¿Una obra blazaciana?

Dic 7 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 3206 Views • No hay comentarios en ¿Una obra blazaciana?

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POR JAVIER MUNGUÍA

 

El 9 de noviembre de 1963, eufórico luego de concluido el primer borrador de La casa verde, un joven Mario Vargas Llosa confiesa en una carta a su amigo Abelardo Oquedo su ambición de “no morirse antes de la decimoquinta novela, y luchar sin cuartel por escribir una obra cuantitativamente balzaciana y cualitativamente flaubertiana”.

 

El segundo designio, aun siendo Mario Vargas Llosa un novelista de primera línea, es discutible; en cuanto al primero, se ha cumplido con creces: a 60 años de la aparición de su primer libro, se publica Tiempos recios (Alfaguara, 2019), su novela número diecinueve.

 

Los precedentes inmediatos del libro no alentaban muchas expectativas. El sueño del celta, recreación de la vida de Roger Casement ambiciosa pero lánguida y excedida de datos; El héroe discreto, banalidad melodramática que se lee con placer culposo; Cinco esquinas, ajuste de cuentas con el fujimorismo, ameno pero lastrado por el exceso de diminutivos y superlativos, por la torpeza y la prisa. ¿Encontraría Vargas Llosa una vía digna para continuar su obra novelística? Tiempos recios no ofrece una respuesta concluyente.

 

Acusado de comunista cuando era en realidad un reformista social, el presidente guatemalteco Jacobo Árbenz fue derrocado por Estados Unidos en 1954. Tomó el poder un régimen entreguista y represivo liderado por Carlos Castillo Armas. Estos son los hechos centrales que inspiran la novela. Además, Vargas Llosa recrea la presunta confabulación entre el dictador dominicano Trujillo, la CIA y Enrique Trinidad Oliva, primer ministro de Castillo Armas, que habría culminado en el asesinato del usurpador tres años después de aupado al poder.

 

El grueso de la novela son 32 capítulos, enmarcados por una suerte de prólogo, “Antes”, y un epílogo, “Después”. “Antes” intenta dar contexto al conflicto: según se narra, fue Edward L. Bernays, publicista de la United Fruit Company, con la aquiescencia de su gerente, Sam Zemurray, quien urdió la campaña contra Árbenz, presentándolo como comunista ante la amenaza que para sus intereses supusieron las reformas modernizadoras que Arévalo inició y Árbenz continuó. Esta campaña derivó en la operación de la CIA para derrocar a Árbenz.

 

Según historiadores consultados, Vargas Llosa comete errores subsanables con la revisión de bibliografía básica. Leemos, por ejemplo, que Zemurray descubrió el banano en Centroamérica y que el imperio de la UFCO era obra de él solo (p. 17), cuando eso correspondió a Minor C. Keith; Zemurray se integra a la empresa en su momento de mayor auge. Vargas Llosa también exagera el papel de Bernays como pionero en el uso de la publicidad para la manipulación política, pues ello cobró fuerza al menos medio siglo atrás, con la intervención estadounidense en la independencia de Cuba, en 1898.

 

Se podría aducir que en la novela se manipula la historia con intenciones dramáticas, pero es un argumento de difícil defensa, ya que Bernays y Zemurray no se cuentan entre el elenco principal del libro e incluso no reaparecen en él sino como referencias. Son estas licencias válidas en una ficción, de cualquier modo, aunque aquí lucen más bien como descuidos.

 

Vienen luego 32 capítulos de vertiginosa narrativa, con una estructura que si bien no recupera la complejidad de las primeras novelas del autor, sí es más exigente que las últimas. Planos se alternan y entrecruzan: Árbenz y su programa político enfocado en combatir la desigualdad y convertir a su país en una democracia moderna; una conjura misteriosa entre un tal Enrique y un dominicano (luego descubriremos sus motivos e identidades); el pusilánime Castillo Armas, en plena negociación del golpe contra Árbenz; la orden de Trujillo a su esbirro Johnny Abbes de asesinar a Castillo Armas; la represión desatada por el régimen de este contra todo opositor y sospechoso de comunista; las presiones de Estados Unidos a Árbenz y cómo se pactó su renuncia; la historia de Marta Borrero, amante de Castillo Armas, y su implicación en un hecho nodal de la novela; otros personajes menores que ayudan a redondear el escenario.

 

Reconstruir la cronología dislocada con astucia es uno de los placeres del libro. Los capítulos se complementan unos a otros, y aunque eso suene a típica novela vargasllosiana, el autor parece consciente de que no puede llevar más allá la alternación mecánica de líneas narrativas. Demostrado con solvencia su dominio de la alternación simétrica de planos, y habiendo hecho uso y abuso de la estructura binaria, aquí se interesa en estructuras más flexibles. Ya en La Fiesta del Chivo la alternación estricta de tres planos se rompe en favor de las necesidades de la trama, y en Cinco esquinas los planos se alternan con menos rigidez.

 

La última parte de Tiempos recios, “Después”, se asemeja mucho al cierre de Historia de Mayta: un narrador identificado con Vargas Llosa se entrevista con quien le inspiró uno de sus personajes, Marta Borrero. Aunque el encuentro con la excéntrica octogenaria es simpático, el personaje no ameritaba cerrar la novela: si bien su plano se lee con interés, tiene mucho menos peso que los otros protagonistas; y, excepto algo de humor, esa entrevista final poco aporta a la trama.

 

Terminada la charla, Vargas Llosa editorializa sus conclusiones sobre lo narrado: califica la intervención de Estados Unidos sólo como “una gran torpeza” en vez de condenarla con energía. Parece querer persuadirnos, como en un artículo de opinión, de que su gravedad estriba en lo que habría producido (aumento de antinorteamericanismo; radicalización de la Revolución cubana; proliferación de guerrillas, grupos terroristas, y, como respuesta, dictaduras militares en América Latina) y no en el hecho mismo del derrocamiento de un presidente democrático por una potencia extranjera.

 

 

Más allá del polémico planteamiento, molesta la obvia intrusión del autor en su ficción. Pero el lector no es un ente pasivo ni la fallida estrategia debería ser motivo para defenestrar Tiempos recios. Del grueso de la novela se desprende no una postura timorata ante el derrocamiento de Árbenz, sino una condena franca ante el intervencionismo estadounidense.

 

 

FOTO: Tiempos recios, Mario Vargas Llosa, Alfaguara, México, 2019, 354 pp. / Especial

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