En la mira: Carlos Fuentes y su obra

May 7 • destacamos, principales, Reflexiones • 1878 Views • No hay comentarios en En la mira: Carlos Fuentes y su obra

 

Este recorrido por lo más significativo de la obra del autor permite ver al lector el papel central que juega el tiempo, pues este elemento le permitió a Fuentes alterar estructuras de una vida individual, de un país, o de la Historia misma, esta experimentación tan representativa de su obra da la pauta para generar escenarios distópicos donde se cuestionan las narrativas nacionalistas de su época

 

POR GEORGINA GARCÍA GUTIÉRREZ VÉLEZ

Liminar: de aniversarios y cumpleaños

 

La muerte intempestiva de Carlos Fuentes en 2012, Día del Maestro, sorprendió al mundo, como todo lo que escribía o hacía en vida. La fecha, el 15 de mayo, el Día del Maestro, induce a recordar la importancia que dio en su obra a determinados días, fechas o años. Tiempos decisivos en que se decide o reorienta el curso de una vida, de un país o de la Historia. Fechas significativas en una biografía, que a su vez lo son para México. Ejemplo excepcional es La muerte de Artemio Cruz (1962), estructurada en este sentido, como un diario fechado de la vida de Artemio, recontado el día de su muerte o en que empieza a morir (abril 9 : 1959): el día de la traición a sí mismo, a los suyos, a la Revolución; los días que engañó, trepó en la escala social; el día de su nacimiento (1889: abril 9). Otro ejemplo notable, Cristóbal nonato (1987), ya no la gestación de la muerte y la agonía como en Artemio Cruz, sino de la vida, juega con varios tiempos y fechas, con todo un año. La novela gira en torno a una fecha, el 12 de octubre de 1992, en un futuro hipotético, y las conmemoraciones oficiales en torno al descubrimiento de América ( también el día en que nace Cristóbal). Fuentes, que selecciona fechas, les da significaciones, se vale de ellas para estructurar su narrativa, muere significativamente en una fecha de celebración nacional: muerte y fiesta.

 

Hace diez años murió Carlos Fuentes: de golpe se acortó su tiempo. En Tiempo mexicano (1971, cumplió 50 años en 2021), confió que el tiempo era una preocupación existencial y filosófica muy suya, ligada a la escritura: “Escribir es combatir el tiempo a destiempo: a la intemperie cuando llueve, en un sótano cuando brilla el sol. Escribir es un contratiempo”. Escribió toda su vida, hasta que la muerte lo sorprendió con su inevitable punto final. El tiempo venció al creador de mundos, de personajes y al escritor polígrafo. Puso fin a la narrativa de su vida y lo más impactante, temido por él mismo, cerró para siempre “La edad del tiempo” que sólo él podía escribir.

 

Pero la vida de su obra no tiene final y en ella vive Carlos Fuentes. La muerte de Artemio Cruz y Aura, dos de las novelas más admiradas de Carlos Fuentes, cumplen 60 años este 2022. Concebidas y escritas al mismo tiempo, ambas experimentales, sus formas novelescas innovadoras, consolidan a la experimentación como rasgo sobresaliente de la novelística de Fuentes. La más evidente y una de las más distintivas, pues el escritor experimenta ya desde La región más transparente (1958), con la cual debuta en el cultivo del género y funda su poética. Las novelas de Fuentes son siempre experimentales, pues a la par que explora las entretelas de la realidad, de la sociedad, la política, la historia o la cultura, indaga cómo representarlas novelísticamente. Hasta Las buenas conciencias (1959) es experimental. En ella, Fuentes investiga la sociedad de provincia, cuasi decimonónica, y para representarla encuentra una forma “decimonónica” ad hoc , anacrónica a propósito. Sus grandes novelas de la década de los 60 serán ejemplos, cada una, de rutas de la experimentación. Terra Nostra (1975), enorme esfuerzo experimental, abre la puerta a las experimentaciones muy ambiciosas y creativas que serán sus novelas posteriores. Menciono, entre otras, a Cristóbal nonato (1987), Los años con Laura Díaz (1999), La Silla del Águila (2002), La voluntad y la fortuna (2008), y la obra que cierra el ciclo narrativo sobre la Ciudad de México abierto por La región más transparente 50 años antes: Carolina Grau (2010).

 

Nacionalismo versus cosmopolitismo

 

Una idea de la crítica, intransigente, dogmática y desinformada, a la que se enfrentaban los escritores, cuando Fuentes empezó a publicar, está en la recepción a sus primeros libros. Años después la comentó extensamente. Era una cerrazón nacionalista y filistea, que enarbolaba criterios contradictorios para atacar e imponer una sola visión del mundo, un arte único, una novela “única” con una forma y no otras de novelar. Fuentes, cosmopolita, desenvuelto y talentoso, irreverente, se puso en la mira de innumerables ataques, pero también del apoyo y la admiración de escritores y de jóvenes que pensaban como él (Poniatowska, Carballo, Pacheco, etcétera). Para hacer frente al nacionalismo autoritario, funda y dirige, con Emmanuel Carballo, la Revista Mexicana de Literatura (1955). La publicación que en el nombre proclama su apertura e internacionalismo (acoge todas las artes y letras, no sólo a la literatura mexicana por el hecho de ser mexicana), fue un motor de cambios. Publicó la primera reseña de Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo en su número inaugural (Fuentes escribió otra más y la envió con la novela y el primer número a Francia para que conocieran la novela; así empieza la internacionalización de Pedro Páramo). La primera novela de Juan Rulfo (la segunda, El gallo de oro) es una de las novelas más innovadoras y bellas en español, pero fue recibida con desconcierto, desaprobación: “No es una novela”. Se rechazaba la novedad de su estructura, la representación fantasiosa (nada que ver con la Novela de la Revolución, canónica). Por su parte, el libro de cuentos, Los días enmascarados (1954) del joven Carlos Fuentes, un año antes fue juzgado con severidad y, después, La región más transparente (1958) se convirtió en objeto de curiosidad, de discusiones y atención excesivas, pero también de ataques (impresionante éxito editorial: dos ediciones el año de su aparición).

 

A partir de la década de los 50 del siglo XX, Carlos Fuentes y su obra conmocionaron a un México autoritario, encerrado en sí mismo, con un nacionalismo oficial. Un México intolerante y autoritario como el PRI. Fuentes, que nació en Panamá (su padre se iniciaba en el Servicio Exterior), luego fue a Montevideo, Brasil, Chile, USA, Argentina, era el ejemplo del cosmopolitismo (desde la infancia) que rechazaban los nacionalistas recalcitrantes en México. Lo descalificaban porque su obra experimental no tenía respeto a los dogmas de cómo debe ser una novela y la polifonía de su propia novela (todos expresaban su punto de vista) iba en contra de que el país, sus escritores y artistas, sus intelectuales, debían cuadrarse con el gobierno que tiraba línea para todo. Época de la censura terrible, de persecuciones políticas, del chayote. Se atacaba la libertad de expresión, de desplazarse, de pensar.

 

Carlos Fuentes no escondía sus opiniones o puntos de vista, vivía ante los medios, en un primer plano que lo hizo vulnerable a ataques y a la observación mezquina. Se le reprochó siempre que no hubiera nacido en México, que viajara, que su obra fuera arriesgada en la forma y en la crítica y desenmascaramiento. Sufrió todo tipo de ataques con estrategias de la peor política: se le destinaron libelos, calumnias, difamación y hasta acusaciones de plagio. Ninguneo mexicano, pero también el triunfo nacional e internacional.

 

Su legado sobrevive, su obra permanece y es un orgullo para México.

 

FOTO: Carlos Fuentes durante la presentación en Nueva York de La gran novela mexicana, en 2011/ EFE/Andrés Iamartino

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