Aguardiente en Montparnasse: La carta que Carlos Fuentes escribió a “La China” Mendoza

May 7 • destacamos, principales, Reflexiones • 9644 Views • No hay comentarios en Aguardiente en Montparnasse: La carta que Carlos Fuentes escribió a “La China” Mendoza

 

En una carta dirigida a la escritora María Luisa Mendoza, Carlos Fuentes le cuenta, desde París, los pormenores de la vida artística de la Ciudad Luz, donde el autor de La región más transparente, editada en ese entonces por el sello francés Les Editions du Seuil, ve a la “generación existencialista” ser sustituida por una juventud abierta a nuevas voces, entre ellas las de Latinoamérica, como Lezama Lima, Paz o Huidobro

 

POR LUIS FELIPE PÉREZ SÁNCHEZ
La carta que vi en el archivo de la escritora guanajuatense María Luisa Mendoza está fechada el 23 de mayo de 1966. Son palabras escritas en una caligrafía apresurada, difícil de leer. El material está bajo resguardo de la Universidad de Guanajuato. Es una tentación para un aficionado a los museos; para quien se descubre hurgando en las pertenencias de otro, como cuando uno entra a una casa de otra época. Cuando estoy frente a los objetos, escudriño qué espíritus esperan a ser resucitados por medio de la evocación o del rescate, algún acto de espiritismo como los que nos contaba Miguel Capistrán que realizaron para invocar a Villaurrutia. Entre algunas cartas, se encuentra ésta que me lleva a imaginar a Carlos Fuentes como un provocador, desde París, con 38 años.

 

El texto del que hablo es una invitación, un cuadro de costumbres, como afirma Malva Flores, que describe así las conversaciones postales y transatlánticas. Esas líneas de una escritura íntima son un hervidero de ideas que intentan comprender la experiencia al momento y, también, buscan esclarecer o proponer las ideas de lo que vendrá.

 

Ese año se publica Cantar de ciegos. Faltaba poco para que circulara Cambio de piel, novela del 67 con la que Fuentes entró al catálogo del Premio Biblioteca Breve, promovido por Carlos Barral desde Colliure con el fin de publicar, en varios países a la vez, la nueva narrativa en español. No puedo dejar de relacionarlo con Juan Goytisolo. Ese mismo año, 1966, aparece Señas de identidad. Adolfo Castañón insiste en que Fuentes ha tomado del autor catalán las ideas para Terra Nostra, de 1975. La autobiografía del exiliado en París constata la aseveración. Expurgo estas genealogías literarias. Distingo que fueron amigos y compartieron fiestas y conversaciones. El segundo de los Goytisolo, el aduanero, como le nombraron con desdén en la España franquista, fue, para Fuentes, un camarada con quien compartió una relación literaria, como se puede observar En los reinos de taifa tanto como en los párrafos que dedica Estrella de dos puntas a la revista Libre, motivo de discordia entre Octavio Paz y el propio Fuentes.

 

Esta carta me lleva a pensar que, avecindado en París, se sabe parte del boom latinomericano. Se siente parte de un movimiento. Como dice Castañón, aunque yo lo describo como un tema de interés más que como un gesto de desdén, Fuentes pone a circular en su escritura lo que del mundo le causa contagio, en ese caso, lo que lee en Goytisolo. Me cuesta juzgar la originalidad porque aprendí de la voz parsimoniosa de José Emilio Pacheco que teníamos derecho a la apropiación.

 

Al leer que Fuentes está en París, en mayo del 66, se me revela el momento de producción de estos escritores. Podría entregarme a la tentación de comparar y proponer una lectura comparativa entre Terra Nostra y La reivindicación del Conde don Julián, pero de lo que quiero hablar es de esa estampa donde aparece Carlos Fuentes proponiendo un París literario y real al mismo tiempo.

 

A partir del “Queridísima María Luisa” con el que saluda Fuentes a su destinataria, leo la voz entusiasta de un mirón. Describe con gafas de felicidad ese día. Saluda con un trago de aguardiente a su “cuata querida” y le cuenta que tiene a su lado a Rita Macedo y a Alberto Gironella, brindan por ella y la recuerdan con nostalgia. El art decó le avisa que está en la metrópoli cultural. Esa es la lista que hace: “Ahora todo está volcado a la calle, escoges tu barrio, tu café, tu caminata, solitarios o bulliciosos, frescos o cálidos, los castaños, el río, los jóvenes vikingos, las jóvenes como hermosas reinas del planeta Mongo”. Esta referencia me ha llevado a buscar a los personajes de los que se sirve Fuentes para estampar el momento. Descubro a Priscila Lawson y a Buster Crabbe ataviados y listos para la aventura. Fuentes ve a los protagonistas de Flash Gordon caminando por Montparnasse. La carta que escribe Fuentes es, ya lo dije, una invitación. Las correspondencias guardan esos secretos paisajes mentales. Los personajes describen el estado de ánimo, son señales para su destinatario.

 

Pienso en el acto de escribir una carta sentado a la mesa de una brasserie parisina en 1966. Encajo con curiosidad la crónica donde Carlos Fuentes presume haber bebido Pire-Williams y deja constancia del momento en una carta. Dice que la brasserie en la que están está en Montparnasse. Se trata de La Coupole. ¿Qué celeridad lleva a alguien a escribir cartas ante las ventanas de una cervecería?

 

La escritura de cartas es un motivo de reflexión, parte de los rituales a través de los que se conjura a los ausentes, de querer contarle a un destinatario —en el otro lado del mundo— que se estaba vivo y que esta era la experiencia: moderna, pública, abierta, en medio de la conversación. Uno escribe cartas porque se siente lejos, afirma Alfonso Reyes.

 

He leído una pieza que embona en este retablo de la vida literaria pasada la mitad del siglo XX. Noto que en la carta hay la idea de que el café es el centro de la conversación y la oficina para quien escribe; que las historias transitan en la rue como describe Antoni Martí Monterde en su ensayo sobre la modernidad, La poética del café. Un resumen sucinto ilustra estas tesis. Es el listado que enumera la carta: “aquí Julio Cortázar, allá Luis Buñuel, más allá Wifredo Lam, Matta, Vargas Llosa, Gironella: tu mesa de café imaginaria puede ser, es, la verdadera.”

 

En síntesis: literatura, cine, artes plásticas; surrealismo, latinoamérica y París. Es, también, la panorámica de uno de los iconos que pervive en el ideal de la ciudad, centro de debate intelectual y político, ágora a disposición de la sociedad, según las líneas de Benedetta Craveri en La cultura de la conversación. En todo caso, Fuentes renueva el contingente. Propone los nombres de sus amigos.

 

Los libros de viajes y las cartas desde lejos a los amigos coinciden en una propuesta. Son instantáneas que ponderan y establecen, a través de las impresiones al vuelo, una serie de estados de cosas. Sirven como sucedáneos de valores: “Crees, al principio, que París está muerto —y lo está, en muchos sentidos: hay una capa vieja, racionalista, de apologías, que tarda en morir—; pero debajo hay una pulsación, la de todos los jóvenes que vienen a sustituir a la ‘generación existencialista’ que ya da las últimas boqueadas. Su característica: es la primera generación abierta que hay en Francia, la primera generación no-cartesiana, no-chauvinista, abierta al ritmo ajeno, al contagio. Es, contra todas las apariencias, el momento de venir a París”.

 

Sigo en la mesa de La Coupole. Sigo a Fuentes entregado a la labor melancólica del cronista. Busca contener y reunir en palabras dirigidas a alguien que no ve lo que él: “De la gran tradición francesa, lo que estos jóvenes salvan es la prodigiosa capacidad de síntesis —sólo semejante a la capacidad de asimilación, de trituración, del mundo anglosajón.”

 

Comparte su entusiasmo. Es como si asumir la interlocución lo orillara felizmente a convencer al otro, a seducir con imágenes que condensan y liberan las impresiones a los que es dado. Reconozco en su exaltación un cierto aire de época. He pensado en las conclusiones de Jordi Gracia en Javier Pradera o el poder de la izquierda. La biografía que pone en el centro a uno de los editores más influyentes en el siglo XX me aclara por qué la confianza de Fuentes en el ámbito cultural, editorial, literario: “Pradera comprendió que una editorial podría ser un temible laboratorio para las ideas, una bomba de detonación retardada y lenta onda expansiva. A través de las ventas y la influencia invisible de una marca podría contribuir a transformar la realidad desde dentro de la realidad. Esa era otra forma del poder, y de la edición literaria y humanística podía ser un insospechado proveedor civil de pensamiento y conciencia moderna. Así habían concebido la edición algunos maestros próximos y remotos: Ortega y Gasset lo había hecho antes de la guerra con Revista de Occidente (y lo intentaban perpetuar sus hijos José y Miguel Ortega Spottorno, sobre todo desde los años 50), así lo entendía Arnaldo Orfila Reynal en el FCE de México y también españoles emigrados, como Gonzalo Losada o catalanes exiliados como Antoni López Llausás en Sudamérica. Incluso así lo entendió Carlos Barral y Pancho Pérez González al fundar hacia 1955 La Biblioteca Breve de Seix Barral y la editorial Taurus, respectivamente; algunas otras pequeñas editoriales como Guadarrama, Ariel o la misma Tecnos parecían situarse en la misma lógica del intruso revulsivo”, escribe Gracia.

 

No sé si en estos tiempos haya espacio para concebir el mundo editorial fuera de las ideas del mercado, pero mis reflexiones en este artículo han apuntado a la mesa de una cervecería, en 1966, y, en ese entonces, parecía posible ver en París la encarnación de una novela, el fluir de las ideas filosóficas, las escenas del cine de la nouvelle vague, la plástica como una manifestación que influía en el entorno. Podría ser que las palabras de Fuentes sean fuegos fatuos, pero la correspondencia que ha analizado Malva Flores en torno a la figura de Paz, situada por esos años, apunta a que era un sentimiento compartido. No es la única escritura privada que nos deja ver estos aspavientos y algarabías que hilan la carta a la que aludo. El artículo de Gustavo Arango “El verbo ha encarnado” (Confabulario 208, 4 de junio de 2017) deja ver la exaltación en torno al fenómeno literario en remitentes como García Márquez. Afirmo esto ante la próxima serie de tableux en la carta de Fuentes. Las palabras que merodeo son apertura, momento latinoamericano, vitrina. La libertad de prensa es una idea discutida en ese momento. En España, la Ley Fraga del 66, por ejemplo; el Concilio Vaticano II, en Roma, promueve el tema como un elemento democratizador. En la carta distingo este espíritu. Fuentes relata una escena donde da la sensación también de que para él al menos, todo es posible: “Es la verdadera nueva novela de Le Clézio (Le Déluge), la verdadera filosofía de Foucault (Les Mots et les Choses), el verdadero nuevo cine de Godard (Masculin-Feminin) y, si no hay nada extraordinario en la pintura, hay la apertura a lo que hacen otros, el éxito en París del italiano Cremonini, del español Tàpies, del argentino Sergi, del mexicano Gironella. El cuadro de Alberto en el salón de Mai tuvo uno de los lugares de honor, al lado de Picasso, Lam y Miró. Ha sido escogido entre las 340 obras expuestas allí para formar, con sólo 50, la selección que irá este verano a Belgrado.”

 

No me parece difícil, en ese escenario, el anhelo de Fuentes. Lo comprendo: transmitir su experiencia, fascinante y de esencia literaria, abierta, de comienzo, frente al México atrapado tras la cortina del nopal, como decía José Luis Cuevas. Comenzaba Lumen, estaban por aparecer Tusquets y Anagrama, el Fondo de Cultura Económica en España en el 63. Y en París, desde donde él escribe, está cerca de Gallimard, gracias a Goytisolo, y está pendiente de Les Editions du Seuil: “Fíjate: El siglo de las luces y La región más transparente son libros de texto de la licenciatura en español de las Universidades de París, Rouen y Cannes (pobres estudiantes; por la segunda lo digo). Les editions du Seuil acaba de crear una colección latinoamericana que se inicia con Donoso y Lezama Lima; les he propuesto los libros de Elizondo y Sáinz. La nueva colección bilingüe de poesía de Gallimard se inicia con libros de Paz y Asturias, siguen con Huidobro y Neruda; les he propuesto las obras de Chumacero y Pacheco.”

 

Una de las premisas que animan la noticia de este hallazgo que he atestiguado al leer cartas, una afición personal, es la especulación, donde reelaboro y distingo ciertos pasos de Fuentes cuya huella está en los párrafos de esta carta. Es un museo, me digo, pero las cartas además de las estampas y los estados de ánimo, suelen derivar en actos comprensivos, en preguntas que se hace a sí mismo el remitente, como si necesitara de la palabra, la distancia y la sensación de estar ante alguien, para ordenar de algún modo eso de lo que está siendo testigo. En las cartas uno puede encontrar cruces, dichos de otros, opiniones o proyectos: “André Breton le escribe a Gironella: ‘Con usted, todo empieza de nuevo. Desde México, se puede siempre empezar otra vez’. ¿Nos damos cuenta, María Luisa? ¿Nos damos cuenta de que este es el momento de la cultura latinoamericana? En vitrina tras vitrina de las librerías de París, lo ves y lo vuelves a ver: son libros de Octavio Paz, Asturias, Neruda, Borges, Cortázar, Vargas Llosa, Carpentier.”

 

La puesta en abismo en las cartas es un territorio fértil. Uno cuenta cosas, un poco en desorden, de afuera hacia adentro, hacia las impresiones sobre uno mismo. Conforme avanzan las cartas, si se alargan, hay una tendencia a lo confesional. La misiva se presta para el monólogo. Por eso no me causa ninguna sorpresa este párrafo en el que Fuentes, retórico, reflexiona: “¿No te parece significativo que La muerte de Artemio Cruz ocupe el quinto lugar entre los diez éxitos críticos de Francia en el mes de abril y mantenga desde hace dos meses el sexto lugar entre los bestsellers de Italia? Todo esto no ayuda sólo a cada escritor mencionado; ayuda a todos, le da aliento y vigor y significado a toda una cultura. Por primera vez la literatura latinoamericana está ganando una audiencia internacional: esto es lo importante, y no las rencillas y envidias provincianas.”

 

Pienso en “envidias provincianas”. Para este tiempo, uno de los temas de las cartas entre escritores tiene relación con las intrigas, las comedias involuntarias, los debates. Pero me detengo mejor en la mención a Italia. Feltrinelli es el nombre detrás del éxito de ventas que describe la carta. Sabemos que el año siguiente Fuentes estaría en Roma celebrando la tercera edición de Cambio de piel, iría a la presentación de su primera obra de teatro de la que estas palabras podrían ser el anuncio: “Alberto y yo vamos a hacer un libro juntos. Se titula La muerte de los reyes (remember Shakespeare: Let us now sit on the ground and tell sad stories of death of kings…?); son las muertes de Felipe II y Carlos el Hechizado: la imagen perfecta del poder en nuestros países y en nuestro tiempo.” Si escribieron Gironella y Fuentes esta obra puede discutirse. En lo que he pensado es en el sedimento que sugieren las ideas sobre los reyes. Especulo que ese mes con Buñuel y con Gironella, pues dice que estará en España luego de haber ido a la Sorbona, a Oxford, a Nueva York y a Buenos Aires —donde sería jurado del Concurso de Novela Sudamericana junto a Mario Vargas Llosa y Pepe Bianco—, dio para la escritura de El tuerto es rey, en la que podemos ver las señas de Buñuel, y, también, pudo ser el inicio de la escritura de Terra Nostra, el retablo cuyo incipit en un París distópico que contrapuntea las narraciones entre los escenarios de un pasado donde Felipe II depone las armas para entregarse a la vida espiritual.

 

Una carta es un laberinto. Sale Fuentes del paseo epistolar. Cuenta que vive en un apartamento balzaciano, que lee Le Monde mientras Cecilia juega en los Jardines de Luxemburgo. Celebra que tiene tiempo para el amor, el juego: “una libertad que todavía no se concibe en México.” Las despedidas en una carta me resultan enigmáticas. Las cosas simples pero cercanas como la confesión de que Rita va a una escuela de corte o la afirmación de que son muy felices, me ha parecido una muestra de generosidad. Me digo, aquí es el momento de irse. Leo un “Carlos” en letra de molde y noto la firma. La lectura descuidada de ese jeroglífico me asalta por sorpresa. Cuando leí la carta por primera vez buscaba identificar el remitente con urgencia. No resultó complicado, empero, ver la firma encendió en mí ese temple del coleccionista a quien le han dicho que existe este o aquel objeto, pero que, sólo hasta tenerlo frente a sí, constata su existencia, que es real o que lo fue ¿Lo fue?

 

FOTO: De izquierda a derecha: Carlos Fuentes, José Luis Cuevas y La China Mendoza, a quien el escritor llamaba con afecto La Tom Wolfe de Mexiamora/ Tomada del libro “María Luisa ‘La China’ Mendoza: una mirada llena de adjetivos”, Universidad de Guanajuato, 2019

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