Brad Mehldau, del arte del trío al arte del cuarteto

May 13 • destacamos, Miradas, Música, principales • 1883 Views • No hay comentarios en Brad Mehldau, del arte del trío al arte del cuarteto

 

El jazzista, considerado el más influyente de la época, es un lúcido pensador musical cuyo estilo proviene de una asimilación del romanticismo alemán

 

POR JOSÉ HOMERO
Brad Mehldau, Your Mother Should Know: Brad Mehldau Plays the Beatles, Nonesuch Records, 2023.

 

Poco conocido a nivel masivo, Brad Mehldau (Jacksonville, Florida, 1970) ha sido proclamado por la crítica como el jazzista más influyente de los últimos años mientras que sus pares pianistas lo ven como referencia, y los músicos de otros géneros, como Bono, lo admiran. Una singularidad de su repertorio es que, a diferencia de los jazzistas de mayor edad, incluye varias piezas de grupos de rock: de Radiohead, Nick Drake, Neil Young y Jeff Buckley, entre otros, además de The Beatles. Y pese a que la obra del cuarteto es una de sus influencias y que previamente había abordado Blackbird —una canción cuya tonalidad juzga ejemplar— o And I Love Her, era renuente a dedicar un álbum entero a este legado, porque tal decisión podría confundirse con un oportunismo mercantilista.

 

Your Mother Should Know: Brad Mehldau Plays the Beatles (Nonesuch Records), nada tiene que ver con esas vergonzantes adaptaciones en piloto automático, tipo Songs of the Beatles de Sarah Vaughan y The Other Side of the Abbey Road de George Benson. Con una formación de piano clásico, instruido en la mejor tradición del jazz, no únicamente de su instrumento —Charlie Parker y Miles Davis figuran en su panteón—, Mehldau es también un lúcido pensador musical; un intérprete cuya música proviene de una reflexión y una asimilación. Su estilo retoma las tonalidades y registros del romanticismo alemán —Brahms, Schumann, Schubert—, en cuya gama navega con pericia, sin menoscabo de las lecciones de Bach. Por si fuera poco, considera que The Beatles y sus herederos —como David Bowie— extendieron el cromatismo melódico, y observa y revela para el escucha superficial tales peculiaridades. Por ello, además de una demostración de bravura y virtuosismo —fue grabado en vivo en París, en 2020—, este disco es sobre todo una lección musical. No me refiero únicamente a la técnica, también al enfoque. La interpretación comienza interpretando la partitura. No se trata sin embargo de atrapar las tonadas, fijándolas en papel con cagarrutas como notas, tal insectos coleccionados, sino de comprenderlas y asimilarlas, resolviendo cómo han de tocarse en concierto, pues el cariz jazzístico proviene de esta condición en directo. Gracias a tal esquema, de pronto emerge la libertad, la felicidad de la improvisación, que otorga a las reconocibles notas bitlescas una soltura insólita, liberándolas del corsé de la estructura de la canción pop. Estrategia creativa que logra el milagro de que las melodías asciendan, no sólo en el aire, sino vibrando con colores nuevos. Si el músico participa de la literatura y filosofía para interpretar, ¿por qué su escucha no ha de experimentar la sinestesia?

 

El método de Mehldau en este disco parte de la línea melódica, respetando la cualidad diatónica. Esta melodía, más compleja de lo que puede escuchar el oyente bárbaro —soy uno de ellos—, a menudo se desarrolla con base en el elemento que la singulariza y torna única para un músico —que no se encandila con lo pegajoso—, mientras la sitúa dentro de un ritmo que suele respetar su tempo original, pero, más frecuentemente, la entronca con una tradición muy distinta. Así, el rock’n roll de “I Saw Her Standing There“ se convierte en un vigoroso boogie-woogie; el estribillo dulzón de gusto country de “Baby’s in Black” se decanta en un blues melancólico, al tiempo que se intercalan otras notas hasta transformarlo en un tema situado en el limbo entre la sonata y el blues, para evocar al final un aire cantinero —o de honky tonk—; y “Maxwell’s Silver Hammer”, a su vez, deviene una suerte de delirante tema de music-hall con toques de disonancia, como si fuera la continuación de ese vals torpe de “In Benefit of Mr. Kite” del Sgt. Pepper. He citado sólo algunas de las propuestas más notables, en lo que respecta a un distinto enfoque rítmico.

 

Sin embargo, tras ese apego a la melodía —ha enfatizado que su lectura comienza ahí—, que no implica fidelidad pues transpone la tonalidad a escalas más altas, matizando las notas en tonos agudos, sigue la improvisación, el impromptu que transfigura las mejores piezas del concierto. Destacaría entre estas, además de “Baby’s in Black” —es prodigioso lo que hace Mehldau con una canción tan sencilla— y “Maxwell’s”, “Golden Slumbers”, cuya tonada se conserva, si bien a ritmo más lento, transmitiendo el aire de nana que le es inherente, hasta que, alcanzada la segunda mitad, incursiona en el free jazz, y poco antes de concluir, acelera el tempo, retomando esa presencia fantasmal del music-hall —el género con el que creció Paul McCartney— que permea sobre el conjunto, casi tanto como los espectros de los románticos alemanes.

 

Hablé de las re/creaciones, empero, hay también dos versiones sobresalientes, cuya armonía no altera, sino que la reelabora partiendo de sus propios parámetros. Me refiero a “I’m the Walrus” y “Here, There and Everywhere”. La emblemática composición de Lennon ilustra perfectamente la técnica de Mehldau: a dos manos, con la derecha toca la melodía, con la izquierda acomete vigorosos acordes, sin temor a los clusters, las disonancias ni los acentos del pedal. En un video en YouTube ha explicado toda la complejidad de esta pieza, que en su lectura entronca con el impresionismo de Ravel y Debussy —comienza con una escala tonal descendente—. Esa cualidad de sostener con una mano un ritmo imperioso, como un latido ancestral y profundo, reaparecerá en otras ejecuciones, digamos las de “If I Needed Someone” y la ya citada “Baby’s”. Por su parte, la bella canción de McCartney de “Here, There…”, al ralentizarse, exhibe más claramente su correspondencia con un canon romántico, a camino entre Brahms y Schubert, confiriéndole un aire de nocturno a lo que era un arrullo solar. Melodiosidad que no impide que paulatinamente adquiera protagonismo el contrapunto ni que emerja la disonancia, para volver sobre el primer motivo en la secuencia final.

 

Por la riqueza armónica, por el cromatismo de las melodías, por el virtuosismo de la ejecución y por la relectura que convierte a canciones populares en vibrantes híbridos de jazz y música culta, este álbum de Brad Mehldau no sólo debe ser escuchado por los fans de The Beatles, sino por los melómanos sin adjetivos. Es música pura.

 

 

FOTO: El pianista estadounidense, Brad Mehldau, se encuentra de gira por Europa. Crédito de imagen: Bradmehldau.com

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