Abrir espacio a las ideas
POR EDUARDO MEJÍA
En agosto de 1914 entró el Ejército Constitucionalista a la Ciudad de México, luego de haber derrotado a las tropas huertistas; uno de los ritos de los caudillos revolucionarios era visitar la tumba “del señor Madero”, lo que hizo en esa ocasión Álvaro Obregón, jefe de la División de Occidente; en un acto que llamó la atención, fustigó a los habitantes de la ciudad, que, acusó, nada hicieron contra el traidor Victoriano Huerta, y le obsequió su pistola a la atractiva maestra María Arias Bernal, quien había organizado protestas y resistencia contra el gobierno usurpador; aseguraba Obregón que ella merecía más esa pistola que los capitalinos timoratos. Desde entonces a la maestra Arias Bernal se le conoció como María Pistolas; así le dijeron durante mucho tiempo las mujeres aguerridas (una de las últimas referencias: así le gritan a Sara García en El ropavejero —Emilio Gómez Muriel, 1947— cuando derriba todas las figuras en el tiro al blanco, en una feria).
Obregón fue injusto: Victoriano Huerta persiguió y encarceló a diputados y senadores, disolvió las Cámaras, asesinó a Belisario Domínguez. Obregón buscó lucirse, llamar la atención de la gente y en especial de Arias Bernal.
Uno de aquellos diputados perseguidos era Félix Fulgencio Palavicini, maderista de primera hora, como se dijo de los partidarios de Madero desde sus iniciales llamados a la renovación política; aquellos partidarios formaron clubes antirreeleccionistas, fundaron periódicos para promover las ideas contra la reelección, hablaban en los mítines, lanzaban manifiestos, invitaban a la gente a seguir a Madero quien, ante la renuencia del general Bernardo Reyes a ser el vicepresidente que sucedería al anciano Porfirio Díaz, se postuló él mismo como candidato.
Palavicini era diputado cuando el cuartelazo de la Ciudadela; entre otras actividades, había ejercido la dirección del diario El Antireeleccionista, antes dirigido por Paulino Martínez y José Vasconcelos.
Palavicini fue, luego de la caída de Huerta, de los intelectuales que estuvieron cerca de Venustiano Carranza, junto a Pascual Rouaix, Isidro Fabela, Rafael Zubarán Capmany, Luis Cabrera, Heriberto Jara, Francisco L. Urquizo (los primeros, civiles; los dos últimos, militares), y formaron parte de alguno de sus gabinetes como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, y después como presidente. Palavicini estuvo al frente de la Secretaría de Instrucción Pública, como encargado del despacho, del 25 de agosto de 1914 al 1 de enero de 1915, y después como secretario, hasta el 26 de septiembre de 1916.
Triunfante el Ejército Constitucionalista incluso contra el siempre inconforme Pancho Villa en el Bajío, Carranza llamó a proclamar una nueva constitución que sustituyera la de 1857, ya muy reformada y transfigurada incluso desde los primeros días. Propuso Carranza el 5 de febrero de 1917, cuando se cumplirían exactamente 60 años de la mítica constitución realizada por la generación de la Reforma. Carranza pidió a Palavicini que realizara una campaña para crear conciencia entre la gente.
Palavicini, quien dominaba la profesión periodística, fundó el periódico EL UNIVERSAL que salió a la luz el 1 de octubre de 1916. Desde sus páginas informaba a los lectores sobre los propósitos de las nuevas leyes que buscaban equidad laboral, mejores condiciones sociales y de salud; Carranza primordialmente perseguía imponer sus ideas en rubros específicos: el trabajo (artículo 123), libertad religiosa (artículo 130), reparto equitativo de las tierras y la soberanía territorial (artículo 27) y en especial la educación (artículo Tercero).
Palavicini fue miembro del Congreso Constituyente que, un poco a las carreras para proclamar la nueva Carta Magna exactamente el 5 de febrero, trabajó arduamente en Querétaro, la sede del Congreso; no logró imponer todas las características que se proponía Carranza, pero mantuvo muchos de sus propósitos; varios libros dan cuenta de su actuación en aquellas sesiones maratónicas: La Revolución Mexicana. Los años constitucionalistas, de Charles Cumberland; La lucha nacionalista de Venustiano Carranza, de Douglas W. Richmond, Lázaro Cárdenas y la Revolución Mexicana. II. El Caudillismo, de Fernando Benítez (éstos, del FCE); Crónica de la Revolución Mexicana, de Roberto Blanco Moheno (última edición, de Diana), e Historia de la Constitución Mexicana de 1917, del propio Palavicini, editado por la Cámara de Diputados; en ellos se describe la actuación decisiva de Palavicini, sobre todo en los artículos mencionados; las polémicas en las que se vio involucrado, en especial con el general Francisco Múgica; las ideas que buscó, desde que estaba en la Secretaría de Instrucción, comprendían una escuela vital, con libros de texto modernos, bibliotecas escolares –que apenas ahora se llevan a cabo— y una propuesta de autonomía universitaria, en ese entonces dependiente de la secretaría.
En las páginas de EL UNIVERSAL se expresaron los ideales constitucionalistas, pero Palavicini, quien había dirigido o fundado varios periódicos, no se dedicó solamente a plasmar las ideas de Venustiano Carranza: en realidad dio inicio a una era de diarios modernos en todos los aspectos; antes de EL UNIVERSAL, durante el siglo XIX y principios del XX, los periódicos habían servido como vehículos de ideas de los diferentes grupos políticos, o voceros de los gobiernos. Porfirio Díaz premiaba a los partidarios con prebendas, papel y subsidio, o encarcelaba a los opositores, cerraba periódicos, quemaba o destruía imprentas, o “maiceaba” a los críticos, les ofrecía diputaciones, viajes, los amansaba; a partir de EL UNIVERSAL hubo más espacio para información de todo tipo, y no sólo para propagar planes políticos, las ideas de los jefes revolucionarios, apoyar a un político o para atacar a los opositores, sino para difundir todo tipo de sucesos; si se toma en cuenta que aquellos años revueltos en el México revolucionario coincidieron con las batallas en Europa, sobre todo entre Francia y Alemania durante lo que entonces se conocía como la Gran Guerra, sin olvidar la Revolución en Rusia, el lector tenía referencias de primer orden; los elementos más modernos, como el telégrafo y a veces hasta el teléfono, además del novedoso linotipo, y nuevas ideas del diseño, sirvieron para mantener al país enterado de lo que sucedía en diversas partes del mundo.
Aunque prevalecían las noticias de los sucesos en el país (Zapata, en Coyoacán, amenaza entrar a la ciudad de México; el carrancista Pablo González tiende una trampa a Zapata, al que los diarios tildan de “bandolero”; el antiguo aliado Obregón aspira a la presidencia, lo que provoca que el grupo carrancista se divida, y el presidente y su gabinete abandonan la ciudad para buscar refugio en Veracruz, a donde no alcanzan a llegar), comienzan a expresarse otras ideas no sólo bélicas; el reciente libro que compila las colaboraciones de cuatro destacados jóvenes literatos (Los Contemporáneos en El Universal, prólogo de Vicente Quirarte e investigación hemerográfica de Horacio Acosta Rojas y Viveka González Duncan, FCE, 2016) es sólo una muestra, pues en las páginas del diario y del suplemento El Universal Ilustrado expresaron sus opiniones, sus ideas, sus inconformidades, e incluso creación literaria tanto en narrativa como en poesía, miembros de otra generación muy destacada, la del Ateneo de la Juventud: con mayor o menor frecuencia colaboraron Alfonso Reyes, Martín Luis Guzmán, Julio Torri, José Vasconcelos (el más crítico de todos), Nemesio García Naranjo, Luis Cabrera, o incluso otros escritores, revolucionarios o no, como Mariano Azuela, Rafael F. Muñoz, Mauricio Magdaleno, Artemio de Valle Arizpe. Ocasionalmente escribió en sus páginas Ramón López Velarde, aunque era colaborador consuetudinario de Revista de Revistas.
El inquieto Palavicini dejó la dirección del diario, y lo recuperó poco después por la intervención de Carranza; algunos años después partió hacia otras tareas, otros diarios; antes de eso ayudó a crear El Universal Ilustrado, antecedente de los suplementos que a partir de la década de los 30 ayudaron a la difusión de la cultura en todas sus manifestaciones; es muy importante su labor, si se toma en cuenta que tenía una competencia en las revistas donde colaboraban los literatos, en especial los jóvenes, como Ulises, Contemporáneos, La Falange, El Maestro, y poco después Barandal y Taller, donde Octavio Paz, Rafael Solana y otros comenzarían su obra.
En las páginas de El Universal Ilustrado, el primer concepto de suplemento, se dio impulso a la creación artística, se publicaron poemas, relatos, fragmentos de novelas, comentarios y reseñas de libros, exposiciones, cine, además de otras expresiones sociales; se publicaban novelas breves y hubo encuestas sobre literatura; fue fundamental también su apoyo al cine; la mano de Carlos Noriega Hope y de Miguel Lanz Duret, ambos escritores, fue vital para la renovación del diarismo, y de la presencia de intelectuales en los periódicos, con mayor influencia en la vida cotidiana.
La Revolución buscaba cambiar la vida, hacerla más justa, más equitativa, el periodismo contribuyó en mucho a esa transformación, con métodos más pacíficos aunque no siempre exentos de vigor, de retos, de crítica. Los artistas, los escritores, en libros pero también en las páginas del periodismo, fueron los que más rápido asimilaron la vida moderna, y de los que más contribuyeron a la formación de un nuevo país, una nueva sociedad. Cambios que, imperceptibles, siguen sucediendo a diario.
*FOTO: En una foto sin fecha, Venustiano Carranza, quien fue Presidente de México de 1917 a 1920, y Félix F. Palavicini, diplomático, secretario de Estado y fundador de EL UNIVERSAL/ Archivo EL UNIVERSAL.
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