Pessoa, la coma que decide no poner Patrick Modiano, quien, además, representa una figura eje en la trama. Una intertextualidad sin esnobismo, necesaria al cariz de la historia y sus personajes, como lo son los menús de viandas y de vinos que salpican las escenas en los bistrós. Todo es un mismo cuadro, simétrico, coherente, cohesivo. Cada personaje cumple con su cometido prefigurado y cierra con una coda el momento sublime: la simple cotidianidad de los muchos, enlazados en una misma historia, la historia de nuestro mundo.
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Un mundo como el que añoramos. No sé si el que alguna vez tuvimos, o es la niebla dulce de la memoria lo que pinta al pasado como un tiempo mejor. Pero sí es, en definitiva, el mundo que nos invita a sonreír. Un mundo al que tenemos derecho. Un mundo donde las cosas se componen y las personas se buscan; las librerías son recintos de cultura y a las personas les interesa restaurar las obras de arte. Y, aunque existen los pillos, son los menos, y quedarse sin las llaves de la casa puede llevarnos al milagro en el que ya no creíamos.
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No porque sólo pueda producirse en París, sino porque es la ciudad símbolo de lo imperecedero. “Siempre tendremos París”, dice recapitulando la vida Humphrey Bogart en Casablanca, despidiéndose para siempre de la bella Ingrid Bergman. Creo que en cada país, en cada provincia, existe ese “pequeño París”, ese espacio mágico donde la felicidad es posible. Y la literatura es su escudero.
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Ya lo explica el autor desde el epígrafe de Alain Fournier: Sólo lo sublime puede ayudarnos a sobrellevar lo ordinario de la vida. Pero es hasta el final de la lectura, cuando cobra realmente cuerpo esta revelación. Una revelación en la que, además, queda clara la diferencia entre lo que se ha llamado literatura light (descremada, descafeinada; es decir, sin peso, sin trascendencia, un mero entretenimiento) y la literatura auténticamente ligera y reconfortante como una rebanada de naranja en medio de una pesadilla.
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Todo cabe en las novelas y bienvenidos los variados temas, estilos y tratamientos. La realidad es múltiple y el ojo de la literatura está siempre abierto. Sin embargo, en estos momentos, la libreta roja y su París encantador, resultan un buen remedio contra la realidad actual. No para negarla o evadirla, sí para entender que más allá de las circunstancias, el corazón sigue latiendo por las mismas cosas de siempre.
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FOTO: El escritor francés también ha incursionado en la televisión como guionista de la serie Le chapeau de Mitterrand.
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