Querer es poder: “Madama Butterfly” e “Il Signor Bruschino”
Dos puestas musicales que demuestran cuán importante es el presupuesto para sacarles el brillo al que se aspira, nos comenta el crítico
POR LÁZARO AZAR
Una vez más, los hechos corroboran que “hace más quien quiere, que quien puede”. Esta es la primera frase que viene a mí a la hora de consignar las óperas que presencié la semana pasada: la taquillerísima Madama Butterfly de Puccini, y esa joyita poco representada que es Il Signor Bruschino de Rossini, las cuales me hicieron reflexionar en cuán necesario es contar con el presupuesto que conlleva hacerlas, pero más necesarias e indispensables son la voluntad, la determinación, el gusto por la ópera y la seriedad profesional con que se afronta la encomienda.
Esta Butterfly se escenificó en la Sala Plácido Domingo del Conjunto Santander de Artes Escénicas (CSAE) que visionariamente edificó Raúl Padilla en Guadalajara. Desde su inauguración, el 21 de octubre de 2017, este espacio proyectado por Cesar Pelli dejó atrás la supremacía que se disputaban la Sala Nezahualcóyotl y el Teatro Bicentenario de León en cuanto a cuál es la sala con la mejor acústica de México. He asistido a conciertos memorables en este recinto que cuenta con todos los adelantos técnicos y sienta cómodamente hasta mil 700 espectadores, pero esta es la primera ópera que presencio en su escenario y, salvo por un par de detallitos, la impresión fue inmejorable. Les cuento:
Esta puesta, original del CSAE, se estrenó en línea en noviembre de 2020 y ahora, sin restricciones pandémicas, fue enriquecida en su trazo escénico y hasta en los accesorios que complementan el vestuario de Gerardo Neri y Alex Núñez. El diseño escenográfico, pulcro y funcional, así como la dirección de escena son de Luis Manuel Aguilar Mosco, quien encabeza un equipo que —destacan— tiene el mérito de ser jalisciense en su mayoría. La iluminación de Rosa María Brito es, también, acertada.
Asistí a la función del miércoles 12 y, si algo he de objetar, es el títere empleado para representar al hijo de Cio-Cio San y el patético remedo al que redujeron a Goro ante el excesivo amariconamiento con que Ricardo Calderón abordó el personaje: los abanicos japoneses masculinos distan mucho del pericón que portó y esos pasitos de pingüino escaldado son una ofensa a la cultura nipona.
Mi objeción al títere no es porque coincida con cuantos señalaron que “era un plagio a la puesta del Met”. No. He presenciado esa producción de Minghella tanto en el Met como en video, y siendo aquella una producción oscura, ahí el recurso “funciona”, en tanto que en ésta, tan luminosa, es imposible no distraerse con los tres invasivos titiriteros. Hay que decirlo: este “detallito” que aquí no funcionó, fue el más acertado del montaje recién presentado en Bellas Artes, gracias a que la participación de la niña a la que se le encomendó este rol, fue entrañable al grado de llevarse la función.
He sido testigo de más de un fracaso cuando se apuesta por configurar un elenco lo más local posible. Es todo un reto, y los tapatíos salieron airosos. Además del Coro Municipal de Zapopan y de la Orquesta Solistas de América, celebro la participación de Jesús Ibarra (Bonzo), Tomás Castellanos (Sharpless) y César Delgado, cuyo Pinkerton permitió apreciar cuánto ha madurado su instrumento. Si controla el engolamiento que marcó su actuación durante el primer acto, estoy seguro que será un notable tenor spinto. Me pregunto si al lado de una Butterfly menos sonora, la Suzuki de Vanessa Jara habría pasado menos desapercibida, pues a la excelencia vocal de nuestra gran María Katzarava se suma cuán conmovedora fue su actuación. Tras haber abordado todos los roles verdianos para su tesitura, me confía que ahora se abocará a Puccini y no veo la hora de disfrutarla dando vida a mi compositor operístico favorito.
Contrastando con el buen uso de evidentes recursos que hizo de esta Madama Butterfly una puesta de discreta e incuestionable elegancia, el sábado 15 viajé a ese “pueblo con encanto” que es El Oro de Hidalgo, en el Estado de México, para presenciar Il Signor Bruschino en su histórico Teatro Juárez. Restaurado en 2007 por Peña Nieto, este recinto porfiriano edificado en 1907 tiene limitaciones más serias que su capacidad para apenas 450 espectadores, como carecer de la iluminación más elemental; en consecuencia, imagino que lo que ahí presencié no distó mucho de aquello con que contó Rossini en el Teatro San Moisè de Venecia, cuando estrenó esta deliciosa farsa giocosa a principios de 1813.
Apeñuscada sobre su reducido escenario se acomodó una plantilla recortada de la Orquesta Sinfónica del Estado de México; tras ellos, en una mínima tarima pegada al ciclorama, Oswaldo Martín del Campo desarrolló un trazo en el que imperó la imaginación y el ingenio porque —no están ustedes para saberlo pero sí para imaginarlo— tras los múltiples recortes presupuestales “para la campaña” perdida, fue un milagro que pudiera llevarse a cabo este proyecto, para el cual hasta los cantantes contribuyeron llevando su propio vestuario.
En estos tiempos que la corrección política nos ha quitado hasta la risa, resulta refrescante hallarle una solución tan inesperada a la “inclusión” que claman tantos sectores que se regodean autoproclamándose como minorías. No les adelanto más, porque igual y al leer este comentario todavía llegan a la última función, que tendrá lugar al mediodía de hoy, domingo 23, en el Centro Cultural Mexiquense de la Universidad Anáhuac, en Huixquilucan. Quienes asistan, constatarán por qué Roger Alier afirma que “de todas las farsas juveniles de Rossini, ésta es sin duda la más enrevesada, trepidante y divertida”.
Imposible omitir a ningún cantante de tan bien conformado elenco: Edgar Gil (Bruschino), Martha Llamas (Sofia), Carlos Alberto Velázquez (Florville), Rodrigo Urrutia (Gaudenzio, espléndido en su cavatina Nel teatro del gran mondo), Andrea Pancardo (Marianna), Enrique Ángeles (Filiberto) y Juan Tello (Bruschino hijo/Comisario).
Más disímiles no pudieron ser estas puestas y, aun así, ambas resultaron exitosas gracias a la acuciosidad, gusto, pasión y decantado oficio de sus artífices, los Maestros Enrique Patrón de Rueda y Rodrigo Macías, quienes van más allá de empuñar la batuta y marcar tiempos metronómicamente, sin inflexiones dinámicas, noción de estilo, ni capacidad para seguir la respiración de los cantantes, como vemos cada vez más frecuentemente, ante el beneplácito oficial de quienes así enarbolan su ignorancia.
¿Ven por qué les digo que “hace más quien quiere, que quien puede”?
FOTO: Il Signor Bruschino se presentó en el Teatro Juárez, en El Oro de Hidalgo, a cargo de la OSEM. Crédito de imagen: Cortesía OSEM
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