¿Será necesario un día del hombre…? Estrategias para resignificar la violencia

Mar 7 • destacamos, principales, Reflexiones • 5187 Views • No hay comentarios en ¿Será necesario un día del hombre…? Estrategias para resignificar la violencia

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POR JUAN GUILLERMO FIGUEROA PEREA

 

Esta pregunta la he escuchado en diferentes ocasiones, en especial ante la cercanía del 8 de marzo. He encontrado respuestas categóricas en términos de que no, pues este es resultado de una acción política para evaluar si ha disminuido la desigualdad hacia las mujeres, mientras que los varones viven privilegios y, por ende, no requieren consideraciones al respecto. Sin embargo, estudios que conozco sobre temas de paternidad, de salud y de violencia, entre otros temas, han documentado experiencias contradictorias en la vivencia de muchos hombres. Por ende, me pregunto si un día como el 19 de noviembre, ya nombrado en algunos países como ‘del hombre’, podría resignificarse con una buena justificación política y conceptual, con el fin de depurarlo y, a la vez, ser un acompañante del día de la mujer, por ejemplo en el tema de la violencia.

 

 

Los datos estadísticos de múltiples investigaciones muestran una menor esperanza de vida de los hombres con respecto a las mujeres. Como parte de la explicación de ello, se destaca que muchas muertes masculinas están asociadas a comportamientos aprendidos desde su socialización de género, más que a enfermedades, por lo que se llega a afirmar que “la masculinidad es un factor de riesgo” para que “se mueran como hombres”. Entre dichas causas de muerte es significativa la violencia entre sí y contra sí mismos, por ejemplo, en los homicidios, en los suicidios e incluso en accidentes viales, además de prácticas de no autocuidado e incluso, de búsqueda intencional de riesgos, con el fin de legitimarse como hombres.

 

 

Ello tiene también consecuencias negativas para las mujeres con quienes interactúan y por ello, pregunto ¿podría hablarse de violencia contra sí mismos, por negligencia suicida y por omisión de cuidado, dentro de una socialización de género, de la que no son totalmente responsables (por no ser los autores originales), pero sí reproductores de la misma?, ¿podríamos intentar algún paralelismo con la categoría de “la banalidad del mal”, de H. Arendt, según la cual un sujeto es parte de una cadena de normas a cumplir y por ende, es insuficiente cuestionarlo, sin considerar a la par aquello a lo que obedece?

 

 

Vale la pena reflexionar si es posible retomar la lectura de Rita Segato, según la cual los hombres son las primeras víctimas de los mandatos de la masculinidad, pues tienen que ponerlos en práctica. No es determinista su lectura, pero es frecuente asociar la experiencia de ser hombre con el ejercicio de la violencia, si bien es menos frecuente encontrar acciones sociales para prevenir la violencia que viven los hombres, en buena medida porque se ha documentado que la ejercen mayoritariamente otros hombres. Sin embargo, las investigaciones muestran a los mismos hombres asumiendo como natural que la violencia vivida es parte de su entorno masculino. Por lo mismo, difícilmente dichos personajes demandan su derecho a una vida libre de violencia, e incluso enunciarlo es visto con sospecha por quienes propusieron como acción afirmativa la ley por el derecho de las mujeres a una vida libre de violencia, ya que se ve a los hombres como victimarios. Sin embargo, no se escucha a los hombres demandando ellos su derecho a no vivir violencia.

 

 

En el ámbito de la paternidad, se ha observado que muchos hombres aprenden modelos de género que les transmiten referencias culturales, según las cuales son reconocidos en la medida en que proveen económicamente y protegen su entorno familiar, a la vez que se presentan como autoridad y educador, aunque si se construyen estas expectativas desde la auto-referencia, cada una se experimenta en solitario. Paralelo a ello, no se suelen analizar elementos de salud y enfermedad, asociados a dichos atributos, en tanto, constitutivos de la paternidad. Es decir, puede hablarse de muertes por razones laborales, o por proteger a la familia. No obstante, no se habla de salud o mortalidad paternas. En el caso de las mujeres, existen acciones sociales institucionalizadas que buscan mejorar la salud materna (en especial alrededor de fallecimientos durante el embarazo, parto y puerperio), a través de servicios de salud reproductiva, pero no así con los hombres. Sin embargo, tampoco existen demandas de dichos hombres, argumentando su derecho a la salud, en lo general y menos en el ámbito de la paternidad, en lo particular.

 

 

En la reflexión sobre la sociedad patriarcal, se considera que el sistema ha tomado como referencia al ‘sujeto masculino’ y con ello ha marginado, invisibilizado y descalificado la experiencia de las mujeres. Con el tiempo se ha visto que dicho sistema también discrimina a sujetos masculinos que no corresponden con el modelo hegemónico, pero incluso a los mismos sujetos de referencia, pues al no ser parte de la alteridad (de lo diferente), pareciera que no tienen necesidad de reflexionar sobre sí mismos, con el fin de poder justificarse. Sin embargo, con ello se les dificulta reconocerse e historizarse como sujetos de género, lo cual se desarrolla en relación, entre ellos y con las mujeres. No obstante, tampoco hay movimientos equivalentes a los grupos feministas, como los que estimularon que las mujeres se re-conocieran a sí mismas. ¿Sería posible intentar algo análogo entre los hombres?, ¿qué repercusiones tendría para su reconocimiento y para sus intercambios con mujeres?

 

 

En reflexiones previas propuse que los hombres podríamos apropiarnos de los medios de producción de lo que somos como sujetos de género, a través de la introspección, la reflexión y la toma de conciencia de nosotros mismos, como individuos y en contextos relacionales. Esto facilitaría reconocer omisiones y violencias en nuestros intercambios con mujeres y con otros hombres, como para tomar conciencia de las desventajas y potenciales discriminaciones a las que estamos expuestos por el lugar que ocupamos en el sistema patriarcal.

 

 

Hace pocos meses, en el marco del día del hombre, colegas psicoanalistas de la escuela lacaniana, organizaron en la UNAM una sesión de diálogo guiada por la pregunta “¿qué quieren los hombres?” y me parece que lograron un acercamiento interesante para invitar a reflexionar sobre lo que somos. Por su parte, colegas de Costa Rica adaptaron dicho día para estimular reflexiones colectivas sobre lo que van cambiando alrededor de la salud de los hombres, por ser uno de los ámbitos donde se ven claramente las desventajas de sus respectivos aprendizajes de género. Este 2020, compañeros del CIDE decidieron organizar un diálogo sobre deconstrucción de la masculinidad, como una forma de acompañar la jornada del 9 de marzo, a propósito de un día sin mujeres. Me parece una estrategia pertinente y necesaria, en ese proceso de reconocerse en términos relacionales.

 

 

Por lo mismo, sugiero dialogar sobre preguntas como las siguientes: ¿podríamos generar acciones para reducir la violencia contra nosotros mismos y así facilitar intercambios más respetuosos con todas las personas con quienes convivimos?; ¿podríamos estimular procesos de reflexión sobre lo que somos y lo que queremos ser, como una estrategia de apoderarnos de nuestra historia?; ¿sería un día del hombre una buena oportunidad para evaluar qué tanto hemos avanzado en reconocernos y dignificarnos como sujetos de género y, con ello, construir condiciones de posibilidad para relaciones más lúdicas entre nosotros y con las mujeres?; ¿será que con eso podríamos acompañar más integralmente el sentido del el 8 de marzo, día de las mujeres?

 

ILUSTRACIÓN: EKO

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