Chabelo: un himno a la laringitis entrevista

Mar 25 • Conexiones, destacamos • 1430 Views • No hay comentarios en Chabelo: un himno a la laringitis entrevista

 

Esta entrevista al actor se publicó originalmente en 1990 en el libro Humor y comicidad en México. Fin de siglo, que será reeditado próximamente.

 

POR DAVID MAGAÑA
¡Porque es un buen compañero, porque es un buen compañero!

Contrario a la amarillista prensa de espectáculos, el punto de vista de amigos las personas que tienen o han tenido relación con Xavier López, el eterno Chabelo, se unifica: “Es el amigo más grande del mundo”, “Excelente persona”, “Muy noble y humanitario”, “Es tan atento que parece una dama”. Eso afirman.

 

Por mi parte debo señalar lo siguiente: durante la hora y fracción que conversamos Chabelo me trató de manera respetuosa y agradable. Digamos que corroboré en lo externado por sus cercanos. Segunda: de los siete a los trece años, todas las tardes, veía el programa de televisión que Chabelo conducía con Rogelio Moreno en el canal 5 de Televicentro. No me avergüenzo. Lamentable sería hacerme pasar por niño catedrático o precoz admirador del canal 11. Me interesaron los mismos productos que a miles de infantes de mi generación. No había de otra sopa.

 

A continuación presento un testimonio en el que “Chabuelo”, el niño más viejo del mundo, revela sus porqués en la vida. Queda Xavier López en familia…

 

—El desarrollo de mi profesión en su inicio fue accidental. No era en ese tiempo una persona decidida a seguir el camino de la actuación. Las circunstancias me colocaron en ese rumbo. Crecí en el seno de una familia de escasos recursos. Esto me llevó a trabajar desde los seis años. Y así me seguí, desempeñando distintos oficios con la única intención de tener algunos centavos para lograr la meta que tenía fijada en ese entonces: ser doctor.

 

Cuando ingresé a la Facultad de Medicina se dio la coincidencia de que un conocido mío se casó con una vecina. Este señor era productor de una empresa jabonera y, gracias a la relación que establecimos en la vecindad, me llevó a trabajar con él cuando comenzaba la industria televisiva. Entré como ejecutivo v: “y ve por los refrescos y ve por las tortas y ve por los cigarros”: la hacía de todólogo. Realicé funciones diversas en una industria en la que no había profesores ni especialistas que dictaran las normas para hacer televisión.

 

Cuando una empresa, como la televisiva, está en auge, requiere de caras nuevas, de gente con disponibilidad. Yo, repito, no me lo esperaba, no me lo propuse, pero la misma necesidad y quizá mi carácter me llevaron a manera de juego ya era asistente de producción a suplir a los actores que no llegaban a los ensayos; tenía la facilidad de imitar las voces de aquellas personas. Sabía que estaba ocupando casualmente un espacio que no me correspondía, pero esto a los ojos de los productores fue importante y descubrieron que tenía facilidad para actuar en tono de broma. Mi profesión se inició de manera circunstancial, nunca me lo propuse.

 

Era muy famoso, sólo que se me identificaba con un producto.

 

La cafetera chilla. El agua cae a cuentagotas. Error: se le olvidó a Xavier López poner café. Retira el recipiente, tira el contenido en el lavabo y llena la cafetera con agua fría. Y ahora sí, antes de que otra cosa suceda mide cuatro cucharadas de café de grano. Termina el proceso y ameno continúa la conversación:

 

—Le fui agarrando gusto a la actuación, al grado de que en el segundo año de medicina decidí abandonar la carrera y estudiar materias inherentes a la que en el futuro sería mi profesión, como son arte dramático y música; mismas que hasta la fecha sigo perfeccionando porque pienso que el actor como cualquier profesionista debe estar actualizándose todos los días.

 

En mis inicios como Chabelo, alternando con el señor Ramiro Gamboa, nos contrató en exclusiva una empresa refresquera. Como imagen de la empresa viajamos cuatro años por todo el país, por Centro, Sudamérica y los Estados Unidos. Concluyó el contrato y mi sociedad con el señor Gamboa. Como joven que era, y ganando equis centavos, pensé que nunca iba a cambiar esa situación. Pero no, nadie me contrató en un año. Era muy famoso sólo que se me identificaba con un producto. Al borde de la miseria me vi en la necesidad de ir a trabajar a los Estados Unidos. Me fui, tuve suerte, cubrí mis rezagos económicos y regresé a México.

 

Retornar era un reto. Ya no había nada circunstancial, tenía el compromiso de una profesión que era la mía. En la televisión me dieron un espacio estelar de media hora vespertina. Al realizar el programa me di cuenta que la televisión se traga todo, que no podía basarme exclusivamente en mis rutinas de teatro de revista para cubrir el tiempo. Era necesario inventar algo. De ahí surgió la necesidad de escribir las historias que presentaba. Fueron siete años y medio en los que desarrollé temas que no se agotaban pronto. ¿Por qué? Porque eran situaciones cotidianas en la vida de los niños. Reconocí y aprendí la maravilla de ser niño. Entendí ese pequeño gran mundo. Lo plasmé en forma de comedia, sin la intención de ser educador o moralizador. Mi único propósito era tocar en términos generales las buenas costumbres de la sociedad mexicana a la que yo pertenezco: el no tomar el dinero de los papás, el no irse de pinta, el no mentir; los temas del mundo infantil me permitieron identificarme con los niños.

 

El vendedor más grande de México.

 

Tocan insistentemente a la puerta del camerino del teatro Blanquita, sin abrir, Xavier López pide que esperen a que se desocupe. La cafetera chilla. Toma dos tazas enanas y a la vez que sirve el café señala:

 

—Son ya tres generaciones. Me he encontrado abuelos jóvenes que me vieron al igual que sus hijos y ya me están empezando a ver sus nietos.
Intervengo para comentar:

 

—Qué difícil es mantenerse 32 años con el mismo personaje ¿verdad?

 

Mesurado afirma:

 

—Muy difícil y muy fácil: digo que difícil porque de alguna manera estas tres generaciones son mis más severos jueces. ¿Por qué? Porque si ahora tengo la fortuna de que sus hijos me vean quiere decir que es porque he conservado esa forma de hacer las cosas con amor, profesionalismo y respeto. Sobre todo, respeto a la familia. Un medio tan trascendente hace que uno entre gratis a las casas, sin permiso. Ese no pedir permiso implica que el artista debe cuidar doblemente la forma de actuar, de hablar, de comunicarse con esa parte de la familia que es la más vulnerable y la que los padres cuidan más. Lo muy fácil es que la profesión me ha dado la satisfacción de trabajar 32 años en lo que me gusta.

 

Mi mensaje, mi comunicación no es imperativa.

 

—La televisión y sus motivos cambian. Chabelo se transforma a mediados de los 70. De entretenedor de niños se convierte en el vendedor más grande de México. Promueve productos “chatarra”. Incita al consumismo demencial. ¿Qué tan consciente está de esa situación, por qué aceptó ese rol?

 

Con ojos entrecerrados señala:

 

—Estoy ciento por ciento consciente de lo que me dice y además de acuerdo con usted. Sólo que no es disculpa: obedezco a un sistema, igual que usted, David; y ese sistema me lleva a decirle que en 19 años en el aire con En Familia

 

Interrumpe la explicación. El rostro se torna rojizo. Le cayó el veinte sobre la pregunta. Aun así pausado comenta:

 

—Voy a aceptar sus palabras que entiendo no están dichas de manera peyorativa, por llamarlas de alguna manera, para decirle que efectivamente yo vendo y promuevo productos “chatarra”. Desgraciadamente el vivir en este sistema me ha llevado a descubrir algo que usted dijo hace un momento: efectivamente, “soy el mejor vendedor de México”. Ese aspecto tampoco me lo propongo. La única fórmula ha sido que lo que vendo me gusta a mí.

 

La única condición que exige un niño para creerle es que usted sea honesto. Y todo lo que vendo en mi programa me gusta. Mi mensaje, mi comunicación no es imperativa. Transmito lo que me gusta… Ni siquiera sugiero, manifiesto mi gusto por un producto determinado. Le puedo dar mi palabra de hombre: he tenido más de un caso de productos que me han ido a ofrecer a la oficina, y si no me gustan, los rechazo. He tenido grandes problemas para hacerle entender a ese cliente que me va a pagar mucho dinero que no se lo anuncio porque a mí no me satisface y así no lo puedo vender. La única fórmula que he tenido es que me guste el producto.

 

La televisión comercial, como su nombre lo dice, tiene que vender productos.

 

El eterno patiño Michel Grayeb entra como Juan por su casa al camerino, lo acompañan su hija, su yerno y dos nietos. Luego de cruzar los saludos de rigor y recordar la época en la que el matrimonio veía el programa de Chabelo, se retiran. Sin haber perdido el hilo de la plática, Chabelo continúa:

 

—Los llamados productos “chatarra” están dentro del sistema de empresas transnacionales; empresas que le dan trabajo a cientos de familias mexicanas. Desgraciadamente, quizá, nuestro sistema ha creado algo que no es muy benéfico: el que a veces un niño trae un Flipy en la pancita y no ha tomado siquiera un vaso de leche. Pero aquel Flipy por lo menos le engañó el hambre, pero no lo engañó el producto sino quien se lo vendió y el sistema y la publicidad.

 

No soy responsable de toda esa venta de productos. Las empresas, con el dinero que obtienen de lo que venden, contratan a los medios. Empresas que tienen millones de dólares. Entonces, dentro de ese sistema encajo para crear un tipo de programas que me han llevado a donde estoy. Estoy consciente de lo que me dijo, sin embargo, el aspecto que pudiera llamarse negativo del consumismo no lo utilizo de manera dolosa. La situación o circunstancia es que soy parte de un engranaje del sistema.

 

Reflexivo remarca:

 

—Le aseguro que no lo hago nada más por comer. Es también circunstancial que me mantenga 19 años vendiendo cosas. Sabe, me llega a la mente algo muy importante: la televisión empieza en casa no en los medios de difusión. Y la televisión comercial, como su nombre lo dice, tiene que vender productos. De otra manera no se mantiene.

 

Uno de los grandes problemas de México es la falta de identidad.

 

Señor López, aparte de vender productos a los niños ¿ha pensado en ofrecerles algún proyecto en que se manifieste un mensaje diferente? ¿Tiene en mente un proyecto alternativo de entretenimiento?

 

—Tengo un proyecto que en estos momentos está en alfileres. Estoy pugnando por un plan que quiero mostrarle, antes que, a nadie, al presidente de la república. ¿Por qué? Porque dentro de un análisis nada patriotero que he realizado, concluyo que México es el país más maravilloso de la tierra y que podemos ser un mejor país con el apoyo de su gente.

 

Tengo un proyecto de videos en el que pretendo llevar de la mano a los niños para que vean todo lo que se hace en nuestro país. Esto de alguna manera sembrará en ellos el conocimiento de las habilidades y destrezas con que contamos. Una gran cantidad de mexicanos ignoramos, por ejemplo, que aquí se hacen barcos. Los niños citadinos desconocen lo que es arar la tierra. Considero importante que sepan subirse a un tractor, que sepan cortar trigo, que sepan cómo funciona la industria pesquera. Tengo la intención de mostrarles todas las alternativas que les den la posibilidad de conocer otras opciones vocacionales.

 

Convencido añade:

 

—Si soy capaz de vender pastelitos, a la mejor tengo fuerza de enseñar a los niños toda la gama de posibilidades que tendrán cuando lleguen a la edad en que quieren ser algo. Eso es lo que creo que puedo hacer por este país de jóvenes. Mostrarles que no nada más hay que ser doctores, arquitectos o abogados, sino que se pueden especializar en una carrera técnica en la que puedan ganar más que un profesionista.

 

Así como soy capaz de vender productos “chatarra”, me creo capaz de vender a mi país. Venderles a los niños la idea de amarlo más. Uno de los grandes problemas de México es la falta de identidad. Los medios de difusión contribuyen a que se pierda cada día la identidad del mexicano. Hay una palabra de la cual estoy avergonzado que digamos en mi idioma: naco. Los mexicanos les decimos nacos a nuestros compatriotas cuando queremos despreciarlos. Les decimos peyorativamente “indios”. Me da tristeza, me dan ganas de llorar… Ser indio debe ser maravilloso. En lugar de llamarme Xavier López me hubiera gustado que mi nombre fuera Xiconaztli Conatl…

 

Guarda silencio, suspira. Le escurren un par de lágrimas. Discreto gira el rostro, queda de perfil. Le calaron sus palabras.

 

Señor, ¿qué lo hace retornar al foro del teatro Blanquita?

 

Mire, David, cuando decidí abrazar esta profesión mi gran escuela fueron mis compañeros ya fallecidos, le hablo del Ojón Jasso, de Mantequilla, de artistas con los que compartí el escenario del teatro Blanquita y del teatro Esperanza Iris, ahora de la Ciudad, donde debuté. A lo largo de 32 años he compartido los aplausos con mis grandes maestros en el foro de teatros populares. ¿Por qué regreso? Porque aquí aprendí a trabajar la comedia al lado de personas como Emilio Brillas y Ortiz de Pinedo. A ellos les robé un poquito, algún detalle, ese ritmo que se debe tener en la comedia. Reconozco que me estoy excediendo en carga de trabajo pero el amor de pisar un teatro de revista me motiva.

 

¿No llega a fastidiarle ser Chabelo cada tres minutos?

 

—Recuerdo que las dos últimas películas que usted filmó pretendían ser trascendentes, el director de Pepito y Chabelo detectives y Pepito y Chabelo contra los monstruos fue el desaparecido Pepe Estrada…

 

No me deja continuar, dolido dice:

 

—Nunca me expliqué porque el señor Rodolfo Echeverría que fue secretario general de mi sindicato y posteriormente director de Cinematografía dijo cuando ocupó ese puesto que: “No más Chabelazos ni Capulinazos”. Sin embargo, mis películas y las de Capulina son las únicas que pasan por televisión. Y las repiten y las repiten. No soy hombre de cine, sin embargo, realicé películas de éxito. Además, mencionar a Pepe Estrada es muy satisfactorio porque él pudo realizar otro tipo de películas y sin embargo trabajó conmigo. Estoy agradecido de haber trabajado con Pepe Estrada porque fue muy talentoso.

 

—Cuando venía para el teatro coincidí en el metro Bellas Artes con el poeta Carlos Illescas y le comenté que iba a entrevistarlo a usted; y él con esa rapidez de pensamiento e ingenio que lo caracterizan dijo: “Ah, ese señor es un himno a la Laringitis Crónica!” Partiendo de esa idea le pregunto: ¿No le molesta impostar la voz cada que se acerca un niño, esté de humor o no? ¿No llega a fastidiarle ser Chabelo cada tres minutos?

 

Triste, muy sentido me observa. La voz se le quiebra. Los ojos se le llenan de lágrimas. No las clásicas de los berrinchitos de Chabelo sino las de Xavier López. Con dificultad responde:
—Cuando… me preguntan… cuándo… cuándo dejaré de ser Chabelo… me resulta muy… muy difícil porque amo a mi personaje… Y lo amo tanto que la única condición que he puesto… es entender a tiempo… esas vibraciones del público cuando no quieran a Chabelo… Mi personaje no puede molestarme porque hay un desdoblamiento…

 

Más tranquilo concluye:

 

—Después de 32 años de hacer Chabelo usted comprenderá que Chabelo habla y piensa de una manera diferente a Xavier López. El que me comente lo que dijo el maestro Illescas, que soy un himno a la laringitis crónica, es otra fortuna. Soy una persona tan afortunada por Dios que he estado afónico de mi voz natural pero la voz de Chabelo me sale perfectamente bien…

 

 

FOTO: Homenaje editorial no podía faltar el gran “Amigo de todos los niños”, el eterno y alegre Chabelo. Crédito de imagen: Retrato de Armando Herrera.

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