Ausencia de la mano derecha

May 23 • destacamos, Ficciones, principales • 4441 Views • No hay comentarios en Ausencia de la mano derecha

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La caricia y el tacto utilitario pueden ser duelos a muerte, de los que sólo puede quedar el recuerdo de un muñón y la nostalgia por un lado oscuro de la vida

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POR LUIS JORGE BOONE
1. La pluma resbaló de la mano, la derecha, la supuestamente firme, la educada. Yo releía lo escrito en la libreta y no puede escuchar el golpe sobre la duela. La descubrí de pie, encajada, incrustada, alzándose de la madera, pedestal. Eso eras: no lecho, pedestal; no pozo, diana para el dardo, rampa al cielo del esquí. Podrá fallarme la puntería, podrán confundirse mi pulso y mis ojos —esta mano derecha que por momentos no es mía—, mi voz que sólo se escucha al escribir, pero una pluma bien afilada, que se deja llevar por la gravedad, acierta cada vez, se encaja donde debe. Como mi cuerpo, sin dudar, en el tuyo. Como un cuerpo a través del túnel del conejo en Maravillas: ¿qué es la caída si no una aceleración hacia tu oscuridad interior? Como el suicidio heroico. Nada cambiarás con tu desplome. Caer según las leyes naturales, sin apelaciones metafísicas, sin entorpecer con la voluntad el dibujo de su sueño.

 

 

2. Esta es la caída. Mira: sin mano. Mira: la izquierda sonríe: dejará su lugar maldito y pasará a ser la única: Caín que no mató, pero celebra; no apuñaló, pero saca cuentas ambiciosas, de única heredera. Dice la ciencia del fantasma: si el miembro fue cercenado en el momento de blandir un sable de luz, su eternidad será una batalla contra nada y contra nadie. Aparecerá en sueños de quien antiguamente la mandaba. Pero será partisana y dividida: maldición, una venganza. La locura. Buscará su muñón y al no encontrarlo tú serás el extraño. Peleará contigo hasta el cansancio. Una y otra vez. Banda sin fin de la pesadilla. Molino de noche y culpa. A cruzar tu arma contigo mismo yo te condeno. Hasta que el último amanecer te borre del tablero.

 

 

3. Esta mano se desgasta, se desnuda, se resume en su esqueleto. Permanece fiel. Empuña cuando su reina, la cabeza, percibe amenaza; prestidigita cada vez que la boca, su perdición, miente sin esforzarse en ocultarlo. Animula de mí. Simulacro de mí. Cyborg de mí. Mano robot: mano negra: mano santa.

 

 

4. El cuerpo de un amante empieza en las manos. La derecha que se enlaza con la izquierda ajena. Y viceversa. Tomarse de las manos. Tomarse —qué palabra impúdica, que invasiva operación nocturna, qué entrada a saco, qué cita vigilada por drones y bufetes advenedizos (en sus signos vitales, en el largo de los silencios, en la cabellera que no alcanza hasta el suelo y pierde el salto mortal del caballero): tomarnos, tomarte: como sujetarte, como beberte—, tomarte implica siempre un cortocircuito en el cableado. Implica tomas de corriente, ensayos en el set entre una toma y otra, excesos de bebida, mojarse y subir el switch, toma y daca, tomar posesión y merecer un exorcismo, mojarse y dar de sí —desentumecerse—, mojarse y traicionar el honor de los ladrones. La botellita con el letrero Bébeme guarda tanta verdad como cualquier palabra entre dos enamorados. Bébeme y disfruta: Bébeme y atente. (Etiqueta reduccionista, Bébeme nunca querrá decir solo Bébeme.) Tómame. Házmelo. Así, más fuerte. Arrepiéntete y cree en el evangelio. Caminar uno al lado del otro implica no poder saludarse como extraños. Implica un mismo bando. Implica que las manos se revuelven, hacen corto, se funden las resistencias, salen chispas. Significa que nunca, ni en la muerte, ocuparemos lados opuestos en la mesa de los tratados. Que la última ceremonia, antes que darnos las manos como embajadores enemigos, será el saludo marcial de los que saben el lugar y la hora de su inminente deserción.

 

 

5. Luke: siempre tuviste las manos de tu padre. Luego, el mismo vacío que hay en la mano derecha de tu padre. Heredado por tu padre, provocado por tu padre. Las mismas manos. Primero carne, luego metal. Juegos de manos, lucha de pulgares, aplaudir con una sola tus hazañas infantiles: koan herencia, amor sin fin. Dedos largos, de pianista, los tuyos. Este niño y su futuro, este niño y la música que todavía no toca pero escucho, vibra debajo del papel tapiz de mis percepciones, eso —o algo semejante— dijeron de ti. Luego, el tajo, el láser, la luz de la verdad que es castigo y amor paternal. Lo que él recibió. Rituales con nombres clavados a martillo: circuncisión, ablación, mutilación. Esto sobra. Un corte al futuro. Él te ama. Por eso te lo da.

 

 

6. Perder la mano derecha es perder la manifestación más exacta de tu voluntad. Es quedarte sin cayado, sin espada, sin pistola, sin cuchillo, sin batiboomerang, garras de adamantio, Ojo de Agamotto, destrozado Mjolnir mío. Ver caer tu mano derecha es perder toda oportunidad de no salirte del borde al colorear tu colección de recuerdos blanco y negro. Es perder la mayor sumisión de tu cuerpo: eres mi mano derecha, esa maldición que se extiende como un manto sobre el subordinado. Mantra: tengo en ti mi mano derecha… Hasta que la pierdes. Entonces la zurdera, la vuelta en U, el juego de dónde —dígame debajo de cuál vaso— quedó el lado opuesto del cerebro. Y te refaccionas. Otra mano derecha a la medida. Crecida no de tu cuerpo sino de la civilización, esa fe en lo visible. Otra mano y sobre ella la misma brida. ¿Qué perdiste entonces, si ganaste claridad? Si tu mano derecha encuentra en sí misma ocasión de pecado, córtatela, deja que la corten, en ese duelo padre-hijo donde sabes más de lo que nunca pretendiste: entrégala con todo y sable de luz. Preferible es entrar con repuestos biomecánicos al reino de los cielos, y no que todo tu cuerpo, por una mano —triste mano pecadora, mala recluta, alzada en armas, por amor y fidelidad a sí misma amotinada—, deba dar explicaciones cuando te entinten, a las puertas de marfil y cuerno, el ADN, las huellas digitales.

 

FOTO: Especial

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