Vicente Rojo y Bárbara Jacobs: “el enamoramiento, como el arte, es indefinible”

Mar 20 • Conexiones, destacamos, principales • 17110 Views • No hay comentarios en Vicente Rojo y Bárbara Jacobs: “el enamoramiento, como el arte, es indefinible”

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El pintor Vicente Rojo y la escritora Bárbara Jacobs comparten en esta entrevista, que forma parte de un libro aún inédito de conversaciones con parejas de creadores, reflexiones sobre su vida compartida: el descubrimiento mutuo luego de sus respectivas viudeces, sus espacios y horarios de trabajo, su lenguaje privado y los asombros cómplices

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POR ADRIANA MALVIDO
El patio es testigo. Todo transcurre en este sitio sin más geografía que la trazada por un pintor y una escritora, sus días y sus sueños. Un espacio siempre a los pies de los óleos, las letras, la creatividad que ofrece a veces lluvia, a veces tierra, siempre aire. O un mediodía sereno que regala un cielo azul como techo y las frondas de los árboles que acarician el espacio vacío; y sus sombras que juegan en el rostro de una pareja que inventa una forma de vida donde arte, trabajo, amor, amistad, humor, sueño, son una sola cosa que se respira, segundo a segundo, donde nunca nada se repite, ni la mirada. Raíces catalanas y raíces libanesas enredadas en las venas de dos creadores mexicanos que transitan diario en el misterio de un lienzo tan blanco como una página antes del baño de letras. Se vive para descubrir al otro. El horario para el asombro es todo el tiempo, dormido o despierto. Fuerte.

 

 

Primavera en el otoño
Vicente Rojo pierde a su compañera Alba Cama el 8 de enero de 2003. Un cáncer se la lleva en tres meses. Poco después, el 7 de febrero, muere Tito Monterroso, el esposo de Bárbara Jacobs, su maestro, el escritor que la conoció joven alumna y se casó con ella para convivir 32 años. Las dos parejas eran grandes amigos, viajaban los cuatro, iban a ver exposiciones juntos, se hablaban por teléfono para un chiste o un chisme “o para hablar mal de la gente, que para eso son los amigos ¿no? Si no qué caso tiene”, comenta Rojo y abre el diálogo. Él tenía afinidad más que intelectual con Tito desde finales de los años 50. Afinidad intelectual y afectiva. Tanto, que el escritor le pidió a Rojo que realizara las viñetas para la primera edición de La oveja negra, que medio siglo después sigue viva y aparece hasta en coreano con los mismos dibujos. Un clásico. También intervino en algunas ediciones de libros de Bárbara. Había afecto, cariño, intercambio de trabajo.
“El nuestro es un amor derivado de la amistad”, resume Bárbara. Ya juntos, para empezar, “descubrimos que no nos conocíamos”.

 

Por ejemplo, la danza:
“Vicente tiene un gran sentido del humor, muy desarrollado, muy inteligente, eso es una cosa, pero yo jamás imaginé que tuviera un espíritu capaz de ponerse a bailar si oye música. Muchas veces antes estuvimos en reuniones donde había baile y él estaba tranquilo, calmado. Ahora lo he visto y baila divino. Sus bailes son como sus cuadros o los sueños que me cuenta. Algún día me gustaría escribir sobre la danza de Vicente. Es una de las revelaciones que tengo de su personalidad y revelan esas danzas una alegría y un sentido del humor muy especiales. No es que él pretenda saber bailar mambo o lo que bailan en Cataluña; es una expresión propia. No lo conocía. Un día, hace unos años, Elena Poniatowska me preguntó: ¿Y qué tal Vicente? y yo, que en ese tiempo estaba medio adormilada, obnubilada, le dije sólo una palabra: ‘Baila’. Y ella se sorprendió: ‘¡¿Baila?!’

 

“Cuando tú me cuentas tus sueños es tu danza, o uno de tus cuadros, Vicente”.

 

Ante los enormes ojos de Bárbara Jacobs y los que la observan, de Vicente Rojo, todo parece desaparecer en el patio que forma parte del estudio del pintor en Coyoacán. Quedan las imágenes, las miradas, las palabras.

 

De Rojo: “Yo no me había dado cuenta, a pesar de que conocía su literatura y sus libros, porque muchos pasaron por mis manos antes de editarse, de la dificultad, del problema que tenía Bárbara para dedicarse a la literatura. Eso me atrajo mucho y pensé que, como aportación al matrimonio, por decirlo de alguna manera, quería y debía darle esa posibilidad de trabajar más tiempo para que pudiera dedicarse a su trabajo de escritora. Ya lo había hecho, con solidez y seriedad, pero necesitaba más tiempo y pensé en crearle un ambiente, una atmósfera en la que pudiera desarrollarse más libremente. Eso me atrajo. Me gustaba mucho lo que hacía, pero veía que siempre tenía limitaciones y problemas. (‘La vida’, apunta ella en voz baja). Me atrajo esa posibilidad de darle, para empezar, tiempo. Y luego encontrarle un espacio físico adecuado”.

 

Bárbara interviene: “Hay una cosa que tú me diste y que yo siento que ha funcionado más allá de tener un estudio como el que me hiciste en Cuernavaca. Y es que crees en mí. Me hiciste darme cuenta de que es más importante mi trabajo que muchas otras cosas a las que yo les daba importancia”. Lo cita: ‘no, no vas a hacer eso, ponte a escribir, enciérrate a leer, di que no…’”
Hay otro detalle, dice Vicente, “ella no baila, pero es muy divertida. Ser divertido es importante. Una forma de salvación de la vida contemporánea y también de muchos otros siglos, es el humor. Si no fuera por eso, los seres humanos no nos hubiéramos repuesto de tanto horror. Y nosotros dos nos divertimos mucho”.

 

El trabajo es sueño
La admiración y el respeto por el trabajo del otro es una mezcla de distancia y acercamiento, de presencia y prudente lejanía. Físicamente el trabajo de un escritor y el de un pintor son muy distintos.

 

“Por primera vez en mi vida he podido escribir con alguien en la misma habitación. Antes, jamás. Tenía que levantarme a las cinco de la mañana para no tener ningún tipo de interrupción, necesitaba soledad en extremo y para poder ganarme un tiempo sola, madrugaba. Ahora, quizá por la importancia que Vicente le da a mi trabajo, puedo escribir enfrente de él”.

 

Vicente se acerca a la obra de Bárbara: “Definir literatura es muy difícil, también definir lo que es la pintura. Pero hay una diferencia entre verdadera escritura y literatura sin escritura, light, y creo que Bárbara maneja muy bien la escritura, es decir, conoce muy bien los términos; la puedes hallar muy bien en esa mezcla entre rigor e imaginación y combina muy bien los dos extremos. Tiene una enorme curiosidad, eso ayuda al escritor, toques de humor dentro de ese rigor, como parte de él. Y el acercamiento muy íntimo, muy cercano a sus personajes. Por más malvados que éstos sean, siempre son muy queridos por ella y eso los hace muy reales”.

 

A Bárbara se le humedecen los ojos cuando escucha esto.

 

Rojo no se acerca a los personajes de Bárbara hasta que está terminada una obra. “Mientras la está escribiendo no puedo, si me acerco a su laptop la apaga, haga lo que haga, una suma o un texto. Generalmente puedo leer sus textos cuando están terminados y es cuando las cosas se complican un poco…”

 

Es cierto, comenta Bárbara, “confío plenamente en la opinión de Vicente por su sensibilidad, porque es muy buen lector. Pero se complica por mi personalidad, por esa inseguridad que tiene un papel muy importante en mi vida, digamos que es uno de mis motores: la inseguridad.”

 

Sin inseguridad, sentencia Vicente, no se trabaja.

 

“Tengo una colaboración quincenal con La Jornada, en este caso Vicente lee mis textos ya impresos. Algunos no le gustan. Lo escucho, me importa mucho su opinión. De mis libros, desde que estamos juntos Florencia y Ruiseñor, Vidas en vilo y Nin reír, los leyó antes de publicarse, una vez que los tenía yo pasados en limpio 17 veces”.

 

Artículos periodísticos, cuentos, novelas, ensayos… Algo, comenta Bárbara “se destapó” desde que comenzó su relación con Vicente Rojo.

 

Y ella miró de otro modo su obra: “Como pintor, por supuesto que lo conocía y apreciaba su pintura, pero ahora se puede decir que la conozco. Que él, sin darse cuenta, me ha enseñado a verla. Antes era un aprecio intuitivo, natural, pero al conocerlo, crece mucho esa atracción, la enriquece. Conocer cómo trabaja, que lo hace en series, a veces quince lienzos al mismo tiempo. He aprendido a ver el arte abstracto. Antes yo sentía, pero no sabía, y ahora al saber me maravillo más. Miro el proceso, entiendo lo que está detrás, de dónde sale, se profundiza el significado de su obra para mí. Me encantaba desde antes. Ahora ese encantamiento está enriquecido por el conocimiento. Aun así, respeto tanto el arte que jamás me atrevería a escribir sobre arte y menos acerca de la obra de Vicente.

 

 

Los Huraños
Vicente y Bárbara no lo dicen, pero asumen la vida como forma de arte. Puede uno preguntarles de horarios o dinámicas de trabajo y contestan así, como si nada:

 

“Soy pintor 24 horas al día. Incluyo los sueños, los míos y los suyos. Ella los ha escrito, yo los he pintado. Si eso es un horario… pues así de fuerte es, incluye el sueño y la vida diaria. Así lo entiendo yo”, dice Vicente.

 

Hay que imaginar a Bárbara en su estudio a las seis de la madrugada. Vicente se va al suyo, cerca de donde viven, a las 10 de la mañana. Él trabaja ahí hasta las 2 y después regresa por la tarde a ver cómo secaron los colores, qué puede preparar para el día siguiente. Luego se va a un estudio que los dos comparten en su casa y están frente a frente con una laptop de por medio. Ella escribe, él hace dibujos sobre papel.

 

“Luego se da el dato dramático que, dado que yo no salgo nunca de noche, por motivos de salud, pues Bárbara tampoco. A partir de las 7 empieza la lectura, mirar noticieros, asustarnos con los titulares, luego ver una película. Eso nos gusta a las 10 o 10:30. He sido muy cinéfilo toda la vida. En los últimos años no tanto, desde que comenzaron los efectos especiales.”

 

Bárbara divide su tiempo en leer y escribir. “La lectura y la escritura son mi forma de estar en el mundo. También visito a mi mamá que es muy mayor y eso sí que lo incluyo en mi vida diaria, es una presencia que siempre está. Vicente y yo nos saltamos muchas comidas, cosas sociales, nos dicen ‘los huraños’. Como dice una amiga, nos quedamos tal para cual. Nuestras parejas de antes fueron muy sociables, a Tito le encantaba el relajo, a Albita no tanto el relajo pero sí el jaleo, las desveladas… todo eso formó parte de esa otra vida que tuvimos. Y nos quedamos los que no somos sociales, los huraños”.

 

Todos los jueves, Bárbara y Vicente se lanzan a Cuernavaca y regresan los martes. “Ahí nadie nota que somos huraños”, comenta el pintor. “Y además tenemos todo el día, puedo leer desde temprano”, añade Bárbara.

 

Cuando no hay horarios que fragmenten la vida de todos los días “el ocio compartido es el trabajo”, como asegura Vicente. Aunque Bárbara habla de largos momentos de juego que los dos comparten con sus animales en Cuernavaca. Ya no saben ni cuántos, si son cuatro perros y cinco o 18 gatos, pierden la cuenta. Algunos se los han regalado, otros los han recogido en casa de amigos. “Pues sí, es amor, es encanto, hablamos de sus gracias porque, perdón qué barbaridad, porque yo no tuve hijos y a los hijastros, nietos, mis sobrinos, no he sentido el derecho a amarlos como si fueran míos. En cambio, a los perros y los gatos sí, como míos. Y eso lo compartimos”.

 

Vivir juntos no significa hacerlo todo juntos. Bárbara tiene programadas sus lecturas, Vicente no. La música predilecta del pintor “va de Bach a Pérez Prado o al revés, de Pérez Prado a Bach”. Ella tiene un oído más selectivo “pero lo que sí hacemos siempre juntos es algo que me ha dado Vicente, las caminatas y el cine, él me dio el cine, el cine de autor, digamos que son placeres paralelos”.

 

Para gente que no concibe la división vida-trabajo-arte-creación, no hay un momento llamado “cierre de un proyecto” porque, como dice Vicente “eso sucede todos los días, nuestro sistema es estar inventando, ideando, ya sea una frase, una pincelada; es una constante, es permanente, no sé cómo decirlo que no suene cursi, pero es el espíritu creativo. Yo creo para vivir o vivo para crear, las dos cosas, es la vida”.

 

Por eso dice Barbara que “Vicente es tan estimulante. Está tan entregado a su trabajo, tan metido, y comparte tanto conmigo su propia inquietud que me abre las puertas a pensar que se vale que yo también. Y se vale dudar, preguntar, comentar… ‘¡Estoy atorada!’, le confieso. Él me ha demostrado que se vale y no pasa nada, sigue trabajando y yo también”.

 

Para Vicente “el trayecto entre la intención y el término” es lo más atractivo, es decir, el misterio. También piensa que “crear sombras de duda es lo que le da sentido al arte” y que “es la poesía en todas sus expresiones, y no la economía, la que mueve al mundo”.

 

Puede escribir su libro Puntos suspensivos. Fragmentos de un autorretrato y preparar al mismo tiempo una exposición como Correspondencias, que son doce cartas en forma de cuadros dedicadas a las figuras que le han sido importantes en su vida, desde Paul Klee y Rothko, Silvestre Revueltas y Jirí Kolár hasta Joseph Conrad, Gutenberg y Alicia, el personaje de El país de las maravillas, de Lewis Carroll.

 

“Todos han sido importantes. Mis influencias pueden ser artistas o puede ser un árbol”.

 

Bárbara vive en medio de una catarata de libros y proyectos. Escribe un libro sobre géneros literarios que tiene que ver con sus lecturas y con la historia de la literatura de la primera mitad del siglo XX: novela, cuento, poesía, teatro, traducción, carta, biografía, Diario… más de 25, con los mejores exponentes de cada género. Al mismo tiempo crea su obra Luna, que es una novela en tres partes y su artículo quincenal…

 

 

Misterio
Vicente ignora si cuando una pareja enriquece su vida con el otro, de algún modo se refleja en la obra. “La creación es muy misteriosa, cómo nace, cómo surge, cómo se mantiene y se cierra y se abre otra etapa, otro camino, otra frase… Destapar, quitar un tapón en el proceso creativo es una cuestión práctica. En la creación misma, hay una zona muy nebulosa. Lo mismo que el enamoramiento. Es tan misterioso como la creación. Poder definir qué es el amor, por qué, cómo y cuándo se da, es imposible… Yo creo que el encanto del amor está en ese misterio y en su propia indefinición. Para mí es indefinible”.

 

Bárbara tiene una palabra:

 

“¿Qué me enamoró de Vicente y me llevó a decir, yo quiero vivir con él? Su hermosura. Me parece un ser hermoso por dentro y por fuera. Y me enamoré de eso. Al decir hermosura también incluyo, sobre todo, la hermosura interior, el espíritu vital. Yo trato de aprender eso de ti, Vicente. A mí me ha costado mucho trabajo y al verlo en ti, al percibirlo tan claramente, trato de que se me pegue. Porque él realmente vive y quiere trabajar. Y ahí está la prueba: pintura, grabado, escultura, cerámica, dibujos, libros… Hasta lo tengo que detener, porque tuvo un problema del corazón, muy serio y no puede cometer excesos, entonces cuando ya es tarde le llamo: ‘o vienes a la casa o voy por ti’, así como mandona”.

 

“Pero no le sale”, ríe el pintor. “Es rebelde”, dice ella y continúa: “A mí me nutre esa forma de despertar que tiene Vicente y decir ‘vivo’, es algo más que un deseo, realmente vive. Y eso lo tengo presente todo el tiempo. Él me ofrecía esa necesidad profunda de vivir; yo sin ese acercamiento, que al principio podría ser una cosa o podía ser otra, sin ese acercamiento de Vicente a mí, yo creo que me habría muerto. Estaría muerta”. Él: “Es que coincidimos en ese momento, con la misma necesidad de superar algo tan…” Bárbara ataja: “Me dio la vida. Realmente tú me la diste, Vicente”. La mira con absoluta seriedad y sigue: “Sí, yo sé lo que es eso. Me pasó lo mismo”. Bárbara lo dice directo: “Eso fue, eso derivó en enamoramiento”.

 

 

Asombro
En estos años juntos, cuenta Vicente, “no sólo hay un lugar para el asombro, sino que hay necesidad. Necesidad del asombro, si no debe ser muy aburrido ¿verdad? Creo que tanto Bárbara como yo tenemos práctica en eso de sorprendernos. Los dos tuvimos muy buenos matrimonios y por eso conservamos esa necesidad de mantener el asombro a diario, las 24 horas del día”.
Con el asombro tatuado en la mirada, Bárbara Jacobs y Vicente Rojo no tienen conclusiones, sólo puntos suspensivos…

 

FOTO:  Bárbara Jacobs y Vicente Rojo, en el jardín de su casa en Cuernavaca./ Fotos: Christa Cowrie

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