El prestigio de la intimidad

May 9 • Lecturas, Miradas • 2350 Views • No hay comentarios en El prestigio de la intimidad

/

Ordesa, de Manuel Vilas, y El día que no fue, de Sandra Lorenzano, apelan a la fuerza natural de las palabras y su efecto evocador, potenciador y creador

/

POR ETHEL KRAUZE
En esta época de pos-verdades, las noticias se vuelven fácilmente fake news y las novelas se autonombran escrituras sin ficción. No es poca cosa enfrentarse a la tecnología del instante a la redonda, con las aparatosas imágenes de por medio. La literatura ha comprendido que su mejor estrategia es la contraprogramar, es decir, regresar a su humilde y portentoso origen: construir la caja de herramientas que nos ayudarán a sobrevivir los malos tiempos y a aprovechar los buenos, compartiéndolos en relatos sobre nosotros. La literatura de las verdades humanas, a través del ojo profundo del narrador.

 

Pocas novelas recién publicadas me han conmovido en estos tiempos como las que aquí comento. Novelas muy lejos de las invenciones sobrenaturales y de las epopeyas históricas y de las coyunturas políticas. Novelas de carne y hueso que no son metáfora, sino que representan a los propios autores, con sus lágrimas, sus pérdidas y sus incertidumbres.

 

En Ordesa, Manuel Vilas cuenta el viacrucis de una hecatombe personalísima, tan universal como la vida de cada uno de sus otros, con palabras tan puras, tan humildes en su reconocimiento de sí mismo, que no se pueden leer sin una punzada en el corazón. La pérdida de un matrimonio, la muerte del padre y de la madre, en un lapso de unos meses, la caída en el alcohol y la depresión. La lejanía de los hijos, la búsqueda del lugar donde se fue feliz, el recorrido por las fotografías, la deuda de amor a los que ya no están. Una soledad necesaria y asumida para morirse de pena, entrar al pozo y sólo así emerger, con las páginas escritas por delante.

 

Un escritor de pura cepa. No aspira a nada más que a llorar honrando al padre con el que nunca se entendió y a amar a una madre que va descubriendo desde el otro lado de la muerte. Y ahí, en esa recuperación literaria, aparece un país que ya no existe, una época que ha culminado. Cuando España era España y los amores se dejaban puestos en el paisaje, en el acento, en las tiendas, en la ropa, en los olores y los abrazos que, en conjunto, han desaparecido.

 

Una novela de desapariciones en las que el narrador se aferra en retener. Y lo logra, palabra a palabra, con un dechado de poesía a la que aspira todo escritor que se respete.

 

En ese soplo de intimidad, la novela El día que no fue de Sandra Lorenzana, nos sumerge en otro mundo desapariciones, duelos y homenajes. Una relación amorosa que termina abruptamente, y la deja en el exilio. Exilio de una vida en común, de un espacio, de una historia, de un futuro. Finalmente, de un país, de un relato propio.

 

Hay que volver a mover el timón. Enfrentarse a las reminiscencias de la infancia y sus destierros, honrando a padres y patrias que la acogen y la abandonan en sucesión de duelos por persecuciones, enfermedades y amenazas en forma de sombras acechantes de las que huye hacia el abismo. Emergerá como muchos otros, con el grito de preguntas convertido en letanía. Una novela como un poema, una plegaria convertida en novela para que todos sepamos que no estamos solos, que no sufrimos en el aislamiento. Que la literatura sirve para hacer un coro y que nos escuchamos en la pesadumbre y también en la esperanza.

 

Ambas novelas tienen el mérito de haber recuperado el sentido material de la literatura: con esto quiero decir, de su materia prima, aquello de lo que está hecha, el lenguaje mismo. Apelan a la fuerza natural de las palabras y el efecto evocador, potenciador y creador en la configuración de su sintaxis para expresar lo que necesitan. No recurren a efectismos, temáticos o formales, para hincar el renglón en la sensibilidad de los lectores.

 

No cargan tramas pesadas ni complejas para despistar o entretener. Se mantienen como un solo de violín pleno de resonancias en las que se derivan escenas de otros tiempos y otros espacios, en concordancia con la melodía señera.

 

Aunque las obras son harto diferentes en el tono de su prosa y en el tono del dolor que encierran, parecen un juego es espejos en cuanto que han optado sus autores por retomar el prestigio de la intimidad en la literatura. Aquello que ha ido perdiendo a lo largo de las últimas décadas, en pos de competir en el mercado contra las series de televisión, las plataformas multimedia, los video juegos y los títulos de auto ayuda. Ya no digamos de los book-toubers y los egresados de Instagram con sus flamantes premios. Los escritores han tenido que lanzarse a jugar una ruleta rusa entre la fama y la primogenitura. Algunos toman el camino fácil. Otros, simplemente no pueden.

 

Los lectores tienen ahora más grande el pajar para buscar la aguja de cada día. También se cansan de la pasarela, de las plumas de cabaret y la publicidad descarada. Hay obras para todo el mundo, y eso tal vez se llame democracia. Celebro que todavía la literatura tenga adeptos tanto entre los autores como entre los lectores, y el prestigio de la intimidad se conserve y se renueve en nuestro idioma.

 

FOTO: Ordesa, Manuel Vilas; Alfaguara, México; 2019, 392 pp./ El día que no fue, Sandra Lorenzano; Alfaguara, México; 2019, 200 pp.

« »