#TeOdioMás Furia y enojo en redes sociales

Ene 25 • destacamos, principales, Reflexiones • 12391 Views • No hay comentarios en #TeOdioMás Furia y enojo en redes sociales

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Las redes sociales, considera este filósofo, son hoy un campo de batalla donde las fuerzas políticas incitan y multiplican los ataques a sus enemigos, con el uso de bots y algoritmos, sin dar mayor opción a opiniones y emociones diferentes

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POR ERNESTO PRIANI SAISÓ

El 15 de enero pasado Reporte Índigo informaba, a través de un tuit a las 6:10 de la mañana, de la llegada del periodista Jorge Ramos a la conferencia de prensa del presidente de la República. Menos de dos horas después, el tuit provocó esta reacción en Twitter de @JoeFrancRamirez:

 

 

El mercenario del periodismo vuelve a Mx, quiere salir de la invisibilidad y obvio, colgándose de los huevos del presidente lo logrará.
Está clase de personajes sólo se contratan con la derecha rabiosa para crear fake news.

 

 

No fue, por supuesto, el único en responder de esa forma. La presencia de Ramos en la mañanera, que llegó a ser tendencia en Twitter ese día, desató una furiosa batalla campal entre aquellos que lo consideraron una alimaña, un sometido a los intereses de Estados Unidos, entre un sinnúmero de calificativos negativos, y los que en cambio lo llenaban de elogios de todo tipo, para defenderlo de cada tuit desenvainado.

 

La batalla, sin embargo, no consistía únicamente en calificar la figura del periodista, los tuiteros se atacaban entre sí, de formas denigrantes e incluso más violentas, en pequeñas escarnamusas entre aguerridos combatientes.

 

Cualquiera que se asome a las redes sociales como Twitter o Facebook podrá observar cómo, cada día, algo tan inocuo como un desayuno, una caída, una maleta extraviada o la foto de un viaje, desata ahí batallas tan sangrientas como la toma de Stalingrado.

 

En un artículo académico publicado el año pasado, “Distribution of Emotional Reactions to News Articles in Twitter”, los investigadores del Instituto Politécnico Nacional Omar Juárez Gambino, Hiram Calvo y Consuelo-Varinia García-Mendoza, después de hacer una muestra de varias noticias de tres periódicos nacionales y de reunir una base de datos de los tuits relativos a tales noticias, encontraron que las emociones más comunes (entre un 70 y un 90%) expresadas en relación con las noticias por los tuiteros son las de tristeza y enojo.

 

Los autores no entran a discutir en su artículo cuál puede ser la razón de que estas emociones y no otras, como las de sorpresa o alegría, sean las dominantes, pero sus resultados constatan lo que vemos cada día en las redes: hay mucha, mucha gente enojada.

 

No es ninguna novedad. Desde hace tiempo sabemos que la principal respuesta en las redes son las emociones. Pero es curioso cómo de todas ellas, con el paso del tiempo sea la furia la que se exprese con mayor frecuencia. ¿Será que, sin saberlo, cada uno de nosotros nos hemos ido enojando cada vez más?

 

A lo mejor ese coraje es, como creen algunos, algo propiciado y connatural a las redes sociales. Pero tal vez esa explicación no basta, y resulta que el enojo ha sido de alguna forma magnificado o inducido de forma deliberada.

 

Si hacemos algo de memoria –la verdad es que no fue hace mucho tiempo, Facebook se fundó en el 2004, Twitter en 2006, WhatsApp en 2009, Instagram en 2010, Snapchat en 2011– podemos recordar que las redes sociales no fueron en el pasado lo que son hoy y no se analizaban bajo las categorías que lo hacemos en este momento. Es obvio, pero siempre es bueno recordarlo, todo cambia con el tiempo, y la mirada optimista sobre las redes sociales se ha ido volviendo cada día más obscura.

 

Por ejemplo, en 2009, César Cansino un observador de Twitter de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, publicó en su blog “Diez tesis sobre el Homo Twitter”. Visto a la distancia, sus tesis reflejan una visión muy optimista sobre Twitter en el momento del inicio de su uso masivo en México. Por ejemplo, su tesis 7 decía así: “Con el Homo Videns el Homo Twitter comparte lo lúdico, pero de manera creativa no pasiva.” O la 10: “El Homo Twitter es la síntesis virtuosa del Homo Ludens (lo lúdico) y el zoon Politikon (la acción en libertad)”.

 

En menos de ocho años, toda esa alegría por ser creativo e ingenioso en Twitter se ha ido opacando. El mismo Cancino, en 2017, en un artículo publicado en la Revista Mexicana de Ciencias Sociales, revisa sus propias tesis y propone otras nuevas, entre las cuales encontramos, por ejemplo, la tesis 12: “Si Twitter es el nuevo espejo de las sociedades modernas, el Homo Twitter proyecta lo mejor y lo peor de las mismas.” En que ya no todo es positivo, y los usuarios de Twitter también revelan su rostro más obscuro.

 

También la tesis 14, que describe bastante bien lo que observamos para el caso de Ramos: “Por la vía de la crítica, el Homo Twitter se convierte en juez de sus gobernantes y de las élites en general, pero también, de regreso, enfrenta el dedo flamígero de aquellos a quienes critica.” O la tesis 17 en que ya todo se ha vuelto negativo: “El Homo Twitter, como ente colectivo, puede ser ocasionalmente propositivo, pero su condición natural es ser reactivo, o sea que su actuar debe ubicarse más en la negatividad que en la positividad”.

 

¿Qué pasó en esos años? ¿En qué momentos nos enojamos tanto, al punto que el enojo, la indignación, la furia, se volvió la emoción dominante para participar en las redes sociales?
A menudo cometemos el error de pensar que las redes sociales son neutras, en el sentido de que sólo son herramientas de comunicación sin un sesgo que las incline hacia algún lado, y que detrás de cada expresión en ellas hay una persona que emite una opinión o expresa una emoción. Pero desde hace tiempo sabemos que hay dos factores que intervienen directamente en el funcionamiento de las redes, sobre todo a partir de que se convirtieron en una eficaz herramienta política, y que a veces inducen y otras fomentan ciertas tendencias: los algoritmos con que están construidas y el uso de robots (bots) por parte de grupos de interés para producir tendencias, magnificar las existentes y ganar el espacio público.

 

Las redes sociales están programadas de forma que no es transparente para el usuario. ¿Sabemos por qué, al entrar al Facebook nos aparecen las entradas de ciertos amigos y no de otros? Y lo mismo ocurre con cualquier otra red social, ¿por qué si alguna persona que sigo le da me gusta a un tuit éste me aparece a mí? Algo que no somos nosotros determina el contenido que vemos, no sabemos si por afinidad, participación, cercanía o cualquier otro tipo de principio.

 

Con acciones tan simples como determinar qué ves en tu pantalla, las redes sociales acentúan una tendencia, por ejemplo, mostrándote contenido similar al que la has dado “Me gusta”, mientras limitan otras, siempre sin que tú puedas intervenir.

 

En 2018 supimos, por ejemplo, del caso de Cambridge Analytica. Una compañía que fue denunciada por utilizar los datos personales que conserva Facebook para manipular elecciones en diversas naciones, pero especialmente en Estados Unidos. La empresa usó precisamente los datos sobre las preferencias de los usuarios, para ofrecerle contenido que lo inclinara hacia una opción política, aprovechando el modo como funciona el algoritmo de Facebook.

 

En cuanto a los bots, el 4 de noviembre del año pasado, en una de las conferencias de prensa mañaneras del presidente, Alejandro Mendoza Álvarez, quien tiene a su cargo la operación de la Plataforma México (la red gubernamental que aloja las bases de datos criminalísticas y de personal de seguridad pública de todo el país), presentó elementos para mostrar que muchas de las trifulcas políticas en Twitter tenían como un componente bots que dan retuis o emiten contenidos, en este caso, contra el presidente o el gobierno. Fue uno de los últimos episodios de una constante que se viene denunciando desde al menos el 2012: las fuerzas políticas han estado haciendo uso de esta herramienta para amplificar, incitar, multiplicar los ataques a sus enemigos políticos.

 

A estas alturas debería quedarnos claro que, si bien la expresión de enojo es un elemento de las redes manifestada lo mismo por consumidores insatisfechos, ciudadanos inconformes, personas lastimadas, militantes de partidos confrontados, su predominio está siendo fomentada, amplificada e incluso inducida tanto por la lógica con que funcionan las redes, como por este fuego cruzado entre los más variados agentes políticos y económicos que salen a la defensa de sus intereses.

 

Dicho de otra forma, no es sólo una reacción genuina; es en muy buena medida una reacción estimulada. Ese enojo le es útil a más de uno y se ha convertido en una peligrosa trampa para todos los demás.

 

Pensémoslo así: el enojo en redes retrata la vida social, no sólo la vida política, bajo el lente de una sola reacción, que es la que comúnmente brinca de las redes a los medios tradicionales. Se trata, por supuesto de una mirada que distorsiona porque desaparece cualquier otra respuesta emotiva. Si estamos sorprendidos y preocupados por el nuevo virus en China, no importa, porque estamos muy enojados por un tuit de Denise Dresser.

 

Corremos, pues, el riesgo que este retrato limitado de nuestra vida se traslade de manera efectiva a toda nuestra vida social, ya lo está haciendo en la vida política.

 

El enojo tiene el efecto de colocarnos siempre en uno de dos grupos sin importar de qué tema se trate. Da lo mismo si es que Lorenzo Córdova tuitea una convocatoria pública del INE, @Aurzua07 le grita:

 

PURO ATOLE CON EL DEDO, ES DE LOS QUE CONTRATAN PUROS RECOMENDADOS!

 

Y @SofiaLp90154741 que escribe

 

Yo estoy con el INE vamos Lorenzo Córdoba con todo.

 

La imagen de unas redes perpetuamente enojadas limita también nuestra mirada sobre ellas. Ahí sólo vemos un campo de batalla, un territorio a donde se entra si uno está dispuesto a dar y recibir sin descanso. Se anulan así toda otra opción de participación, de usar y expresar ideas. Las opiniones y emociones diferentes en las redes se vuelven menos visibles.

 

Esto tiene como consecuencia, por supuesto, la inhibición de la participación. Hemos sabido de cancelaciones de cuentas, y en algunos casos extremos de suicidios. La andanada de ataques simplemente inhibe, mata la actividad y se adueña del espectro de las redes como un virus incontenible. A fin de cuentas, ¿Qué puede refrenar el enojo? ¿La anulación del otro, su silencio perpetuo? ¿Su desaparición, así sea virtual?

 

Finalmente, expresar emociones se ha vuelto una de las habilidades más difíciles en nuestra sociedad. Al explotar el enojo a través de las redes, quienes operan bots y programan los algoritmos nos impulsan a vernos todavía más chatos emocionalmente, limitando nuestra posibilidad de encontrar matices y de expresar molestia o irritación de otras formas, así como de expresar mucha alegría, o simple turbación.

 

La pregunta ahora, por supuesto, es qué se puede hacer para contener esta tendencia sin anular las expresiones legítimas de indignación. Sabemos que después de mucho tiempo, algunas de las plataformas están comenzando a hacer algo, siempre tímidamente, siempre de forma limitada y ambigua. Twitter, por ejemplo, anunció que uno podrá decidir quienes pueden responder a un tuit de modo que se pueda contener los comentarios anónimos o de desconocidos. Su eficacia esta aún por verse. En el caso de otras plataformas como Facebook e Instagram, éstas han reforzado la vigilancia sobre lo que se publica, con una muy ambigua política contra las fake news. Nada, en realidad, que cambie el horizonte, y nada que afecte el uso indiscriminado de bots. Como en México, por lo demás, estamos completamente a merced de estas corporaciones, con apenas voz en el desarrollo de sus políticas, ¿qué podemos hacer?

 

No es mucho, la verdad. Pero quizás ha llegado el momento de pensar en qué tipo de usuarios somos en las redes sociales, qué tanto podemos actuar a contracorriente, estimular otra forma de expresar y responder en ellas, a pesar de los estímulos para hacerlo con furia. No hay remedio, nuestra civilidad pasa por qué tanto podamos contener y desterrar este enojo que nos está carcomiendo.

 

 

ILUSTRACIÓN: Dante de la Vega

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