Verónica Murguía: “la fantasía es una de las formas de la inteligencia”

Nov 7 • Conexiones, destacamos, principales • 5460 Views • No hay comentarios en Verónica Murguía: “la fantasía es una de las formas de la inteligencia”

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POR ILIANA OLMEDO
Autora de una narrativa tan rica como diversa, Verónica Murguía, nacida en la Ciudad de México, celebra sus sesenta años este 2020 con la afirmación de su capacidad para narrar. Su obra, exquisita y vasta, semeja el trabajo del alquimista. Su magia se encuentra en el lenguaje, en la palabra que nombra y crea. Murguía es una maga para quien sólo existe el vocablo justo y preciso, de esta especie de sortilegio surge su literatura, donde la realidad y el pasado siempre se miran a través del filtro de la fantasía. Al igual que el primer arcano del tarot, tiene los pies muy bien puestos en el suelo, pero su mirada se dirige a nuestros sueños, a aquello que ocultamos y buscamos sesgar. Hablamos con ella acerca de su hechicería, de secretos, embrujos y encantamientos. La literatura de Verónica Murguía está permeada por la relación con la niñez, su más reciente libro, “Una infancia normal” (2019), es una honesta y profunda exploración acerca de los fantasmas que construyen la identidad a través del análisis del pasado, un pasado ciertamente marcado por su singularidad. No sorprende entonces que su trayectoria se haya movido con igual soltura entre el relato infantil y juvenil como en la narración para adultos, su obra abarca desde excelentes textos para niños, como Hotel Monstruo, ¡bienvenidos! (2002), Mi monstruo Mandarino (2007), Ladridos y conjuros (2008), por mencionar algunos, las novelas juveniles El fuego verde (1999) y Loba (Premio Gran Angular Internacional 2013) hasta los magníficos relatos históricos de El ángel de Nicolás (1998) y la novela Auliya (1999). Esta voz universal, que ha sido traducida al alemán, italiano y portugués, nos descubre de que está hecha nuestra condición humana.

 

 

Tus cuentos y novelas parten de sucesos históricos, ¿de dónde viene tu interés por la historia? ¿Se entroncan el pasado y la fantasía?
Mi interés por la Historia viene de mi niñez. Como fui torpe y enfermiza me la pasaba leyendo un montón de novelas de aventuras situadas en el pasado: Los tres mosqueteros, Sandokan, Pimpinela Escarlata, donde todo lo que sucedía era emocionante, exótico. También leí, sin ningún criterio, crónicas de la Edad Media y la Biblia. Mi abuela, quien era una maravilla, trató de guiar mi lectura de la Biblia, pero no lo logró del todo y quedé muy espantada. Como dice Carlos Fuentes, la novela parte de lo real y, también, de lo imaginario. Todo el arte funciona así. Creo que si leyéramos más Historia, si en la educación básica se ampliaran los estudios históricos, seríamos sujetos más críticos y tendríamos acceso a más recursos para tomar decisiones. Cuestiones urgentes de hoy, como la forma que tiene hoy en día la lucha de las mujeres por vivir sin violencia, el nacionalismo hirsuto de este gobierno, la misma pandemia, tienen antecedentes en el pasado. Yo no puedo tragarme la píldora nacionalista que tantos rencores provoca, porque he leído la vida del padre Las Casas o las crónicas de Bernal Díaz del Castillo. Sé que considerar a los aztecas como todo México es un hecho centralista, etcétera.

 

Y lo de la fantasía, me temo que como lo que más leo es Historia de la Edad Media y me interesa mucho leer sobre religión y mito, pues en esa época y, sobre todo en la idea que tenemos nosotros de esos siglos, se entrelaza todo. Pero en la forma liberadora de vivirla, la fantasía es una de las formas de la inteligencia. Es una de las estrategias de la mente para descifrar o intervenir en la realidad. Una mente sin capacidad para imaginar sería muy estéril, así como una mente sin asideros en la realidad es una mente que sufre, una mente enferma.

 

 

Algunos novelistas como Carlos Montemayor, Tomás Eloy Martínez o Elena Garro emplearon el relato que hace referencia a hechos históricos para rebatir o cuestionar el pasado y, sobre todo, las versiones oficiales, ¿cuál es tu punto de vista?
Aspiro a hacer lo mismo. En mi trabajo “para adultos” ese es mi objetivo. Y hasta en lo de fantasía. Auliya es una novela en la que hay muchísimo amor por el legado árabe. Cuando entré en la Universidad, experimenté una especie de conversión porque me enteré de la realidad de las Cruzadas, un hecho por el que la Iglesia ha pedido perdón. Hace unos años escribí un cuento que se titula El rey de Jerusalén en el que narro, ateniéndome a los hechos, la conquista de esa ciudad, la destrucción de esa ciudad por parte de los cristianos, quienes faltaron a todas las leyes humanas y divinas en ese acto. Mataron a todo el mundo, incluyendo los cristianos que vivían allí. ¿Cómo alguien puede creer ciegamente en la bondad de tal o cual campaña guerrera después de leer eso? Yo no. Por eso cuestiono las versiones oficiales porque suelen ser maniqueas, ya sean de derecha o de izquierda.

 

 

Las protagonistas de tus novelas suelen compartir perfiles: fortaleza, seguridad, soledad, son seres que por contravenir las características tradicionalmente impuestas a las mujeres son excluidas de sus comunidades, ¿de dónde surge este tipo de personajes?
Pues de la necesidad de contar historias, así a secas. Supongo que se convierten en historias un poco alternativas porque las protagonistas son distintas. Auliya es coja, en el desierto, donde cualquier característica que hiciera débil físicamente a la persona la marginaba. Luned es fuerte, quiere saber, que en la Edad Media estaba mal visto. Soledad, la princesa de Loba no es estereotípica porque no es bonita, cortés o casable. Es una joven que quiere ser un hombre, fuerte y apto para el desempeñarse con gloria en la guerra. La pobre cree en el glamour de la guerra, que en la Edad Media era enorme, quizás más grande que el de la santidad.

 

 

Las familias y las relaciones familiares son un eje central de tu narrativa, las alianzas, los matrimonios, las relaciones filiales, ¿qué representa la familia en tu narrativa?
Pues creo que de mi experiencia. Yo quise muchísimo a mis padres. Ellos fueron personas muy extravagantes. La verdad, no resultaron los padres más maduros o diestros en la crianza, pero los hijos suelen amar a los padres a pesar de sus defectos y viceversa. Ahora, en las familias como la mía, se sufre muchísimo. Mi familia no fue muy armoniosa. Era, para usar el léxico de moda, muy disfuncional. Y bueno, pues me interesa por eso. Creo. Y es el tema eterno de la escritura. Desde Jehová y su tempestuosa relación con sus criaturas y su Hijo, hasta Dostoievski, o más para acá David Foster Wallace y tantos, la familia es el matraz donde se mezclan las debilidades y fortalezas de muchos.

 

 

Decía Federico Campbell, citando a Elio Vittorini, que una columna es un diario en público, ¿qué significa para ti Las Rayas de la Cebra? ¿Podría decirse que es tu conexión con la cotidianidad?
Es eso, un diario público, pero me di cuenta hace poco. Qué razón tenían Fede Campbell y Elio Vittorini. Las rayas… son mi diario, mi termómetro. Yo quería que fueran crónicas de la vida en la ciudad. Eso incluyó mi propia casa. Qué burra. Al principio quise describir la vida como si estuviera asomada por la ventana. Y nada, muchas veces he escrito asomada a mi propia cabeza. Es inevitable.

 

 

En este sentido, recientemente publicaste un libro acerca de tu infancia, un texto extraordinario sobre tu acercamiento a la lectura y los libros, pero inusual dentro de tu trayectoria literaria, ¿de dónde surge este interés por la autobiografía? ¿Cómo lo conectas con el resto de tu obra?
Yo creo que surgió de la pérdida de mi madre y ahora de mi padre, quienes, como todos los padres que en el mundo han sido, fueron los personajes más importantes de mi infancia. Creo que nunca más en la vida se está en el mundo con la intensidad de la niñez. Y, ahora que mis padres ya no están, un montón de cosas han vuelto a mí con fuerza, impulsadas por la nostalgia. También quería expresar hasta dónde fueron importantes los libros, como me nutrieron, me dieron la idea de ser. Debo a mis lecturas lo mismo que debo a la experiencia y eso de que la vida no está en los libros es mentira. La vida, algunas partes importantes, sí está ahí.

 

La lectura definió mi vocación, mi oficio, mi personalidad entera. Esa infancia lectora modeló aquello que hemos dado por llamar “valores” (qué raro, como si fueran objetos, no una parte dinámica del espíritu), mis aficiones y hasta mi gusto en la ropa.

 

 

¿Tiene la literatura alguna utilidad? ¿Para qué escribir?
No sé, pero si algo indica la Historia, así con mayúscula, es que escribir es algo tan útil como ser médico o campesino. Es, ni más ni menos, transmitir conocimiento, ya sea científico o simplemente humano; es mostrar los poderes del lenguaje, sirve para orientar nuestro trato con el mundo. Y yo no puedo hacer otra cosa, porque traté y resulté una lela para todo lo demás.

 

 

En 2013 recibiste el premio Gran Angular Internacional, el más importante para la literatura juvenil en lengua española, por tu novela Loba, ¿crees que los lectores infantiles son más exigentes que los adultos? ¿Cuál de tus libros para jóvenes y niños es tu preferido?
La verdad, no creo que los niños y jóvenes sean más exigentes, ahí está Crepúsculo como prueba, pero son más pasionales. El prestigio del libro no los apabulla. Por otra parte, de unos años para acá, exigen que el ritmo de la narración se parezca al de las series de Netflix y eso me desconcierta. El libro favorito de los que he escrito yo para niños es, quizás, Ladridos y conjuros.

 

 

¿Cuál ha sido tu experiencia en este tiempo de pandemia y confinamiento?
Pues estoy pasmada, la verdad. Siento más las ausencias: desde mis padres, quienes murieron a finales del año pasado y en este; los abrazos, la conversación cara a cara, caminar sin estar mirando quien trae cubrebocas o no, etcétera. El mundo se ha reducido. Mientras, la ominosa presencia del Estado nos ha invadido con más facilidad, con el lenguaje contrahecho que lo caracteriza. Pero, como siempre, ahí están los libros.

 

FOTO: Verónica Murguía ejerce el periodismo desde hace más de 20 años como columnista de La Jornada Semanal. / Berenice Fregoso/ EL UNIVERSAL

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