Ken Loach y el espejismo autónomo

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Esta cinta retrata los esfuerzos de una familia por salir de una crisis económica, mismos que se duplicarán cuando el protagonista decida emprender su propio

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Lazos de familia (Sorry We Missed You, RU-Francia-Bélgica, 2019), desazonante opus 30 del realista inglés de 83 años Ken Loach (de Pobre vaca 69 a Yo, Daniel Blake 16), con guion de su imprescindible proletarizante Paul Laverty, el sobresforzado cincuentón extrabajador en cuanto duro empleo exista Ricky (Kris Hitchen) decide por fin independizarse, adquiriendo a plazos criminales una furgoneta para su nueva chamba como repartidor outsourcing de paquetería a domicilio en una empresa anónima, haciendo sacrificios humanamente suicidas como someterse a un ultracoercitivo régimen de multas por retrasos y estropicios eventuales que ejecuta el desalmado capataz gigantón al rape Maloney (Ross Brewster), ajustar para el enganche del vehículo vendiendo a la brava el auto indispensable para su esposa cuidadora de ancianos traumatizada por la violencia experimentada en su niñez Abby (Debbie Honeywood), y pasarse hasta la noche en la calle, sujeto a cualquier género de azarosos contratiempos y apenas pudiendo convivir unos minutos por la noche con su tierna hijita de 11 años Liza Jane (Katie Proctor) y su hijo puberto en rebeldía antiescolar pero con parartísticas obsesiones grafiteras apropiaespacios en pandilla Seb (Rhys Stone), hasta que las contingencias familiares y sociales le estallan en la cara al pobre tipo, haciéndose acreedor a una multa de cientos de libras esterlinas tras otra, luego de semiabandonar su trabajo para acudir al rescate de su vástago a punto de ser fichado en la policía por robo de pinturas de aerosol, abofetearlo, enfrentar la explosión de furia de su esposa, padecer el escondite de las llaves de su furgoneta por parte de su hijita añorante del pasado y, para colmo, sufrir una patiza pavorosa por dos asaltantes que además le inutilizan el impagable escáner laboral al infeliz Ricky, aún en pos de un inalcanzable espejismo autónomo.

 

El espejismo autónomo abunda así, de manera ya francamente virtuosística en el tema central y casi único que signa la obra del veteranísimo Loach: la desesperante situación de fragilidad y desamparo de cualquier trabajador común en la sociedad contemporánea, inerme ante el imparable derrumbe de su mundo individual y prescindible e invisibilizable para los demás y hasta para sus propios seres queridos, sea el mundo humillante de la madre soltera ínfima de Pobre vaca, el mundo mental de la desintegrada puberta clasemediera presa de la psiquiatría tradicional de Vida en familia (71), el mundo obsesivo de un desempleado pasando sin éxito al otro lado de la ley para lograr la fiesta de 15 años de su hija en Lluvia de piedras (93), el mundo maternal de la energuménica madre a quien la beneficencia pública le arrebata sus bebés uno a uno en Ladybird, Ladybird (94), el mundo faccioso de los guerrilleros anarquistas más diezmados por los comunistas dogmáticos que por la horda franquista en Tierra y libertad (95), el mundo sentimental de la irrecuperable crisis de los Dulces dieciséis  (02), o el mundo anonadante de la fatídica ayuda social establecida en Yo, Daniel Blake, mundos desenmascarados y expuestos para conseguir la promoción conjunta de la solidaridad, el compromiso y la comprensión hacia la desposesión enajenada y la soledad del hombre en vilo pronto hundido bajo las fuerzas sociales que lo desbordan y lo aplastan, para concitar una airada e indoblegable empatía, mucho antes de que este concepto se pusiera de moda y se volviera concitador de vacíos y discursos huecos.

 

El espejismo autónomo guía sus trazos por una impertérrita sobriedad estoica llevada hasta sus últimas consecuencias, una estoica fotografía escueta de Robbie Ryan en las antípodas de su estilización manierista en La favorita (Lánthimos 18), una estoica música ambiental de George Fenton y estoicas actuaciones lacerantes como la del colega enardecido vuelto golpeador Freddie (Julian Ions), un estoicismo llevado a sus últimas consecuencias catastróficas, sólo igualables a las acumulativas desgracias súbitas y escalonadas cayendo en tormenta del cine realista de los anteriores 20s hollywoodenses hoy reciclados (La multitud de Vidor 28) o del viejo melodrama indio (antes hindú) tipo Madre India de Melhoob Khan (57), porque aquí el mundo personal que se devasta está pegado con alfileres y no hay vuelta atrás, tal como desearían la pequeña Lizzy y el mismísimo protagonista.

 

El espejismo autónomo propone un decepcionado y pesimista itinerario humano en callejón sin salida, fatalmente prefijado o previsible e inevitablemente sentimental, muy semejante a los anteriormente con lazos de familia que son ligaduras y sogas para ahorcar más que alivianados vínculos gozosos como aquel que por excepción proporciona una jornada de trabajo en compañía de la hijita contraviniendo las prohibiciones expresas de la empresa PDF de reparto, la viejilla decrépita que deliberadamente rompe platos como irracional demanda afectiva o la omnicuestionadora anciana sabia que pone en crisis a su cuidadora con sus reivindicadores señalamientos laborales, la linda amiga inmigrante discriminada por diferente y el amigo vago por desempleado tras completar una carrera inservible: el itinerario de la destrucción del núcleo para capturar una esencia del drama humano.

 

Y el espejismo autónomo acaba planteando, en la patética figura empecinada e indoblegable de ese madreadísimo y medio tuerto padre trabajador dejando destruida y sembrada a su familia para irse violenta y compulsivamente a trabajar con su furgoneta alguna vez creída salvadora, una redefinición final límite de la libertad posnoerrealista-posmarxista como conciencia extrema de la necesidad, la libertad minada de antemano sin nadie saberlo, la libertad explosiva y estallada, una predederminada y determinante libertad-espejismo imposible de sobrevivir en la presente coacción social que ya no puede ser más que la conciencia de la derrota y la imagen al día de la absurda lucha prometeica-sisífica sin termino posible.

 

FOTO: El actor Kris Hitchen, quien interpreta a Ricky, un hombre sometido a duras jornadas laborales, junto a Katie Proctor, quien actúa como su hija, Liza/ Crédito: Especial

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