Narrar los bordes del desamor

Jul 24 • Lecturas, Miradas • 1938 Views • No hay comentarios en Narrar los bordes del desamor

 

Suelten a los perros es una compilación de cuentos que tiene por eje común el enfrentamiento de sus protagonistas, hombres sometidos a inseguridades y afecciones, con los estereotipos masculinos inculcados en la sociedad mexicana

 

POR JOEL FLORES
El primer libro que leí de Luis Jorge Boone (Monclova, Coahuila, 1977) fue Figuras humanas, una antología de cuentos que se urde como un catálogo de distintas voces e imaginario creativo, del que rescato un cuentazo llamado “Réquiem”. Luego me hice de Toda la soledad del centro de la tierra, una novela que muestra la destreza narrativa del autor, la versatilidad de su prosa al unir, casi como una espina dorsal, un poema largo sobre el hipotético lugar que habitan los desaparecidos con el relato de un niño que se fuga, sin darse cuenta, de los exterminadores de pueblos y se extravía en el desastre de Allende, región ubicada en la parte norte de Coahuila que, en la vida real, fue víctima de asesinatos y desplazamientos forzados por un grupo delictivo y policíaco que buscaba venganza, según versiones oficiales, contra pobladores que informaban a la DEA las actividades ilícitas de un cártel. Estas dos obras me llevaron hace unos días a Suelten a los perros (Ediciones Era, 2021), un libro conformado por cinco cuentos de largo aliento que nos recuerdan, en cuanto a su entramado, los consejos que trazó Ricardo Piglia en su libro Cuentos con dos rostros.

 

Para Piglia el cuento clásico es parecido a la captura del reflejo de la luna en una pieza de vidrio, allí su familiaridad con el poema. Y, para reducir a una anécdota la comparación, evoca a Chéjov y la historia de un hombre común y corriente que gana la lotería, pero que, al llegar a su casa, en vez de planificar cómo distribuir su riqueza, se suicida. Aquí el valor del cuento, nos dice Piglia, brilla en el secreto: ¿por qué se quita la vida quien ha besado los labios de la suerte? Responder la pregunta es tarea del cuentista. Sin embargo, el cuento puede ser flexible y quien lo escribe experimentar con su forma, puede, por ejemplo bordear el secreto para convertirlo en un crisol donde convergen destellos de luz que capturan la redondez de la luna. Tanto para Piglia, como para Luis Jorge Boone, el trabajo del cuentista no sólo es echar luz en revelar el núcleo de la trama, sino en crear un crisol de hechos que retarden, suspendan el desenlace a través del arte de la digresión, del músculo del pensamiento que otorga drama a la historia y la densidad psicológica a los personajes.

 

Las historias de Suelten a los perros inician con un entramado aparentemente simple: un joven de mediana edad, maestro de materias derivadas de las humanidades, enfrenta la terrible invasión de un roedor descomunal atorado en la puerta del patio y, en lugar de liberarlo, da un salto a su pasado para compartirnos su terrible experiencia con su expareja, una mujer que se mofaba de su falta de hombría ante las adversidades; otro joven, pero esta vez un padre divorciado, sufre la posibilidad de no celebrar Navidad con su única hija y, en vez de avizorar la solución, da un recorrido a la interpretación de las conexiones y desconexiones que hay entre los seres humanos a través de los vínculos amorosos; un locutor de radio, que tiene meses trabajando desde casa, ve amenazada sus satisfacciones sexuales con una de sus compañeras de oficina si no adelgaza y, en vez de obligarse a practicar algún deporte, comienza la nocturna actividad de corretear malandros en el vecindario; otro hombre, tras la desaparición de la mujer con la que comparte una relación solitaria, con la que poco a poco experimenta el sexo violento, revisa las fotografías que ella tomó de los pueblos destrozados, en lugar de iniciar su búsqueda; un actor de teatro en ciernes de Monclova es contratado por una extraña productora de cine para ser el villano de una película sin guion y descubre que la vida le regala, además de la oportunidad de tener éxito en una carrera que para muchos nunca prospera, la oportunidad de ver desnuda, en una escena, a la mujer que ha deseado desde la infancia.

 

La narración de estos bordes retardan la llegada del desenlace y ponen, como un hilo conductor entre los cuentos, un breve tratado sobre las relaciones de parejas jóvenes que no terminan adaptándose, luego de haberlo intentado, al concepto de matrimonio o relación de amor tradicional. En “Quimeras por la mañana”, el segundo cuento del libro, leemos: “La inconexión era la base, mas nunca el clímax, de la ritualidad de las parejas… aceptan intentar partirse sus respectivas y pinches madres por el resto de sus días o hasta que el juez los declare legalmente ajenos”. Un vínculo más que se agradece como lector a la obra de Ricardo Piglia, quien escribió, también en Cuentos con dos rostros, que el matrimonio es una institución criminal. En otro fragmento sacado del cuento “Las glorias del cine al alcance de todos”, encontramos: “Aceptémoslo: la civilización ha madurado lo suficiente para alcanzar este nivel de claridad: si se trata de la inalcanzable, la ideal, su lugar es ése, allá lejos, y nunca la vas a tener, no importa lo que te permitas pensar o lo que ella, incluso ella misma, te llegue a decir”. Y este último, que pertenece a “Mi vida con las plagas”, quizá mi cuento favorito, muestra uno de los hallazgos más sobresalientes del libro, narrar las relaciones de pareja como un lucha por quien tiene, según lo establecido socialmente, más temple en la relación: “La mujer con la que me había arrejuntado me aplicaba las mismas técnicas de presión que mis compañeros de secundaria. Vieja el que no se aviente. Miren a la princesa que no se quiere ensuciar. Seguro se te cayó el pito. Pocos huevos… Me dijeron que eras varoncito, te voy a regresar con tu mamá. ¿No te da vergüenza ser así? ¿Y ustedes cazaban mamuts?”

 

El código dramático de los cuentos de Suelten a los perros se nos muestran como una obra escrita desde una masculinidad donde sus personajes se oponen al molde del hombre común en México: en su mayoría, además de sufrir relaciones rotas, se rehúsan a repetir las conductas heredadas por el patriarcado, la comunidad masculina donde se crece y, en ciertas ocasiones, las mismas parejas femeninas que motivan a sus compañeros a comportarse como machos. Esta masculinidad frágil que da vida al carácter de los personajes los desencaja de su entorno y les complica su relación con el sexo opuesto, pues no son machos bragados que arreglan todo con sus manos o a chingadazos. Un símbolo de macho mexicano que pobló durante muchas décadas, gracias al cine y a la música producida en el país, nuestro imaginario colectivo.

 

Así, al narrar los bordes del cuento y retardar el desenlace nos invita a leer que lo importante no es vencer a la rata que invade el hogar, sino entender que la casa en obra negra donde el protagonista vive es un reflejo de su relación con la expareja, y que la rata es la amenaza que debe vencer el antihéroe para convertirse en un hombre de autoridad; lo importante no es si un padre y su hija van a pasar Navidad juntos, sino descubrir que existen conexiones que cubren desconexiones y que el verdadero vínculo del hombre consigo mismo y los otros es el amor hacia su descendencia y lo que puede hacer por ella; lo importante no es si un hombre baja de peso para seguir teniendo relaciones sexuales, sino el perdón y empatía que pueden nacer entre un perseguidor y los ladrones nocturnos de piezas de carro; lo importante no es descubrir dónde está la mujer desaparecida, sino quién era y qué vivió mientras capturaba en fotografías pueblos exterminados; lo importante no es convertirse en un actor de éxito y tener desnuda a la mujer inalcanzable, sino la promesa remota de matrimonio que le hace esa mujer, al darse cuenta que ambos fueron timados por una productora de cine fantasma, y descubrir que en el terruño donde nacieron es más rentable robar la flora exótica para los caprichos de un narco que el talento artístico de las compañías de teatro.

 

A diferencia de los otros libros de Luis Jorge, Suelten a los perros no aborda el desierto de Coahuila como móvil o escenario principal de los resabios que deja el crimen en el norte de México. El cuento que mayormente pone a Monclova como escenario algunas veces protagónico durante su trama es “Las glorias del cine al alcance de todos”, al ser una región, como muchas en el norte de México, donde los sueños de éxito no prosperan por ser un lugar periférico. Incluso esta pieza, junto con “Cien fotografías iguales” son las únicas donde irrumpe, a través de la sugerencia, el crimen o la mención a los narcos.

 

Antes y después de haber terminado de leer el libro, eché de menos no haber encontrado un cuento que llevara como título el de la obra, luego eché todavía de menos que no apareciera un perro en alguna de sus historias, ya fuera olisqueando la tierra o ladrando desde una azotea. Luego de leer incluso una vez más alguno de sus cuentos, entendí que esa imagen poderosa que se crea al soltar una jauría de canes a la calle, al mundo, es la alegoría perfecta que dimensiona a los personajes de Luis Jorge: suelten a los perros significa suelten a todo aquel que es capaz de amar, pelear, odiar, vivir y morir; suelten a los seres humanos con sus ganas de morder, pareciera que nos grita Boone detrás de estas páginas, suéltenlos con sus virtudes y defectos.

 

FOTO: Portada del libro Suelten a los perros /Crédito: Editorial Era

« »