“A mi papá me gustaría preguntarle qué pasó”: Cecilia Fuentes

Jul 29 • Conexiones, destacamos • 1304 Views • No hay comentarios en “A mi papá me gustaría preguntarle qué pasó”: Cecilia Fuentes

 

La hija del novelista Carlos Fuentes habla sobre la relación que guardó con él y acerca del suicidio de su madre, a quien dice ahora entender

 

POR GABRIELA HERRERA GÓMEZ
Hoy amaneció enojado mi padre”. La primera noche que Cecilia Fuentes durmió en Bogotá soñó con él. Fue más bien una pesadilla, recuerda, porque la estaba regañando. No sabe por qué. Era su contextura aunque llevaba el peinado de García Márquez. “Se me cruzaron los dos y parecían uno solo”, dice.

 

Los artistas estuvieron juntos de 1957 a 1969 hasta que rompieron de manera tormentosa por las infidelidades del escritor. Cecilia fue la única hija de ese matrimonio y se dedicó a cuidar a su madre toda la vida hasta que ella decidió acabar con su vida brutalmente.

 

El 5 de diciembre de 1993, Rita Macedo caminó hasta el estacionamiento de su casa de San Ángel en la Ciudad de México y se disparó en el paladar con una pistola calibre .25. La profunda depresión y soledad que sintió desde niña la llevaron a tomar la decisión de quitarse la vida. Poco después de la noticia, Cecilia decidió recopilar las memorias que su madre había dejado.

 

Cecilia Fuentes nació el 7 de agosto de 1962, estudió dibujo y fotografía en California, Comunicaciones en el New York Institute of Technology y trabajó muchos años en instituciones como la ONU, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, así como Televisa. No obstante, su primer trabajo fue transcribir los manuscritos de su padre y, el más reciente, publicar las memorias de su madre.

 

El resultado de ese trabajo fue Mujer en papel (2020), un libro que no sólo recoge la vida de una mujer que se relacionó con los mayores artistas mexicanos del siglo XX, retrata la cotidianidad de un periodo de valor histórico para Latinoamérica y revela un registro inédito personal de la vida privada del escritor, además, es la historia de una mujer con profundos abandonos que luchó toda la vida para encontrar el amor. Y aunque en vida no alcanzó a saberlo, finalmente lo consiguió en el corazón de su hija, Cecilia.

 

Hace 30 años su madre se suicidó y usted aventó todas sus memorias furiosamente. Luego logró recogerlas y empezar este proyecto. ¿Por qué se molestó tanto?

 

No me molestó que se muriera. Si tú no pides venir a este mundo y quieres irte, deberían permitirlo. ¿Por qué tienes que estar aquí cuando ya no quieres? Pero bueno, mi mamá era muy dramática en su forma de actuar, entonces era el final perfecto para ella. No me la imagino de viejita enferma, fregada y cansada. Lo que me molestó fue que aunque ella y yo teníamos una relación enfermiza, eramos muy unidas y nunca nos ocultamos nada ni nos mentíamos. El día que ella murió, mi hermano me avisó antes: “Oye, anda con una pistola diciendo que ya se va a morir. Vete a la casa corriendo”. Yo llegué y traté de hacer de todo pero no logré convencerla así que lo único que me quedó fue decirle: “Yo te quiero mucho. Espérate una hora a que regrese de la oficina y platicamos”. Nunca me había dicho una mentira pero esta vez me respondió con una. “Sí, me voy a poner a tejer, a escribir, a hacer mis cosas y aquí te espero una hora”, dijo. En lo que yo caminé a Televisa —que eran cien o doscientos metros— entró una llamada. Fue como si apenas yo hubiese salido, enseguida salió con su pistola al coche y se mató ahí. Me enojé mucho porque me mintió, no porque se muriera. Eso me ha perseguido todo este tiempo. Nunca me dijo una mentira y tenía que hacerlo esa vez. Pero al mismo tiempo yo ya no podía cuidarla. Habría tenido que amarrarme un pie a ella para estar ahí. Me asombra cuando pienso en que ya tengo 60 años, y ella tenía 68 cuando se suicidó. Ya casi llego a su edad, qué horror.

 

Usted ha dicho que fue consciente de la fama de sus padres en el colegio: su madre era muy famosa por la televisión y a su padre lo reconocieron cuando sus compañeros tuvieron que leer Aura.

 

Sí, yo estaba en el Liceo Francés y estaba llegando a la preparatoria. Tenía que elegir una sección y a mí me obligaron a ir a Filosofía y Letras, pero a mí no me gustaba. Tuve que sufrir con Madame Bovary y echarme un año con Flaubert. En esas, nos pusieron a leer a Carlos Fuentes. Entonces todo el mundo se dio cuenta que yo era su hija y me preguntaban de qué trataba y yo tampoco entendía nada. Entonces decidí llamar a papá. “Oye, nos dejaron a Aura de tarea, ya lo leímos todos y no entendimos nada. ¿De qué se trata?”, le pregunté. “De lo que tú quieras”, me respondió, se despidió y cortó. Yo tenía 13 años, no entendía nada.

 

De niña nunca le gustó leer a su padre.

 

Y de grande tampoco. No es mi tipo de lectura. A mí me gustan solamente los thrillers y los asesinatos. Esa es mi diversión y de hecho fue gracias a mi papá. Él me regalaba libros de monstruos, de Agatha Christie, historias de terror… el primer libro que me regaló fue Ghost story, y ya más serios fue El conde de montecristo o puros cuentos que le habían gustado de terror. Yo siempre he creído que él tenía que haber sido un escritor de terror en lugar de meterse tanto en política.

 

¿Recuerda qué fue lo último que le dijo Carlos?

 

Sí, siempre lo repito en mi cabeza. Yo me sentía brutísima con él, pero un domingo subí a su estudio que estaba como cinco pisos arriba de su casa en México. Él vivía fuera de México y pasaba como tres meses al año. Yo solo lo veía cuando me daba cita. No podía marcar el teléfono y decirle: “Papá, estoy aquí afuera”. No, primero contestaba la sirvienta que te pasaba la secretaria y si bien te iba, la secretaria te pasaba con Silvia, y ella nunca me pasaba con él, a menos de que le urgiera algún documento que yo tuviera. Bueno, ese domingo cuando subí a su estudio, me dijo: “Oye Ceci, estaba buscando la capital de un país extrañísimo, ¿sabes cuál es?” Y le contesté rápido. Y él respondió, “Sí, mira, en tu sabiduría, sabes más”. No le contesté que me gusta ver Amazing Grace y siempre pasan por ahí esa ciudad, así que por eso lo sabía. Era la primera vez que sentía que no era retrasada mental. Esa fue la última vez que lo vi. Al día siguiente ya no estaba. Murió esa noche y al otro día me habló un doctor del hospital.

 

¿Qué le dirías a tus padres ahora?

 

A mi mamá le diría que ahora sí la entiendo. A mi papá, me gustaría preguntarle qué pasó, qué hice o qué no hice para que me cerrara detrás de una puerta con cara de “la apestada”. No sabes cuánto hice para tratar de darle gusto y nunca lo logré. Pensé que con este libro le daría gusto. Él está contento, pero desde su casa, su familia y todo el mundo literario mexicano que se ha atrevido a leerlo, me han dado la espalda. Como que rompí la regla básica de la literatura que era cuidarse las espaldas unos a otros, mentir unos por otros y me tienen horror.

 

Más allá del escritor del Boom latinoamericano, ¿cómo define a Carlos Fuentes?

 

Como un señor que era muy divertido, muy simpático y muy mujeriego, que se la pasó muy bien hasta que decidió ponerse una careta enfrente para ganarse un respeto. Sería más respetado si hubiera sido lo que él realmente fue.

 

Sin la figura del escritor, ¿quién es Cecilia Fuentes?

 

Soy como un animalito, solo quiero expresarme sin miedo, quiero hacer lo que quiero: escribir y dibujar y estar en el campo y que no me estén deteniendo. No hay que sufrir tanto con las apariencias. Yo todavía veo a Silvia y enseguida me calla. “Es que la ropa sucia se lava en casa, no hables”. ¿Pero por qué? Yo no tengo lavadora, yo lavo en los lavaderos. Lo que no quieren que cuente, no me lo cuenten porque no voy a verle nada de malo.

 

 

 

FOTO: Carlos Fuentes, Cecilia Fuentes y Rita Macedo en Cuernavaca. Crédito de imagen: Trilce Ediciones

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