Lluvia de flores con Miguel León-Portilla

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Miguel León-Portilla fue un apasionado de la poesía y la filosofía, de las grandes preguntas existenciales que, con su trabajo intentó dar respuestas y disfrutar de la búsqueda

 

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POR ADRIANA MALVIDO

 

Cuando llegué a su casa, le encontré sentado frente a su escritorio con todo un equipo de grabación a su alrededor y, frente a las cámaras, su sobrina Concha terminaba la lectura en voz alta de la obra Flor y canto. Otra forma de percibir la realidad. Yo sólo pasé a su biblioteca para saludarlo y, para mi sorpresa, me invitó a ocupar una silla a su lado y comencé a preguntarle sobre aquel texto.

 

“Este texto versa…”

 

Don Miguel, pregunté al verlo con tanta energía, “¿puedo grabarlo?”. Accedió con la cabeza sin dejar su narración y encendí la grabadora de mi celular:

 

“…. sobre una expresión náhuatl, in xóchitl, in cuícatl, flor y canto, que se usa muchísimo en la literatura antigua mexicana. Entonces, voy citando poesías, discursos, en que sale la expresión y voy viendo la alegría que da al corazón. La flor, el canto, la belleza, lo que embriaga, lo que nos abre el camino para ver algo que alegra, algo que aflige a otros que no ven lo que yo veo. Entonces, este texto es una invitación a la flor y el canto”.

 

Continúa: “Mire usted, cito un ejemplo del padre Damián, un sacerdote que vivía en la isla de Molokai en el océano Pacífico, a principios del siglo XX. Ahí se dedicaba a dar sus servicios en un leprosario y él sabía del riesgo que corría trabajando muy cerca de los enfermos. Y efectivamente un día le dio lepra, entonces, en vez de angustiarse se alegró. Eso es flor y canto. Reunió a muchos de los leprosos y les dijo ‘Felicítenme, ahora soy uno de ustedes, ahora estoy mucho más cerca. Esto me da una inmensa alegría. Y mientras pueda seguiré sirviéndolos, hasta que llegue el fin de mi vida’.

 

“Eso es flor y canto, como la sonrisa de un niño”.

 

Don Miguel cita el poema de un antiguo cantor o cuicani presente en esta obra suya quien habla acerca del lugar donde se está adentrando en busca de las flores:

 

Atraviese yo aquí el bosque de abetos/ donde están los pájaros tzinitzcan. /O tal vez atraviese el bosque florido, /donde habita el rojo quechól. /Ahí se inclinan, /resplandecientes de rocío, /con los rayos del sol /ellas se alegran allí.

 

“Ese cantor se adentró en el bosque de abetos en busca de alguien que lo lleve a donde están las bellas flores, y a dónde se oye el cantar de las aves y se encuentra con un pájaro cascabel, un colibrí y entonces descubre todo esto, la flor y el canto. Hay una experiencia ahí. Yo la he tenido. Él dice que en el bosque ve cómo en las ramas de los árboles, puesto que están cargadas de rocío, se forma un arcoíris. Cuando yo era joven algo así viví en un bosque al que entraba por las mañanas cuando las ramas con rocío forman un arcoíris. Es una experiencia maravillosa.”

 

En su texto lo expresa así: “También tú y yo, nosotros, podemos buscar los bellos cantos, las bellas flores, podremos encontrar el colibrí precioso; él podrá decirnos dónde, tú y yo, nosotros, podremos alegrarnos; ahí están con ellos. Tal vez podremos disfrutar la paz que hace felices los corazones”.

 

¿Qué se necesita para tener esa sensibilidad?, le pregunto.

 

“Yo digo que abrir la conciencia, quitarse la idea de que todo es malo. Lo único malo es el mal en sí mismo, pero fuera de eso todo puede ser bueno si sabemos percibirlo. Imagínese dos niños chiquitos, están en su cuna y entra una mariposa en su cuarto. Uno dice (asustado): ¡Ayayay! , y el otro se pone a jugar con la mariposa. Ahí, en el segundo niño, está la flor y el canto.”

 

¿Están en la sangre, en el corazón, en la inteligencia, en dónde?

 

“Pues es abrirse a una experiencia que pueda entenderse en forma distinta. A lo que da alegría. Ojalá pudiéramos todos practicar la flor y el canto, pero no es fácil, no. Requiere voluntad y esfuerzo.”

 

Escribe: “Los antiguos manuscritos, los cuicámatl, papeles de cantos, pueden ser la fuente con el agua que tal vez logre saciar los corazones. Lo que importa es aceptar que hay flores y cantos en las cosas con las que nos topamos en la vida. Percibir lo bello y bueno enterándonos de que estamos inmersos en un universo con males e infortunios, pero también con flores y cantos”.

 

Don Miguel cuenta que, a lo largo de su vida, siempre que ha tenido un problema piensa “flor y canto, flor y canto”, entonces un amigo suyo le pidió que escribiera algo sobre eso y lo hizo hace unos cinco años, pero guardó el escrito en un cajón hasta que la Coordinación de Humanidades de la UNAM lo publicó en 2016. El día de la entrevista lo acaba de grabar, con la hermosa voz de su sobrina Concha, para un álbum.

 

“Y es que yo no puedo grabarlo con mi voz porque tengo degeneración macular y eso me impide leer. Cuando iba a Cuernavaca siempre leía cinco, seis, siete capítulos de Don Quijote, ahora no puedo, pero tengo a mis alumnos que vienen y gracias a ellos trabajo. Ahora estoy haciendo mis memorias, porque he tenido una vida un poco fuera de lo común”. Y agrega con enorme gracia: “Ya ve que soy Living Leyend, según me nombró la Biblioteca gringa del Congreso”.

 

Cuenta que en 2013 le llamaron de Washington: “Lo hemos nombrado a usted Living Leyend”, y él pensó que era una burla. Le dijeron que era “el primero no gringo” en obtener el nombramiento. Porque, reitera, “creo que sí he roto con lo común”.

 

Recuerda: “Mire, por ejemplo, yo sucedí al doctor Manuel Gamio, el iniciador de la antropología moderna de México. Él había sido director del Instituto Indigenista Iberoamericano y cuando murió me eligieron. Y siendo director de eso, trabajaba también en el Instituto de Historia de la UNAM con el padre (Ángel María) Garibay. Ellos son mis dos maestros principales. Entonces, me llamó el Dr. Ignacio Chávez que era el rector y me dijo: ‘yo quiero que usted sea el director del Instituto de Historia’, le pedí tiempo para pensarlo y no me dejó, entonces en un momento dado era yo director de dos institutos; seguro que la gente ha de haber dicho o que tenía pacto con el diablo o que era yo un canalla miserable que quería abarcarlo todo. Eso rompe lo común ¿no?”.

 

Lo que verdaderamente rompe con lo común es que un hombre de 92 años todavía trabaje sin parar. Que un intelectual con su erudición, poseedor de múltiples Honoris Causa, sonría como un niño. Que un maestro que a lo largo de seis décadas ha formado a historiadores, escritores y lectores de diversas lenguas, se sorprenda ante el aplauso. Que un autor de libros traducidos a decenas de idiomas y con ventas de millones de ejemplares como Visión de los vencidos y La filosofía náhuatl siga defendiendo con pasión los derechos indígenas y la protección de las lenguas. Que una inteligencia de su nivel, consiente de los problemas de México, siga optimista:

 

“La flor y el canto hay que cultivarlos. Y no es sencillo. Depende de lo que uno cultiva. Yo recuerdo cuando teníamos una cabaña por Huitzilac en medio del bosque, una cabaña de piedra que yo construí. Salía y me tumbaba debajo de un árbol: flor y canto. Había un arroyo con agua: flor y canto. Ver mis árboles me cautivaba de manera profunda: flor y canto. La sonrisa de los niños: flor y canto. Ver las estrellas en el cielo: flor y canto…”

 

Qué necesaria es la poesía en estos momentos tan duros ¿no?, le pregunto.

 

“¿Verdad? Yo comienzo este texto del que hablamos diciendo que terminaba de escribir mi tesis de doctorado (Filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes) en 1956, cuando me topé con un trabajo de Martin Heidegger, De la experiencia de pensar (1954). Él sostiene ahí que el pensamiento puede ser mera filosofía y elucubración, lo cual es muy riesgoso. Y es que, según él, en Occidente aún no se descubría el carácter poético del pensamiento, el valor del canto. Entonces yo sostengo ante Heidegger que sí, que los indígenas aquí sí lo habían descubierto. Y esa es mi introducción al texto”.

 

En Flor y canto. Otra forma de percibir la realidad, Miguel León-Portilla asegura estar consciente de que escribe en la segunda década del siglo XXI y no en la “edad de la fe” cuando las preguntas básicas de la existencia tenían respuesta en virtud de las creencias. Estamos en una época, dice, cuando los seres humanos sólo aceptan lo demostrable, lo que le conviene, da placer o enriquecimiento, económico, sobre todo. Muy lejos los tiempos de Hume y de Kant y de la búsqueda de “verdades metafísicas”. Un tiempo en el que la filosofía ya no busca demostrar la existencia de un ser supremo, de un alma dotada de libre albedrío, ni de una vida después de la muerte.

 

Más allá de cualquier forma de filosofar, advierte el historiador, recibimos una gama enorme de información teórica, hallazgos científicos y tecnológicos extraordinarios que penetran nuestra conciencia.

 

Y continúa: Otras formas de percepción de la realidad nos acosan. Algunos positivos como los logros de la medicación, la transportación aeroespacial, la ciencia y la tecnología “que parecen todo arreglarlo”. Pero también el cambio climático, la miseria de millones, la desigualdad, la corrupción, el terrorismo, el crimen organizado, los secuestros, las migraciones o desplazamientos forzados. Todo eso que nos llega sin cesar a través de Internet y los medios.

 

A la luz de todo esto, se pregunta León-Portilla en su texto “¿qué sentido tiene filosofar aun cuando sea al modo del ‘cantante y el poeta’?”.

 

Don Miguel busca respuestas en ese conocimiento indígena que tanto ha estudiado y traducido para millones de lectores. ¿Será que a sus 92 años se encuentra tan bien porque tiene esa alegría de vivir? Responde dos veces: “En vez de ser quejica, hay que estar sonriente porque tendemos a ser quejicas”.

 

Y luego: “Pues sí, yo todo lo que hago, lo hago porque de veras creo que vale la pena. Aquí está un alumno mío, estamos haciendo una obra que creo que va a ser muy interesante, la va a publicar el INALI (Instituto Nacional de Lenguas Indígenas) en tres tomos que abarcan casi todas las lenguas indígenas de México, vamos a poner muestras de textos antiguos y modernos, en español y en la lengua original. Me ha costado mucho trabajo porque hay lenguas muy difíciles como la lengua Cucapá, la que habla un grupo que está en la desembocadura del Río Colorado. Y peor todavía, la Kickapoo. Los kickapoos son un grupo que vive en Muzquiz, Coahuila, van y vienen de Oklahoma porque tienen parientes allá, el otro día hablamos con la hija del jefe y ya quedaron en enviarme canciones, poesía, narrativa. También están los yaquis, fíjese que conocí a un antropólogo gringo admirable, Edward Spicer, él me regaló seis cartas en yaqui de un indio que se llamaba Juan Banderas, el que incitaba a la guerra contra quienes les habían quitado sus tierras… Es interesantísimo.”

 

Así, continúa emocionado, brotan cartas, escritos, canciones antiguas, y luego textos completamente modernos, de lenguas cuyos nombres la gente ni siquiera sabe. Por ejemplo, los huaves de San Mateo del Mar… “Mire todos los libros que tenemos Chonita (Ascensión Hernández, su esposa) y yo, porque ella es filóloga, por eso tenemos una biblioteca tan grande”. Señala orgulloso: “Mire, todos los libros de lenguas indígenas, aquí, todo lo de allá es náhuatl que es la lengua que mejor conozco aunque también sé de las otras. Y vamos a publicar tres tomos. Uno dedicado al náhuatl, antiguo y moderno y su literatura; otro a lenguas mayenses que son 30, y uno más con otras lenguas muy importantes como el zapoteco, mixteco, purépecha…”

 

¿Cuál es su poeta favorito?, le pregunto. Y dice: “Es muy difícil contestar, le voy a decir algunos. Me gusta mucho Enrique González Martínez; Manuel Gutiérrez Nájera, que era primo de mi madre, iniciador del modernismo mexicano, hasta tengo poemas originales suyos…

 

¿Y de los prehispánicos, es Nezahualcóyotl?

 

Pues sí, responde inmediatamente. “Hace poco publiqué un libro de él, muy grande, muy bonito, en el que narro, con auxilio de mis estudiantes, la vida de Nezahualcóyotl con base en el Códice Xólotl, con toda su obra, toda su poesía, su filosofía traducida del náhuatl y hasta episodios un poco terribles”.

 

Don Miguel narra uno de ellos:

 

“Nezahualcóyotl un día salió de camino yendo como quien dice a Texcoco y le salió un vasallo de él, el Señor de Tepexpan, y él tenía a una muchacha con la que se iba a casar que le gustó muchísimo a Nezahualcóyotl, entonces Nezahualcóyotl cometió ahí un terrible pecado que fue lanzar a este pobre a una guerra para que lo mataran y se casó con la muchacha. La muchacha, no uno, le dio varios hijos, pero uno de ellos al que le puso Quetzalpilli, ‘hijo del portento’, resulta que era un niño terrible, decía: yo voy a ser mucho más poderoso que mi padre, lo único que me interesa es tener flechas, arcos, dardos, es lo único, mi padre ha sido muy torpe, yo quiero… entonces se asustó Nezahualcóyotl y le dijo a Moctezuma, ¡ay que barbaridad este hijo mío! ¿qué irá a ser cuando crezca? Entonces Moctezuma le dijo: ¿quieres que te lo enderecemos? Sí, por favor. Se lo dieron, al mes le dijo Moctezuma: ya está arreglado el asunto de tu hijo, ¿cómo? Una guirnalda de flores… lo ahorcaron”.

 

El Códice Xólotl, responde a una pregunta expresa, se encuentra en París “es una belleza, somos el único país fuera del viejo continente que tuvo libros”.

 

Cuando León-Portilla cumplió 90 años en 2016 y le hicieron un gran homenaje en el teatro Juan Ruiz de Alarcón de la UNAM, la memoria me llevó hasta su casa cuando otra tarde, mientras me hablaba del Códice Alfonso Caso, recordó un antiguo poema y lo tradujo en voz alta: “Yo soy como un florido papagayo, hago hablar a las pinturas en la casa de los códices”. Para el autor de Visión de los vencidos: “de las pinturas brotan las palabras”. Así, de la energía intelectual de don Miguel, han brotado la historia, la poesía y la filosofía de los antiguos mexicanos en su propia voz, pero también el renacimiento de la literatura indígena en voz de sus descendientes. Como se dijo en el homenaje, el maestro ha dado un soplo de vida a ciudades y vestigios inertes.

 

Y ahora, en la obra de la que hablamos nos dice: “Tú y yo, y nosotros, como Nezahualcóyotl, podemos escuchar un canto y contemplar una flor. En una de sus composiciones, de corte filosófico, el poeta compara al Dador de vida con un tlahcuilo, pintor o escribano que, en un códice o libro de caracteres y pinturas, da origen a todo lo que existe pintando con flores y cantos”. Para don Miguel este es un paso más después de la experiencia en el bosque en busca de flores “porque nos lleva a entrever que nosotros mismos no sólo no estamos lejos del universo de la flor y el canto, sino que en cierto modo nuestro más íntimo ser se halla inmerso en la flor y el canto”.

 

Con flores pintas, /Dador de la vida; /con cantos das color /a quienes vivirán en la tierra. (…) Después destruirás a águila y jaguares. /Sólo en tu pintura /nosotros vivimos aquí en la tierra.

 

Según este poema, nos dice don Miguel, el universo es un códice o libro de pinturas, diseñado por el Dador de la vida, que a todo da origen con flores y cantos. Tan sólo así puede existir algo en la tierra.

 

Sí, escribe en su texto, hay preocupación y cansancio, pero la alegría reverdece al son de los cantos. “Decir esto es declarar que la realidad puede ser enmarcada de formas distintas (…) Si la contemplas y la enmarcas en el universo de la flor y el canto, será para ti, como lo dejó dicho Nezahualcóyotl. Te hallarás como reposando en el jardín en que crecen las flores que embriagan y se escuchan los cantos que alegran. Con ellos, como lo expresó también Nezahualcóyotl, podrás dar contento a las gentes.”

 

Hondura filosófica se desprende de la obra de León-Portilla. Habla de la capacidad simbolizante de nuestras mentes y del complejo aparato fónico nos distinguen. Afirma que nuestra debilidad es aparente y ostenta tal complejidad en su cerebro que hasta hoy no se nos han revelado en plenitud sus secretos. Y esto, según la reflexión de León-Portilla, es verdad asimismo respecto del oculto misterio de la conciencia. “El pequeño universo de nuestro cuerpo, tan fácilmente afectable por la enfermedad, se halla a la vez dotado de una extraordinaria autodefensa. A la luz de esto resulta posible aceptar que fuimos diseñados y hechos con flores y cantos”.

 

Bien puede hacer hecho suyo el poema de Temilotzin que incluye en su obra:

 

Yo he venido, /me pongo de pie, /forjaré cantos, /haré que los cantos broten, /para vosotros, /amigos nuestros./ Soy enviado del Dador de la vida, soy poseedor de las flores,/ (…) yo he venido a hacer amigos aquí.

 

Miguel León-Portilla siempre insiste, como Ayocuan Cuetzpaltzin, colega suyo del México antiguo, que “la amistad es lluvia de flores”.

 

 

(Entrevista inédita realizada el 25 de mayo de 2018)

 

FOTO: Miguel León-Portilla en su estudio a mediados de la década de 1960. /Fondo Ricardo Salazar Ahumada-Archivo Histórico de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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