La religión como acto de rebeldía: entrevista con Hugo Hiriart

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En entrevista, el narrador y dramaturgo habla sobre su libro más reciente Lo diferente.Iniciación en la mística, escrito ensayístico y confesional, en el cual reflexiona sobre la experiencia religiosa y habla de las circunstancias que lo llevaron a su conversión al catolicismo

 

POR SOFÍA MARAVILLA 
Hablar de experiencias religiosas después de haber sido levantada el acta de defunción de Dios hace dos siglos parecería un tanto anacrónico de no ser porque, precisamente, es gracias a la muerte de ese Dios que ahora se pueden abrir nuevos caminos de relación con lo divino, sin que estos se encuentren necesariamente normados por complejas estructuras institucionales que coarten la libertad de los creyentes y contaminen de culpa sus procederes éticos.

 

Con su libro Lo diferente. Iniciación en la mística (Literatura Random House, 2021), el filósofo y narrador Hugo Hiriart (México, 1942) se ha atrevido a responder a la incógnita sobre qué hacer con el cadáver divino, situándose más allá del anquilosado artificio de las grandes religiones históricas y partiendo de algo mucho más mistérico: a pesar de las múltiples necrologías en que los intelectuales se han encargado de embutir al Dios cristiano, Hiriart resiste en el camino de la fe, que es el de la compasión que nace de la contemplación del mundo.

 

En entrevista, Hiriart, filósofo prófugo de la Academia e hijo pródigo de la literatura, platica de Lo diferente, obra ensayística y confesional a la usanza agustiniana, que a lo largo de todo su cuerpo escritural —porque todo libro religioso es epifanía del cuerpo divino—, toca las bases de todos los tópicos que conllevaría la reflexión religiosa, desde las implicaciones epistemológicas de la fe, hasta asuntos mucho más éticos y amorosos como el mal, la compasión, o las constantes evocaciones que Hiriart hace de sus queridos maestros espirituales, José Gaos y el padre José Manuel Gallegos Rocafull.

 

Usted comenta al inicio del prólogo de Lo diferente que hablar sobre religión en este tiempo es un anacronismo. Entonces, ¿cuál es el sentido de hablar sobre la religión, a pesar de que podría pensarse como un anacronismo?

 

Es un anacronismo porque, en general, es una época, por un lado, burguesa, muy diferente a la época precapitalista, como por ejemplo la de los campesinos mexicanos, y por otra es una época en la que nadie se interesa por la religión porque les parecen cuentos y tonterías; por ejemplo, a mi papá le parecía absurdo que yo me preocupara por eso, decía que la religión ya iba en retroceso, pero yo no pienso eso. Yo creo que es una época muy acientificada y tecnificada.

 

¿Cómo es posible escribir un libro sobre mística sin “caer en la tentación” de racionalizar?

 

Todo libro se dedica, en parte, a contestar ese tipo de pregunta, es decir: de todos modos, hay muchísima gente que todavía está metida en la religión, por ejemplo, son los que antes llamábamos el pueblo; por ejemplo, el pueblo llano mexicano sigue siendo religioso y sigue yendo a la iglesia y sigue rezando, pero, claro, es la gente menos preparada o menos afortunada, pero de todos modos el pueblo existe; Dostoievski decía “mientras haya pueblo va a haber religión, cuando se acabe el pueblo, se acabará la religión”, o tal vez se acabará la religión, porque no sabemos. Siempre habrá gente que cree. Ahora, entre más educación tiene, menos religiosa es, no obstante, hay gente que es religiosa y que tiene mucha cultura.

 

Quisiera saber cómo fue su acercamiento a la religión, que usted describe en su libro como una “tentación”.

 

Yo vivía con mis padres y ninguno de los dos era religioso. Mi madre había estudiado para maestra en la Normal, que era muy de combate, muy de izquierda, y mi papá era un ingeniero aficionado a las matemáticas, y era muy inteligente. Entonces para mí la religión fue un acto de rebeldía. Yo nunca recibí educación religiosa, siempre estuve en colegios del gobierno porque a mi papá le parecía, y con mucha razón, que yo debía tener una educación como la de todos; mi mamá, en cambio, me enseñó francés.

 

Para mí la religión era rebeldía y aventura, y era una serie de cosas que no son para un muchacho que estudia en un colegio marista o uno de esos. Yo tenía una muy pobre educación religiosa, mi abuela —que era una maravilla de mujer — nos enseñó a mi hermano y a mí la doctrina, pero en realidad tampoco sabía mucho. A mis hermanas, por ser mujeres, sí las metieron a unos colegios religiosos, y entonces las dos estaban furibundas.

 

Pero hay muchas deficiencias en la enseñanza de la religión en México. Por ejemplo, la religión la enseñan, con mucha frecuencia, cuando el niño está muy chico, entonces ¿qué puede entender un niño cuando le dicen “¿ya confesaste tus pecados, hijo?” El niño se queda preguntándose que qué es eso, y está en todo su derecho, porque uno estaría con la mente muy abrumada si piensa que un niño comete pecados; por eso es niño, pecar vendrá después, pero no cuando está chiquito.

 

Yo leía mucho y fui muy despacio inclinándome a la religión —había un maestro de español que era un sacerdote muy culto y muy buen escritor, traductor de Séneca, era un hombre que sabía muchas cosas y fui a tomar una clase con él. En ese momento yo quería estudiar historia del arte, y vi en el pizarrón “filosofía” y estudié eso, porque algo tendría que ver con la filosofía el arte —. De todos modos, la religión no es una cosa que el crédulo escoja, no es un capricho: es una cosa que va avanzando calladamente y se le va imponiendo. Ahí en el libro cuento con mucho cuidado cómo, según dice la religión, “fui herido en la gracia de Dios”, que es una manera de entender eso. La otra cosa es que no hay manera de entenderlo, porque está uno como si nada y de pronto ya es uno un crédulo y de una manera inexplicable.

 

Esto me hace recordar la conversión de San Pablo, que cuando era un soldado romano se le nubla la vista, y es hasta que cree que realmente se entrega a la gracia divina. Me ha parecido que la mayoría de los creyentes que se convierten al cristianismo tienen una experiencia transgresora. En ese sentido, ¿cuál es su experiencia de conversión?

 

Yo iba caminando en la calle con un amigo, que había sido mi maestro en la prepa. Yo en ese entonces era un alcohólico desaforado que bebía enloquecidamente, y mi amigo también, y fui a comer con él a una cantina del centro. Después fuimos a un templo al cual él me llevó, y me contó que había llevado antes ahí a un poeta de los exiliados españoles que era un hombre ateo y furibundo recalcitrante, y que él se conmovió ahí en la iglesia y que comenzó a hablar de su madre. El poeta era también alcohólico, y me estaba contando eso cuando entramos al tempo y yo iba viendo las imágenes, que siempre me han gustado —de hecho, durante un tiempo cuando estaba en la prepa estudié con un imaginero, pero nunca concluí mi imagen; también San Juan de la cruz en algunos de sus textos compara esta idea de la mística con la talla de las imágenes —. Yo iba muy tranquilo y de repente… me sentí “herido por la gracia de él”. es decir: creer o no creer no depende de la voluntad de nadie según la teología católica, sino que depende de la gracia de Dios. Es un regalo más para los que lo hemos recibido, y que supera todos los demás. Para los que no lo han recibido pues no van a entender nada, y es como si uno les estuviera hablando en otro idioma.

 

Me hace evocar a Unamuno, que en su obra El sentimiento trágico de la vida menciona que la religión, más que ser inculcada, tiene que ser asumida como una decisión, pero en ese caso estaríamos hablando ya de un sujeto que ha pasado por un proceso incluso de crítica a las mismas creencias.

 

El sentimiento trágico de la vida es una obra que me encanta. Me gusta mucho Unamuno, me gusta lo terco que era. Sufrió mucho también. También Machado tiene algo de religioso; claro que, en esa época, ser o no religioso estaba ligado a la política; ahora ya no porque vino la teología de la liberación que iluminó un lado de la religión que estaba opacado.

 

Hay cosas de la teología de la liberación en la religión y otras que no. Por ejemplo: usted no puede adaptar la religión, que es una cosa de siglos y que va a avanzando muy lentamente y que se va haciendo más y más espiritual, pero muy despacio, con el pensamiento político, porque el pensamiento político sí avanza muy a prisa. Por ejemplo: el marxismo, que cuando yo era estudiante yo estaba en la juventud comunista junto con muchos amigos míos, y pues hacíamos propagandas y Cuba nos parecía el prodigio de prodigios de país, ¡Lo que había hecho Cuba era lo que debía hacer toda América Latina! Y bueno: vea en qué poquito tiempo ese ideal juvenil se canceló. Leí hace poco un artículo sobre Cuba que da tristeza, porque yo creía en eso, y no funcionó. Pero eso es poquito tiempo, medio siglo para la religión es nada.

 

Desde luego, porque la religión se empieza a perder en eso que llamamos tiempo estructural, que es un tiempo ontológico. En ese sentido, usted mismo comenta en su libro que la religión se ha manchado de un tinte institucional gravísimo que mantiene la virtud y el pecado como dos asimilaciones del Bien y del Mal, y en ese caso se vuelve como un aparato ético-político de dominación. Pero, ¿es posible extraer estas categorías del pecado y la virtud y colocarlas en un eje existencial?

 

Cuando usted habla de pecado y de moral, usted está situada en las religiones establecidas como el catolicismo o el Islam, y esas son religiones estructuradas, pero la religión que está en el libro no es una religión establecida, sino que es una aproximación que no tiene reglas; muchas veces confundimos la religión establecida con la experiencia religiosa personal, y entonces allí hay un momento en el libro en que esto que estoy diciendo suena a protestante, pero tampoco, porque el protestantismo tiene sus reglas, tiene sus ceremonias religiosas, y yo creo que hay gente que tiene inquietud religiosa y que lo decepciona cada una de las religiones con sus cositas “moraleras” y entonces hay que decirle: sí, todo esto sí, pero hay también un modo de hacerse a la religión y que no tiene nada de esto.

 

Si usted lee a Santa Teresa, sabrá que ella leyó un libro de teología que le prestó un pariente suyo, que hablaba del rezo pero que no era una oración repetitiva, sino que era una especie de conversación con Dios; bueno, pues eso ya se acercaba muchísimo más a lo que estamos hablando de la religión. No es sólo repetir, sino hablar con Dios.

 

Yo una vez fui a Chiapas y fui a un pueblo donde había una iglesia y había muchos indios. Miré por una de las ventanas y vi que había uno de ellos ahí en el suelo, luego sacó unas cosas que después supe que eran botellas, y luego había comida, y comenzó a beber y a comer en el suelo, y de pronto empezó a hablar con Dios y le decía: “Tú no me vas a hacer esto a mí, ¿eh? Porque yo fui e hice tal, no puede ser posible”. Ese hombre me pareció que era muy religioso mucho más que la inmensa mayoría que domingo a domingo vamos a misa; en primer lugar, porque él hablaba como dicen que le hablaba Tolstoi a Dios, que le decía: “¿por qué tú crees que me puedes hacer esta cosa a mí? ¿Yo qué te he hecho?”. Entonces es un modo de hablar que es muy religioso y que no es la tarabilla esa del rosario, o cuando menos a Santa Teresa la sacó de allí ese librito.

 

Hablando de estos personajes —Santa Teresa, Tolstoi, el hombre de Chiapas—, ¿Cuál sería la diferencia entre llevar una vida mística y llevar una vida santa?

 

La verdad es que todo lo relativo a la vida mística es muy delicado. Si uno avanza un poco más, lo rompe. Es decir, ¿cómo se puede ser una cosa que le dicen: “la esencia de la mística es la contemplación”. Bueno, ¿y qué es contemplar? Pues es mirar atentamente algo. Pero, ¿en qué momento esa contemplación es mística y en qué momento no? Por ejemplo: San Juan de la Cruz dice: “conforme más se piensa, más se aleja uno d Dios”, y agrega: “la gente que cree que razonando se va a cercando a Dios, no se da cuenta de que razonando se va alejando más”, pues eso hace todo muy difícil, porque expone mucho a uno a toda clase estafas, y, sin embargo, cuando uno trata de comunicarse con Dios y sabe que allí hay algo, hay un momento en que te viene un sabor peculiar, fuerte, y uno lo capta y se da cuenta de que esta uno metiéndose en Dios, acercándose.

 

No se necesita gran cosa de contemplación; si una persona que cree que Dios está entendiendo lo que él está padeciendo o lo que le está pasando, que hay una entidad que lo está captando, a la que le puede hablar y que le está escuchando, eso que es tan simple ya es una señal de que la persona se interiorizó muchísimo, al lograr eso, en el camino de la mística. Cualquier viejita que va a rezar a la iglesia ella sola cuando está acabando su vida, lo puede tener o puede no tenerlo, porque eso nunca se sabe.

 

Como católico, ¿qué importancia tiene el sacrificio en la relación de lo humano con lo numinoso?

 

A mí me parece, como soy cristiano, tengo que admitir que el sacrificio es parte fundamental de mi religión. Si ha visto cuadros de un pintor que varias veces pintó a Cristo mirando las cosas que es al mismo tiempo dolor y una cosa casi infantil que podríamos llamar la compasión. A mí me parece que la compasión sí está muy cerca de lo que significa Cristo y de lo que significa la percepción del mundo. ¿A quién no le da compasión todo el mundo y todo lo que pasa? Así como pintó el rostro de Cristo mirando la creación, es como exactamente creo que se debe de ver el mundo cuando uno es católico, a través de la compasión. Es decir: si uno es católico, si se acerca uno aunque sea de lejos a San Francisco de Asís, uno debe decir: bueno, el mundo merece toda la compasión que puede uno tener y más. En cambio, las personas que no tienen compasión ninguna son como huecas.

 

Mi última pregunta está relacionada con esa máxima de que los santos renuncian a toda suerte de placeres. Sin embargo, como creyente y filósofo que es usted, ¿qué piensa de ciertas posturas filosóficas como las de George Bataille que sostiene que hay momentos en el comportamiento específicamente erótico que roza, o que colinda con una experiencia mística?

 

A mí me encanta Bataille, me parece muy inteligente y muy perceptivo. La postura esa del erotismo y la batalla me parece muy cierto. Por ejemplo, Mahatma Gandhi sabía lo que estaba haciendo cuando dijo que todo el mal del mundo venía de la agresividad masculina, porque él era muy erotizado y tenía a su mujer, que era muy jovencita, y él quería mucho a su padre, y cuando el padre estaba muriendo, Mahatma estaba apareándose con su mujer, y entonces sintió horrible, y entonces dijo es que hay algo que está mal en esa ansiedad y eso terrible que es en lo que consiste el erotismo masculino, y un poco también el femenino.

 

Por otro lado, si tú lees las Confesiones de San Agustín, ahí incluye una especie de antifeminismo furioso e inexplicable, porque él fue el que echó a las mujeres de la iglesia; Cristo, al contrario, las llamaba, pero San Agustín no. Si el mundo corre hacia un lado, ese lado es la igualdad completa del hombre y la mujer en todas las cosas, entonces suena tan raro leerlo a él diciendo puras cosas pasadas de tueste, y sin embargo San Agustín es un escritor extraordinario. Recuerdo cuando dice: ayúdame, Señor, para resistir, ¡pero déjame una vez más, déjame un poquito, una probadita!

 

Así como el maestro Hiriart evocó la debilidad del alma joven de San Agustín, así también parecen seguir trazando sus vidas los creyentes: siempre al filo de la fe, sostenidos sólo por el hilo frágil de la gracia sobre una creación que parece constituida para ponerlos siempre a prueba, frente a daños y vicisitudes en los cuales, en ocasiones, es menester dejarse caer para encontrar la sombra de aquello que nombramos Dios.

 

FOTO: Germán Espinosa/ El Universal

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