Bruckner: ¿El otro sinfonista mayor del XIX?
POR LUIS PÉREZ SANTOJA
En este año celebratorio de Richard Wagner, sería oportuno también distinguir a Anton
Bruckner, un músico que demostró su veneración por el trascendental compositor y la
influencia que tuvo de él, y cuya Sinfonía número 3 fue tocada por la Orquesta Filarmónica
de la Ciudad de México dirigida por un experto wagneriano y bruckneriano, Guido Maria
Guida.
Cuando nos “iniciamos” en Bruckner, lo primero que se advierte es la mención en
grabaciones y programas de la “versión y edición” de cada sinfonía. La “versión” se refiere
a los cambios que el autor hacía al revisar cada obra, en años específicos de su vida. En
cambio, la “edición” corresponde a la publicación, preparada según el trabajo crítico de
algún musicólogo, y corresponde a alguna versión hecha por el compositor. ¿Suficiente
para complicarle la existencia a un bruckneriano recién admitido en la cofradía?
Los cambios van desde un corte o simplificación a un pasaje o cambios en la textura
sonora (el más notorio, el esplendoroso “platillazo” con triángulo añadido en el clímax
del Adagio de la Sinfonía número 7, cuya efectividad ha hecho que aun directores muy
puristas lo acepten a pesar de no ser idea original del autor) hasta la sustitución radical de
un movimiento o de un pasaje completo (tercera, cuarta, octava). ¿Sólo por su inseguridad
natural? ¿O por insistencia de quienes veían sus innovaciones como deficiencias creativas?
Con excepción de las llamadas Sinfonía cero y Sinfonía en fa (eufemísticamente, la Doble
Cero), Bruckner preparó varias versiones de cada una de las sinfonías numeradas, de
algunas hasta cinco y seis versiones diferentes. La número 9 se había escapado de tal
circunstancia, hasta que se empezaron a realizar diversas “terminaciones” de la obra.
La anécdota se ha contado antes con sus inevitables variantes: Después de una visita
a Bayreuth e impactado por la música de Wagner, en 1873, Bruckner le llevó al gran
compositor un manuscrito de la Sinfonía número 3, aun sin terminar, y Wagner expresó su
admiración por el tema inicial de la trompeta sobre un característico ostinato de cuerdas.
Se cuenta que al reencontrarlo en otra ocasión, Wagner habría exclamado: “¡Ah, el de
la sinfonía de la trompeta!”. Un Bruckner sublimado terminó enfebrecido la sinfonía,
intercalando temas de Wagner en su música.
Los primeros cambios que el compositor le hizo a la obra se debieron al rechazo de
la Filarmónica de Viena, en 1874; Bruckner, ahora deprimido, procedió a revisarla,
eliminando de entrada casi todas las citas wagnerianas. Para una posterior versión, de
1876, ya no quedaban vestigios de Wagner. ¿Temor a las críticas antiwagnerianas o
sintió que la obra debía trascender sin “ayuda” del maestro, de todos modos, presente en
conceptos orquestales y en la “melodía infinita”, que Bruckner hizo suyos de modo muy
personal?
La Sinfonía número 3 aún tendría tres versiones más. Para muchos directores, la versión
de 1877, que la Filarmónica de Viena estrenó ese año siendo el triunfo más grande que
conoció Bruckner, y la versión de 1889, son las ideales y las más tocadas y grabadas. Esta
última fue la dirigida por Guido Maria Guida al frente de la OFCM, de la que lució, como
de costumbre, la suntuosa sección de cuerdas y el poder de sus alientos; a pesar de alguna
imprecisión, el público, conformado seguramente por fervientes brucknerianos, reunidos
como si se tratara de un culto religioso, amenazó con hacer interminable la ovación.
Disiento de quienes opinan que las cinco primeras sinfonías de Bruckner son obras de
menor trascendencia; el espíritu bruckneriano, si acaso más elaborado y complejo a
partir de la cuarta, ya está presente en aquellas. Con todo y que era un hombre inseguro y
tímido, como lo describen algunos, impactan la determinación con que Bruckner construyó
sus catedrales sinfónicas, llamadas así por la complejidad estructural y el majestuoso
concepto sonoro; la profundidad e introspección de sus adagios, más cercanos al misticismo
religioso que al usual “tema de amor” melancólico, el ímpetu con que maneja los temas y la
resolución tonal en sus contundentes finales.
El siglo XIX tuvo en su inicio la primera gran expresión del género en las nueve sinfonías
de Beethoven (la tercera, Heroica, la más revolucionaria e influyente sinfonía de la
historia). El reto de no poder superar a éstas pareció limitar los intentos de los compositores
del siglo XIX, que preferían conservar los parámetros del clasicismo; a Schubert, absoluto
contemporáneo de Beethoven, la muerte le arrebató la posibilidad de continuar con el
concepto novedoso de sus ejemplos finales; y después, sólo hubo algún exabrupto solitario
de grandilocuencia creativa en la Sinfonía fantástica de Berlioz o en los dos ejemplos de
Liszt; al resto, aun a los autores más ilustres de ese siglo, les faltó una visión futurista o les
sobró timidez para trascender las posibilidades del género.
Con Brahms la sinfonía alcanzó niveles inéditos hasta entonces. A pesar de su confesado
temor de abordar el género, Brahms dejó cuatro grandes sinfonías con originalidad y fuerza
en sus temas y desarrollo formal, especialmente en la fundamental Cuarta sinfonía. Pero,
contemporáneo exacto de Brahms, Bruckner compuso once sinfonías (para complacer a
los más exigentes, podríamos limitarnos a las siete últimas), a cual más ambiciosa, con
libertades armónicas y tonales muy inteligentes que culminaron, en la última sinfonía, en
sus desgarradoras y trágicas disonancias que ya miran al siglo XX y a su heredero Mahler.
El mundo musical no germano afirma encontrar en Bruckner inexplicables dificultades que
se prefiere eludir por una fatal desidia intelectual, propiciando que este gran compositor
no ocupe aún su lugar como el gran sinfonista sucesor de Beethoven. La sinfonía tuvo que
esperar hasta las postrimerías del siglo XIX para encontrar un sucesor con méritos cercanos
a los de Beethoven, lo que siempre se le atribuyó a Brahms, también un gigante en varios
géneros. Pero, sin restarle méritos a sus impecables y hermosas sinfonías, las de Bruckner
son tan o más importantes.
¿No sería ya hora de que, más allá de tales dificultades, se apreciaran los deslumbrantes e
iluminadores logros de este increíble músico, que le dedicaba sus sinfonías a Dios y que
superó sus orígenes campesinos para retar al mundo artístico vienés, y que se haga un
acto de arrepentimiento, de justicia y que ya se le considere como el “otro” más grande
sinfonista del siglo XIX?
Fotografía: La OFCM, dirigida por Guido Maria Guida, ensaya la “Sinfonía número 3” de Anton Bruckner / TOMADA DE FACEBOOK DE LA OFCM.
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