El antihéroe como cantante: José José

Oct 12 • destacamos, principales, Reflexiones • 7553 Views • No hay comentarios en El antihéroe como cantante: José José

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La muerte de José José, uno de los cantantes más apreciados por el público de habla hispana, llama a revisar su trayectoria, marcada por buenos compositores y la construcción de un ídolo popular con gran voz y una vida en la que el amor y el infortunio fueron una constante

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POR JOSÉ HOMERO

La interpretación de “El triste” en el Festival de la Canción Latina es tan impresionante que ha fraguado en nuestro imaginario la imagen icónica de José José como encarnación del antihéroe romántico en el cual alientan rasgos del romanticismo histórico y de la tradición decadentista. Desde esta visión, la percepción de José José como romántico esencial no se debilita sino que se afianza en la suma de sus representaciones: el chico ilusionado que celebra a la amada; el amante desdichado que sufre la ruptura y pide el regreso de la adúltera sin reproches; el masoquista bohemio que se solaza en su ruina; el seductor arrogante que pregona sus dotes amatorias y condena a la ingrata.

 

El príncipe de la torre abolida

 

Cuantos como yo andarán
Solitarios sufriendo conmigo
La nostalgia de amar

 

José José personifica una sensibilidad popular que asocia amor con infortunio. Desde esta perspectiva, el cancionero josefino sería expresión agónica del amor cortés; y el cantante, un vate tardío. Si bien es cierto que la discografía primaria de José José comprende 31 discos, que exploran temas y géneros diversos, lo cierto es que el clisé es el personaje víctima del desamor. Acaso porque pocos conocemos a cabalidad su cancionero y en cambio la veintena de canciones infaltables en toda lista, recopilación o karaoke, son instigación y prueba de esa aura del fracaso como condición existencial.

 

José José se encuentra atrapado en las redes de una lectura constrictiva; además de encarnar la estampa del perdedor, su vida se interpreta buscando en los versos alegorías que permitan vislumbrar las huellas de la adicción, el conflicto sentimental y la intemperancia. No extrañará entonces que a la muerte de José Rómulo Sosa, las reacciones en el ciberespacio recalcaran el sello del ídolo desdichado y el hombre víctima del desamor. El melodrama que acompañó su velorio y la disputa de sus herederos fue la vuelta de tuerca que remachó la cripta simbólica en que se pretende confinarlo: escándalo y desventura en un solo giro.

 

El camino del (anti) héroe

 

Seré quien todo lo dio por triunfar
dejando su vida al pasar
hecha pedazos

 

En José José la vida determina al personaje y acaso por ello se insista en la pesquisa biográfica de un cancionero tan extenso como variopinto. La exploración de sus riberas revela dos hilos discursivos: la narrativa del desafortunado en amores –veta del romanticismo popular que enlaza con la bohemia y se enlaza en una atmósfera decadentista– y la del personaje que lidia con sus conflictos. Al final ambos cabos se anudan en la configuración trágica: la lucha contra un destino impuesto o contra una condena, sea esta la enfermedad o el desamor.

 

En sus inicios, José José busca ubicarse dentro de la escena pop de México y por extensión de la farándula latinoamericana. Por ello, en sus primeros álbumes –José José (1969), La nave del olvido (1970), El triste (1970), Buscando una sonrisa (1971)–, además de vacilar entre apelativos, géneros y vocación –o músico o intérprete, cuyo dilema representaría la portada de su disco presentación, hoy denominado Cuidado–, prueba diversos estilos, sin que predomine un ritmo y mucho menos una temática, como ocurrirá posteriormente. Junto a la veta bolerística, cuyas doradas pepitas de esta primera época son “La nave del olvido” y “El triste”, discurren las baladas que adecuan el pop más ligero a la sensibilidad mexicana, como “Monólogo”, “Sin ella”, “El día más triste del mundo”, “Ven y verás”, “Oh gente”, sólo para dar ejemplos.

 

Resulta revelador que aun cuando la actuación emblemática del Festival de la Canción Latina pertenece a este periodo, lo que predomina en las grabaciones es una medianía interpretativa. Pareciera que tras el infortunio de José José, cuya orientación middle in the road entrevera los ritmos predilectos del músico: bossa nova, jazz, pop ligero, canción italiana, bolero, que exhibe el poderío vocal del joven Sosa, en los siguientes productos se preferirá un fraseo menos educado y con una coloratura más informal, para adecuarse al rango medio favorito del gusto popular. Si rítmicamente la bossa y el jazz se relegaron para decantarse por boleros y baladas, en el campo lírico se prefirió la espontaneidad al registro canónico. En la producción, la variedad orquestal se decantaría para privilegiar el sonido que terminaría definiendo el estilo de la primera época de José José.

 

La resolución fue exitosa: La nave del olvido y El triste, segundo y tercer disco respectivamente, resultaron los primeros clásicos del intérprete, con su astuta mezcla de bolero, balada moderna –tendencia de la época conocida como “nueva ola”: melodía tradicional con ritmos inspirados en el rock, lírica desenfadada y temática juvenil–, bajo arreglos de un gusto orquestal pomposo y ciertos devaneos de jazz ligero. Guiado por músicos cuya tónica impregnó la producción popular mexicana de la época –Eduardo Magallanes, Chucho Ferrer, Mario Patrón, entre otros igualmente notables– y con el respaldo de los más destacados compositores –Armando Manzanero, Rubén Fuentes, Roberto Cantoral, Memo Salamanca–, José José logra reputarse como cantante, aunque sin distanciarse de los patrones dominantes. Artista de éxito, sí; mito, aún no.

 

Sucedieron álbumes dudosos, entre ellos el extraño De pueblo en pueblo, una propuesta conceptual que configura al intérprete como un trovador, casi un vagabundo campirano con estampas de nostalgia provinciana (¡el retorno maléfico!), que menguaron el impulso logrado por los raudos hitos de 1970. Sería hasta El príncipe (1976) que ocurriría una innovación. Como es ampliamente conocido, la pieza homónima legará al artista el apelativo Príncipe de la Canción. Y nueva apariencia: cabello largo, indumentaria a la moda, desenfado escénico –ahora incluso ¡baila!–. El cambio de rumbo musical, además de la melodía homónima, lo proclama “En las puertas del colegio”, viejo éxito de la nueva ola chilena, que reemplaza el perfil del crooner melancólico por el de un muchacho enamorado. Sin embargo, para indicar que ese nuevo derrotero no rechaza el anterior, al himno colegial con que abre el décimo álbum sigue “Remate”, un bolero de Rafael Cárdenas y Rubén Fuentes.

 

Reencuentro (1977) marca un nuevo periodo. A un tiempo es reencuentro con el género que más éxitos le había otorgado, asentado significativamente por la composición de apertura, “Recuerdos”, bolero de Cantoral, pero igualmente viraje hacia otro estilo y temática que marcarían al intérprete. “Buenos días, amor” de Juan Carlos Calderón, melodía pegajosa con carácter hímnico y festivo, manifiesta esta renovación, incluso en las maneras de interpretar, como se aprecia comparando los videos de las actuaciones de esta y la primer canción. Sin ser un disco homogéneo incluye temas determinantes para construir esa figura trágica que en adelante caracterizará al artista: “Gavilán o paloma” de Rafael Pérez Botija y “Amar y querer” de Manuel Alejandro. El estilo mexicano de su primer periodo se cambia por un sonido más iberoamericano, bajo la tutela de músicos ampliamente reconocidos en España, como los ya mencionados, y sobre todo el productor, Ramón Farrán, compositor clásico y de jazz con trayectoria popular ligada a Joan Manuel Serrat. Suya es “Gotas de fuego”, una de las canciones más complejas y menos rutinarias del catálogo, que a despecho de no ser suficientemente conocida es de las que mejor trasmiten ese romanticismo telúrico distintivo del vocalista.

 

Vivir para cantarla

 

Uno no es lo que quiere
sino lo que puede ser.

 

Punto de inflexión y piedra angular de la consagración, Reencuentro inaugura el ciclo medular de José José: “Volcán” (1978), “Lo pasado, pasado” (1978), “Si me dejas ahora” (1979). A la asociación con Pérez Botija, suma las de Juan Gabriel, Camilo Sesto y sobre todo Tom Parker, director y productor decisivo en la configuración del nuevo estilo musical. La cúspide es Secretos (1983). A la distancia diríase que es José José –al menos el avatar que engulliría las otras facetas– en estado puro. Si los discos anteriores habían aportado gradualmente nuevas temáticas, entre ellas la recapitulación seudobiográfica (“Lo pasado, pasado”, “Volcán”), al tiempo que adecuaban las viejas a climas más contemporáneos (“Si me dejas ahora”), en su opus número 19, además de conservar la línea reflexiva que se lee como confesión (“El amor acaba”) se encauzan dos vertientes líricas que serían decisivas en la conformación del antihéroe romántico: la construcción del amante, desdichado por definición, quien describe a la amada como ingrata y perversa (“A esa”), y la del seductor que se ufana de su potencia amatoria así sea con metáforas tan tradicionales como transparentes: “Voy a llenarte toda”, “Quiero perderme contigo”, “Esta noche la voy a estrenar”. A despecho de la carga misógina implícita, varias fueron escritas por las mujeres Alejandro: Ana Magdalena y María Alejandra. Compuesto y producido por Manuel Alejandro –con quien volverá en Grandeza mexicana (1998)– es uno de los puntos culminantes de la canción castellana. Aquí alcanza también su más depurada expresión lírica con versos que lo mismo remiten a la filosofía que al decadentismo:

 

Porque el tiempo tiene grietas
Porque grietas tiene el alma
Porque nada es para siempre
Que hasta la belleza cansa
¡el amor acaba!

 

Lascas

 

José José no siempre fue José José, patrono del infortunio. En la construcción simbólica del santo bebedor a quien invocamos desde el rincón de una cantina confluyeron la retórica del bolero y sus ramificaciones; los patrones rutinarios –lírica y melódicamente– de la balada romántica; y por supuesto la poética de sus compositores artífices, que podríamos definir como un vago neoromanticismo que parte del fracaso como recapitulación vital mientras proclama un erotismo tan edulcorado como presuntuoso. Son estas las vertientes tanto líricas como inherentes a la narrativa de los géneros, las que se fueron añadiendo en el curso de su trayectoria hasta moldearlo ídolo. Sería injusto, sin embargo no comprender que ese personaje, sobre todo literario –pues tal es la lírica– habría quedado incompleto –o sería menos memorable– sin las peripecias vitales del artista. De ahí que al final personaje y vida, canciones y acontecimientos, música y lírica, versos y notas, terminaran compactándose en esa estatua consagrada. Ídolo: el hombre del montón adorado por el público porque es uno de los suyos, según definición del gran filósofo Cantinflas.

 

FOTO:

 

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