Africanos y afrodescendientes en la sociedad mexicana: mitos y realidades

Ago 7 • destacamos, principales, Reflexiones • 17119 Views • No hay comentarios en Africanos y afrodescendientes en la sociedad mexicana: mitos y realidades

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Por lo menos 250 mil africanos negros llegaron a la Nueva España en el virreinato. Inicialmente fueron empleados en distintas actividades como esclavos; con el paso del tiempo formaron familias con otros grupos étnicos y su cocina, oficios y costumbres se mezclaron con las de otras poblaciones y contribuyeron a formar lo que hoy es la cultura mexicana

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POR MARÍA ELISA VELÁZQUEZ
En el Censo de Población y Vivienda 2020 se incluyó una pregunta de autoadscripción para personas afromexicanas, negras o afrodescendientes. Ello, gracias a la demanda que por décadas han llevado a cabo comunidades afromexicanas, académicos e instituciones como el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación y la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Según testimonios de los encuestadores y encuestados muchas personas no entendieron la pregunta: ¿a qué se referían con afromexicanos o afrodescendientes? Esta denominación podía ser complicada de entender en México, ya que se originó en 2001 después de la lucha de comunidades afrodescendientes de América Latina que demandaron se les nombrara haciendo alusión a su historia y pasado; las palabras como negro, moreno, prieto o mulato, entre otras, si bien eran de uso coloquial y no siempre peyorativo, habían contribuido a silenciar y negar el pasado africano de las poblaciones que durante siglos arribaron de manera forzada sobre todo a América Latina.

 

Asimismo, a muchas personas les sorprendió e incluso “ofendió” que les preguntará si eran “negras”. ¿Qué los encuestadores no se daban cuenta de su color de piel? ¿A qué venía esa pregunta? Gran parte de la extrañeza y hasta indignación de la sociedad mexicana ante esta pregunta tiene que ver con el menosprecio, la discriminación y el racismo que han existido en torno a la historia de la participación de miles de personas de origen africano en México y a la falta de difusión sobre la importancia y las contribuciones de las y los afrodescendientes en prácticamente todas las regiones de México. A pesar de todos estos obstáculos, más de 2 millones y medio de mujeres y hombres mexicanas reconocieron que tenían antepasados, costumbres o tradiciones de origen africano y que por lo tanto eran afromexicanas, negras o afrodescendientes.

 

Hasta donde se tiene evidencia, desde el periodo virreinal, es decir, por lo menos a partir de la conquista de México-Tenochtitlán en 1521, personas de origen africano desempeñaron un papel fundamental en la formación de México. Los primeros arribaron como parte de los ejércitos de conquista, pero la mayoría lo hicieron de manera forzada, es decir, secuestrados y capturados para ser vendidos como esclavos en el continente americano, entre otras regiones en la Nueva España. Historiadores han revelado que por lo menos 250 mil personas de diversas partes del continente africano arribaron durante el periodo virreinal a México para trabajar en distintas actividades económicas como la ganadería, la minería, en las haciendas cañeras, los obrajes, oficios y en las diversas tareas de los hogares. Los puertos autorizados para el comercio fueron Veracruz, Campeche y Acapulco, sin embargo, muchos africanos y africanas llegaron a lugares no permitidos por la Corona, entre otras cosas para no pagar los impuestos que las autoridades reclamaban. Por lo tanto, es difícil calcular el número exacto de personas que arribaron de África, el Caribe y Centroamérica a la entonces Nueva España.

 

A lo largo de los siglos fueron vaqueros, talabarteros, carpinteros, herreros, sastres, buzos, marineros, arrieros, arquitectos, cantores, cocineras, maestras, parteras, médicas tradicionales, nodrizas y criaron a niños o cuidaron a personas enfermas o mayores. Su participación no estuvo restringida a las costas, como usualmente se piensa, sino que ciudades como la de México, Puebla, Morelia, Mérida, Saltillo, Guadalajara, Guanajuato, Zacatecas o Oaxaca recibieron a mujeres, hombres y niños de origen africano, así como ranchos, estancias, puertos, haciendas o villas a lo largo y ancho del territorio novohispano. ¿Por qué en algunas regiones los rasgos físicos, el color de piel o las tradiciones son más evidentes de esta herencia africana? Por causas históricas, que, entre otras cosas, permitieron la reproducción entre personas de los mismos grupos, es decir, con menos convivencia e intercambio particularmente con las poblaciones indígenas. Este es el caso de regiones como la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca o poblaciones de Veracruz y Michoacán. No obstante, ello no significa que territorios del norte, centro y sur de México no recibieran personas de origen africano para llevar a cabo un sinnúmero de actividades que las nuevas empresas españolas requerían. Este es otro de los mitos sobre las poblaciones afrodescendientes: pensar que arribaron pocas personas “negras” a México y que las que lo hicieron sólo llegaron a los puertos de Guerrero y Veracruz.

 

Otro mito que suele repetirse es el que la “sociedad de castas” de la Nueva España impidió que las y los africanos convivieran y por lo tanto, como esclavizados vivieron siempre situaciones de marginación y segregación. Las cifras reveladas por varios historiadores, especialmente por Gonzalo Aguirre Beltrán, pionero de los estudios sobre el tema en México, muestran que muchos africanos y afrodescendientes convivieron y se unieron con indígenas y españoles, es decir que para mediados del siglo XVII ya existían numerosas personas que descendían de la unión formal o informal fundamentalmente entre africanos e indígenas. Esto fue posible, básicamente, por dos razones: primero, porque nunca se prohibieron los matrimonios mixtos en la Nueva España, a pesar de las múltiples recomendaciones que se hicieron para casarse o unirse con personas de la misma “calidad”. A pesar de los prejuicios sociales que existieron en torno a la esclavitud o la procedencia y la clase social, los conjugues tenían libertad para escoger a sus parejas, según las normas del matrimonio católico. La otra razón importante es que en la sociedad novohispana existieron posibilidades para obtener la libertad a través de la voluntad de los dueños, en vida o por testamento; de la compra de la libertad, que se podía lograr desempeñando trabajos extras o por apoyos económicos de parientes o amigos. Además, muchos afrodescendientes nacieron libres, en numerosas ocasiones porque sus madres eran indígenas y esclavizar a las poblaciones indígenas se prohibió desde 1542. Por lo tanto, en casi todas las regiones del México convivieron y compartieron experiencias, saberes, costumbres y formas de pensar nahuas, mixtecos, mayas o purépechas con wolofs, mandingos o congos, entre otros muchos grupos indígenas y africanos, sin que el color de la piel o los rasgos físicos fueron obstáculos insalvables para cierta movilidad social y económica. Por supuesto, ello no quiere decir que la sociedad novohispana fuera un modelo de equidad y democracia, todo lo contrario, fue una sociedad con grandes desigualdades económicas y sociales, con reglas y normas que propiciaban la discriminación y con estamentos que marcaban las diferencias entre grupos a partir de su condición económica y social.

 

Las herencias de diversas culturas africanas en México se pueden distinguir en muchos ámbitos. Primero en el trabajo cotidiano que hicieron africanas y afrodescendientes y que fue fundamental para la reproducción económica, social y cultural de nuestro país, no sólo durante el virreinato, sino a lo largo de los siglos XIX y XX, y hasta hoy en día. Varias construcciones como la Catedral de México o inmuebles de Morelia, Puebla o Oaxaca se hicieron con mano de obra de origen africano; también haciendas cañeras y agrícolas se construyeron con albañiles y arquitectos de origen africano. En varios oficios destacaron los afrodescendientes desde el periodo virreinal; muchos pintores famosos y reconocidos en la época, como Juan Correa, de finales del siglo XVII, pintaron en lugares tan significativos como la sacristía de la Catedral Metropolitana, así como iglesias, conventos y colegios novohispanos. También las mujeres trajeron del continente africano cantos, rezos, amuletos y formas de vestir que han sido significativas en las diversas expresiones culturales de México.

 

Las comidas mexicanas tienen condimentos, formas de cocinar y sabores de origen africano: por ejemplo, la jamaica y el tamarindo provienen del continente africano. Muchas prácticas en la vaquería y en la ganadería también pudieron haber provenido de regiones del norte y occidente de África, en donde el uso del ganado era común. Sus herencias también pueden observarse en vocablos que utilizamos cotidianamente en México, como chamba, fulano, chirundo, cafre, Mandinga, Mozambique o Yanga, que tienen raíces en el mandingo y en las lenguas kimbundu o kikongo de los bantúes. Muchos expresiones musicales o dancísticas, así como festejos significativos en distintas comunidades de México, en particular de regiones de Veracruz y la Costa Chica de Oaxaca y Guerrero tienen elementos y prácticas de origen africano. Según Jesús Jáuregui, gran estudioso del mariachi, además de influencias indígenas y europeas, se distinguen en esta expresión musical patrones rítmicos de origen africano. No es gratuito que uno de los sones más emblemáticos de México se llame “La Negra”, haciendo referencia a una mujer de rebozo de seda traído de Tepic. Las danzas de los “diablos” en la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca tienen varios elementos que etnomusicólogos han identificado como de posible origen africano, así como bailes como la Tortuga y el son de Artesa que se danza en una estructura de madera con forma zoomorfa. Veracruz y Michoacán también tienen sones con elementos y rasgos de origen africano y, por ejemplo, las versadas, las décimas y en general la tradición oral tiene mucho que ver con las culturas africanas en donde el “habla” desempeña un papel fundamental.

 

A pesar de estas evidencias, un mito importante sobre las poblaciones afrodescendientes es el de creer que pueden encontrarse en México “huellas” africanas intactas o atemporales. En México, a través del intercambio y la convivencia, se han creado nuevas culturas regionales con elementos de los grupos indígenas, africanos, españoles, europeos y orientales, entre otros. Es difícil y a veces poco factible querer buscar “huellas o testimonios” que se han transformado, creando nuevas expresiones culturales. Por ejemplo, desde el periodo virreinal las africanas utilizaban hierbas de mujeres indígenas para crear ciertos “polvos y ungüentos” que las españolas requerían para conseguir el amor de algún hombre o la fidelidad de su marido. También fue común que indígenas y africanas o afrodescendientes compartieran saberes, conocimientos y prácticas para ayudar a nacer y criar a los niños, a sanar a los enfermos, a enterrar a sus muertos o bien que aprendieran a pintar, cantar o trabajar el oro y la plata a la usanza española y europea.

 

En este sentido, un mito importante que debemos cuestionar es aquel que sostiene que los africanos y afrodescendientes sólo tuvieron influencia en la música y la danza. Si bien es cierto que las culturas africanas han tenido una trayectoria de talentos y virtudes sobresalientes para estos ámbitos, también es cierto que tienen todas las habilidades y destrezas que otras sociedades y grupos humanos. Además de sus contribuciones en la economía, la sociedad y la cultura, los afrodescendientes tuvieron influencia y liderazgo en varios movimientos políticos en México. Muchos de ellos formaron parte del movimiento insurgente y uno de los líderes más importantes de la insurgencia fue Vicente Guerrero, afrodescendiente que nació en Tixtla y que se convirtió en el segundo presidente de México. También se sabe de afrodescendientes que lucharon en la revolución mexicana, especialmente en el estado de hoy Morelos, que también se destacó por un importante número de afrodescendientes trabajando en las haciendas cañeras.

 

Con la independencia se abolió la esclavitud y se buscaron nuevas formas políticas, económicas y sociales para la creación de un estado-nación con soberanía. No obstante, también en este periodo, es decir, a lo largo del siglo XIX y parte del XX, se construyó la idea de una nación única y homogénea formada sólo por indígenas y españoles, menospreciando la participación de otros grupos tan importantes como el de origen africano. Esta exclusión respondió en gran parte a las ideas que desde mediados del siglo XVIII sostenían que los grupos humanos se dividían en “razas” por sus rasgos físicos, su color de piel, la forma de su cabello, el tamaño de su cabeza, pero también por su historia y su cultura. Además se sostuvo que unas “razas” eran inferiores y otras superiores y que por lo tanto había que someterlas y explotarlas. Gran parte de las personas africanas que fueron esclavizadas en regiones de Brasil, el Caribe y Estados Unidos lo hicieron durante este periodo bajo el argumento casi “científico” de que había razones que “justificaban” el comercio de seres humanos. Aunque la llegada de africanos esclavizados a México disminuyó desde el siglo XVIII, llegaron estas ideas y también las nociones de que ciertos grupos humanos eran “mejores” que otros, uno de los argumentos centrales del racismo. Este no sólo es un mito, sino que es una gran mentira que ha servido para cometer actos de crueldad, de explotación, sujeción y contra todos los derechos humanos. Actualmente sabemos que no existen las “razas”, que todos los seres humanos somos biológicamente prácticamente idénticos y con una gran diversidad cultural.

 

Además de los africanos que arribaron a México durante el periodo virreinal, otras migraciones de afrodescendientes han llegado a lo largo de los siglos. Algunas recientes están formadas por personas provenientes de Haití, de países de Centroamérica y de África que enfrentan cotidianamente discriminación y racismo en México. Por todo ello urge que se lleven a cabo políticas públicas en beneficio de las personas, comunidades y pueblos afromexicanos y afrodescendientes; es indispensable que se elaboren acciones para divulgar la importancia de los africanos en el pasado y presente de México, sobre cómo identificar el racismo y los peligros de sociedades que lo reproducen. En suma, es necesario construir sociedades orgullosas de su historia, de la diversidad cultural y del reconocimiento de las miles de personas que han formado parte de la construcción económica, social, cultural y política de México. A pesar del reciente reconocimiento de los pueblos afromexicanos en la Constitución Políticas de los Estados Unidos Mexicanos en 2019 y de la pregunta de autoadscripción afromexicana del Censo 2020, tenemos una enorme deuda histórica con nuestros antepasados africanos y obligaciones urgentes con las y los afromexicanos y afrodescendientes contemporáneos.

 

FOTO: Óleo De Negro, y de India; China Cambuja, del pintor Miguel Cabrera/ INAH

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