La Mujer Maravilla no acepta piropos
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La polémica suscitada en Estados Unidos a propósito de la película sobre la superheroína del sostén y las muñequeras metálicas plantea la cuestión sobre cómo deben los hombres hablar públicamente de la belleza femenina
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POR LEONARDO TARIFEÑO
Las batallas de la Mujer Maravilla no terminan en la película homónima de Patty Jenkins, cuya recaudación mundial ya supera los 700 millones de dólares. En una época en la que miles de personas se trenzan día a día en interminables discusiones en Facebook y Twitter, a ella también le habría llegado el turno de la controversia. En su caso, el tema del debate es su inocultable belleza. O, mejor dicho, cómo hablar de ella en un tiempo en el que parecería que la sola mención pública del atractivo físico de una mujer corre el riesgo de entenderse como discriminación sexista.
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El asunto empezó con la reseña del reconocido crítico neoyorquino David Edelstein, “Wonder woman is a star turn for Gal Gadot”, publicada el jueves 1 de junio en la revista digital Vulture. En su artículo, Edelstein se refiere a Gal Gadot, la joven protagonista del film, como una “superbabe”, habla sin tapujos de lo sexy que se ve con su brassier metálico y confiesa que seguirá sus pasos haga la película que haga. Inmediatamente después, las reacciones online que tacharon de “misóginos” al texto y a su autor inyectaron las dosis de ira cotidiana que alimentan a las redes sociales. El viernes 2, la periodista Gavia Baker-Whitelaw, de The Daily Dot, transformó la indignación en debate con su artículo “How not to review Wonder Woman”, donde le recomienda a los críticos masculinos que no enfoquen sus reseñas en el atractivo físico de las actrices y deplora el tono “condescendiente” de Edelstein. El martes 6, el portal Jezebel subió el tono con la insultante parodia “Gal Gadot did not give a hard enough boner”, que retrató al reseñista en un constante estado de excitación sexual. Y el jueves 8, en Slate, Willa Paskin se atrevió a defender al crítico criticado con una atrevida reivindicación de la mirada sobre “los cuerpos”. Al final, Edelstein enfrentó los ataques y descalificaciones con “A word about my Wonder Woman review”, un tibio mea culpa en el que acepta que el uso de “superbabe” puede resultar libidinoso en el contexto de una reseña. Mientras tanto, los sarcasmos en su contra todavía se suceden en las redes, y el escándalo ha llegado hasta Newsweek y GQ, entre otros medios.
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En esta disputa, los antecedentes no favorecen a Edelstein. Muy por el contrario, lo incriminan. Y es que, tal como subraya Claire Shaffer en Newsweek, la agria ironía que le dedicó a la madurez de las protagonistas de Sex and the City II y sus inquietantes observaciones sobre la preadolescente Emma Watson en Harry Potter y la piedra filosofal sugieren una tendencia intelectual a la normalización de la “mujer-objeto”. Sin embargo, más allá del impacto puntual de la crítica de Vulture, lo que la polémica a su alrededor parece indicar es que en la actualidad, tras el notable y justo ascenso de la lucha de las mujeres por el reconocimiento de sus derechos, la pregunta por cómo hablar públicamente de la belleza femenina exige una respuesta a la altura de los tiempos. Curiosamente, es posible que algunas de esas respuestas las ofrezca la trayectoria de la mismísima amazona Diana Prince.
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En su libro The secret history of Wonder Woman, Jill Lepore recuerda que el mayor enemigo del célebre personaje de DC Comics siempre ha sido la moral de su época. Supermán nació en 1938, Batman en 1939 y la Mujer Maravilla en 1941. Desde entonces, cuenta Lepore, Supermán protagonizó nueve películas; Batman, a su vez, unas doce. La Mujer Maravilla, por su parte, tuvo que esperar hasta 2017 para tener su primera versión cinematográfica. ¿Por qué? Quizás las razones habiten en la siguiente anécdota, de 1942. Ese año, DC consultó a sus fans para saber si les gustaría que esos tres grandes superhéroes lucharan juntos. Ante el resultado favorable, los guionistas incorporaron a la Mujer Maravilla en una nueva historia especialmente escrita para los tres. ¿Su rol? Secretaria de la Liga de la Justicia.
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De acuerdo a Lepore, esa función era la opuesta a la que el creador del personaje, el psicólogo e inventor William Moulton Marston, había imaginado para ella. Marston, a quien por cierto se le atribuye la versión actual del polígrafo o “detector de mentiras”, mantenía una relación poliamorosa con Elizabeth Holloway y una ex alumna suya, Olive Byrne. En 1928 había escrito Emotions of normal people, en el que defendía los hábitos sexuales considerados “anormales” por entonces, como el fetichismo, la homosexualidad y el sadomasoquismo. En su opinión, tales orientaciones se encontraban enraizadas en el sistema nervioso, y su consumación debía considerarse natural, ajena al escrutinio de la sociedad. El libro, hay que decirlo, pasó desapercibido entre la élite científica; tanto, que una de las pocas reseñas favorables que obtuvo la firmó, con pseudónimo, la alumna y amante Byrne. Sin embargo, a pesar de la indiferencia que despertaba su trabajo, Marston se mantuvo fiel a su idea de las mujeres como protagonistas fundamentales del desarrollo humano. Para él, la combinación de fuerza y compasión que definiría al género femenino es la clave que permite soñar con un futuro justo, pacificado y estable. Y ya que su exposición teórica no alcanzaba el reconocimiento que esperaba, se decidió a condensar su visión a través de una figura de alto impacto en la cultura popular. Ni más ni menos que la princesa amazona Diana, hija de la reina Hippolyta, que a la larga se convertiría en uno de los personajes más queridos y celebrados en la historia del cómic.
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Lo que el revuelo ocasionado por la reseña de Edelstein parece poner de manifiesto es que, como toda mujer libre, Diana Prince se ve obligada a toparse con los tabúes del momento. El enfrentamiento con la sociedad se reproduce tanto en los años de su origen como en nuestra contemporaneidad, señal que de alguna manera dice que las cosas no han cambiado tanto. A mediados de los años 40, el Congreso de Estados Unidos acusó a las revistas de Wonder Woman de “indecencia” y le asignaron un rol decisivo en el incremento del “lesbianismo” y la “delincuencia juvenil”. Una de las acusaciones basaba sus argumentos en la dudosa moral de Marston, quien no ocultaba su relación íntima con Holloway y Byrne. Está claro, o debería estarlo, que la moral de hoy no es la de varias décadas atrás, pero quizás convenga pensar que ciertos estándares permanecen. ¿La sociedad actual aceptaría una relación como la que sostenían Marston, Holloway y Byrne? ¿Qué tan libre se encuentra hoy la homosexualidad femenina de la sospecha de indecencia? ¿Y qué tiene la belleza de las mujeres, que a veces resulta tan molesta?
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En su Wonder Woman, la directora Patty Jenkins retoma algunos rasgos característicos del personaje creado por Marston. En su rol de hombre protector y marido en potencia, el mayor Steve Trevor le explica a Diana que no debe interrumpir las reuniones de los militares ingleses (todos hombres) ni atacar sin ayudas ni estrategias a las fuerzas enemigas. Sea porque Diana es una amazona con escaso conocimiento de los humanos o porque se trata de una dama a la que todo hay que aclararle, lo cierto es que la Mujer Maravilla es la primera y única superhero a la que los otros personajes observan desde el podio de la superioridad intelectual. Y si así la tratan sus colegas personajes, tal vez no haya demasiadas razones para sorprenderse de que la crítica cinematográfica la vea igual.
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Los tabúes de 2017 no son los de 1940, pero que sean diferentes no significa que no existan. Como revela la polémica generada por la crítica de Edelstein, nuestra época aún no sabe cómo lidiar con el elogio público a la belleza femenina. Y es a ese tabú en potencia al que la Mujer Maravilla se enfrenta hoy. Por un lado, resulta evidente que definir como “superbabe” a una actriz no es justo con su profesionalismo; por el otro, no hay duda que evitar toda referencia a su belleza le abre el camino a la represión y la censura. Como ha señalado Willa Paskin en su defensa de Edelstein, buena parte del trabajo de los protagonistas de las películas es despertar el deseo en el espectador, y ocultar ese erotismo de baja intensidad está más cerca de la represión social que de la igualdad de género. Si el deseo y la belleza no fueran relevantes en Wonder Woman, ¿por qué la actriz elegida para encarnar a Diana Prince es una ex Miss Israel? ¿Cómo entender fuera del marco de la sensualidad al histórico traje pin-up de WW, con el que la amazona rebelde se dispone a salvar el mundo desde que Marston la eligiera para simbolizar el poder de la mujer? Y, también, ¿por qué se acepta que un artículo crítico hable de técnica, historia o teoría cinematográfica, y no de los cuerpos de los protagonistas?
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A pocos días del estreno de Wonder Woman, la noticia de que a Gal Gadot se le había pagado sólo 300 mil dólares por encarnar a Diana Prince se volvió viral. Por su rol protagónico en El hombre de acero, en 2013 Henry Cavill había cobrado 14 millones de dólares. ¿Podía imaginarse una prueba más contundente de la desigualdad de género? El escándalo fue tan grande, que DC debió aclarar que la suma pagada a Gadot era un adelanto, no el monto total. De hecho, un adelanto bastante alto, sobre todo si se tenía en cuenta que el recibido por Chris Hemsworth para Thor, en 2011, no pasaba los 150 mil dólares. La hipersensibilidad respecto a la inequidad salarial en Hollywood, muy concreta y ya denunciada por no pocas grandes actrices, había caído en la sobreactuación. Gal Gadot no necesitaba defensa alguna porque no era ni de lejos una de las tantas actrices mal pagadas que efectivamente pueblan la galaxia cinematográfica. Que la desigualdad exista no quiere decir que aparezca todo el tiempo, en todos lados, una y otra vez.
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Quizás algo parecido ocurre en la historia que expresa la repercusión de la crítica de Edelstein. Negar que la belleza y la sensualidad son parte de la lógica de Hollywood puede ser tan errado como reseñar una película solamente a partir de la hermosura o fealdad de sus intérpretes. Referirse a la belleza de una actriz no la convierte en “mujer objeto”; hablar sólo de su belleza la desmerece como profesional y reduce su condición femenina a la de una muñeca sin atributos. La diferencia es decisiva y, tal vez, sutil. En todo caso, no muy apta para una época con poca paciencia para advertir las sutilezas.
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El triunfo de la película de Jenkins subraya que, como debería quedar claro a esta altura del siglo XXI, la Mujer Maravilla puede hacer algo más por el mundo que atenderle el teléfono a Batman y a Supermán. Pero para que se la aprecie y valore en toda su dimensión, Diana Prince necesita una sociedad tan libre como ella, que no recele de su poder ni de su belleza. Ya se lo advierte Hyppolita, antes de verla correr en ayuda del mayor Trevor. “El mundo de los hombres no te merece”, le dice. Y nadie, ni siquiera la propia superheroína, sabe hasta qué punto el consejo materno podría tener razón.
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FOTO: La primera versión cinematográfica de la Mujer Maravilla, dirigida por Patty Jenkins, ya ha recaudado más de 700 millones de dólares./ Especial
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