Prejuicios de los científicos

Oct 19 • Reflexiones • 3763 Views • No hay comentarios en Prejuicios de los científicos

POR FRANCISCO GONZÁLEZ CRUSSÍ LA NACIÓN/GDA

 

Los científicos se enorgullecen sobremanera de sus declaraciones de imparcialidad intelectual. Manifiestan tal sobriedad en su visión que juzgan todos los conceptos iguales en peso o significación hasta que una nueva evidencia decrete lo contrario. Y aceptan esta creencia sin cuestionamientos. Lo irónico es que el prejuicio es una Némesis inexorable y los científicos tienen las mismas probabilidades de sucumbir ante ella que cualquier otra persona. Frente a un problema, se apresuran a recomendar con insistencia la solución que promueva sus ideas más preciadas, o parezca requerida por ellas. Como tanta gente común, están firmemente convencidos de que “en última instancia” los mecanismos descriptos en sus teorías favoritas resultarán los más pertinentes y decisivos.

 

Recordemos la influencia exagerada que, en fecha no tan lejana, se concedió a la explicación psicoanalítica. Sigmund Freud enseñó que ningún acto cotidiano es trivial o carece de significado. Jamás. Las teorías tejidas a partir de esto excedieron los límites de la razón. Roger Callois lo ironizó así:

 

Si olvido mi paraguas en casa de X, es porque subconscientemente simpatizo con X. Mi lapsus fue sólo aparente. “En realidad”, fue un pretexto para visitar nuevamente a X y, con ello, gratificar mi afecto secreto. ¿Y si hubiera dejado mi paraguas en casa de Y, a quien detesto cordialmente? En tal caso, mi desliz habría sido un deseo de autocastigo. Expío este sentimiento de antipatía o el deseo de que Y desaparezca. Pero ¿y si olvido mi paraguas en casa de Z, que me es indiferente? No soy amigo ni enemigo de él. Aquí, el psicoanalista recurre a la teoría y me dice que estoy equivocado. Yo sólo creo que me es indiferente; “n realidad” lo amo o lo odio y, por añadidura, con una vehemencia inusual. ¿Qué lo prueba? ¡Vaya, el hecho de haber olvidado el paraguas! Así se cierra el círculo. En este sistema, nada escapa a la interpretación definitiva.

 

Yo y mi circunstancia

 

Callois puede haber sido irónico, pero su planteo es acertado. El psicoanálisis se desarrolló hasta devenir en una lógica formidable, que infunde temor. En el ejemplo anterior, la distracción es primero un síntoma de un sentimiento subconsciente. Luego, éste se transforma en una petición de principio. Ya no importa si uno olvidó el paraguas en su casa o en alguna otra parte. Tampoco importa si hay, o no, alguna razón aparente para el olvido: el psicoanálisis siempre puede proporcionar una explicación.

 

En verdad, nada resistió la exégesis psicoanalítica: la política, la sociología, la historia o la medicina, todo fue grano para el molino del psicoanalista. El comunismo agrario se interpretó como un retorno al vientre materno. La economía capitalista se vinculó con un complejo anal sadomasoquista. Para algunos, la consigna comunista “Proletarios del mundo, uníos!”era una expresión sublimada de homosexualidad.

 

En la Rusia soviética, el marxismo-leninismo cometió excesos comparables. Todo tenía que ver con la lucha de clases. Si hemos de creer a los teóricos marxistas, hasta el amor romántico entre un hombre y una mujer podía explicarse como un deseo de posesión y dominación, una actitud que reflejaba la opresión que ejercía la burguesía sobre el proletariado.

 

La biología no escapó a la regla. Hechos biológicos fueron vistos a la luz del prejuicio ideológico. Cuando se desechó la genética ortodoxa en favor de las doctrinas imperantes, como lo hizo Trofim Lysenko, el científico predilecto de Stalin, los resultados fueron desastrosos. La ciencia soviética retrocedió medio siglo.

 

En Occidente, las teorías de Charles Darwin sufrieron distorsiones no menos egregias en manos de supuestos acólitos suyos. La teoría de la evolución se utilizó para justificar las injusticias capitalistas. La ilegalidad y la maldad se encubrieron insidiosamente bajo la ley de “a supervivencia de los más aptos”

 

Cada nueva y enérgica formulación científica pasa forzosamente por un periodo de aplicación abusiva. Hoy es el turno de la genética molecular. Todo, dicen, reside en los genes, llámese temperamento, obesidad, cardiopatías, inteligencia, homosexualidad o conducta criminal. Científicos distinguidos proclaman que hasta nuestro destino está inscripto en la molécula de ADN. Los divulgadores se unen al coro exultante afirmando que los seres humanos somos meras entidades “programadas”. El genoma contiene el juego completo de instrucciones; de ahí que lo denominen el Santo Grial, la Biblia, el Libro del Hombre. Cuando se descifre por entero, pronostican, se comprenderá a fondo la esencia de la naturaleza humana.

 

Un sano humanismo impone límites a estas afirmaciones. Ninguna ciencia puede explicar la naturaleza humana en su totalidad. Todas las ciencias, aun las más exactas, son logros parciales. En otras palabras, un hombre es algo más que su mente, su bioquímica y su identidad social.

 

Sin duda, el hombre es algo más que sus genes. También es su pasado, presente y futuro. En verdad, es algo más que él mismo porque las cualidades específicamente humanas sólo pueden manifestarse plenamente en la vida en sociedad. Una persona criada en un aislamiento absoluto (o por animales, como los semilegendarios “niños lobos”) nunca puede alcanzar una humanidad plena. Por eso Ortega y Gasset pudo afirmar con certeza que el yo del hombre está inmerso precisamente en lo que no es él, en el otro puro que es su circunstancia.

 

Mientras los científicos, absortos en sus investigaciones y fascinados por la tecnología, olviden esta profunda enseñanza de las humanidades, seguirán siendo presa del prejuicio, su Némesis implacable.

 

*Fotografía: Francisco González Crussí esta semana en un hotel de la ciudad de México/Ramón Romero/EL UNIVERSAL.

 

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