Entrevista con Fray Gabriel Chávez, el arquitecto espiritual

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En entrevista, el ganador del Premio Nacional de Arquitectura 2020 habla de los caminos que lo llevaron a escoger la vida monástica y del reflejo de la espiritualidad en sus obras, influenciadas por la Bauhaus y por su mentor, Mathias Goeritz

POR GERARDO LAMMERS
Unos cuantos días antes de la declaratoria oficial del apocalipsis pandémico por parte de la OMS, jueves de finales de enero de 2020, me encuentro disfrutando de un silencio exquisito en la recepción de la Abadía del Tepeyac, mientras recibo sentado en un sillón las luces, en un rango que va del amarillo al dorado, que se filtran por la cuadrícula de la ventana. Espero a Fray Gabriel Chávez de la Mora (Guadalajara, 1929), el monje arquitecto que creó este espacio.

 

Muy temprano había cruzado la Ciudad de México de sur a norte, contemplando la caótica metrópolis desde el segundo piso del Periférico. Tenía una idea dantesca de lo que supondría este recorrido en hora pico, pero no estaba preparado para encontrarme, tras torcer aquí y allá tal como le indicaba el GPS al conductor, con un escenario medieval que mi imaginación cinematográfica asoció más con algún paraje de la Toscana que con Cuautitlán Izcalli. Al ingresar a la abadía, caminé junto a una arboleda hasta una alta y blanca iglesia de ángulos rectos. Pasos más adelante toqué el timbre.

 

Al cabo de unos minutos, Fray Gabriel aparece, frágil y elegante, apoyándose en su bastón, como un personaje fugitivo de las páginas de El nombre de la rosa, la novela de Umberto Eco que transcurre en esos reservorios del conocimiento que fueron los monasterios.

 

“Europa se hizo por los benedictinos”, me diría más tarde. “San Benito es patrón de Europa. Piensa en el siglo VI. Cae el imperio romano, vienen los bárbaros y empieza el monasterio. Con oración, estudio y trabajo. Todo lo que te imagines de trabajo brota de algún monasterio: agricultura, ganadería, arte, arquitectura. Los escritores. Si conocemos a Vitruvio, Aristóteles, Platón, es porque algún monje lo copió. Se perdieron tantas cosas…”

 

La Abadía del Tepeyac, construida en 1968 en el municipio mexiquense de Cuautitlán Izcalli, es una de las obras más reconocidas del arquitecto tapatío.

 

Fray Gabriel Chávez, Premio Nacional de Arquitectura 2020, es autor de más de 200 edificios. Entre éstos se encuentran la Capilla del Monasterio Benedictino de Santa María de la Resurrección (1957), en Ahuacatitlán, Morelos, considerada “ícono de la historia de la arquitectura sacra en América Latina”, según refiere la arquitecta y editora Arabella González; la Capilla Ecuménica La Paz (1971) en Acapulco; y la actual Basílica de Guadalupe (1976), en asociación creativa con Pedro Ramírez Vázquez, José Luis Benlliure, Alejandro Schoenhofer y Javier García Lascuráin.

 

Las obras de fray Gabriel no pueden ocultar la cruz de su parroquia: la escuela Bauhaus (1919-1933) que llevaba por lema “arte y tecnología, una nueva unidad” (Walter Gropius), de la cual se nutrió un Mathias Goeritz recién llegado de Europa, maestro suyo en la recién creada Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara, al igual que los italianos Bruno Cadore y Silvio Alberti, el alemán Horst Hartung y el austriaco Erich Coufal —contratados por Ignacio Díaz Morales, fundador de la Escuela, en un viaje ex profeso que hizo al viejo continente—, así como destacados profesores mexicanos como, entre otros, José Arriola Adame y el presbítero José Ruiz Medrano, que les daba clases de música a los futuros arquitectos.

 

A un costado de la iglesia de la abadía, tras una contundente portería escultórica a cielo abierto con la leyenda ALELUYA CRISTO RESUCITADO Y NOSOTROS CON ÉL ALELUYA, en una hondonada circular, se encuentra un panteón con 35 lápidas iguales orientadas como en un anfiteatro hacia la Cruz.

 

***

 

Sobre una mesa cuadrada de madera acomodo 16 tarjetas extraídas de un mazo que he barajado. Cada una lleva anotada una palabra. Si bien se le atribuye a Einstein la frase “el azar no existe, Dios no juega a los dados”, la idea de incorporar el azar en una entrevista con un monje arquitecto que a sus 91 años sigue en activo, resultaba no sólo tentadora, sino útil.

 

“¿Esto es otra cosa?”, pregunta desconcertado, sopesando, me parece, dar por terminada la entrevista. “No está ARQUITECTURA”, dice unos momentos después, ya resignado, aludiendo a que no ve la palabra escrita en ninguna de las tarjetas que tiene frente a él. “De la arquitectura siempre decimos: es arte o belleza. Es composición. Es, desde luego, inspiración… servicio.”

 

Las obras de Fray Gabriel Chávez reflejan el aprendizaje espiritual del arquitecto.

 

“Siempre me preguntan que si tengo un método de diseño y de composición. Yo digo que no, pero dicen: vaya que lo tienes, porque empiezas pensando en las personas, las actividades, los espacios… VACÍO, no sé… INSPIRACIÓN, pues es un don… FUTURO, quién sabe”, se ríe. “CREATIVIDAD es un don también…”

 

—¿La creatividad es un don?

 

—Pues sí. Que, bueno, se estimula. Por ejemplo, mis compañeros y yo recibimos mucho de Mathias Goeritz —que impartía la materia de Educación visual— en ese sentido. Recibimos un “ándale, ¿por qué no hacer?”

 

—¿La tarjeta con la palabra VACÍO le dice algo?

 

—Bueno, ¿cómo entenderlo? Hay tantas cosas, ¿no? Porque hablando de arte se habla mucho de vacío. En nuestra arquitectura tapatía —se refiere a la que tiene a Luis Barragán como su figura más destacada— hay mucho vacío. No hay algo sobrepuesto. Está lo elemental, lo simple. En ese sentido: aus teridad, pobreza, vacío, sencillez… pero, digo, no me meto a lo filosófico…

 

No obstante haber sido el primer alumno titulado en la historia de la Escuela de Arquitectura la UdeG, el joven Gabriel supo que al optar por la vida monástica estaba renunciando a la arquitectura. Comprobó, sin embargo, que los caminos del Señor son misteriosos.

 

A la crianza de pollos, el huerto de aguacates y la granja apícola, trabajos ya existentes cuando entró al monasterio, propuso la creación de unos talleres de artesanías. El de serigrafía en madera y el de iconografía en plata grabada fueron los más exitosos, conocidos a la postre como Talleres Emaús, en los que desarrolló una iconografía y una tipografía propias que al día de hoy son de uso extendido entre comunidades religiosas y más allá (las calles aledañas a la Abadía del Tepeyac, así como el nombre de un convento, una escuela, una papelería y hasta un anuncio espectacular están escritas con esta especie de caligrafía fraygabrieliana que le transmite al visitante la sensación de encontrarse transitando por un barrio místico).

 

 

En 1957 fray Gabriel recibió el encargo del padre Gregorio Lemercier, su superior, de construir la capilla del monasterio. Con la autorización del obispo Sergio Méndez Arceo y una aportación económica del empresario Carlos Trouyet, entonces dueño de Teléfonos de México, Mexicana de Aviación y las tiendas Sanborns, la llevó a cabo.

 

Poco a poco el trabajo de fray Gabriel comenzó a ganar adeptos y detractores. Pero aún sin esta fama, es probable que Pedro Ramírez Vázquez —quien estuvo como sinodal en su examen profesional junto con José Villagrán García, el teórico de la arquitectura mexicana moderna— hubiera ido a buscarlo para la realización de medallas y souvenires para la Olimpiada México 68.

 

“Partimos de que hay un Dios creador. La creación no es espontánea”, sostiene a propósito de la tarjeta con la palabra UNIVERSO. “¿Has oído hablar de un jesuita pensador de finales del XVIII, Teilhard de Chardin? Por ahí voy yo. Un pensamiento optimista. La divinización del Cosmos”.

 

—Hoy tenemos una perspectiva del futuro bastante pesimista.

 

—Y hay razones para estar así. Sencillamente con el maltrato de la creación del Universo. Maltrato del Cosmos. No tomar en cuenta una ecología sana, productiva. No se diga el maltrato fraterno, de explotación, como hemos visto tristísimamente. Es la lucha, pero de todos modos hay que tener una mirada luminosa.

 

—Cuando usted era estudiante de arquitectura la perspectiva era muy distinta.

 

—¡Ah, bueno, pues claro! –se ríe con ganas—, y más en Guadalajara, muy provincial, pequeña, familias conocidas. Era otro ambiente de nuestras ciudades, país y mundo. Hay que ver las noticias de ahora en los periódicos: tensiones, guerras. Claro que hay noticias muy buenas pero no se divulgan. Ante esto, ¿qué hacemos?

 

“¿Importa la arquitectura?” fue el lema de la Bienal de Arquitectura Jalisciense 2019, en la que fray Gabriel fue homenajeado. Durante una charla en el Museo Raúl Anguiano de Guadalajara se refirió a que en la arquitectura religiosa, a lo largo de los siglos, ha habido momentos de oro, de incienso y de mirra.

 

“Litúrgicamente se le ofreció a Jesús oro como rey, incienso como divinidad y mirra como hombre. No estamos en el barroco (oro) ni el gótico (incienso), sino en una época de mirra que requiere una arquitectura muy encarnada en nuestra realidad humana. No se vale hacer una arquitectura costosa, pretenciosa, ocurrencias de arquitectos (…) Si le llamamos arquitectura a lo que vemos en muchas revistas y libros, entonces no importa la arquitectura. Necesitamos una arquitectura funcional, sobria, que de veras acoja al morador, que lo ayude, que lo inspire, que le ayude a ser mejor”, dijo en aquella ocasión.

 

 

“La mirra es una unción, un bálsamo”, dice, retomando lo dicho en la charla de Guadalajara. “Por eso es fundamental partir de la tierra, con los problemas, con lo que haya. Que la arquitectura ayude o que por lo menos que no estorbe. ¡Cuánta arquitectura y cuánto urbanismo sí estorba! Muchas de las grandes obras que se nos presentan hoy en día son caprichos absurdos”.

 

—¿Cómo entiende usted el ARTE (otra de las tarjetas)?

 

—El arte está ligado a la creatividad. El hombre hace artesanías o arte, no hay frontera para mí. Como que es el mismo ambiente. La creatividad es parte de la esencia del hombre, que a partir de sus herramientas y con una chispa de belleza desarrolló técnicas, oficios. La belleza es una capacidad. Por algo decimos filosóficamente: bondad, verdad y belleza.

 

—Por eso hay quien dice que no hay estética sin ética.

 

—Yo diría que todo sin ética anda mal.

 

Le pregunto por la educación.

 

“Es fundamental, desde luego. Primero, la familia. Eso que ni qué. Y luego pues el apoyo de la escuela (…) El pensamiento religioso es fundamental. Por eso qué bueno que se preocupan los gobiernos de este tema, aunque generalmente se quedan muy cortos. En nuestro ambiente, en México, el gobierno no quiso educar al pueblo.

 

—Sobre el tema de la COMPOSICIÓN, he escuchado decir a los arquitectos que es una palabra clave.

 

—Es la integración de lo que analizo, ligada a los espacios. Después de ver qué espacios son necesarios, de dimensionarlos, veo cómo integrarlos. La idea fundamental es preguntarse cómo va a funcionar el organismo de acuerdo a una lógica constructiva. Integrar es componer. En su clase de educación visual, Mathias Goeritz nos ayudaba a componer: “tres cuadritos, ¿cómo se ven mejor?, ¿con líneas o colores?”

 

—¿Qué valor tiene el juego, lo lúdico, para usted?

 

—Todo puede ser visto desde el lado del juego. En el sentido de la alegría y lo que a veces llaman “tiempo de ocio”. Tiempo, no de opresión, sino de libertad. En todo.

 

—¿Qué es la INSPIRACIÓN?

 

—Es un regalo. “Ah, yo quiero estar inspirado”: ¿cómo?, ¿tomas drogas? —se ríe fray Gabriel.

 

—¿Qué le dice la palabra COMPROMISO? ¿Está vinculada a RESPONSABILIDAD?

 

—El compromiso es fundamental. Responsabilidad. Eficiencia. En lo que sea cada uno. En la cocina, en el trabajo, en la artesanía. No ser omiso. El compromiso nos vincula al oficio, al trabajo, a la sociedad, al otro.

 

 

Le pido que sustituya la carta con la palabra VACÍO por una nueva del mazo. Saca la que dice OSCURIDAD.

 

—Me da la idea de pesimismo —dice—, yo soy más bien optimista.

 

—Usted como trabaja mucho, no con la oscuridad, pero sí con la penumbra, la luz indirecta. La arquitectura como refugio que también trabajó Barragán.

 

—Ah, bueno, dices oscuridad en el sentido de la iluminación. Yo estaba pensando en oscuridad moral… En la arquitectura, qué te digo: luz, calor, los dones ecológicos, cósmicos: viento, agua, etcétera, pues aprovecharlos.

 

—La oscuridad remite al concepto de mal.

 

—Ah, sí, por eso. Estamos siempre con esa alternativa: o voy hacia lo luminoso o voy hacia la oscuridad. En cualquier actividad, en cualquier acción. Siempre habrá más oscuridad o más luz. Decidida personalmente o influenciada por el contexto. A veces, aunque quiera uno alguna cosa, gana el ambiente.

 

—México vive momentos oscuros.

 

—Sí. En ese sentido, sí. En la arquitectura pues hay que jugar con eso. Le Corbusier llegó a decir que “la arquitectura era el juego de los volúmenes bajo la luz”. Esa definición también funciona para la escultura. Por ejemplo, en este edificio, en la abadía, lo que me decidió a acomodar las habitaciones así: buen sol en invierno y menos sol en verano (…) Tomé ese eje, no pensé en un monasterio redondo u ovalado.

 

—¿Qué opinión tiene de un arquitecto que trabaja mucho con las curvas como Niemeyer?

 

—Son los caprichos del diseño. Ya es más escultura que arquitectura: “tiene que ser chueco”. Chistes, caprichos, fantasías.
Me refiero a otra de las cartas, la que dice VIDA.

 

—Respeto al Cosmos. La ecología. Respeto al otro, al hermano, al compañero. Y nosotros con la profesión de arquitectos podemos ayudar a que su vida sea mejor en todos los sentidos.

 

—TIEMPO.

 

—Para nosotros el Universo tiene tiempo (…) Vivimos en el tiempo. Con sol y sombra, con noche y día. Filosóficamente el tiempo no existe. Ve tú a saber… pero vamos en un crescendo hasta una enorme plenitud.

 

—El tiempo —le digo— me hace pensar en las pinturas metafísicas de De Chirico. Esas sombras con esas perspectivas y puntos de fuga.

 

—Una plaza… —dice fray Gabriel.

 

—¿Qué le dice a usted el surrealismo?

 

—Diversión —se ríe—. Está bien, es un área de expresión. Psicológico, de introspección, completamente de fantasía. Un área del arte.

 

Hablando de artistas con los que siente afinidad, menciona a Caravaggio y a Francisco de Zurbarán. Sin embargo, agrega: “Me gustó mucho ese tipo de arte donde entra la abstracción, la simplificación, colores más bien tendiendo a planos”.

 

—¿Cómo define la BELLEZA?

 

—No, no, como que no se define. La hay y ese es el lío. ¿Qué es más bella, la Venus de Milo o la Coatlicue? Caemos en los valores: ¿qué valores integran la belleza? Ah, pues que unidad, que simetría, que contraste, que luz, que sombra.

 

Menciono la famosa frase de Jesús Reyes Ferreira sobre la belleza (“lo bonito”) y lo bonito (“lo que a mí me gusta”), y fray Gabriel se ríe.
“Pues sí, así es. Hasta en sabores: me gusta o no me gusta. Es algo muy personal. Pero a lo que se llega es a integrar esos valores: verdad, bondad y belleza.

 

Le pregunto qué palabra pondría en la tarjeta vacía, una que guarde coherencia con el resto de las palabras que hay sobre la mesa.

 

“Bueno, hace rato dije que me gustaría ver ARTESANÍA porque la ligo mucho con la arquitectura. Y siento que está menospreciada. Artesanía como diseño. Diseño una cafetera, una taza, un textil, un mueble. Como que no hay límites: desde el que hace no sé qué cosita, un tejido, un telar de mano en Michoacán, lugar lleno de artesanías, hasta las artes llamadas ‘mayores’. Y la arquitectura como integradora (de todas las artes)”.

 

 

La última carta por comentar es ESPIRITUALIDAD.

 

“Un valor del ser humano. Te digo que cuerpo, alma, espíritu. Atendida o desatendida, pero es la esencia del hombre. En el pensamiento judeocristiano tenemos el apoyo bíblico de la creación, donde el hombre fue hecho a imagen y semejanza de Dios. Esa chispa, esa presencia que llamamos con lenguaje cristiano Espíritu Santo. El budista tendrá otra concepción, otra explicación.

 

Y así cada pensamiento. Por eso es fundamental saber qué concepto antropológico se tiene.

 

Terminado el juego de esta entrevista, fray Gabriel tiene la cortesía de invitarme a conocer su taller, puertas adentro de la abadía, donde trabaja todos los días en sus proyectos. Una imagen de la Guadalupana preside el amplio e iluminado espacio donde tiene su escritorio, su biblioteca y algunas maquetas. Sobre el muro de piedra cuelgan crucifijos.

 

Una vitrina de mesa exhibe algunos de sus diseños, como por ejemplo los que hizo para Ramírez Vázquez en México 68. Entre los muchos y muy diversos objetos que hay en el taller, hay un “modulor” fraygabrieliano, esa figurilla humana con el brazo alzado —creada por Le Corbusier—, que sirve a los arquitectos para dimensionar el espacio en función de la escala humana.

 

“Yo dije: hay que ponerle corazón y cerebro”.

 

Fray Gabriel está ya listo en la puerta de su taller, para cerrar con llave y continuar el recorrido por la abadía. Antes de salir descubro algo en el suelo que llama mi atención. Es una pequeña lápida como las que vi allá afuera, en el panteón, junto a la iglesia. Tiene escrito su nombre.

 

FOTO: Fray Gabriel Chávez es integrante de la Orden de los Benedictinos/ Crédito de fotos: Gerardo Lammers

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