Adolfo Bioy Casares, un genio revitalizado
Reconocida de manera tardía y relegada a la sombra de la producción borgeana, la obra completa del escritor es reeditada por Alfaguara para poner al alcance de los lectores una de las más enriquecedoras de la literatura argentina
POR FABIANA SCHERER
“Bioy nunca buscó el llamado ‘reconocimiento literario’, aunque supo disfrutarlo (a medias) cuando llegó a su vida”, analiza Silvia Renée Arias, periodista y escritora que frecuentó a Adolfo Bioy Casares durante los últimos cinco años de su vida, y dio luz a Bioygrafía (Tusquets). Ella destaca una frase, pronunciada por Bioy al recibir el Premio Cervantes: “Tengo por afortunada casualidad la circunstancia de que mi primera ambición literaria no ha sido de gloria, sino la de suscitar algún día, en los lectores, una fascinación como la que despertó a mí una novela”. “Ahora bien —continúa Arias, autora también de Bioy en privado (Colección Amateur) y Los Bioy (que coescribió con Jovita Iglesias, Tusquets)—, deberíamos plantear de qué reconocimiento hablamos y quién lo establece, porque en cuanto a su obra, hay (o había) uno que era el ‘académico’, ya se sabe, el ‘universitario’, el ‘prejuicioso’, aquel que dictaminaba que era un estanciero que escribía, y para colmo su escritura era liviana y de entretenimiento (y que lo dijeran después de publicada La invención de Morel), y otro mucho más importante, que es el reconocimiento de sus lectores en todo el mundo, que aman sus historias y que en cambio no pueden con Borges (ya se sabe que son dos escritores muy diferentes, al igual que Silvina Ocampo, quien completa la ‘Divina Trinidad’). Una vez le pregunté a Bioy si su amistad con Borges le había supuesto una cierta oscuridad. Me respondió que por supuesto que no, que cómo iba siquiera a pensar en una cosa así, si lo comparaba con la felicidad que le había procurado ser su amigo durante tantos años. Pero, dicho esto, cuando tras la muerte de Borges todo el mundo comenzó a llamarlo para homenajearlo, cayó en la cuenta de que era lógico, ya que Borges había muerto. Y le fastidiaba que ‘de buenas a primeras’ como decía, fuera un escritor conocido, por el hecho de que todos querían verlo, hacerle reportajes, explicarle cómo habían adoptado una historia suya… El reconocimiento que Bioy apreciaba y agradecía era el de la gente, el de los lectores que se acercaban a él en la Feria del Libro para pedirle una firma en un ejemplar suyo. Porque lo único que deseó toda su vida, además de tener tiempo para escribir, fue ser querido. Y de eso disfrutó hasta el desconcierto (y el cansancio) hasta el final de su vida”.
Bajo la consigna Todo Bioy, de nuevo en librerías, Alfaguara lanzó la Biblioteca Adolfo Bioy Casares con nuevas ediciones revisadas y tapas diseñadas con imágenes de grandes fotógrafos argentinos. Toda su obra en títulos independientes.
“¿Cómo no reeditar a Bioy? Es una oportunidad extraordinaria. Además, uno de los grandes desafíos con autores como Bioy, que han sido publicados en tantos países y en tantas ediciones, es el de fijar una versión definitiva de los libros, porque es natural que se vayan filtrando erratas, que a veces se reimprima una versión anterior, etc. Para eso, Ernesto Montequin y Daniel Martino, junto con la editora Julieta Obedman y el equipo de la editorial, cotejaron la última versión de cada libro aprobada por Bioy, despejaron dudas y fijaron las ediciones definitivas que Alfaguara publica ahora —comenta Juan Ignacio Boido, director editorial—. Además, nos entusiasmaba la idea de volver a publicar los libros sueltos. Ese es un trabajo que hicimos también con Cortázar y con Borges: darle a cada libro la posibilidad de ser leído tal como fue escrito y publicado en su momento. Con las novelas es más fácil de entender esto, pero muchos libros de cuentos están pensados y escritos como un libro en sí mismo, con su estructura, su ritmo, incluso sus temas. Así como Ficciones y El informe de Brodie son dos libros de Borges completamente distintos que merecen ser leídos por separado, u Octaedro y Deshoras, de Julio Cortázar, los cuentos de La trama celeste o El gran serafín conforman libros muy distintos en tonos y temas a El héroe de las mujeres o Guirnalda con amores, por poner un ejemplo. Poder leerlos así a veces les devuelve frescura y hace un poco más liviano ir descubriendo a un autor”.
Cerca del final de su vida, Adolfo Bioy Casares (Buenos Aires, 1914-1999) obtuvo los reconocimientos que se le negaron durante décadas, como el Cervantes, que lo recibió en 1990, cuatro años después de la muerte de Borges. “De todos los novelistas argentinos, Bioy es el que tiene la obra más vasta y perdurable. Los críticos lo ponían a la sombra de su amigo Borges, y como Bioy Casares detesta mostrarse y hablar de sí mismo, el reconocimiento le llega tardío”, reflexionó Osvaldo Soriano el 25 de noviembre de 1990 en Página/12 a propósito del Premio Cervantes, texto que luego fue recopilado en Cómicos, tiranos y leyendas (Seix Barral). En una nota publicada en el diario español El Mundo, el escritor y periodista César G. Calero rescata la mirada del cubano Guillermo Cabrera Infante, que destacó que a Adolfito siempre se le había situado “a la sombra de Borges, como si Borges hubiera sido un ombú literario”.
“Nunca pensé en términos de gloria o fama y ésa es otra cosa que nos unió a los dos. Las primeras cosas vienen primero, y las segundas pueden olvidarse: la prioridad era la literatura, el acierto literario, la filosofía, la verdad”, narra Bioy Casares a propósito de Borges en Memorias, el libro que publicó en 1994 y que reúne un conjunto de textos autobiográficos. En el volumen reeditado, ilustrado con fotos, cuenta que lo conoció en un almuerzo en casa de Victoria Ocampo, en 1932. “Puedo asegurar que fue en esa fecha porque el día anterior Borges había publicado un artículo titulado ‘Nuestras imposibilidades’, hablando de nuestras imposibilidades de ser coherentes o lúcidos en materia política. Yo lo había leído un rato antes de nuestro primer encuentro y hablamos de eso”.
Por aquel entonces Adolfito tenía 18 años y Borges 32. “Yo sentía que para mí Borges era la literatura viviente y, de algún modo, él habrá sentido que yo compartía esa actitud ante las letras, que para mí era lo principal en la vida. Para los dos, lo más importante era comprender. Sentíamos un gran placer cuando, sobre cualquier asunto que ocurría en la realidad, uno de nosotros explicaba al otro lo que sucedía. Tanto Borges como yo creíamos en la inteligencia como instrumento de comprensión. No se trataba entonces de él o de mí, de quién hablara, sino de haber entendido la verdad de algo. Eso era lo que nos exaltaba más. Para mí, la amistad con Borges fue un regalo de la suerte. Fue la primera persona que conocí para quien nada era más importante que la literatura. Para él la literatura era lo más real. Me hablaba de lo que había leído como si fuera una noticia de actualidad, así se tratara de un presocrático. Cuando colaborábamos, por ejemplo, llegaba a casa y me decía: ‘Estuve con Fulano de Tal y me dijo tal cosa’. Pero Fulano de Tal era un personaje del texto que estábamos escribiendo nosotros. Borges tenía ese tacto secreto para hacerme sentir que yo era su par. Nunca me hizo sentir de otra manera. En alguna medida porque debía considerar que yo era suficientemente inteligente. No es altanería de mi parte, pero creo que se encontraba a gusto con mi inteligencia. Además, cuando dos personas son amigas, cada una enseña algo a la otra; en caso contrario se trataría de una relación entre maestro y discípulo, no entre amigos”.
Este intercambio de lecturas, de ideas, esos diálogos de todos los días “van en ambas direcciones —analiza Carlos Gamerro, escritor, crítico y traductor argentino—. Es un error pensar que fluye de Borges a Bioy, como si fuera una continua lección del maestro hacia el discípulo, sin dejar de lado a Silvina Ocampo, con quien conformaron la ‘trinidad divina de nuestras letras’, tal como la bautizó Juan Rodolfo Wilcock y que nos lleva a pensar en Borges como Dios, Bioy, como el hijo y a Silvina como el espíritu santo, en ese lugar oracular, profético de sibila. El encuentro, lo compartido entre esa trinidad tuvo efectos múltiples y decisivos en cada uno de ellos. Si nos referimos antes de este encuentro, Borges, hacia 1932, había publicado varios libros de poemas, de ensayos, y su Evaristo Carriego, pero ninguno de sus cuentos; Bioy, por su parte, una serie de novelas malas que él mismo repudió. Silvina recién publicaría en 1937 los cuentos de Viaje olvidado. Borges, escribe los cuentos, esos por lo que lo veneramos, después de conocerlo a Bioy. La invención de Morel, una de las mejores novelas de Bioy, la publica en 1940 y los tres componen la Antología de la literatura fantástica, una recopilación de los textos en que fundarán sus poéticas, las respectivas y la conjunta”.
La sociedad literaria entre Bioy, Silvina Ocampo y Borges es sin duda la más fructífera de la literatura argentina del siglo XX y, “quizá también una de las más interesantes de la historia; no sólo por su influencia sobre la obra de cada uno de ellos, sino porque en sus conversaciones de fines de los años 30 plasman el que será el programa del boom latinoamericano, que tiene a la literatura fantástica en su centro y será su rasgo fundamental: el de una región literaria inventada poblada de fantasmas —asegura Santiago Llach, autor, editor y organizador de talleres de escritura—. A veces hay un equívoco en relación con la comparativa: la literatura es una religión politeísta. Pero grandes obras literarias surgen de la tensión que producen la rivalidad y la amistad simultáneas, sea entre maestros y discípulos, como Sócrates y Platón, o entre pares, como por ejemplo la de los jóvenes Hegel, Hölderlin y Schelling, que cambiarán el panorama de las ideas y las letras alemanas. El Grupo Sur y la relación con Borges sirvieron a Bioy y son parte inescindible de su obra. Llevándolo a la analogía futbolística, más que Maradona y Messi, a Borges y Bioy se los puede comparar con Messi y Di María: Bioy es tan genial, querible e importante para la literatura argentina como Di María para la Selección. Bioy tuvo una vida más feliz que la de Borges, aparentemente, y su literatura, más ligera de algún modo, en el mejor de los sentidos, refleja esa manera de estar en el mundo. Mi impresión es que Bioy nunca quiso correrse de la sombra. Fue una sombra productiva, una marginalidad creativa. La publicación hace quince años de Borges demostró que Bioy era bien consciente de que al lado suyo tenía a un genio, y eso lo hacía feliz”.
Para Bioy, Silvina Ocampo y Borges, la literatura era tan valiosa que le consagraban la vida. Esta idea la sugiere Esther Cross, escritora y traductora, quien publicó Bioy Casares a la hora de escribir y Jorge Luis Borges, sobre la escritura: “Bioy decía que Borges era la literatura viva. Borges se refería a Bioy como su ‘joven maestro’. Hablaban de la gran aventura de escribir juntos. Y la literatura era más ni menos que ‘la expresión de los sentimientos, las imaginaciones, dolores, esperanzas y frustraciones de los hombres’. Era entrar en contacto con ‘las mejores mentes que han pasado por este mundo’. Sin esa amistad, nuestra literatura no sería la misma. No existiría la maravillosa Antología de la literatura fantástica. No tendríamos la colección del Séptimo Círculo. Todo sería más solemne y mediocre. También pienso
en las inquietudes que los ocupaban y que luego aparecen de distintas maneras en la obra de cada cual. La idea de que uno le haya hecho sombra al otro habla de los vaivenes de la crítica o el mercado, es decir de cuestiones ajenas a Borges y Bioy Casares”.
En esta acción de cotejar, de dar con sus posibles semejanzas, diferencias y sombras, José María Brindisi, escritor, periodista y director editorial de la revista El ansia, se detiene y comenta: “Algunos memoriosos, en particular aquellos que prefieren ocuparse de lo efímero, recordarán aquella puja que pretendió instalarse en los años posteriores a la muerte de Borges entre huérfanos y parricidas; por aquella época, un crítico eligió tomárselo con sorna y reconocer en el autor de El Aleph su estatus de virus perfecto, indestructible, el factor contaminante por excelencia de toda la literatura argentina. Del mismo modo en que es inútil e ilógico pensar la literatura japonesa de posguerra por fuera de Hiroshima —toda obra trata en cierta medida sobre la bomba, porque es imposible aislarla de nuestro imaginario—, Borges es un océano que sólo se repliega para retornar con más fuerza. Desde esa perspectiva ineludible hay que pensar a su compinche, a ese socio y complemento que fue Adolfo Bioy Casares, ese que para muchos se convirtió con la publicación póstuma del monumental Borges —a 20 años de la muerte de éste—, el compendio de las anotaciones que Bioy tomó durante cuatro décadas en torno a su amigo, en una suerte de tardío enemigo íntimo, olvidando sin duda que la intimidad siempre es barrosa, contradictoria, volátil, y a menudo cruel, y que por todo ello tiene reservados sus rincones oscuros. Tampoco habría que olvidar que se trata de un volumen póstumo, y que a lo sumo eso que amarillezcamente llamaríamos traición es una fiesta compartida por la que Bioy ni siquiera llegó a brindar. Con todo, Borges funciona como una suerte de reparación histórica, la instancia en la que Bioy Casares y Borges por fin logran sentarse a la misma mesa. Golpe por golpe, Borges supera a Bioy en cada una de sus facultades, pero de a ratos, en la agudeza de la mirada de este último, nos hacen pensar que pueden pelear en la misma categoría, aunque para ello la estatura de Bioy haya tenido que valerse del certificado de defunción del otro, e incluso del propio. Al margen del valor autónomo de su obra, que es enorme, sobre todo en las dos novelas geniales de las que ya no renegó: La invención de Morel y Plan de evasión”.
A modo de pregunta, Bioy respondió: “¿Cómo voy a preocuparme por eso, como si tuviera alguna importancia en comparación con la felicidad de haber tenido la amistad de Borges durante tantos años?”. El escritor Gonzalo Garcés, quien acaba de editar El tango de Oscar Wilde (Planeta), cita la respuesta e invita a reflexionar:
“En lugar de resistir la asociación de Bioy con Borges, en lugar de forzarnos, por así decir, a cerrar un ojo para no ver a Borges al lado de Bioy en la foto, nos conviene, al contrario, aceptar las resonancias de Borges en la obra de Bioy. Eso no significa ver a Bioy como un discípulo o una sombra de Borges. Significa, por ejemplo, leer La invención de Morel como una historia de amor que, probablemente, es más púdica y más intelectual de lo que podría serlo por influencia de Borges; o leer El sueño de los héroes como un abordaje muy personal, desaforado y costumbrista, del tema borgeano del coraje y la muerte heroica. ¿Por qué no? Si aceptamos que las experiencias vitales influyen en una obra literaria, ¿por qué no contar, entre esas experiencias, la amistad con un gran escritor?”.
Bioy no es un apéndice de Borges “ni es un escritor que necesita a Borges para defender su literatura —dice Daniel Mecca, periodista, poeta y creador del festival #BorgesPalooza—. Esto lo podemos verificar en textos que van desde La invención de Morel y La trama celeste a El sueño de los héroes, Dormir al sol o Diario de la guerra del cerdo, donde primero tenemos un Bioy más asociado a la trama fantástica ligada a los años 40 para luego pasar a un costumbrismo fantástico desde mediados de los 50. Tampoco es que Borges deje de incorporar ideas metafísicas en atmósferas barriales, como el cuento El Aleph en Constitución, pero en Bioy esa marca se fue enfatizando con los años: pinceladas fantásticas en, digamos, pleno barrio de Saavedra. Por demás, hay una diferencia marcada: en Bioy el material de lo fantástico y de lo cotidiano suele estar asociado al amor o, mejor dicho, a su imposibilidad”.
“De todos modos —continúa—, es importante problematizar la idea de que Bioy es un ‘discípulo’ de Borges en la impregnación extraordinaria de la literatura fantástica a lo rioplatense en los años 40, en primer lugar porque trabajan en sintonía y paralelos, pero fundamentalmente porque no hay originalidad de fondo: el propio Borges desarrolla la idea de que la literatura son versiones y, como hace Edgar Allan Poe en el cuento ‘La carta robada’, expone a la vista de todos ese robo exquisito tal como ocurre en el epígrafe del cuento borgeano Las ruinas circulares. Más allá de eso, cual los Beatles, ya sabemos que Borges hace en los años 40 su Álbum Blanco con Ficciones y El Aleph, esos dos milagros no secretos. Ahí están desde ‘Tlön’, ‘Uqbar’, ‘Orbis Tertius’ hasta ‘El jardín de senderos que se bifurcan’. Un Messi de la literatura fantástica. Pero pensemos que textos extraordinarios de Bioy como ‘El perjurio de la nieve’ —cuento que luego va a formar parte del libro La trama celeste, de 1948— lo empieza a pensar en los años 30 y ‘El otro laberinto’, se lo refiere a Borges en 1935 (se publicó originalmente en la revista Sur). La invención de Morel es de 1940. Aún más, Bioy, Silvina Ocampo y Borges hacen la Antología de la literatura fantástica ese mismo año. Es la década ganada de la literatura argentina. Ahora bien, Bioy y Borges juntos constituyen una narrativa única, muy singular, que produce otro efecto, que no es de la literatura de Borges ni de la de Bioy, es algo distinto, un Biorges. Están ahí, por supuesto, sus textos de Honorio Bustos Domecq (álter ego de los dos escritores), pero no tienen tanta prensa y son extraordinarios otros dos libros que organizan juntos: Cuentos breves y extraordinarios y Libro del cielo y del infierno, compilaciones primorosas. Por otra parte, en Bioy vemos también un aspecto novedoso que está retratado en su monumental Borges: el carácter de cronista de ABC, alguien que escucha, que recuerda, memoriza y se oculta. Le da luz a Borges ocultándose él, es de una discreción extraordinaria, y también pinta el perfil de Bioy. Ese libro es un manual de literatura”.
El traductor, editor y autor Edgardo Scott (Contacto y Caminantes, ambos lanzados por Ediciones Godot), se detiene en el análisis de la relación simbólica entre Bioy y Borges. “No es de antinomia —apunta—, sino de subordinación (por edad, por notoriedad), es decir, Bioy como el que imita a Borges, el que lo sigue, etcétera. Pero ese es un error de lectura, una operación del borgismo, creo que eso se puede y se va a modificar. La historia de la literatura no es algo fijo. Y justamente con el acontecimiento de sus diarios y otras cuestiones (las nuevas generaciones que escriben literatura fantástica, o la literatura de Aira, por otro lado), la obra de Bioy se resignifica y se reposiciona. De hecho, ya Carlos Gamerro cuando escribe Ficciones barrocas incluye a Bioy en un grupo que es muy interesante para pensar la literatura del Río de la Plata y arma un sexteto con Bioy, Borges, Feliciano Felisberto Hernández, Silvina, Cortázar y Juan Carlos Onetti). Y ahí ya se arma otro corte. Otra lectura, mucho más justa y productiva. Yo agregaría a Wilcock en ese lote”.
Para Boido resulta imposible pensar la literatura, anterior y posterior, sin Borges. “Con Bioy fueron grandes amigos, colaboraron juntos, armaron colecciones y antologías imprescindibles, una fundamental con Silvina Ocampo, además escribieron muchísimo a cuatro manos con pseudónimo, una obra que Sudamericana recopiló y publicó hace poco en un volumen bajo el título Alias, con prólogo de Alan Pauls. Si hubiera comparaciones, pensaría más en Lennon-McCartney. Aunque creo que ya Borges-Bioy merecen estar del otro lado de la comparación: ojalá otros sean como ellos”.
Pertenecer o no pertenecer, esa es la cuestión. Quiénes ocupan o deberían ocupar el panteón de la literatura argentina suele debatirse entre escritores, intelectuales y críticos literarios. “Bioy Casares forma parte insoslayable del canon —sentencia Brindisi—, esa entelequia al fin y al cabo absurda que se asemeja sospechosamente a un ránking a causa de sus incontables, inimitables y de vez en cuando insuperables (las Crónicas de Bustos Domecq) colaboraciones con Borges, ese del que no renegó sino al que abrazó con pasión, incluso con la pasión de un Judas, mucho más allá de la muerte”.
Qué mejor canon puede haber que el reconocimiento de sus pares. “Sería una injusticia que no estuviera, y una pena porque el canon promueve ciertas lecturas (y deja otras afuera, como toda lista) y lo menos que puedo decir de los libros de Bioy Casares es que mejoran la literatura —asegura Esther Cross—. Como prueba valdrían el reconocimiento de Borges, Pizarnik, Cortázar y, más cerca en el tiempo, el de muchos escritores y lectores contemporáneos”.
La reedición de su obra renovará, sin duda, a sus lectores: “Son pocos los escritores argentinos que siguen siendo leídos por un público amplio después de su muerte —considera Llach, ideólogo del Mundial de escritura—. Bioy sin duda está en ese grupo reducido, y en ese sentido sí me parece que es un autor argentino canónico, al que nadie desmerece”.
En Argentina puede haber modas y vaivenes, pero “Bioy ocupa un lugar muy importante —agrega Scott—. Y fuera del país, creo que después de Borges y Cortázar seguro aparece Bioy. Su obra se ve reflejada en autores contemporáneos. Lamentablemente murió recientemente Marcelo Cohen, que junto con Elvio Gandolfo son los grandes continuadores y renovadores de esa tradición en la que Bioy ocupa un lugar central. En Samanta Schweblin también es muy notoria su influencia, en Ricardo Romero, y muchos más”.
Por su parte, Gonzalo Garcés no duda en decir que Bioy sí tiene hoy un lugar en el canon. “No es Borges ni Cortázar, es cierto, pero pocos negarían que está entre los cinco o diez escritores argentinos más importantes. A mí, modestamente, me influyó. Acabo de terminar una novela, cuyo narrador, empacado, obsesivo y levemente opa, le debe bastante al narrador de La invención de Morel”.
En cuanto a influencias, Cross considera que resulta difícil calibrar: “Su presencia hoy opera casi como una fuerza inconsciente en el género (fantástico). Tendrá sus seguidores y críticos, como pasa siempre con las influencias, pero está. Ya decía Virginia Woolf que los libros descienden de libros como las familias de familias. En el caso de Bioy, su influencia gravita también en otros campos. El cine de género, que a su vez vuelve a la literatura, también le debe mucho”.
La vigencia de su obra es palpable en otras historias. “Pensemos que un libro como Dormir al sol, con esa transmigración de almas, dialoga con un libro contemporáneo y fabuloso como Distancia de rescate, de Samanta Schweblin –sostiene Mecca–, Bioy no es la sombra de Borges. Bioy ha creado su propia sombra, su adverso milagro”.
¿Es necesario reflexionar acerca de la importancia de la obra de Adolfo Bioy Casares? “A esta altura parece innecesario, porque es un escritor único —puntualiza Scott—. Nadie ha hecho la literatura que hizo Bioy en las diferentes zonas de su obra. Por ejemplo, la manera en que Bioy escribe la experiencia del enamoramiento es extraordinaria. La inteligencia de Bioy, su mirada para abarcar e integrar los distintos puntos de vista de un personaje, de un relato también. Su maestría en el cuento breve y fantástico, su mordacidad para describir a su propia clase (la clase alta argentina)”.
“Muy al comienzo de nuestra amistad, me previno”, detalló Bioy sobre Borges en ‘Letras y amistad’, uno de los capítulos de La otra aventura y otros escritos, uno de los títulos reeditados.
—Si quiere escribir, no dirija editoriales ni revistas. Lea y escriba.
Años después comenté el consejo:
—Así uno escribe mucho y sobre todo mal. Hay que ver los libros que por entonces yo publicaba.
—Cuanto antes cometa uno sus errores —contestó— mejor. Yo pasé por períodos de escribir con arcaísmos españoles y con palabras del lunfardo, y después por el ultraísmo. De vez en cuando encuentro a gente que padece errores parecidos, y pienso: Yo estoy libre, porque ya los cometí.
Todo libro mío de la década del 30 debió de recordarle que su interlocutor —tan corriente y hasta razonable cuando conversaban— ocultaba a un escritor erróneo, incómodamente fecundo. Con generosidad Borges escribió sobre esos libros, elogiando lo que merecía algún elogio, alentando siempre.
El 8 de marzo de 1999, Adolfo Bioy Casares falleció a los 84 años. “Lo que más me llamó la atención (e inmediatamente, desde que lo conocí y hasta el último día de su vida, me conmovió) fue su luminosa juventud. Siendo un adolescente, pero en el mejor sentido de la palabra: de lo que carecía era de aburrimiento, de depresión, de falta de ganas —describe Silvia Renée Arias—. Era un hombre joven, y a veces hasta un niño, no olvidemos que era Adolfito, por su curiosidad nunca saciada, por mirar las cosas con un detenimiento expectante. Por supuesto, me maravilló de entrada su sentido del humor. Y se agregaron los rasgos que todos reconocen: su amor sin límites por la literatura, su pasión por la vida (pudo superar las tragedias que llegaron con las muertes de Silvina y su hija Marta), su sentido de la dignidad: no olvidaré nunca el gesto de desasosiego y de pena reflejado en su cara, sentado en la cama del hospital del Cemic unos días antes de que partiera de este mundo, cuando nos cruzamos una mirada al verme llegar por el pasillo, de la mano de María Esther Vázquez (colaboradora y biógrafa de Jorge Luis Borges y de Victoria Ocampo), que me había pedido que la acompañara a saludarlo a su habitación. Bioy no quería que yo lo viera en ese estado, pero la puerta estaba abierta, porque hacía mucho calor. Mi cometido de llevar a María Esther hasta allí estaba cumplido. Repentinamente, tras una sonrisa resignada, la dejé sola en el pasillo”.
“Bioy nunca sintió que la de Borges fuera una sombra —reflexiona Edgardo Scott—. Él siempre supo qué lugar ocupaba, y que su camino, su lugar, su estilo, era muy diferente al de Borges. Además, siempre fue amigo de Borges y un amigo nunca es una sombra”.
Todo Bioy
Diseñar una colección siempre es un desafío “y si se trata de Adolfo Bioy Casares, se vuelve más interesante —reconoce Raquel Cané, diseñadora de las tapas—. Para esta reedición elegimos a la Argentina y sus personajes como protagonistas, la ciudad, la pampa, la costa, la noche. Un recorrido atemporal en donde dialogan las miradas de distintos fotógrafos y se unen en una narrativa coral. Cada título es una voz con identidad propia, pero suena en consonancia con los otros títulos. De este modo, una foto de Horacio Coppola se liga a una imagen de Sofía López Mañan, a una de Pedro Raota, a una de Nora Lezano, a una de Aldo Sessa. El resultado es un solo Bioy, un clásico que se proyecta como un único film en blanco y negro”, afirma.
FOTO: Bioy Casares leyendo The Killer and the Slain, de Hugh Walpole en Rincón Viejo, el 4 de enero de 1965/ Cortesía Penguin Random House Argentina
« “Uno de esos avisas de alerta”, un cuento de Jorge Córdova Monares Los peligros de vivir atados al presente: entrevista con el historiador François Hartog, sobre su libro “Cronos” »