La sátira cinematográfica a los gobiernos: entrevista con Luis Estrada

Mar 18 • Conexiones, destacamos, principales • 2298 Views • No hay comentarios en La sátira cinematográfica a los gobiernos: entrevista con Luis Estrada

 

A unos días del estreno de la película ¡Que viva México!, el cineasta habla de su visión como creador y del proceso documental que lo llevó a configurar, a través de cinco entregas, el territorio de las tragedias nacionales

 

POR JOSÉ QUEZADA
Después de transitar un viacrucis burocrático y no obtener el apoyo económico de los mecanismos que ofrece el Estado, Luis Estrada, cineasta multiganador del Premio Ariel, principalmente por sus películas La ley de Herodes y El infierno, estrena ¡Que viva México!.

 

En entrevista, en medio del material de utilería que utilizó en sus otras películas (la Constitución que recibe el personaje de Juan Vargas y la Silla Presidencial) y con varias novelas de Jorge Ibargüengoitia detrás de su escritorio, Estrada habló, fumando un cigarro tras otro, sobre sus influencias, la idiosincrasia mexicana, la trama de esta nueva cinta, las políticas culturales del presente, el desencuentro con la directora del Instituto Mexicano de Cinematografía, María Novaro, y del presidente Andrés Manuel López Obrador.

 

Una de las primeras referencias en las que pensé al ver el tráiler fue Las criadas, de Jean Genet, obra de teatro en la que un grupo de empleadas somete a sus jefes.

 

A estas alturas de la vida presumir de originalidad sería un acto de arrogancia. Mi carrera se ha nutrido, quizá de forma consciente, inconsciente o subliminal, de muchas fuentes. Una vez que tengo un tono, más o menos definido, hago una especie de proyecto en el que me nutro de todas las fuentes relacionadas (cine, literatura, teatro, pintura); también me documento para tener la mayor cantidad de elementos y tratar con la mayor seriedad posible el momento histórico que abordo. Las últimas películas que he hecho hablan de periodos específicos de mi país. Efectivamente, unos pueden decir que en cada película hay plagios, robos descarados o, como a mí me gusta decirlo, homenajes. La principal razón para contar la historia que planteo en ¡Que viva México! es hablar sobre la idiosincrasia de lo mexicano. Es una película con la que trato de explicarme qué somos los mexicanos, cómo nos comportamos, por qué somos de cierta forma, qué características y particularidades nos hacen diferentes. Mi primera influencia fue El laberinto de la soledad, de Octavio Paz; él nos explicó, como nadie lo ha hecho, quiénes somos y por qué somos como somos. Pero también podría mencionar una lista en la que me alargaría hasta el infinito: Monsiváis, Reyes, Bartra y todos los que, de alguna manera, se han detenido a reflexionar sobre la mexicanidad.

 

Estoy obsesionado con la sátira, desde mis primeros ejercicios escolares hasta mi última película, mis trabajos se han relacionado con ella. Pero también es una película ubicada en un tiempo y espacio particulares. El espacio, como en mis otras películas, es México; el tiempo es éste, el de la llamada Cuarta Transformación. Así como le pude dar un chingadazo al viejo PRI con La ley de Herodes y hablar de la corrupción, la impunidad y el autoritarismo que tuvieron en esa dictadura perfecta por 70 años; así como lo quise hacer con el foxiato, el panismo y neoliberalismo, con Un mundo maravilloso; como lo quise hacer con el calderonato y su siniestro legado de sangre que transformó este país para siempre en El infierno, y como también lo quise hacer con la manipulación, el poder político y el nuevo PRI en La dictadura perfecta; en ¡Que viva México! reflexiono sobre la polarización y la intolerancia en la que estamos metidos y está siendo alentada desde el poder presidencial. Cuando escribí el guion, adelantándome a lo que estamos viviendo, imaginé un país de todos contra todos, un clima que, ojalá me equivoque, puede tener serias consecuencias si no se detiene esta polarización e intolerancia; esta cosa de blanco y negro, los buenos y los malos, los chairos y los fifís. Quizá este ha sido el reto más grande de mi carrera.

 

Me llama la atención que su nombre es el mismo que el del clásico de Eisenstein.

 

Fue con alevosía y ventaja. El clásico de Eisenstein fue un proyecto inconcluso que, quizá, pudo haber sido su película más grande. Por problemas con la producción nunca se llegó a saber qué era lo que él tenía en la cabeza. Mi película se llamaba originalmente “Primero los pobres”, un título muy ad hoc con los tiempos que estamos viviendo. Pero cuando vi el corte y terminé el guion dije: esta película tiene mucho visualmente del maestro Eisenstein. ¡Que viva México! es un grito celebratorio, que nos une, pero también, si se usa de diferentes maneras puede ser una frase crítica y demoledora para el país. Cuando alguien me cuenta que lleva horas formado en la fila y un güey se pasa delante, se cuela y no se mueve, uno dice: ¡Que viva México! La frase tiene ese doble juego y esa doble connotación que me gusta mucho. La anécdota es la de un hombre que nació en un pueblo perdido, un estado ficticio que yo inventé y en el que se ubican los otros pueblos de mis películas. Es mentira que en México haya 32 estados, hay 33, yo me inventé uno. Esto viene de una tradición, así como García Márquez se inventó Macondo, Faulkner se inventó Yoknapatawpha, Rulfo se inventó Comala, Ibargüengoitia se inventó Cuévano, Mezcala y Plan de Abajo, yo me inventé un estado en el que se ubican San Pedro de los Sahuaros, San Miguel Arcángel y La Prosperidad, y el gobernador de ese estado es Carmelo Vargas, de La dictadura perfecta. Hay vasos comunicantes entre estas cinco películas.

 

Sobre el proceso tan complicado que tuvo la película, en una entrevista que le hice a María Novaro ella explica lo que pasó contigo y el Eficine.

 

El caso de María es muy triste. Te digo esto desde la óptica de hablar de una colega, una compañera de escuela; no estuvimos en la misma generación, pero coincidimos en los mismos años en elCosío Centro Universitario de Estudios Cinematográficos. Creo que María es una de las pioneras del cine feminista, ha hecho películas buenas y películas malas, pero su aportación al cine mexicano es muy relevante. Hubo grandes mujeres cineastas en el pasado: Matilde Landeta, Marcela Fernández Violante, pero con María Novaro, Maryse Sistach y Busi Cortés se empezó a cocinar una revolución. ¿Qué es lo que pasa ahora? No es la primera vez que se cree que alguien que hace cine es capaz de dirigir una institución relacionada con esta industria. Es uno de los grandes errores que han ocurrido reiteradamente alrededor de la política cinematográfica del país; ha habido varios directores que han oído el canto de las sirenas y se dejan seducir por el poder, que se suben a un ladrillo y se marean. Y eso es lo que le pasa a María Novaro, quien decidió dejar de lado su carrera como cineasta, una carrera muy relevante e importante, para convertirse en una funcionaria pública, una burócrata, muy mediocre. Es algo muy seductor, claro, porque con este nombramiento viene el poder, y con ese poder vienen privilegios. Se parece un poco a lo que cuento en La ley de Herodes, alguien que se vuelve loquito porque ya tiene coche, chofer, secretarias, viajes y reconocimiento público. María, de la mano de la señora Frausto y compañía, decidió reinventar el hilo negro, por supuesto, con una política que sólo se dirige desde el poder presidencial. Vivimos todavía en un país donde todo lo que ocurre pasa por esa silla, por esa cabeza y por esa mañanera. Pero lo hicieron de la peor manera, que fue desmantelar lo que ya se había construido.

 

El título de la película está inspirado en el proyecto que dejó inconcluso el cineasta Serguei Eisenstein

 

Esa fue la primera señal ominosa que, además, tiene que ver con algo muy triste: el engaño del que fuimos víctimas porque mientras Andrés Manuel nos quería seducir con promesas alrededor de lo que iba a pasar con el cine, la cultura, la ciencia y muchas cosas más, nos pintó un panorama en el que nos hizo creer que venía un cambio para bien. La decepción y la desilusión han sido al máximo (de esta administración), pero en la cultura y la ciencia son lamentables. Es casi lo peor de esta autollamada Cuarta Transformación. ¿Por qué? Porque al Presidente no le interesa; porque nombró a una señoras quién sabe recomendadas por y se decidió que había que desmantelar unos Fondos porque eran fuente de corrupción. Eso fue lo que alegaron, pero nunca han mostrado un sólo caso. Y si lo hubiera se trataría de una excepción porque esos fideicomisos de los que tan mal hablaron le dieron carrera a muchos cineastas y crearon un movimiento importante en lo que sería el nuevo cine mexicano. Además de que sus reglas eran precisas: todas las películas eran auditadas y tenían que rendir cuentas. Pero se determinó que había una mafia fifí chilanga y que se repartían todo entre ellos. Se decidió reinventar al cine a partir de una concepción que, de no desmantelar lo otro, hubiera estado muy bien.

 

Me parece valiosísimo que también tengan acceso a esos fondos públicos los sectores que no lo han tenido. Es bueno que decidieran voltear a ver a las comunidades indígenas y las colonias más marginadas, pero decidieron, de plano, olvidarse de los directores, productores y guionistas que ya tenían una carrera, y dejaron funcionando el mecanismo del Eficine que, ése sí, era el mecanismo que primero debió ser modificado. El Eficine tenía un vicio siniestro de origen: dejar en manos de los ricos, poderosos y la clase más conservadora del país, la decisión de qué películas se hacen. Si uno no tenía un tío rico o un amigo que le buscara una palanca con los de FEMSA, Carso o Televisa no podía conseguir los fondos del Eficine. Ojo, en dos películas he sido beneficiario del Eficine; y en todas mis películas, menos en ésta, he contado con el apoyo del Estado. Qué triste va a ser que fui apoyado por Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto y el único gobierno que no me apoyó en una película es el de Andrés Manuel López Obrador y su Cuarta Transformación. La censura es una palabra muy delicada y uno no debe andar gritando “ahí viene el lobo, ahí viene el lobo”. Pero no encuentro otra manera de explicarme todo esto más que con uno de los disfraces que se les pueden poner a la censura. La censura puede ser previa y económica, como creo que puede ser este caso. Lo que María y las instituciones culturales de este país querían es que la película no se filmara, pero ya se chingaron porque se estrena el 23 de marzo y la va a ver todo México.

 

¿Recuerdas que hace poco hubo una propuesta de multa de hasta 4 mil pesos para quien insulte al Presidente?

 

¡Aguas! No se les vaya a ocurrir mencionar al Presidente de manera negativa. Es una opereta. Es la misma gata nomás que revolcada. No son iguales, son idénticos: Morena es un PRI revestido, todas estas cosas que heredamos desde la Revolución y que mantuvo vivo el PRI a lo largo de La dictadura perfecta.

 

A finales de octubre, el Presidente dijo que para El infierno se buscó en el casting a la gente más violenta en las comunidades de Oaxaca.

 

El Presidente dijo: “Luis Estrada hace películas muy buenas; Damián Alcázar es el mejor actor del mundo, pero Luis Estrada también es un racista porque dice que hay indígenas malos porque puso que unos oaxaqueños soldados son más asesinos que los demás”. Eso no existe, dijo, porque todos los indígenas son buenos y puros. ¿De veras el Presidente es capaz de decir eso? Que ellos, por el simple hecho de pertenecer a una etnia, son buenos, santos y puros. Es una simplificación de caricatura, que si la digo tú o yo vamos a parecer ignorantes, pero que la diga el Presidente de la República es una barbaridad.

 

Si tú, un cineasta con trayectoria, te topaste con las paredes del mecanismo burocrático, ¿qué le espera a un cineasta joven?

 

Que tendría más posibilidades. Así como existe la simplificación entre buenos y malos, también hay una simplificación de cineastas buenos y cineastas malos. Como ya a muchos cineastas los metieron en el coctel de que son mafiosos, gandallas, privilegiados y además criticones, un joven cuenta con más posibilidades porque no tiene un pasado, una cola que arrastre por la puerta. Lo único malo es que le van a dar tres pesos para hacer su película porque, o se va con su tío que tiene una fábrica de construcción y le debe pagar al fisco 20 millones que puede destinar a su película, o se forma en una fila donde van 300 o 400 personas y sólo se hacen dos proyectos.

 

Las autoridades culturales mencionaron que en la firma del TLC se delimita la proyección de películas mexicanas.

 

Cada vez que se han revisado las leyes cinematográficas en los tratados internacionales, México se ha bajado los pantalones y deja fuera de esos acuerdos todo lo que sea cultura o industrias culturales. Otra cosa de la que presume mi excolega María Novaro, ahora burócrata, es del número de películas y proyecciones que se hacen ahora; habla de cifras asombrosas documentadas en sus anuarios. Pero lo que no puede ser posible es que no se reflexione dónde están esas películas. ¿Quién las ha visto? ¿En qué salas las han proyectado? ¿Cuántos espectadores han tenido? Y resulta que de las cientos de películas que se produjeron el año pasado, “cifra récord que nos debe llenar de orgullo”, quizá se estrenaron comercialmente ocho y sólo dos tuvieron un número más o menos simbólico de espectadores.

 

El cine sin público no existe. Pero de eso no habla ella, dice: “volvimos a romper los números históricos de producción”. Claro, si alguien hizo una película con un iPhone, la puede poner en el listado. El cine se hace para enfrentarse a su público, sobre todo un cine que está siendo pagado con los impuestos. La lucha aquí es por defender una industria cultural, una industria que tiene muchos eslabones y uno de ellos es la producción, la distribución y la exhibición, lo cual es responsabilidad del Estado, ya no del gobierno porque ese matiz siempre es importante. Es responsabilidad del Estado fortalecer y defender esas industrias culturales. El cine mexicano es lo único que nos retrata, estamos invadidos hasta la coronilla de productos extranjeros, superhéroes y Marvel. Cuando uno quiere pensar cuáles eran nuestras preocupaciones, anhelos e historias como mexicanos, ahí están las películas del Indio Fernández, de Buñuel, de Alcoriza, de mi padre.

 

Hay tres poderes que son eje en tus películas: la religión, la política y la violencia, ¿qué poderes se reflejan en esta película?

 

Damián Alcázar, que hizo la que magistralmente podría ser su mejor actuación, representa tres instituciones esenciales que están retratadas en esta saga involuntaria: Dios, patria y hogar, pilares de la sociedad occidental cristiana. Los fascistas también decían “Dios, patria y hogar”, que son religión, poder político y familia, y Damián interpreta a los representantes de cada poder y eso es lo que creo que también le da diferentes niveles de lectura a la película. Quiero que mis películas tengan un nivel de lectura simplista, donde cualquier persona, sin la necesidad de tener herramientas culturales o políticas, vea la historia de unos personajes a los que les pasan cosas interesantes y que se ría, llore o se conmueva. Pero también le quiero hablar a otro tipo de público, un público con más herramientas en lo artístico, cultural o político. Quiero que sea una película que hable de cosas más profundas y cabronas sobre los mexicanos; sobre por qué nos vamos del país, por qué hay 30 millones de personas que decidieron irse de aquí; a ellos también les hablo.

 

Luis Estrada, flanqueado por los actores Joaquín Cosío (izq.) y Damián Alcázar (der.), durante la filmación de ¡Que viva México!.

 

En la burocracia se habla mucho del cine comprometido, ¿para ti qué significa eso?

 

Que te lo expliquen ellos. El cine debe responder a lo que los creadores quieran. Nadie le debe poner etiquetas, y no hay nada peor que el cine proselitista y propagandista, por eso le tengo tanto aprecio a la sátira. La sátira es hablar mal del poder, de los poderosos, de las instituciones. Creo que la única aportación de mis películas a la cultura del país es que, con cada una de ellas, he ido ensanchando la sátira y la libertad de expresión; he sido más intrépido y osado. Nadie había usado los símbolos patrios. Nadie había hecho una caricatura del Presidente en funciones. En ésta, por cierto, Andrés Manuel López Obrador, es actor. Así como lo ves, él sale…

 

Si tuvieras que describir las políticas culturales del presente, ¿con qué escena lo harías?

 

Vamos todos por un túnel profundo. De pronto, se ve una luz al fondo y todos decimos: por fin, vamos a salir de este túnel, largo, oscuro, húmedo, frío e infernal. Pero resulta que la luz es la de una locomotora que viene de frente.

 

¿Te sientes desencantado?, ¿la película refleja tu estado de ánimo?

 

Mis películas son divertidas, pero con finales demoledores y desalentadores. Si Juan Vargas, en lugar de pagar sus crímenes, recibe un curul en el Congreso quiere decir que en este país se premia a los que se portan mal: los corruptos, los rateros, los asesinos y los mentirosos. La única solución que Juan Pérez encuentra en Un mundo maravilloso, para salir de la miseria, es irse a meter a la casa de una familia y chingársela, el peor final que se me ha ocurrido. La última imagen de El infierno es la de la normalización de la violencia: un niño de 14 años con un cuerno de chivo que le dispara directo a la cámara. Esto ya llegó para quedarse y permeó en la sociedad. En La dictadura perfecta, Carmelo Vargas, hijo ilegítimo de Juan Vargas de La ley de Herodes es Presidente de la República. Sí, un güey al que ya vimos asesinar y robar llega a ser el nuevo Presidente. Verás el final de esta película y tú dirás si es esperanzador o demoledor.

 

FOTO: En 2010, Luis Estrada ganó el Ariel a “Mejor película” por El infierno. Crédito de foto: Germán Espinosa / EL UNIVERSAL

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