Art Basel Miami Beach, el tamaño sí importa

Ene 18 • Conexiones, destacamos, principales • 7175 Views • No hay comentarios en Art Basel Miami Beach, el tamaño sí importa

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POR GERARDO LAMMERS

A juzgar por Meridians, la nueva sección de Art Basel Miami Beach, obras en gran formato ubicadas en el Grand Ballroom del Miami Beach Convention Center, se podría decir que una de las consignas de esta feria —la más notable de América, que a principios de diciembre pasado cumplió 18 años— es que el tamaño sí importa.

 

Aquí están, como parte de los 34 proyectos que conforman la sección, Auge o decandencia del arte cubano (2006) de Flavio Garciandía, pintura abstracta de 20 metros de largo. Fool’s Gold (1982) de Alexis Smith, de casi siete metros de largo por tres de alto, muestra a un gambusino que jala a un burro sobre el que va montada un mujer desnuda. “Algunas veces los hombres se vuelven locos con el calor”, dice la frase escrita en el marco. Cocktail Party (2015) de Tom Friedman, por su parte, es una escultura-espejo del mundillo del arte donde 26 personajes realizados a escala humana departen en una fiesta.

 

La tarde se extingue y afuera, descendiendo unas escalinatas, bajo un fantasmagórico árbol de Bayou que encaja sus lianas en la arena, y junto a Los límites de lo posible (2019), un grupo de seis esculturas geométrico-pétreas de Jose Dávila, está el verdadero cocktail. El champán de la casa Ruinart sacia la sed de burbuja de los asistentes. Terminaría la noche estrellándome contra una puerta de cristal que había tras unas cortinas, luego de un par de mojitos, en el cocktail que ofreció el galerista neoyorquino Sean Kelly en honor del taiwanés Wu Chi-Tsung y del propio Dávila en el bar El barbero ciego del hotel Nautilus. ¿Debo acaso de entender esto como una metáfora de mi acceso al mercado del arte?

Cocktail Party (2015), de Tom Friedman, presentada por la galería londinense Stephen Friedman y la neoyorquina Luhring Augustine. / Cortesía Art Basel

 

 

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Al día siguiente me presento en un iluminado salón, por donde se filtraba la luz del sol que todos esperaban, con una pequeña herida en el nacimiento de la nariz oculta por las gafas (que por fortuna resistieron), a la recepción de prensa. Luego los periodistas hacemos el primer recorrido por los stands de las 269 galerías participantes, entre éstas las mexicanas Agustina Ferreyra, kurimanzutto, Labor, OMR y Proyectos Monclova.

 

Este primer día, cuando las puertas aún no están abiertas al público en general, es clave, pues las obras están disponibles para los clientes VIP, que en cuestión de minutos comienzan a hacer sonar las cajas registradoras.

 

Visito primero el stand de la fundación suiza Beyeler, donde las obras no están a la venta, que suele ser una especie de contrapunto, y lo que encuentro es Goya. Los desastres de la guerra, 25 grabados del maestro español del siglo XVIII.

 

En la galería suiza Mai 36, pregunto por Studies for Holograms (1970), una cruz de cinco impresiones en papel fotográfico con las imágenes del súper estrella Bruce Nauman, su autor, manipulando su boca y estirándose el pescuezo. Su precio, 60 mil dólares.

 

Templon, galería con sede en París y Bruselas, exhibe Early Morning: Woman Lying on Bed (1992) de George Segal. Trescientos mil dólares.

 

Una pequeña pieza de aluminio del minimalista Donald Judd, sin título, de 1984, se ofrece en un millón 200 mil euros en la galería italiana Lía Rumma.

 

De Carlos Cruz-Diez, fallecido en julio pasado, la texana Sicardi Ayers Bacino pone a la venta el cuadro Physichromie Panam 240 (2015) en un millón 200 mil dólares.

 

Cien dibujos a lápiz sobre papel tamaño carta del tailandés nacido en Buenos Aires Rirkrit Tiravanija, sobre protestas sociales, pueden adquirirse en 250 mil dólares en la galería Gavin Brown (Nueva York-Roma).

 

Del ghanés Amoako Boafo, una de las revelaciones de 2019, aún se pueden comprar sus óleos diluidos en 25 mil dólares en Mariane Ibrahim (Chicago) y en 40 mil en Robert Projects (Los Ángeles). Boafo, cuyas obras recuerdan a Egon Schiele, pinta con los dedos. Sus retratos presentan a personajes de la diáspora negra, amigos suyos varios de ellos, sobre fondos monocromáticos.
En la galería paulista Almeida y Dale voy a ver la obra de Tarsila do Amaral, dentro de la sección Survey, dedicada a proyectos históricos. Quiero saber cuánto cuesta Paisegem con ponte (1931), un óleo sobre tela de formato mediano de esta pionera del modernismo brasileño. Una mujer me dice que la pieza está on hold, en espera de que el posible comprador tome la decisión y que, por tanto, no me pueden dar el precio (la obra está valuada en 20 millones de dólares).

 

Gagosian, uno de los monstruos de Art Basel Miami Beach, con cuatro galerías en Nueva York y sedes en Los Ángeles, San Francisco, Londres, París, Génova, Basilea, Roma, Atenas y Hong Kong, exhibe, en contraesquina del Oyster Bar, obras de Picasso, Warhol, Koons, Prince, Hirst y Basquiat. Como un toque de limpieza han optado por no poner cédulas, ¿para qué?

 

A un lado, en el stand de la parisina 1900-2000, encuentro lo que pensé que nunca iba a encontrar: obra de Marcel Duchamp. Eau & Gas á tous les étages (1959) cuesta 192 mil 500 dólares. El agente que me atiende me hace saber, con gutural acento, que se trata de una “edición de súper lujo”.

 

De acuerdo al reporte “The Art Market 2019”, preparado por Clare MacAndrew para Art Basel y el banco suizo UBS, durante 2018 las ventas en el mercado global del arte alcanzaron los 67.4 mil millones de dólares, su segundo nivel más alto en diez años.

Obras del pintor ghanés Amoako Boafo en el stand de la galería Thomas Erben. / Cortesía Art Basel Miami Beach

 

 

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“Las ferias son lugares difíciles”, dice Jose Dávila, “porque efectivamente están dedicadas a la parte más fea —se ríe— del arte, que es la parte de la venta, del mercado”. Sostiene que ver una obra en una feria es como ver una planta en un vivero.

 

De entre los artistas mexicanos presentes en la feria, Dávila (Guadalajara, 1974) es el único que está presente en cuatro galerías: OMR (Ciudad de México), Sean Kelly (Nueva York), Travesía Cuatro (Madrid-Guadalajara-Ciudad de México) y Nicolai Wallner (Copenhague). Sus esculturas, que combinan materiales como el concreto, la piedra, el cristal y los cinchos, hablan de balances precarios. Obras suyas pertenecen a las colecciones del Kunsthalle de Hamburgo, el Centre Pompidou de París y el Reina Sofía de Madrid. Los límites de lo posible estuvo montada en el malecón de La Habana, en abril pasado, como parte de la Bienal de esa ciudad.

 

—¿Cómo entiendes el arte? —le pregunto, mientras bebemos agua mineral en una de las cafeterías del recinto.

—Pues es un pregunta difícil. Lo que es cierto es que el arte nunca deja de ser una expresión individual que obviamente se permea a través de momentos colectivos en la historia, y en situaciones políticas y sociales. Pero siempre parte del individuo. Me parece que estamos en un momento del mundo en donde todo está hiperactivado, donde hay una sobreoferta, pero de todo, no nomás de arte.

 

Recuerda que cuando era niño había dos o tres canales de televisión en Guadalajara y que a la una de la mañana se terminaba la transmisión —imita el ruido agudo que emitía el aparato—, apareciendo franjas de colores en la pantalla. Ahora su hija tiene acceso a 600, 24 horas al día.

 

“Veo que en el arte hay un problema donde no hay tiempo, todo va demasiado rápido, hay una exigencia de tiempos y desarrollos que a lo mejor son contraproductivos con la esencia del arte, por la voracidad del mercado, de la crítica, de la cantidad de museos, de la cantidad de artistas, de la cantidad de todo. Entonces hay una especie de sobreexposición. Como que vivimos en el mundo de la hiperrealidad”.

En primer plano y al centro, una obra de Jose Dávila en el stand de la galería madrileña Travesía Cuatro. / Cortesía Art Basel Miami Beach

 

 

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Dentro del Miami Beach Convention Center uno puede perder la noción del tiempo, así que de cuando en cuando salgo a la calle a contemplar las palmeras, los edificios art déco y disfrutar del buen clima, si bien es cierto, como lo han advertido los participantes de una de las mesas del ciclo “Conversations”, entre ellos el periodista David Wallace-Wells, autor del libro The Uninhabitable Earth, Miami es una ciudad con grave riesgo de inundaciones por el calentamiento global.

 

Sentado en las gradas que dan a la avenida Washington, mientras veo el desfile de modas de la gente que entra y sale, abordo a Eileen Lerner, una fotógrafa neoyorquina, blanca como si la hubiera pintado Edward Hopper, que espera a que unos amigos suyos le traigan su boleto de entrada (el ticket diario cuesta 65 dólares).

 

—El año pasado no compré nada —dice—. Pero compré en Aqua (una de las ferias satélite). Adoro a Matisse y a Man Ray, son mis favoritos.
—¿Tienes obra de Matisse y Man Ray?
—No, pero me gustaría.
—Art Basel es una feria cara…
—Muy. Y continúa yéndose más y más alto. Casi compro un Man Ray en Sotheby’s este año. ¿Y a ti que te gustaría comprar? —me pregunta.
Le digo que a muchos, pero no tengo dinero. La herida de la nariz aún me duele.
—Claro… yo le dije a mi marido: “No me compres un anillo de bodas, cómprame un Matisse” —se carcajea—. Fue hace muchos años. Debió de haberme escuchado.

 

 

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“Algo está podrido en el mundo del arte y probablemente sea esta sobrevaluada fruta”, publicó el New York Post en su edición del viernes 6 de diciembre, del cual me encuentro un ejemplar en el pasillo de mi hotel, cortesía para los huéspedes. En la portada del tabloide sensacionalista aparece la pieza Comedian (2019) del italiano Maurizio Cattelan: un plátano pegado a un muro con gruesa cinta adhesiva gris. “Bananas!”, tituló el diario. “El mundo del arte se ha vuelto loco. Esta fruta encintada fue vendida por 120 mil dólares”. Aunque al final olvidé acercarme al stand de la galería parisina Perrotin para ver en vivo la pieza de Cattelan —autor de La nona ora (1999), una escultura de Juan Pablo II alcanzado por un meteorito—, el escándalo desatado por los medios y las redes sociales ante la que podría considerarse la más hiperrealista de sus esculturas fue más que evidente. Por supuesto que el plátano de Cattelan funcionó como un poderoso imán para los adeptos a las selfies. Lo mismo que las piezas elaboradas con espejos y mensajes como “ALL I NEED IS LESS” de Jeppe Hein, que presentó Nicolai Wallner y que, luego de ser vendida, fue sustituida por otra que decía: “ALL YOU ARE IS THE RESULT OF WHAT YOU HAVE THOUGHT”. “Si te gustan mis principios, tengo otros que también te pueden interesar”, diría Marx.

Comedian (2019), de Maurizio Cattelan, presentada por la galería parisina Perrotin. /Cortesía Art Basel Miami Beach

 

 

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Les pido a Belén Valbuena y Pedro Maisterra, de la galería madrileña Maisterravalbuena, que me expliquen cómo funciona el mercado del arte. “Pues no tengo ni idea. Habría que hacer una tesis”, dice Belén, nativa de Burgos.

 

El pamplonés Maisterra y ella, universitarios los dos, pertenecen a la primera generación de galeristas españoles que han llegado al negocio sin contar con una tradición familiar ni una colección que los respalde. Abrieron en 2007.

 

“Al final lo que nuestros coleccionistas ven es la calidad del trabajo y que tú creas en él. Las cosas no funcionan si el galerista no cree en su artista”, agrega.

 

—¿Es una cuestión de fe?
—En nuestro caso ha llegado a serlo —interviene Pedro—. Nosotros vendemos sin querer.

 

Cavalo sem cabeça (2018) del carioca José Damasceno es una de las obras protagonistas de su stand, un viejo caballito de juguete cuya cabeza, extraviada, fue sustituida por el dibujo de una constelación en dorado. Quince mil dólares.

Cavalo sem cabeça (2018) de José Damasceno en el stand de la galería Maisterravalbuena

 

 

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Sean Kelly ha estado presente en las 18 ediciones de Art Basel Miami Beach. El inglés de 65 años llegó a Nueva York en 1989 con los bolsillos vacíos, acompañado de su esposa y sus dos pequeños, luego de vivir con intensidad parte de los años sesenta y la década de los setenta completa, como músico primero y curador después.

 

“En esta ocasión hemos vendido más a museos que en años anteriores”, dice este hombre de piel rosada, gafas y bigote, sentado a la mesa redonda de su stand.

 

A pregunta expresa, habla sobre Jose Dávila.

 

“Una de las cosas que me gustan de su proceso de trabajo es que está abierto a la posibilidad de fallar todo el tiempo. Y para fallar tienes que jugar y probar: probarte a ti mismo, probar tus ideas, probar los materiales. Pienso que en pocas ciudades puedes hacer esto fácilmente. Puedes hacerlo en Nueva York, pero sería demasiado caro. Probablemente puedes hacerlo en Bombay. Puedes hacerlo en Guadalajara. Tal vez en el Midwest, en Milwakee”.

 

—¿Sigue siendo Nueva York el gran centro del mercado global del arte?
—Sí, por mucho —dice.

 

De acuerdo a “The Art Market 2019”, Estados Unidos —del cual Nueva York es la punta de lanza— es el mercado más grande del mundo, seguido muy de lejos por Inglaterra y China. Estas tres naciones tienen más del 80 por ciento del mercado.

 

“Cada seis u ocho años nos dicen que habrá un nuevo centro: Los Ángeles o Chicago o Seattle o algún otro. No, es Nueva York. Está delante de cualquier ciudad. Delante de Londres o París o Berlín o Shanghái o Hong Kong”, dice Kelly.

 

Le pido que me dé una clave para entender el mercado.

 

“El mercado ha cambiado desde que lo conozco. Antes no había dinero. Había muy poco apoyo para los artistas en los años sesenta y setenta. Pero en los últimos cuarenta años el mercado ha pasado de ser un hilito de agua en mitad de la pradera a convertirse en un Amazonas. Y lo que más ha cambiado es el dinero. Quiero decir que el dinero ha llegado de una manera descomunal, de modo que ahora tenemos diferentes mercados del arte, donde caben desde los artista reales, que están haciendo arte de manera seria y honesta, hasta los que literalmente son colaboradores de los inversionistas. Viniendo de los años sesenta, me doy cuenta de que es un lugar diferente. Pero no te puedes quejar de eso. Lo que tienes que hacer es averiguar cómo (el mercado) puede funcionar de una manera consciente y moralmente aceptable, apoyando a los artistas de la mejor manera, y marcar la diferencia”.

 

—¿Diría que hay una crisis en el mercado del arte?
—La hay. Es una crisis de conciencia, una crisis moral. Todos sabemos, excepto estúpidos como el actual presidente de Estados Unidos, que hay una crisis ecológica en el mundo. Los océanos están más contaminados que nunca, la Tierra está perdiendo su capa de hielo, estamos perdiendo especies en niveles alarmantes. Si continuamos en esta dirección sobrevendrá nuestro aniquilamiento.
Kelly menciona el Brexit, a Bolsonaro, la crisis en Francia, el regreso del fascismo en Alemania y Austria, para subrayar que estamos inmersos en una crisis política.

 

“La crisis del mercado del arte tiene que ver con que no podemos separarnos de todos estos eventos y quedarnos en una burbuja, rodeados de un montón de dinero, pretendiendo que nada de esto está ocurriendo. Y, simplificando mucho, las galerías más grandes están acaparando los recursos, como una aspiradora, matando a las galerías más pequeñas. Estamos matando el ecosistema del mercado del arte. Es insostenible que sólo existan cinco o diez galerías globales. Y es, además, increíblemente aburrido. Cada vez estamos viendo a artistas que se comportan como si fueran corredores de bolsa o banqueros. Desde mi punto de vista deberíamos de ser la alternativa y no el problema”.

 

 

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En la plaza sur, sentado en una gradería, veo a un tipo de pelo blanco, coleta de caballo, al estilo de Karl Lagerfeld, que me da toda la impresión de ser uno de esos coleccionistas millonarios que vienen realmente a comprar obra.

 

“No tengo tiempo”, me contesta cuando me acerco.

 

Cerca del South Market, me encuentro con otro tipo elegante, sentado muy derecho en una banca. Michael Hackett dice llamarse. De San Francisco. Dealer de arte y coleccionista.

 

“Es una buena feria cualitativamente. Desearía que hubiera más obra de la posguerra. La feria se ha vuelto cada vez más contemporánea, pero los mejores artistas de los cincuenta y sesenta deberían estar más destacados, especialmente los abstractos expresionistas”.

 

Hackett, coleccionista blue chip —como se le nombra al mercado top— cuenta que compró en la feria madre de Basilea una obra del japonés Kazuo Shiraga, fundador del movimiento gutai, en 250 mil dólares.

 

“Los precios han variado dramáticamente en los últimos años, pero pude adquirir esa obra cuando Shiraga no tenía representante. Es el tipo de oportunidades que ando buscando en las ferias de arte. Artistas importantes, obras de primer nivel, pero también sorpresas”.

 

Hackett considera que en su área, la del expresionismo abstracto, hay un crisis, pues el mercado no está creciendo.

 

“Y la razón es porque no tienes suficiente material de ese periodo. Esto quiere decir que si estás buscando, pongamos por ejemplo, un De Kooning, no es tan fácil encontrarlo porque la mayoría de sus obras ya están en manos de coleccionistas privados. Así que no puedes tener un mercado vibrante sin obras disponibles”.

 

 

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Paso por el stand de kurimanzutto y veo a Damián Ortega. Me dice que tiene que salir corriendo al aeropuerto. Otro que pasa por ahí es Lynx Alexander, personaje tan ligado a la feria que de alguna manera se ha apropiado de ella. En esta ocasión, este asesor de arte y artista neoyorquino de 58 años lleva una tiesa corbata hecha de mariposas que se eleva por encima de la gorra negra que cubre su cabeza.

 

—¿Por qué las mariposas? —le pregunto.
—La gente ama las mariposas. Constantemente me dicen: “¡oh, mariposas!, ¡trae mariposas!”.
Llega alguien a saludarlo. “Lo siento”, les dice. “Estoy en una entrevista”.
—¿Cómo está cambiando el arte?
Goodness! No sé si el arte está cambiando o soy yo el que está cambiando…
—¿Qué piensa del mercado del arte?
—Me gusta de hecho. Me gustan los negocios. Me gusta la manera en que el arte es negocio, aunque supongo que el arte es arte. Es extraño, pero soy más un hombre de negocios que un artista.

 

Llegan unas mujeres a saludarlo y a tomarse un foto con él (dice que hay quien tiene fotos de sus 18 corbatas, una por cada edición de la feria). Ya me iba, cuando Lynx me detiene para decirme por lo bajo:

 

“Carlos Slim ha empezado a seguirme en Instagram”.

 

 

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Sobre Lincoln Road hay una serie de 13 esculturas de Botero. Quizá la más celebrada sea un busto masculino gigante con una diminuta hoja de parra cubriéndole el dominico. Voy a ver el mar y en la playa me encuentro con un “castillo de arena”, en la forma de 66 automóviles escala 1:1, varados en un tramo de autopista de dos carriles que emergía de la arena. La instalación Orden de importancia de Leandro Erlich.

 

“Los carros han sido un símbolo de autonomía y libertad”, declaró Erlich a El Nuevo Herald. “Pero no necesariamente avanzamos cuando conducimos”.

 

Sí, el tamaño de nuestro atasque, sí importa.

 

FOTO: Auge o decadencia del arte cubano (2006), del cubano Flavio Garciandía, obra presentada por la galería suiza Mai 36 que formó parte de la nueva sección Meridians./Cortesía Art Basel Miami Beach

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