El retorno emotivo de Mathias Goeritz

Jun 6 • destacamos, Miradas, principales, Visiones • 5518 Views • No hay comentarios en El retorno emotivo de Mathias Goeritz

 

POR ANTONIO ESPINOZA

 

En su Manifiesto de la arquitectura emocional (1953), Mathias Goeritz escribió: “El arte en general, y naturalmente también la arquitectura, es un reflejo del estado espiritual del hombre en su tiempo. Pero existe la impresión de que el arquitecto moderno, individualizado e intelectual, está exagerando a veces –quizá por haber perdido el contacto estrecho con la comunidad– al querer destacar demasiado la parte racional de la arquitectura. El resultado es que el hombre del siglo XX se siente aplastado por tanto ‘funcionalismo’, por tanta lógica y utilidad dentro de la arquitectura moderna […] Sólo recibiendo de la arquitectura emociones verdaderas, el hombre puede volver a considerarla como un arte” (Plural, septiembre de 1990, p. 81). Para Mathias Goeritz (Dánzig, Prusia Oriental, 1915-Ciudad de México, 1990), la “arquitectura emocional” era aquella que provocaba emociones mayores, que se oponía al racionalismo excesivo de la arquitectura funcionalista y esteticista de la época, que privilegiaba los espacios inesperados.

 

 

A partir del principio de la “arquitectura emocional” se arma el discurso curatorial de la exposición-homenaje a Mathias Goeritz en el centenario de su nacimiento. Bajo la curaduría de Francisco Reyes Palma, la exposición El retorno de la serpiente. Mathias Goeritz y la invención de la arquitectura emocional se presenta actualmente en el Palacio de Cultura Banamex (Madero 17, Centro Histórico), después de presentarse en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en Madrid, España. Se trata de la muestra más completa que se ha realizado sobre Goeritz y abarca todas las facetas de su quehacer creativo. Abre la exposición una réplica monumental en madera, aprobada por el INBA, de la Serpiente de El Eco, la famosa escultura “minimalista” de Goeritz que tras el cierre de su museo experimental, fue trasladada al Museo de Arte Moderno. Aquí comienza el recorrido “circular” por la exposición, que nos permite visualizar la intensa y prolífica vida artística de Goeritz a través de 17 núcleos temáticos, para terminar donde se inició.

 

 

La exposición es exhaustiva, más grande aún que la presentada en Madrid. Bien documentada e ilustrada, nos permite recorrer la trayectoria artística de Mathias Goeritz, su paso de la pintura a la escultura y la arquitectura, su estancia en España (donde fundó la Escuela de Altamira), sus obras emblemáticas (el Museo Experimental El Eco, las Torres de Satélite), sus grandes proyectos (la Ruta de la Amistad, el Espacio Escultórico de la UNAM), su relación con las vanguardias europeas, sus manifiestos, su relación intelectual con otros artistas (Ángel Ferrant, Paul Klee, Joan Miró, Henry Moore), sus diferencias con los nuevos realistas europeos. La muestra nos revela al autor de una obra analítica, experimental, lúdica y mística, que cargaba una herencia vanguardista dadaísta y constructivista, influencias que lo convirtieron en un artista con una gran capacidad inventiva y un enorme poder subversivo. Hombre religioso, espíritu rebelde, artista vanguardista y humanista que concibió al arte como una expresión vital, cargada de misticismo, que debía provocar emoción en el espectador. No hay duda: el artista germano-mexicano fue una de las figuras cruciales del arte del siglo XX.

 

 

Salta a la vista en la muestra el carácter contradictorio de Mathias Goeritz como persona y también de su arte, a un tiempo místico y moderno. Fue, sin duda, un artista contradictorio, pero fueron precisamente sus contradicciones las que enriquecieron su arte, tan amplio como diverso. Fue un místico del siglo XX, un hombre convencido de que tenía una misión “superior” en esta vida: transformar el arte. En un célebre panfleto de 1960, manifestó su hartazgo: “Estoy harto de la pretenciosa imposición de la lógica y de la razón, del funcionalismo, del cálculo decorativo y, desde luego, de toda la pornografía caótica del individualismo, de la gloria del día, de la moda del momento, de la vanidad y de la ambición, del bluff y de la broma artística, del consciente y subconsciente egocentrismo, de los conceptos inflados, de la aburridísima propaganda de los ismos y de los istas, figurativos o abstractos” (ibidem, p. 82). Ahí mismo propuso “rectificar a fondo todos los valores establecidos” y convertir la obra del hombre en “UNA ORACIÓN PLÁSTICA” (ibidem).

 

 

Plenamente convencido de que tenía que refundar el arte, Mathias Goeritz estableció en 1948, en España, la Escuela de Altamira, un grupo artístico que supuestamente buscaba emular a las célebres pinturas paleolíticas de la cueva de Altamira (¡la Capilla Sixtina de la Prehistoria!). Pero la utopía de un origen mítico del arte y el surgimiento de unos cuantos artistas llamados “nuevos prehistóricos”, no duró mucho tiempo. Otro país le daría a Goeritz la oportunidad de revivir su utopía: México. Llegó a nuestro país en 1949, para descubrir al poco tiempo el arte prehispánico. Aquí realizó el grueso de su obra artística, asumió cabalmente su papel como agitador cultural y permaneció hasta su muerte en 1990. Siempre con la espada desenvainada, planteó nuevas rutas para el arte nacional con la creación de obras que buscaban despertar la máxima emoción en el espectador. No está de más señalar que su postura, contraria a los principios estético-ideológicos del muralismo, provocó el rechazo de los artistas que en los años cincuenta y sesenta seguían defendiendo el arte realista y de mensaje social como la única forma legítima de expresión creativa.

 

 

El curador de la exposición pone énfasis en la Guerra Fría como el contexto histórico que marcó el discurso artístico vanguardista de Mathias Goeritz. La consideración es justa siempre y cuando no se asuman posturas maniqueístas y se quiera ver el arte realizado durante la confrontación ideológica entre capitalismo y socialismo como una simple pugna abstracción-figuración. Cabe recordar que esta idea es original de la Dra. Shifra M. Goldman, quien en su libro Contemporary Mexican Painting in a Time of Change (Austin and London, Austin University of Texas Press, 1981) afirma que Estados Unidos exportó a México, con fines de neutralización política, su versión de la pintura abstracta. La tesis de la historiadora norteamericana es seductora, pero una mirada fría al panorama mexicano de la época hace evidente un proceso más complejo en la asimilación y los contenidos de los lenguajes artísticos. El mismo Goeritz es prueba de ello: a veces figurativo, a veces abstracto, siempre místico. Un autor que reivindicó el compromiso ético del artista ante la sociedad y el papel transformador del arte mismo. Por eso es de celebrar su retorno emotivo.

 

*FOTO: Mathias Goeriz, “El animal herido”, escultura movil programada en madera, 1951/ Stephanie Zedli

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