La expulsión del paraíso

Abr 13 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 3105 Views • No hay comentarios en La expulsión del paraíso

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El cuento es el género del ingenio narrativo, que oculta en su brevedad, las más profundas pasiones humanas, así como lo hace Nuria Kaiser en su libro

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POR MÓNICA LAVÍN 

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Cómo no responder al mensaje de Nuria Kaiser preguntándome si la recordaba, cómo no decir que sí a la lectura de Provincia me mata si era la hija de mi amiga Nuria Armengol, oriunda de San Luis Potosí, como la propia Nuria Kaiser, a quien conocí, a la madre esto es, con nuestro primer libro de cuentos en mano, en un encuentro de escritores, el primero al que me invitaban. El tiempo revoloteó en mi cabeza cuando recibí el volumen publicado por Ficticia, siempre fiel al cuento: ese género de difícil factura, sediento de lectores, que cuando tiene la talla, es siempre una experiencia que cala.

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Nuria fue discreta y no me dijo que el libro era Premio de Narrativa Manuel José Othon con un jurado potente. De hecho, mientras leía el cuentario imaginé a Eduardo Antonio Parra, uno de los jurados y gran cuentista, asintiendo con el mundo narrado y el estilo de Nuria Kaiser. Qué discreta fue Nuria que no le puso grandes reflectores porque claramente los tiene, exhala la mirada atenta, de escarpelo, delicada en las vidas íntimas, en las familias y sus pérdidas, en la fragilidad y necesidad de arropo de sus personajes. Sentí que los temas, que el mundo que narraba Nuria más cerca de lo silencioso, de lo que duele pero que no precisa un aullido, o lo precisa pero no ocurre porque la vida es más ese abanico de silencios que otra cosa, era muy afín a mi mirada, a mi apetito lector.

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Aunque muchos de los cuentos están narrados desde una primera persona, lo que le da una cercanía confesional con el lector, los registros de los personajes y sus situaciones son claros y diferenciados. A veces los personajes, como el chico de “Zapato negro”, descubren tardíamente las razones por las cuales conservar el zapato de una madre ausente en la cajuela del auto, o la mujer del servicio de una casa de pudientes es la voz que cuenta a la “Señora” y su lenta caída del cielo de la infancia (fue la niña que cuidó) al infierno del sometimiento en sus matrimonios. A veces el habla popular urbana de un chico que parece que no sabe, pero sabe, del destino de la hermana, de aquel par de güeros que llegaron a vivir al barrio bravo es la vena de uno de los relatos. A veces el personaje es la puberta que no puede contar a su madre, cegada de mochería, los desmanes del cura y es castigada por los besos con un chico en el cuento que da título a la colección y que quizás resume el espíritu del libro: la pérdida de la inocencia, el cruel latigazo de la realidad, la vulnerabilidad de las estructuras que nos protegen, el peligro del hogar, la ausencia de un paraíso que es preciso recuperar en palabras. Esto ocurre con el cuento “La memoria invisible”, que subrayo por su atmósfera de nostalgia y soledad, por la relación de la hija con una madre que amuebló el paraíso de esa niña, de esa adolescente sin padre (bueno David Bowie lo fue por un tiempo), con canciones rockeras y que ahora habita el limbo de la pérdida de la memoria. Un cuento de estructura maestra que cala hondo, como es preciso pedir a lo que leemos, porque conforme la hija adulta que se ha ido lejos de la casa y ahora con la enfermedad de la madre regresa a cuidarla, arma el rompecabezas de la memoria a base de carátulas de discos LP y el reencuentro con el novio de aquel desmadre adolescente (de la madre no suyo), la madre se pierde en un camino sin regreso. Doloroso y dulce. Martina la protagonista se reprocha haber permitido que los recuerdos se escurran como sudor; se pregunta dónde se han ido los recuerdos invisibles de su madre mientras su cuerpo permanece, porque el presente está hecho de los recuerdos que enhebran la vida. Nuria Kaiser encara un tema recurrente de la literatura universal, la pérdida de la inocencia o la expulsión del paraíso. La autora parece querer decir —como el título del famoso cuento de Sherwood Anderson donde el niño que ama los caballos se desilusiona cuando el entrenador de aquellos pura sangre parece mirar a las mujeres de un burdel con el mismo entusiasmo que a los equinos: Quiero saber por qué. Si la relación con el mundo de los caballos de carreras en aquel cuento nunca vuelve a ser igual después de esa experiencia, los personajes de Nuria no pueden volver a respirar el aire con la inocencia inicial. A pesar de ese olor a podrido que reconoce la sirvienta de la Señora y que atrae a los buitres, los cuentos delatan la ternura y el entramado de las relaciones familiares, las lealtades y los equívocos de los que todos somos productos. Algunos cuentos tocan la idea del paraíso o del infierno de otra manera como en “Bienvenido paisano”, donde aquellos dos gringos que vienen a México, uno con desdén por el país de bárbaros, el otro con curiosidad, se enfrentan con la frontera cultura en el propio dialogo y actitud de los agentes de migración: un hombre y una mujer que cuando intercambian miradas son “miradas llenas de historia” como afirma el narrador. Nuria Kaiser sabe mirar y usar el diálogo con la ironía justa para que el lector saboree esa bienvenida.
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El paraíso no existe, pero hay formas de mirar ese mundo que nos fustiga y que es el más cercano (el de la casa) desde un ángulo de luz, desde una carga amorosa que Nuria Kaiser tiene la maestría de tocar sin obviedad, como es propio de quien conoce la horma de su expresión; el cuento. Por momentos creí reconocer el abono de ciertas lecturas en la pluma equilibrada y la prosa natural de la autora: Katherine Mansfield, Anton Chejov, Lucia Berlin, John Cheever, o Raymond Carver sin duda en “El vuelo de las diez” donde aquella pareja de mexicana y alemán preparan la comida del sábado porque van a recibir una visita de México. Irán por ella al aeropuerto como cada sábado. Sobrevivir inventando sueños, porque ver a los que salen del avión es reconocer eso que traen de su tierra lejana. La narrativa de Kaiser parece más cercana a tradición literaria inglesa que a la hispanoamericana. No es el deseo del que habla como Inés Arredondo, no son los mundos extraños de Amparo Dávila (quien viviera en San Luis Potosí), tal vez sus abuelas literarias mexicanas sean Rosario Castellanos y Guadalupe Dueñas, que exhiben los callados dobleces de la vida, esa oscuridad que no puede salir a la luz y que es más evidente en el encierro provinciano donde hay que hacer como si no pasara nada o salir corriendo.

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El libro de cuentos de Nuria Kaiser no tiene desperdicio, no hay piezas de relleno ni caídas que hacen de la lectura un zigzagueo sobre piedras de río, donde sólo algunas permiten sostenernos sin perder el equilibrio. Nunca caemos al agua cuando leemos Provincia me mata.  La autora tiene la sagacidad narrativa y las preguntas que hacen de sus cuentos una provocación compartida.  Aplaudo su mirada literaria y quiero más.

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FOTO: Provincia me mataNuria Kaiser, México, Ficticia, 2018, 112 pp. / Especial. 

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