Adiós, Jesús Romero y Juan Caudillo

Ene 20 • Escenarios, Miradas • 5151 Views • No hay comentarios en Adiós, Jesús Romero y Juan Caudillo

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Estas últimas semanas dejaron noticias lamentables en el gremio dancístico, como la muerte de estos admirados bailarines que dedicaron su vida a esta disciplina y sortearon el desinterés oficial por la danza

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POR JUAN HERNÁNDEZ 

Dos grandes figuras de la danza contemporánea mexicana dejaron de existir en los últimos dos meses. El 2017 se llevó a Juan Caudillo, y el nuevo 2018 trajo la muerte a Jesús Romero, ambos bailarines emblemáticos del legendario Ballet Nacional de México (1948-2006), que dirigió la coreógrafa Guillermina Bravo.

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Las dos muertes han cimbrado la consciencia de la comunidad dancística, tanto por la pérdida para la danza nacional, como por la reflexión en relación con las condiciones en que terminan la vida los bailarines entregados por completo al arte de Terpsícore.

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Juan Caudillo bailó durante dos décadas para Ballet Nacional de México, compañía subsidiada por el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), hasta que las políticas neoliberales acabaron con aquella forma de apoyo y obligaron a Bravo a cancelar definitivamente las actividades de la agrupación.

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Caudillo, aquel “atleta de Dios”, dejó de bailar luego de lastimarse durante una función de la obra Sobre la violencia, de Guillermina Bravo, al recibir en sus brazos a la bailarina Antonia Quiroz, quien se lanzaba desde lo alto. Ya no pudo moverse más, dijo en una entrevista a la investigadora Cristina Mendoza, para luego añadir con resignación: “Son cosas que pasan”.

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Caudillo dejó Ballet Nacional de México con un diagnóstico de fibrosis y fue intervenido quirúrgicamente. Su salida de la compañía a la que entregó la vida fue agradecida, a pesar de todo; y siguió su camino, se fue a Guanajuato y ahí, con su pareja sentimental, Sylvia Salomón, fundó la Compañía de Danza Contemporánea de León. Montó una media centena de coreografías y fue reconocido con el Premio Estatal de Artes “Diego Rivera”, en 2014.

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“La danza me ama, por eso no me ha dejado ir”, decía Caudillo, quien también en la entrevista con Cristina Mendoza diría algo que pone de manifiesto la manera en que los bailarines de aquella generación asumieron su trabajo: “Si me dijeran: ‘Aquí tienes veinte millones de dólares y aquí la danza, me inclinaría por ésta”.

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Juan Caudillo, oriundo de Aguascalientes, dejó este mundo, agradecido con la danza. En el 35 Festival Internacional Cervantino, el intérprete tuvo la oportunidad de regresar al escenario como Brabancio, en la obra Otelo, coreografía de Víctor Ruiz. A propósito de esta obra, reflexionó sobre la muerte a la que veía no como el final, sino como el principio de un nuevo ciclo.

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Menos afortunada fue el final del otro “toro de Creta”, el bailarín Jesús Romero, de origen venezolano, quien también dio dos décadas de vida a Ballet Nacional de México y bailó luego obras de Jorge Domínguez, Rossana Filomarino, entre otros, además de crear sus propias obras, entre ellas Pulcinella, bailada por Jaime Blanc y Filomarino.

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Admirado también por la generación de coreógrafos y bailarines de las décadas de los 80 del siglo XX y los actuales jóvenes intérpretes de la danza mexicana, con conocimiento de su tradición, Romero terminó enfermo en el Hospital General de la Ciudad de México.

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Sin familia, prácticamente en la soledad, le llegó la muerte. No sin antes llamar la atención de la comunidad dancística mexicana respecto a las dificultades económicas que vivía, para hacer frente a los gastos médicos.

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El llamado de bailarines y coreógrafos para que las instituciones culturales de México se hicieran cargo de los gastos del intérprete o intervinieran con el fin de condonar la deuda por la atención médica, no tuvieron una respuesta de las instancias oficiales, cuyos funcionarios andaban de vacaciones.

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Jesús Romero falleció a principios de enero, entre la conmoción de la comunidad dancística, que se ha hecho preguntas diversas en relación con la seguridad social de los profesionales de la danza, pues no es la primera ocasión que los intérpretes de este arte se ven en situaciones similares, a pesar de gozar de trayectorias artísticas incuestionables.

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Más allá de un seguro médico o la posibilidad de una pensión —ambos derechos cada vez más lejanos en el estado actual de las cosas en el país, en donde se ha terminado con el Estado benefactor—, está el reconocimiento a la danza como un arte mayor; lo que permitiría a sus creadores no tener que decidir entre cobrar por su trabajo para tener una vida y un final dignos, o bailar por amor al arte.

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El bailarín, a diferencia de otros artistas, no generan obras materiales que permanezcan. La danza es en el momento de su ejecución, existe en el instante, después, desaparece. El cuerpo del bailarín se entrena durante años, en técnicas duras, rigurosas, para vivir el esplendor de su quehacer en un tiempo corto. Después, queda el recuerdo de lo vivido; pero la memoria de las glorias no sirven para pagar cuentas, las facturas que el trabajo intenso con el cuerpo pasa a los soldados de Terpsícore es implacable.

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Dejar la auto victimización y asumir la responsabilidad frente a esta situación trágica es la tarea pendiente de los creadores de la danza. Quienes deberán pensar en formas que resuelvan la vulnerabilidad material del bailarín retirado o el riesgo que enfrenta en funciones. Es obligación de las compañías garantizar a sus miembros el derecho a una vida digna; es también obligación del Estado ofrecer mecanismos eficaces para que los recursos públicos destinados a la creación, ofrezcan a los profesionales de la danza, la posibilidad de vivir y morir dignamente.

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De nada sirven los homenajes, ni los premios demagógicos, que las instituciones ofrecen a los bailarines y coreógrafos con trayectoria, para lavarse las manos frente a la opinión pública, si no hay una política cultural cuyo objetivo sea dar valor real al trabajo realizado por los profesionales de la danza. Y esto no ocurrirá si no se entiende la compleja naturaleza de este arte que, como la vida, es y será, siempre, un instante que ofrece momentos de gloria a la eternidad.
Que la muerte de Juan Caudillo y Jesús Romero muevan consciencias, para que nunca más un artista de la danza viva el abandono de la sociedad para la cual trabajaron y a la que entregaron lo mejor de sí mismos. Descansen en paz.

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FOTO: El bailarín Jesús Romero dio dos décadas de su vida a Ballet Nacional de México y bailó luego obras de Jorge Domínguez, Rossana Filomarino, entre otros, además de crear sus propias obras, entre ellas Pulcinella. / Cortesía: Rossana Filomarino

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