Una noche de guardia con el médico poeta: entrevista con el poeta Orlando Mondragón

Abr 23 • Conexiones, destacamos, principales • 6138 Views • No hay comentarios en Una noche de guardia con el médico poeta: entrevista con el poeta Orlando Mondragón

 

El ganador del Premio Loewe de Poesía 2021, Orlando Mondragón, habla en entrevista de sus Cuadernos de patología humana, del cual destaca la belleza de este ‘diario médico’ y el tratamiento que le da al dolor y a la muerte

 

POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
En octubre de 2020, el jurado del Premio Internacional de la Fundación Loewe de Poesía anunció a Orlando Mondragón (Ciudad Altamirano, 1993) como el ganador de su XXXIV edición por Cuadernos de patología humana (Visor-Círculo de Poesía, 2022). En su acta deliberativa, el jurado destacó “la belleza poética que contiene esta especie de ‘diario médico’ que es la obra y su tratamiento del dolor y la muerte.”

 

Luego de dos años de pandemia, pareciera que con este premio la poesía hace una especie de justicia al personal de salud que estuvo al frente de esta crisis sanitaria. Sin embargo, Orlando nos demuestra que para haber justicia primero debe haber oficio. No es la primera vez que el poeta escribe sobre estos dos temas, pues ya en su primer poemario Epicedio al padre (Elefanta Editorial, 2017) había abordado el deterioro físico y mental de un hombre y el canto que su hijo homosexual —ante quien siente un inicial rechazo— le dedica para acompañar su agonía.

 

Médico de profesión —egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana—, Mondragón habla en esta entrevista de sus dos poemarios, en los que el suplicio humano toma un espacio central. Si bien reconoce que su obra es un eslabón más en la poesía escrita por médicos como Elías Nandino, William Carlos Williams o John Keats, también confiesa que en algún momento buscará traicionarse a sí mismo para renovar su voz poética.

 

Cuadernos de patología humana se compone de XXVII poemas en verso intercalados por varios poemas en prosa llamados “Suturas”. Hay ficción, no sólo imágenes, en los que la práctica médica, con sus veladas, sus dudas, su cercanía con la enfermedad y la muerte son materia poética, como lo expresa en esta entrevista: “Me gusta la prosa poética porque tiene que ver más con una cierta recolección que termina en el goce estético, el hallazgo poético, mientras que en el verso me permito llegar a utilizar sonidos, repeticiones. Digamos que puedo llegar a cantar. Algunos poemas son como pequeñas viñetas de cosas que están ocurriendo alrededor de un hospital. Esa fue la primera intención del libro: hacer un recorrido en la noche de guarida de un médico.”

 

Lee un fragmento de Cuadernos de patología humana aquí. 

 

¿Cómo son complementarias la práctica médica y la voz poética?

 

He pensado en eso, en cómo la poesía se encuentra en lugares donde lo que pensamos que no tiene cabida. La poesía se encuentra en todas partes, pero no estamos atentos a ella. La poesía, como una experiencia estética que tiene al lenguaje como materia prima, se encuentra en cualquier lugar. La vemos en los anuncios publicitarios, en las canciones, en el cine. Respecto al trabajo médico, creo que la poesía y la medicina tienen vasos comunicantes bastante intrínsecos. En el origen de la poesía y la medicina hay un acto mágico. Desde los templos en los que se adoraba a Apolo —dios de la belleza, de la poesía y la música— encontramos estos bailes, danzas, rituales que se llamaban kátharsis. No era el tipo de kátharsis aristotélica pero sí una especie de danza que confluí para sanar al cuerpo enfermo. Esto tiene todo el sentido del mundo. La poesía y la oración fervorosa comparten el deseo de curar o lograr una expiación a través de la palabra. Desde ese origen mágico podemos entender por qué la poesía y la medicina convergen a través de la historia. No es difícil encontrar casos de médicos que han sido seducidos por la literatura. Pienso en John Keats, William Carlos Williams, Antón Chéjov. Más contemporáneos a nosotros pienso en António Lobo Antunes y en Basilio Sánchez, también ganador del Premio Loewe en 2018.

 

Recordé una de las preguntas que le hice a Elisa Díaz Castelo, si la poesía también es un ejercicio de traducción de la experiencia al lenguaje poético. ¿En tu caso la poesía es una especie de auscultación de la vivencia humana y de la tradición poética?

 

Qué manera tan hermosa de proponerlo. Creo que sí hay una especie de traducción cuando se hace literatura. Finalmente el sustrato del que uno trata de robar su materia prima es la realidad. Cuando vuelcas la realidad a las palabras siempre hay algo que se pierde porque pasas de un sistema a otro. En ese caso creo que la traducción facilita nuestra comunicación pero hay cosas que se pierden. Eso pasa también muy seguido en el ejercicio médico. El paciente tiene un lenguaje que no es el lenguaje técnico de la medicina y muchas veces recurre a las figuras retóricas propias de la poesía: la metáfora, el símil. Cuando dicen “escuché que mi pecho cruje”, “me silba la respiración” o “siento un vacío que me duele”, son formas bastante poéticas. Claro que la labor del médico en ese momento es de filtrado, de decantado, que es la propia traducción del cuerpo al lenguaje técnico de la medicina. Y no sólo eso, traducirlo a un lenguaje en el que todos podamos entender la enfermedad.

 

El dolor es un tema común en Cuadernos de patología humana y Epicedio al padre. ¿Cuáles son los caminos para expresarlo desde la labor poética?

 

Para hacer poesía hay que ser muy honestos con lo que se siente, con el sentimiento que hace disparar ese gatillo para ponerte a escribir. Esta honestidad tiene que ver con un estado emocional y mental aunque esto no se corresponda al cien por ciento a lo que sucede. Lo digo esto porque en Epicedio al padre abordo la muerte del padre mientras que mi padre real sigue vivo. Creo que tomar ese elemento ficcional como parte de la creación respondía a una necesidad de la emoción en ese momento. Yo estaba matando simbólicamente a mi padre porque necesitaba un cambio drástico también en mi propia vida que se correspondiera con el estado mental o emocional que estaba viviendo. La honestidad está reinando en ambos libros. En Epicedio hay otro tipo de soltura que no me pude permitir en Cuadernos de patología humana porque muchas veces las experiencias que estaban en Epicedio eran propias, aunque digo que tomé elementos ficcionales, y en Cuaderno no todas las experiencias me pertenecen. Siempre estoy hablando de alguien más. Me interesaba mucho poner un cuidado en estas otras vidas. Mientras lo estaba escribiendo, en un primer borrador, había demasiados elementos que llegaron a adornar todos los poemas, pero vi que no estaban funcionando y el libro fue exigiendo una especie de extracción. Decía Sabines que el propósito de un poema era llegar al deshuesamiento de la poesía. Y eso lo va exigiendo el propio libro. Por supuesto que ambas experiencias expuestas en los dos libros son dolorosas. En ese aspecto funcionan porque hay honestidad en ellos, un cuidado en ese sentimiento. Es un cuidado que muchas veces puede llegar a ser visceral pero no menos honesto.

 

Cuadernos de patología humana tuvo un desarrollo en su escritura durante estos dos primeros años de pandemia. ¿Hay presencia de esta crisis sanitaria en el poemario?
Por supuesto. Aunque el proyecto del libro inicialmente es de 2017-2018, estos dos años también fueron intensos en el proceso de escritura y corrección. Por supuesto que tomo experiencias propias y prestadas de algunos médicos. Pienso en el poema en el que el médico va apagando con su dedo los monitores de los respiradores es una experiencia que tomo prestada de un amigo. También en el poema XVIII en el que una amiga se detectó cáncer de tiroides. Sucedió durante la pandemia. En este caso el médico adquiere la figura del enfermo. Por supuesto que hay resabios de experiencias mías o ajenas durante la pandemia. Aunque no hay mascarillas o pacientes que explícitamente padezcan esta enfermedad, mi intención era integrar la emoción, no de la pandemia, sino la emoción límite que ocurre todo el tiempo entre el médico y el enfermo.

 

Hay algunos poemas de Cuadernos en los que haces referencia a algunas figuras religiosas. ¿Sientes que formas parte de una tradición literaria a la que también pertenece el apóstol Lucas?

 

Quizás una respuesta es la de eslabón desde esta visión del cuerpo. En el Evangelio de Lucas, si mal no recuerdo, es el único que describe la muerte y resurrección de Jesús. Hay un cuidado del aspecto físico, material, de la vida de Jesús. En el libro no sé a qué responda. Quizá viene de mi propia educación católica que adquirí en mi infancia y parte de la adolescencia. También responde a una cosa muy herética. Hay una especie de sacralización del trabajo de los prestadores de salud cuando muchas veces no es eso. Hay más humanidad todavía ahí. De las cosas a las que responde Cuadernos es la intención de aterrizar esta figura que se tiene del médico en cuanto su aspecto frío, lejano, como en su aspecto soberbio. Se buscaba romper esta barrera que se ha creado entre el paciente y el médico en el imaginario cultural. Sí hay una tradición de médicos escritores y sí hay cierto cuidado hacia la materialidad del cuerpo cuando se exhibe. Pienso en este gran poema que es Paterson de William Carlos Williams; pienso en los nocturnos de Elías Nandino y, claro, en Jaime Sabines —quien también estudio medicina en cierto momento— y que tiene un poema bellísimo en el que habla de estar enfermo y recomienda tomar dos cucharadas de luna. Creo que sí hay un aspecto muy material en la poesía que llega a haber entre escritores médicos.

 

Entre Epicedio al padre y Cuadernos veo un proyecto literario. ¿Va a continuar en tu trabajo poético posterior?

 

Por supuesto hay hilos comunicantes entre estos dos libros entre el dolor y la muerte. Pero quisiera darme la oportunidad de traicionar esto y experimentar en el siguiente libro. Tal vez lo que estoy haciendo ahora esté encaminado al erotismo, al amor. Ya veremos en la siguiente publicación. La escritura de un libro puede tomar caminos muy azarosos. No me gustaría determinar nada por ahora.

 

FOTO:  Orlando Mondragón también es autor de Epicedio al padre (Elefanta Editorial, 2017)/ Juan Boites/ EL UNIVERSAL

« »