Historia de una polémica por la libertad de imprenta

May 28 • destacamos, principales, Reflexiones • 9864 Views • No hay comentarios en Historia de una polémica por la libertad de imprenta

POR ARTURO ÁVILA CANO

 

En la edición de EL UNIVERSAL del 29 de marzo de 1917, se publicó el artículo la “Prerrogativa de la brutalidad”, que da origen al tabú militar en la prensa escrita durante el periodo posrevolucionario. Dicho texto, escrito por Gonzalo de la Parra, se publicó originalmente el 28 de marzo en las páginas del diario El Nacional, que dirigía el mismo De la Parra, y fue el único artículo de una serie que se suponía constaba de tres y que llevaría el título “Las prerrogativas de las Águilas”, que pudo ser reproducido en las páginas de EL UNIVERSAL en el espacio conocido con el nombre Lo que dicen los otros, comentarios de la Prensa.

 

Para los historiadores de la prensa mexicana, este escrito de Gonzalo de la Parra marca un hito, pues de hecho se empieza a vislumbrar el origen del tabú informativo que representó el ejército a lo largo del siglo XX. Es decir, tras ser publicado el artículo, el señor Félix F. Palavicini, director de EL UNIVERSAL, fue sometido a un proceso jurídico por parte de la Comandancia Militar de la Ciudad de México.

 

Cabe destacar que en el tiempo en que fue publicado el artículo de Gonzalo de la Parra había un vacío jurídico en lo que a Ley de Imprenta y Libertad de Expresión concierne, debido a que el Congreso Constituyente aún no legislaba al respecto.

 

Para poder procesar a Palavicini, las autoridades militares alegaron la existencia de un decreto presidencial del año 1862, que advertía que se castigaría con la muerte a todo aquel que criticara a la autoridad armada. No obstante, las autoridades militares tuvieron además que luchar por el desafuero de Palavicini, que había sido elegido como diputado para el mismísimo Congreso Constituyente de 1917.

 

Es preciso recordar que, tras el movimiento armado de 1910, los militares quedaron al frente del poder. El señor Palavicini tenía varios enemigos poderosos, pues constantemente criticaba al militarismo y la corrupción de ciertos generales que deformaban los valores de la lucha revolucionaria. Concretamente, el grupo del general Álvaro Obregón veía con recelo las actitudes del señor Palavicini y del propio Venustiano Carranza.

 

En “La prerrogativa de la brutalidad”, Gonzalo de la Parra denunciaba las prerrogativas a que suponen tener derecho algunos generales y otros jefes de menor graduación, en virtud de sus triunfos militares. A continuación se reproduce el artículo mencionado:

 

Lejos de nosotros la mezquina idea de pretender restarles ni un adarme de gloria, o de gloriola, a esos elementos, entre los cuales hay muchos de indiscutible valor intrínseco.

           

Pretendemos, ahora que se está llevando a cabo la reorganización del ejército, que esos elementos se compenetren en la idea (eterna en sociología por lo demás) de que un militar estará tanto más cerca del triunfo en su carrera política, cuanto más grandes sean sus cualidades civiles.

           

Entendemos que cuanto se haga por la moralización de nuestro ejército, será un bien para ellos mismos, para la sociedad en donde viven y para el lustre y fama de esta tierra nuestra de volcanes y de tragedia.

           

No es preciso ser un bruto para ser un bravo. Puede tenerse el corazón bien puesto y la camisa limpia. Sólo en el orden zoológico la acometividad, la brutalidad y el valor es una misma cosa.

           

Algunos de nuestros militares creen indispensable el salvajismo de las maneras y la procacidad de las expresiones para probar la fuerza de su valentía.

           

Un valiente de estos, sacan las pistolas porque no le sirves pronto el café con leche, la dispara si la mesera no le sonríe, y se come al dueño si la sopa tiene una mosca. Por eso es muy hombre. Si le gusta una mujer que se va con su marido, injuria a éste y acaricia a aquélla; si algo le parece caro, baja el precio con una bofetada. Por eso se batieron aquí, allí o… en ninguna parte, para tener el derecho a la brutalidad.

           

-¿Es usted una señorita decente? pues no importa, yo soy Poncho Pérez y Pérez, el héroe de Tecajate y usted se fastidia -¿Que usted no se mete conmigo? no importa; yo le disparo un tiro desde el automóvil porque soy teniente coronel y tengo una herida que me hicieron… en casa de Lola la jorobada.

           

Yo desprecio a los “rotos” y a los “maistros”; porque mi rifle traspasa todos sus libros… La prerrogativa de mi brutalidad es indiscutible; mis derechos tienen el tamaño de mis victorias.

          

Soy lépero pero soy valiente, que es tan lógico como decir: vendo a mi hermana pero no le debo nada a nadie.

           

Pero no, señores, no es indispensable la brutalidad para ser valiente; ninguna conquista ni victoria alguna, ni el más verde laurel da la prerrogativa de la brutalidad.

           

El Duque de Alba, uno de los políticos insignes de la Historia, era un guerrero tan grande, que supo conquistar Flandes, y sin embargo el Duque de Alba se vestía de seda.

           

Don Juan de Austria (no sé si ustedes sabrán que fue el vencedor de la batalla de Lepanto), don Juan de Austria se rizaba el cabello, ser pulía las manos y saludaba barriendo con la pluma del chápiro el sucio, a la última barragana.

           

El Mariscal de Tareza, el militar más grande del reinado de Luis XIV, danzaba en Versalles como una mujer, se vestía de encajes y nunca, que se sepa, asesinó a nadie.

           

Bonaparte (es decir, nadie) se preocupó tanto por el traje de los funcionarios y militares de su época, por la organización de las ceremonias y por las maneras, como por la misma táctica militar.

           

La prerrogativa de la brutalidad no debe existir.

           

Al caballero y valiente se le llama “valiente caballero” y al lépero valiente, se le dirá, aunque tenga muy verdes laureles “valiente lépero”.

 

La reproducción de este artículo le acarreó al director de EL UNIVERSAL, Félix F. Palavicini, un problema legal ya que sus enemigos, entre los que se encontraba el entonces secretario de Guerra, Álvaro Obregón, el general Benjamín Hill, comandante militar de la plaza, y varios miembros del Partido Liberal Constitucionalista, aprovecharon la ocasión para aprehenderlo.

 

Cabe destacar que los miembros del Partido Liberal Constitucionalista buscaban obtener la mayoría de diputados y senadores, “evitando que entraran en ambas Cámaras ciudadanos que ya se habían significado como adversarios políticos del general Obregón, en el recinto del Congreso Constituyente de Querétaro, por lo cual propusieron desechar la candidatura para diputado del ingeniero Palavicini”, que resultó electo por el primer distrito de la ciudad de Tabasco, su tierra natal.

 

Tanto Álvaro Obregón como Benjamín Hill juzgaron que el artículo de Gonzalo de la Parra ofendía la dignidad del ejército, y por consiguiente tanto De la Parra como Palavicini ameritaban la aprehensión. Ambos generales hicieron mucha propaganda dentro del ejército en contra de los periodistas mencionados, creando una atmósfera de indignación para vengarse de Palavicini, reclamándole al Primer Jefe una sanción severa para ambos. Carranza no tuvo más remedio que autorizar la aprehensión de Palavicini y De la Parra, aunque bien sabía que “todo obedecía a intrigas y venganzas del general Obregón”.

 

Palavicini fue aprehendido en su domicilio por el coronel Barquera, jefe del Estado Mayor del general Hill, mientras que De la Parra, que en esos momentos se encontraba en la casa de Palavicini, logró escaparse. El director de EL UNIVERSAL fue internado en los sótanos de la Comandancia Militar de la plaza; se le abrió proceso y “se le consignó a un Consejo de Guerra, de conformidad con la ley del 25 de enero de 1862, que estaba en vigor, por los delitos de transtornador del orden público y ofensas graves al ejército, cuyos delitos se castigaban con la pena de muerte”.

 

Al mismo tiempo en que se aprehendió a Palavicini, el general Hill, obedeciendo órdenes de Obregón, mandó clausurar EL UNIVERSAL.

 

Carranza sólo esperaba una oportunidad para salvar a Palavicini, y ésta llegó cuando desde prisión, el ingeniero le envió un escrito donde alegaba gozar de fuero como diputado, y demandaba comparecer ante el Congreso de la Nación para defender su “credencial”. “El Primer Jefe turnó la petición al Congreso, recomendando al grupo minoritario de diputados una resolución favorable a la solicitud del presunto diputado Palavicini”. El director de EL UNIVERSAL pudo comparecer, puesto que el mismo Obregón le dio consigna a sus partidarios para que accedieran a la petición, ya que estaba seguro de que al votarse el caso, éste sería rechazado por la Cámara, y que una vez despojado del fuero, Palavicini volvería a prisión y sería juzgado y sentenciado”.

 

Sin embargo, Carranza instruyó al general Juan Barragán Rodríguez, jefe de su Estado Mayor, para que se presentara en el Congreso mientras Palavicini defendía en tribuna su “credencial” de presunto diputado del Congreso de la Unión. El Primer Jefe le comentó a Barragán que tenía conocimiento de que estaba resuelto por la mayoría de diputados, por consigna del general Obregón, rechazar la credencial del director de EL UNIVERSAL, y que además se tenía el propósito de que al salir del recinto éste fuera de nueva cuenta aprehendido. Por lo tanto, las instrucciones de Barragán eran proteger a Palavicini y evitar que fuera aprehendido por la gente del general Obregón.

 

Al respecto, en el tercer tomo de su obra El ejército y la Revolución Constitucionalista, el general Juan Barragán Rodríguez comenta que después de ordenar a los mayores Juan Pablo Barragán y Pablo Fernández, de la Guardia Presidencial, y a otros diez oficiales, “todos armados”, “que se situaron desde las tres de la tarde en tres automóviles frente a la Cámara de Diputados” en donde esperarían nuevas órdenes, llegó y les ordenó que se colocaran detrás de su automóvil, y que al salir del recinto le siguieran en su vehículo, listos a repeler con armas cualquier agresión.

 

“Entré al recinto y me senté en uno de los sillones traseros, observando el ambiente. Pude notar en otros sillones adelante del mío, al coronel Barquera, jefe del Estado Mayor del general Hill acompañado de cuatro oficiales, lo cual me hizo confirmar que estaban allí para aprehender al ingeniero Palavicini, cuando éste saliera expulsado de la Cámara. Leyó el dictamen en contra de la admisión de Palavicini el secretario doctor Jesús López Lira y después se concedió la palabra al ingeniero”.

 

En un principio, Palavicini solicitó no comparecer dado que había contraído un grave ataque reumático durante su tiempo de reclusión en los sótanos de la Comandancia Militar. Para tal efecto, envió un certificado médico que avalaba lo dicho por él; sin embargo, varios diputados del Partido Liberal demandaron la inmediata discusión sobre la credencial de Palavicini y urgieron la presencia del periodista sin importar que estuviese enfermo; propusieron también que el debate se hiciera con o sin la presencia del interesado. Finalmente, se ubicó al director de EL UNIVERSAL y se suspendió la sesión durante treinta minutos con el propósito de esperarlo.

 

Durante su alocución, Félix F. Palavicini afirmó representar legalmente al pueblo del primer distrito electoral de Tabasco: “tengo la conciencia de ser el representante de mil setecientos votos y de éstos se hacen rebajar mil doscientos para poder dejar a mi contrario una votación suficiente para venir a esta asamblea… No señores, la cuestión es de otra índole, la cuestión es meramente política; se trata de expulsarme de esta asamblea …”.

 

Palavicini afirmó que desde su entrada al gabinete del señor don Venustiano Carranza adquirió a los poderosos adversarios que en ese instante le combatían. “En México se confunde el servilismo con la lealtad, porque aquí no se puede entender más que servilismo o traición… Mi lealtad al señor Carranza me obligó a aceptar todas las consecuencias de la lucha… Pero en el gobierno un enemigo poderoso se hizo eco de todas las pequeñas pasiones que se agitaban alrededor del señor Carranza. Ese enemigo poderoso ostentó su encono y su odio en mi contra en el seno del Partido Liberal Constitucionalista, con remitidos a los periódicos, con declaraciones públicas, ese personaje se llama Álvaro Obregón”.

 

“Hay una voz insospechable para confirmar lo que digo y como no voy a hacer alguna afirmación sin pruebas, voy a leerles a ustedes las frases del general Cándido Aguilar, en ese entonces secretario de Relaciones, publicadas en el Diario de los debates del Congreso Constituyente. Dice así… La intriga contra el señor Palavicini la han tramado el licenciado Acuña y el señor general Álvaro Obregón… esa intriga viene señores, desde las juntas del Partido Liberal Constitucionalista en México, desde el día en que el general Obregón inició sus ataques contra el señor Palavicini y el señor Palavicini se defendió en su periódico en distintas formas, esa es la verdad”.

 

Durante su defensa, Palavicini alegó que los ataques de un periódico que sirve a los intereses del público pueden contestarse en otro que defienda a los funcionarios, “pero eso no era bastante, eso no era suficiente, era preciso amordazarme y eso se ha intentado. Se me suprimió el periódico”.

 

Más adelante, afirmó tener conocimiento de que a las puertas de esa Asamblea le estaban esperando algunos oficiales para conducirle de nuevo a prisión. “Está acordado que inmediatamente que se deseche mi credencial continúe el proceso que tengo iniciado; tengo iniciado un proceso como transtornador del orden público; estoy consignado por infracciones a la ley del 25 de enero de 1862 y el agente del Ministerio Público ha terminado sus conclusiones solicitando ocho años de prisión para mí, el Consejo de Guerra será citado inmediatamente después que yo salga de esta Asamblea, porque ya el sumario ha sido cerrado y el expediente está a la vista de las partes”.

 

El director de EL UNIVERSAL desestimó las versiones que le consideraban como consejero político del señor Carranza y advirtió que aquellos que deseaban pegarle al Primer Jefe no tendrían el menor reparo en pegarle a uno de sus amigos porque no tenían el suficiente valor civil para dirigir sus golpes hacia Carranza, y acusó al general Obregón de que no se le hayan devuelto aún las instalaciones del diario por orden expresa del mismo secretario de Guerra.

 

Ante la Asamblea afirmó que de lo único de lo que se le podía acusar era por su manifiesto antimilitarismo y aseguró que su postura no era nueva, sino que la había mantenido así desde el porfiriato. “¿Por qué he combatido al militarismo? Porque en nuestra historia todas las figuras militares del día –me refiero naturalmente, no a la contemporánea, sino a nuestra historia pasada y moderna– las figuras militares del día, han sido siempre hostiles al presidente de la República, imposibilitando cimentar en este país un Gobierno Civil. El ejército entre nosotros ha sido siempre un elemento de opresión y nunca un elemento democratizador. Defender la obligación del ejército de subalternarse al poder civil, es defender una idea moderna y una idea democrática, y los que estén contra ese principio y contra ese credo, no son ni buenos mexicanos, ni buenos demócratas… he sostenido que los militares no pueden ser buenos gobernantes y ahí es donde está el origen de mis persecuciones”.

 

Palavicini comentaba que por publicar un artículo “quizá vehemente, quizá banal, pero indudablemente oportuno de don Gonzalo de la Parra” se inició una persecución en su contra, en contra de un hombre que había servido a la causa revolucionaria desde 1909 y que había servido lealmente al constitucionalismo hasta el día en que le arrebataron sus elementos de trabajo y se le privó de la libertad, “¡por la reproducción de un artículo firmado y del cual la responsabilidad es perfectamente discutible!”

 

Con el propósito de demostrar que lo dicho por Gonzalo de Parra en su artículo era igual o menos crítico de lo que se escribía en ese entonces en la Revista militar del propio órgano de la Secretaría de Guerra y Marina, citó un artículo firmado por el general Benavides, en el que este conminaba a los generales a someter sus pasiones y ser virtuosos para tener el respeto de su tropa y de los demás ciudadanos. Finalmente Palavicini afirmó sentirse confiado en que “los señores representantes del pueblo, que asisten a los desposorios de la democracia, no van a prostituir a la hermosa doncella precisamente en el himeneo”.

 

Una vez que Palavicini abandonó la tribuna, el general Juan Barragán Rodríguez, enviado por el señor Carranza para brindarle protección, se incorporó de su asiento y le dijo que tenía órdenes del Primer Jefe para evitar que se le detuviera. Al presenciar esta escena, el coronel Barquera, enviado del general Obregón, se abstuvo de intervenir. De tal manera Palavicini fue conducido a la embajada de Francia, en donde tenía ofrecimiento de asilo. Ese sitio fue constantemente vigilado por agentes del servicio secreto a las órdenes del señor Carranza. Horas después, el general Hill se comunicó con el general Barragán para reclamarle la presencia de Palavicini y el porqué evitó que se le aprehendiera.

 

A la media noche, el coronel Gómez Lamadrid dio parte al general Barragán de que el ingeniero Palavicini había abandonado la embajada de Francia y se había refugiado en el domicilio de un súbdito inglés. Como epílogo de este suceso, el señor Carranza ordenó que ese día (13 de abril de 1917), EL  UNIVERSAL fuese abierto “porque de acuerdo con la nueva Constitución las máquinas no podían tener ninguna responsabilidad y el día primero de mayo, al restablecerse el orden constitucional como quedaba en suspenso toda acción judicial militar en delitos del orden penal y civil cometidos por civiles, pudo el ingeniero Palavicini volver a su periódico”.

 

El 17 de abril, día en que se imprimió de nueva cuenta EL UNIVERSAL, se denunció en el editorial en primera plana “La clausura del diario y la prisión del Sr. Ing. Félix F. Palavicini”, y el injusto proceso al que había sido sometido su director. Se informaba que “por considerar delictuosa la reproducción que de un artículo de El Nacional este diario hizo en su sección intitulada Lo que dicen los otros, la Comandancia Militar de la Plaza procedió, en la tarde del 29 de marzo, a la aprehensión del Director, señor lng. Félix F. Palavicini… Asimismo fueron cerradas nuestras oficinas en momentos en que preparábamos la edición inmediata y establecida una guardia a las puertas del edificio…

 

“A la mañana que siguió a los sucesos referidos, el señor General Benjamín G. Hill presentó acusación contra el Ing. Palavicini, ante la Secretaría de Guerra y esta Secretaría, considerando delictuosa la reproducción del artículo de El Nacional, por contener a su juicio, injurias para el ejército, dictó orden de proceder, consignando el asunto a un tribunal militar especial…”.

 

La defensa del señor Palavicini alegó la incompetencia del Tribunal Militar en el caso, por tratarse de un asunto de la vida civil, y el director de EL UNIVERSAL abandonó la Comandancia Militar donde estaba preso. Se alegó también el carácter del artículo 7o. de la nueva constitución, que había entrado en vigor tan sólo unos cuantos días atrás, y la fidelidad y los principios de las leyes. Es preciso reconocer que en su carácter de diputado y director de EL UNIVERSAL, Félix F. Palavicini tenía grandes y poderosos enemigos, entre ellos muchos militares que no estaban de acuerdo en la forma en cómo el diario combatía el militarismo.

 

Tras 18 días de estar cerrado, concretamente en la edición número 183 del diario, en la página cinco, EL UNIVERSAL publicó la Ley de Imprenta expedida por el C. Venustiano Carranza, Primer Jefe del ejército Constitucionalista, encargado del Poder Ejecutivo de la Nación, en tanto el Congreso reglamentaba los artículos 60. y 7o. de la nueva Constitución. Los ataques a la moral quedaron establecidos en el artículo 2o. de la Ley de Imprenta. En el mismo se establecía que quedaba terminantemente prohibida toda manifestación o expresión hecha públicamente por cualquiera de los medios de que habla la fracción anterior, con la que… se injurie a las autoridades del país con el objeto de atraer sobre ellas el odio, desprecio o ridículo, o con el mismo objeto se ataque a los cuerpos públicos Colegiados, al Ejército o Guardia Nacional o a los miembros de aquellos…

 

En la obra Medios de comunicación y sistemas informativos en México, Reed Torres, citado por la investigadora alemana Karin Bohman, destaca que “en la Constitución de 1917 de nueva cuenta se garantiza la libertad de prensa y de opinión en México. El presidente en turno, Venustiano Carranza, aplicó otra vez, después de la Revolución, sus propias medidas con respecto a este derecho constitucional. Hizo que aquellos periodistas que en su opinión no propagaban la ‘verdad absoluta’ acerca de cuestiones políticas y militares fuesen transferidos obligatoriamente. Por lo general, los afectados desmentían de inmediato sus informes”.

 

Esta prohibición de criticar públicamente los asuntos relacionados con el Instituto Armado, contenida en la actual Ley de Imprenta expedida por Venustiano Carranza, es el antecedente inmediato del llamado tabú militar que subsiste hasta nuestros días en algunos medios de información.

 

En la ponencia intitulada “La prensa durante la revolución mexicana”, publicada en la obra Las Publicaciones Periódicas y la Historia de México, el investigador Javier Garcíadiego afirma que el diario que dirigía Gonzalo de la Parra, es decir, El Nacional, “fue cerrado en marzo de 1917 por la tormenta política que provocó un editorial titulado El Privilegio de las Águilas (sic)”.

 

“EL UNIVERSAL se dedicó a denunciar abusos del ejército Constitucionalista, buscando cooperar con don Venustiano en sus intentos por disciplinarlo. Sin embargo, dicha actitud fue considerada como un ataque a alguno de sus miembros, en particular a Obregón, y estuvo a punto de costarle la vida a su director Palavicini cuando Benjamín Hill, jefe de la Guarnición de la Ciudad de México, pretendió aplicarle una ley expedida en 1862 pero puesta en vigor por Carranza, que castigaba con la muerte al que atacara al ejército, salvándose Palavicini al refugiarse en el domicilio del encargado de negocios de Inglaterra. Para evitar ser incluso acusado de complicidad por los militares o para evitar una riesgosa escisión, don Venustiano disminuyó su intimidad con Palavicini”.

 

Sobre el particular, Leonardo Martínez C., en un artículo publicado en la Revista Mexicana de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales en su número de enero a marzo de 1990, indica que “EL UNIVERSAL presentaba a su director (11 de junio de 1917) como el hombre que al fundar su gran diario, ha encabezado una organización política civilista que ha tenido el valor de enfrentarse con el naciente militarismo en la última contienda civil de México. En una nota al pie, este mismo autor indica que los artículos de Palavicini en contra del militarismo provocaron la ira de los generales contra EL UNIVERSAL. A raíz de la publicación de Las prerrogativas de las Águilas (sic), artículo de Gonzalo de la Parra, fechado el 29 de febrero de 1917, los afectados intentaron comprar el periódico, lo clausuraron 18 días y enjuiciaron políticamente a Palavicini…”.

 

De las represalias propuestas contra Palavicini, sólo prosperó una y fue temporalmente:  la clausura del periódico. Una vez reabiertas las instalaciones de EL UNIVERSAL, su fundador siguió fomentando la libertad de expresión.

 

*FOTO: Además de periodista, Félix F. Palavicini fue diplomático: se desempeñó como embajador en Inglaterra, Francia, Bélgica, Italia y España. En la imagen, retrato de Palavicini, por Mariano Martínez/ Archivo EL UNIVERSAL.

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