Placer y milagro

Jul 16 • Reflexiones • 779 Views • No hay comentarios en Placer y milagro

La antología El alma del hombre bajo el socialismo pone al descubierto el ingenio ensayístico de Oscar Wilde

POR BENJAMÍN BARAJAS 

Oscar Wilde consideraba que el arte es una forma suprema de pensamiento y recomendaba vivir en él, de acuerdo con sus leyes, como lo han hecho los artistas “verdaderos”, esas criaturas sensibles y soñadoras, dueñas de la placidez y el desenfado, ajenas a cualquier doctrina social y sistema de gobierno.

Oscar Wilde fue reconocido en su época por su forma de vestir extravagante, su larga cabellera rubia y, sobre todo, por la agudeza mental, convertida en una de las mejores armas para el entramado de sus diálogos dramáticos y la interacción con la sociedad londinense, particularmente conservadora y hostil contra un espíritu hedonista de la talla y condición de nuestro escritor irlandés.

La visión del mundo de un autor suele diseminarse en toda su obra y para lograr una mejor comprensión de sus posturas ideológicas ante los conflictos sociales, habría que decantar, intuir y arriesgar hipótesis sobre tal o cual planteamiento del literato en cuestión, pero este no es el caso de Wilde, quien compuso aforismos y también dejó huellas imborrables de sus ideas en diversos ensayos.

En este contexto se inscribe la compilación El alma del hombre bajo el socialismo, que reúne textos sobre filosofía, política, literatura y arte, con la traducción de José Rafael Hernández Arias. Se trata de una obra que pone al descubierto el ingenio de un ensayista que otorgó valor de supremacía al arte como medio de concitar la belleza, mediante la lucha contra las fealdades del mundo.

“El alma del hombre bajo el socialismo”, primer ensayo del libro, es un mero pretexto para acentuar la simetría entre individualismo y colectivismo. Wilde considera que en una sociedad igualitaria debe imperar el ser individual, su recia personalidad y su deseo de disfrutar la vida en armonía con los demás y, desde luego, rechaza el rudo trabajo manual que nadie quiere hacer. Recuerda que el arte reclama el ocio, como ocurrió entre griegos y romanos y por lo tanto establecieron la esclavitud, pero en las postrimerías del siglo XIX las máquinas serán las esclavas y los hombres deben ser felices.

Desde luego, la doctrina de Wilde tiene indicios del socialismo utópico de Tomás Moro, del anarquismo de Mijail Bakunin y muy pocas señales del marxismo de Engels y Marx, quienes veían en el trabajo la fuerza fundamental de la transformación histórica; en cambio, Wilde recurre al cristianismo para honrar el fuerte individualismo que Jesús inculcaba en sus discípulos, pues reconocía que la salvación era un acto personal y cada uno, con su fardo de pecados y congojas, rendiría cuentas algún día.

Otras fuentes del individualismo las encuentra en Sócrates, pues nos recuerda la consabida frase “conócete a ti mismo” y en el epicureísmo —que él conocía muy bien por sus lecturas en griego—, lo cual allanará el camino al momento estelar del Renacimiento, con la aparición de potentes figuras como Alighieri, Miguel Ángel y Leonardo; y luego del romanticismo recupera a Goethe, Coleridge y Shelley, hasta llegar a sus maestros John Ruskin y Walter Pater, de quienes heredó el desdén por la sociedad industrial en pro del esteticismo.

Oscar Wilde murió en París el 30 de noviembre de 1900, después de haber frecuentado las cumbres de la celebridad y descendido a las mazmorras, acusado de “grave indecencia” en nombre de su graciosa Majestad la reina Victoria. El golpe de realidad lo llevó a conjeturar que la vida no se escribe, sólo se vive

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