“Nadie de niño sueña ser crítico de cine”: Una memoria personalísima de Ayala Blanco

Ene 29 • destacamos, principales, Reflexiones • 5488 Views • No hay comentarios en “Nadie de niño sueña ser crítico de cine”: Una memoria personalísima de Ayala Blanco

 

José Felipe Coria cuenta algunas enseñanzas del polémico periodista, así como algunas de sus ideas estéticas, presentes en sus entregas semanales y en sus libros, basados en la curiosidad y el principio de que la experiencia cinematográfica es un sinónimo de la vida

 

POR JOSÉ FELIPE CORIA
1. Frecuento a Ayala desde que fui estudiante en el CUEC. Lo vi por vez primera en el Konditori de la calle Hamburgo en la Zona Rosa, cuando era el lugar para ver y ser visto. En el CUEC no le aprendí cómo manejar las herramientas del oficio, sino cómo forjar el oficio. Sus lecciones eran de vida.

 

Mis amigos de toda la vida eran Andrés de Luna y el finado Gustavo García. En 1977 nos marcó la fundación de unomásuno. Un diario dio por vez primera cabida en sus páginas culturales no a un crítico, sino a toda una generación; el cine fue prioridad, al menos para el jefe Huberto Batis.

 

Gustavo era el estelar, con espacio en Sábado, el suplemento, y la película de estreno cada domingo. Andrés se encargó de cine-clubs. Batis me asignó cine mexicano. La Muestra de Cine la cubríamos entre los tres. En unomásuno también estaba Nelson Carro. Publicaba —igual que en Tiempo Libre—, brevísimos comentarios que se volvieron característicos por mencionar todo lo que se exhibía.

 

Pretendimos independizarnos con la aventura fallida que fue Intolerancia, revista que Gustavo fundó con Andrés, Raymundo Mier y Chema Espinasa. La redacción eran las mesas del café de la vieja librería Gandhi. Batis tuvo el detalle de despedirnos con cálida mentada llamándonos los “tres García”, aunque años después dijo que quiso decir los “tres Ayala”; unomásuno fichó a Rafael Aviña y Naief Yehya.

 

Nuestra idea de crítica la forjamos en ese unomásuno que tuvo de pionera a Laura Arley, que si la memoria no me falla, estuvo en solitario los primeros años del periódico. Curiosamente, recuerdo mejor algunas de sus opiniones, que me resultaron importantes, en vez de las del propio Ayala, muchas de las cuales nunca volvió a publicar en sus libros. La lección: no siempre los hits de tu maestro se editarán (así que mejor, tijeras y folder para conservarlos).

 

2. Ayala sugería cosas fuera de serie. Un día Andrés pasó a mi depa: iríamos al cine. No a cualquiera, al Rosas Priego de San Cosme. Se proyectaba una cinta brasileña, que creo era de José Mojica Marins. De alto contenido erótico. Por lo mismo Ayala dio una instrucción precisa: no entrar al baño; no tenía luz y podía sucedernos algo digno de la película Machos de Verhoeven. Orinamos en la calle aledaña, donde a las cinco de la tarde apenas había gente. A las 8.00 pm, era Craven puro: La colina del terror.

 

Otro día, Ayala me dio indicaciones para una cinta del director griego Ilias Milonakos, proyectándose en la colonia Guerrero: “te bajas en el metro Hidalgo, ve hacia San Fernando; el cine está justo en la primera calle. No te sientes en la última fila. Cualquier mirada será equívoca así que sólo mira la pantalla.” Ese genuino churrazo soft-porno que tenía por título internacional Tiffany, no lo he olvidado. Como tampoco sus instrucciones para llegar a un cine en los límites del Estado de México. Esa vez no fui. Así que reprobé una de sus lecciones: ir a donde el cine lo demande; la curiosidad del crítico debe ser insaciable. Pero aprobé la otra: ver cada película, sin importar su género, sin prejuicios, sin preocuparse por el ámbito en que se proyecta.

 

3. El método de Ayala en la misma frase podía unir a John Carpenter con Ingmar Bergman. Me parece, era una peculiaridad del CUEC. Porque también otro distinguido maestro del Centro, Marco López Negrete, lo aplicaba en su clase en Casa del Lago.

 

El método, pues, evolucionó desde La aventura del cine mexicano y Cine norteamericano de hoy, sus libros pioneros, que cimentaron su fama de crítico nada complaciente. En los tiempos de “el director es la estrella” la propuesta era hacer panoramas.

 

Con esos abordó el cine clásico nacional. Cada uno contenía discursos (entonces el teórico de cabecera era Barthes). Había que identificar el discurso de cada película, lo que le ha redituado en su abecedario mexa y sus Falaces fenómenos fílmicos, luego A salto de imágenes; su serie internacional, pues. Considerando que cada película es diferente e incluso directores consistentes pueden meter la pata o conservar una personalidad imperceptible para los esquemas del reseñismo, la lección fue: el crítico está obligado a ver más allá de la personalidad, de la carrera, de otras opiniones sean favorables o no.

 

Hubo en esto más lecciones: cada película exige un abordaje específico; la crítica debe ser tan maleable como su objeto de estudio. Porque cada película podía ser valiosa o una basura a la vez; la labor del crítico: encontrar el punto medio para definirla.

 

4. Ayala fue célebre en los mentideros culturales de los 1970. Ahí obtuvo su aura de crítico maldito. La causa: La búsqueda del cine mexicano, editado por la UNAM en dos volúmenes, puntualmente “embodegados” para evitar la difusión de sus contundentes opiniones —sobre el estatizado cine nacional a manos de Rodolfo y Luis Echeverría durante el sexenio de este último—, que representan la ruptura entre Ayala y Emilio García Riera; fue el inicio de la mítica “guerra de los críticos”, digna de Herzog: Cada quien para sí y Dios contra todos.

 

La búsqueda se conseguía en CU, por no tan módica suma y tras aprobar el examen respectivo sobre el autor y su obra. Este capítulo le dio otra vida y prestigio al estilo de análisis de la revista Nuevo Cine, aunque existieran dos vertientes, la de García Riera y la de Ayala, tan divergentes que en el programa más popular de la TV, Ensalada de locos, se representaron sketches surreales, como uno sobre Guappini —alter ego de Fellini—, en el que confrontaban las opiniones de nuestros vanguardistas y belicosos personajes. Ello da la trascendente dimensión que tuvo la crítica de cine.

 

Ayala publica desde 1963 en las secciones de cultura de Novedades, el Diorama de Excélsior, el suplemento de la revista Siempre!, más La Jornada, El Financiero y El Universal… Nadie nunca antes recorrió la prensa como él. Se reinventó como film auteur cuando Editorial Posada reeditó La aventura y La búsqueda en formato de bolsillo. A ello sumó La condición. El abecedario iba viento en popa. Eran los 80.

 

La lección: lo que se publica es lo que queda.

 

5. La “guerra de los críticos” tuvo capítulos épicos, como la demanda de Arturo Ripstein contra Ayala, o la censura brutal al impedir la entrada a las funciones de prensa en la Cineteca a Ayala, a Gustavo, a Andrés (a la brava David Ramón los colaba con su pase).

 

Hubo otros capítulos que pudieron ser trágicos. Gustavo insultó públicamente a Eduardo de la Vega. Calculó que no le respondería. Se equivocó. En una función de prensa nocturna de la Muestra Eduardo le plantó cara.

 

En el solitario estacionamiento de la Cineteca, y teniéndonos como testigos a Leonardo García Tsao de un lado, abordo de su auto, con luces y motor encendidos (sinceramente creí que nos atropellaría a todos; seguro se estaba partiendo de la risa), y del otro a mí recargado en el Volkswagen de Gustavo, lo que Eduardo dijo a Gustavo puede leerse a la Fernando de Fuentes: “eso que dijiste en verso a ver si me lo repites en prosa”.

 

Años después, Gustavo acarició por meses una idea mía: hacer un número de Intolerancia donde colaboraríamos todos, empezando por Emilio y Ayala; García Tsao, Eduardo, Nelson, Naief, Rafael, nosotros. Aprobado el número, al último segundo la descartó, “mejor Fritz Lang”. Pero nunca editó nada. Ahí murió Intolerancia.

 

6. Andrés, viajero empedernido, para mi cumpleaños 21 organizó que Martha, Norma, él y yo lo pasáramos en Nueva York. El penúltimo día del viaje, fuimos a una tienda de discos, que hace años desapareció, en Greenwich Village.

 

Me mostró una lista de trece discos meticulosamente seleccionados por Ayala y para Ayala. Sólo en esa tienda se vendían. Los empleados leyeron la lista con reverencia.
De mi parte seleccioné tres discos raros de jazz. Andrés agregó los suyos. Los encargados celebraron gusto tan ecléctico. Andrés dio detalles del “programa en Radio Educación, Mujeres compositoras”. Ahí supe de la secreta afición, más que profesional, de Ayala por la música.

 

El programa tuvo 96 emisiones. En texto publicado en la revista Fem, Ayala escribió de esta “manía”, de ser “record hunter, y abusar de los amigos que toleran encarguitos, movido por un idea absurda y terca”: coleccionar discos de compositoras “al azar de las filias y las fobias, al hilo de los caprichos y vaivenes de una megalomanía incontrolada…”, para así “ir formando durante diez años una sección de la discoteca privada a la que sarcástica, vejatoria, remordida, autoirrisoriamente se le llama la Vaginoteca”, colección de vinilos que da testimonio de una era “cuando todavía se podía viajar, cuando aún se podía importar objetos suntuarios de cultura”.

 

El encarguito para Andrés quedó bajo mi resguardo ya que vivía en la misma colonia que Ayala. Éste organizó una cena de recepción para sus nuevas joyas discográficas. La sesión fue educativa e intensa. Ayala es un Google completo antes de Google. Años después, en su nuevo domicilio en San Rafael, hizo otra cena musical. Fue Guillermo Tovar de Teresa, musicalmente igual de erudito (en sus reuniones había gente interesante, como su sobrina, Sara Murúa, de risa fácil y aguda inteligencia, o el siempre genial Hugo Bonaldi).

 

Acabando la cena, en el noctívago frío, comenté con Norma, Andrés, Martha, Guillermo, María Luisa y Gustavo lo abrumador que era —que es— lo que Ayala sabe de música. “Considerando lo que dijo Truffaut de que nadie quiere de niño ser crítico de cine ni se imagina entregándose a tan ingrata labor; que igual que Alfredo Joskowicz cambió la ingeniería por el cine… pero siente hacia la música una pasión genuina; lee partituras y su oído es privilegiado, como el tuyo, Guillermo, con memoria eidética… me pregunto, y les pregunto ¿qué habría sido si se hubiera dedicado por completo, no sé, a ser compositor?”, dije. Gustavo respondió: “habría sido más feliz”.
(Última lección: el cine es la vida; la música, el alma).

 

FOTO: De izquierda a derecha: Victoria Huerta, Jorge Ayala Blanco, Gustavo García, María Luisa Vélez, Martha Trejo, Andrés de Luna, Norma Patiño
y José Felipe Coria (revista Intolerancia, 1987)/ Crédito del foto: Archivo Jorge Ayala Blanco

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