Alan Parker, In Memoriam
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La muerte del director inglés Alan Parker deja un gran vacío en la inventiva cinematográfica de los últimos cincuenta años; su estilo depurado y agresivo nos heredó obras que perdurarán en la memoria del cine mundial, en búsqueda de nuevos espectadores
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POR HUGO ALFREDO HINOJOSA
Alan Parker perteneció a esa generación heredera de lo horrores de la Segunda Guerra, que tuvieron en las artes una ruta de escape para plasmar el sufrimiento de sus padres sobrevivientes a las masacres del Teatro Europeo o para rendirles un homenaje a los caídos en los campos de batalla. El cine de Parker fue uno de planteamientos existencialistas, de la música como una vía de reconciliación espiritual, de la guerra como el espejo de la miseria humana, que permeaba en sus obras hechas de imágenes inolvidables.
Al director le interesaba la maldad humana, así nos lo mostró en Angel Heart, Mississippi Burning, Birdy, Midnight Express y en The Wall, la ópera en compañía de Roger Waters vocalista y fundador de Pink Floyd. Con este último filme quiero recordar a Parker. The Wall es el viaje de dos artistas, músico y cineasta, que plasman letra a letra e imagen la decadencia de un época de la posguerra donde se construía una nueva realidad alejada de las explosiones y los cuerpos mutilados. La obra narra la vida, representación y muerte de Pink (interpretado por Bob Geldof), el hijo del soldado caído, de madre soltera, de infancia tortuosa ante la falta de la figura paterna, ésa que vive como una memoria sin forma, voz y amor, que no obstante es el espectro que nutre la existencia del niño.
El padre de Roger Waters, Eric Fletcher Waters, muere en el desembarco de la batalla de Anzio, en Italia. Desgracia que marca la vida del cantante que tiene en Pink la metáfora de su propia vida depresiva, es el existencialismo representado no desde la tradición francesa de Jean-Paul Sartre o Albert Camus, o a la inglesa de William Golding, sino desde la música como un elemento que permite sentir el absurdo cotidiano.
Parker fue el maestro que dio forma e inmortalidad a la ópera de Waters, sin restar importancia, por supuesto al virtuosismo del músico, pero el simbolismo vivo, ese que nos nutre de horror, soledad y odio al formar parte de la historia del siglo XX fue trabajo del cineasta. Foto a foto, el infierno autoritario que tejió Parker, nos permite comprender la naturaleza de la educación inglesa de su época, de esa rigidez de la cual todos deseaban escapar con la psicodelia, el punk o el new age, expresiones anárquicas, por desgracia, vueltas cultura pop que tuvieron sus inicios en la ruptura rabiosa de las tradiciones autoritarias sublimadas en la figura de Margaret Thatcher.
El hombre ante lo virtual
A lo largo del filme The Wall, Parker, mantiene a Pink frente al televisor que muestra guerras, dibujos animados, cuerpos desnudos, la infancia del jefe metafórico. Parker dialoga con su tiempo y entiende que los medios de comunicación a través de sus jingles, de los fotogramas en video, son el lenguaje universal que dominaba a la sociedad de su tiempo. Y esa caja estúpida, como decían los padres moralinos, cumplía también una función específica para las familias de los últimos cincuenta años: educar a los hijos ante la ausencia de los padres, llenarlos de memorias ajenas, de alegrías inertes sin raíz en el corazón del espectador.
Pink utiliza los televisores para escapar de su realidad que lo acerca a la muerte, al deseo sacrílego de romper el pacto con Dios que, maldito como lo es, le quitó a su padre. Las metáforas, no tan sutiles, de Alan Parker que tienen su analogía con los movimientos fascistas de la primera mitad del siglo XX, generan un sentimiento de fracaso al ver que la historia puede y se repetirá con el surgimiento de grupos extremistas que justo ahora se hacen presentes por su poderío en Alemania, Francia, Austria e Italia. El conservadurismo que plantea Parker a partir de la música de Waters es mapa y territorio de las catástrofes por venir.
La locura controlada
Una de las herramientas conceptuales más utilizadas por Alan Parker en sus películas es la locura como delirio sin escapatoria. Es una regla que parte desde la concepción de los requerimientos de la historia para volverla verosímil. Una película o representación teatral realista no resiste a la violencia, esto es, el extremismo violento puede convertir la tragedia misma que se narra en algo increíble y falso. Parker, conjugaba en la escena técnicas de dirección que iban del realismo hasta el absurdo y no realismo que le permitieran narrar las escenas más sórdidas pero con el aval del espectador.
La lógica de la locura discursiva en cada escena de sus filmes se tejía tan sutil que el espectador gozaba del viaje y disfrutaba del sufrimiento de los personajes sin victimizarlos, vasta con revisar Angel Heart, Birdy y, por supuesto, Midnight Express, donde los personajes principales cuentan con la locura como el único pilar para que el sufrimiento existencial nutrido por sus tragedias, fuera comprendido por el espectador.
Alan Parker fue un intelectual de su tiempo, que entendía la herencia trágica de la humanidad, que no perdió la fe en ésta. Por supuesto fue un apasionado de la música, un rebelde detrás de la cámara que supo ser crítico de una forma tan sutil que no necesitó de la confrontación a través de su cine para cimbrar a las buenas conciencias de la sociedad. Con su muerte el arte cinematográfico pierde a un maestro, a un director de culto, admirado como John Cassavetes por su irreverencia, su capacidad para explorar y, sobre todo, por desconocer los límites puestos por la industria misma.
Poco a poco el mundo va perdiendo memoria, pronto dejarán de existir los últimos sobrevivientes del holocausto de la Segunda Guerra, y con ellos los creadores que heredaron de su contexto histórico todo un cúmulo de memorias que nos transmitieron para entender una época irrepetible de la historia de la humanidad. Con Alan Parker muere una parte de esa memoria colectiva, lo cual es lamentable. Peor aún, en cincuenta años más habremos muerto los nietos de esa generación que vivió las guerras que le dieron rostro y voz al siglo XX. La pandemia es trágica, sí, pero necesita arrebatarle la vida por lo menos a cien millones de personas para que deje su marca verdadera en la tierra.
FOTO: Fotograma de The Wall, de Alan Parker (1979)./ Especial
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