Alejandra Pizarnik: una luz poderosa a 50 años de su muerte
A 50 años de su suicidio, la creadora sigue presente en las nuevas generaciones poéticas, pues la oscuridad de sus letras resultó inspiradora para muchos escritores durante su juventud
POR DANIEL GIGENA
LA NACIÓN/GDA
Mito de las letras, inesperada escritora canónica, discípula díscola del surrealismo e ícono de la bohemia y la disidencia, Alejandra Pizarnik (1936-1972) rozó en su corta vida la perfección formal, la desmesura y el envés sombrío de la belleza. En vez de castillos, la “condesa de Avellaneda” construyó frágiles monumentos verbales que modificaron el panorama de la literatura argentina. Tuvo, como los grandes escritores, admiradores, imitadores (si se considera la imitación como el grado más alto que puede alcanzar la admiración) y también parodistas. ¿Qué signos —para usar el título de una de sus miniaturas líricas— de Pizarnik se pueden hallar o atribuir en las obras de poetas del siglo XXI en el país? A medio siglo de su suicidio, a los 36 años, responden amigos, especialistas y poetas de las nuevas generaciones. Esfinge, espejo, madre, maestra, alquimista, rival, guía y antiguía, Pizarnik sigue viva en la cultura argentina.
A su amiga y biógrafa, la escritora Cristina Piña, la presencia de Pizarnik en la actualidad no le parece evidente. “Hay algunas voces que tienen vinculación con ella, pero sin ahondar en los grandes temas de Alejandra: la apelación al absoluto en la palabra, la indagación en la subjetividad o el diálogo con la muerte. Los temas de la poesía actual son mucho más light y por eso Alejandra no puede estar tan presente, ya que si hay un ejemplo de una poesía no light es la de Alejandra. Sí hay presencia de su lenguaje y de su estilo, que es más cercano a la poesía actual, sobre todo los poemas extensos de Extracción de la piedra de locura y El infierno musical y el estallido lingüístico que se da en La bucanera de Pernambuco o Hilda la polígrafa”.
La coautora con Patricia Venti de la imprescindible Alejandra Pizarnik. Biografía de un mito sostiene que es “muy difícil acercarse a Alejandra sin quedar pegado a ella por la originalidad de su escritura, que se reconoce fácilmente; eso determina que no sea fácil tomarla como referente sin ser ‘chupada’ por ella”. Para Piña, “hay una presencia mucho menor a la que había en la generación anterior”.
“Alejandra Pizarnik fue para mí, sin yo saberlo y muy a destiempo de mis tardíos comienzos en la poesía, la entrada a la poesía”, revela la escritora Mercedes Álvarez. “Sobre todo a través de dos libros que en su momento conocía de memoria: La última inocencia y Árbol de Diana. Pizarnik abrió la puerta, y la sigue abriendo, a las nuevas generaciones a la poesía, y también a la obra de los poetas que configuran su universo: Rilke, Artaud, Rimbaud, Ducasse; están tan presentes que su obra es casi un trampolín”. Como creadora, Pizarnik ocupa para Álvarez un lugar con aquellos “que fueron tan brutalmente honestos como para llevar su visión del mundo hasta las últimas consecuencias; es la poeta que encarna de tal modo la poesía que en los años 1950 escribe: ‘¿Cómo no me extraigo las venas/ y hago con ellas una escala/ para huir al otro lado de la noche?’, y 20 años después publica La extracción de la piedra de la locura y La condesa sangrienta, antes de ir, como escribió en su nota de suicidio, ‘hasta el fondo’”.
“Si como dice César Aira en una entrevista ‘Todos quisimos ser Rimbaud’, también podríamos decir que todas quisimos ser Alejandra, porque para poetas de mi generación, quienes nos criamos bajo la luz del neorromanticismo y la poesía de mujeres, era una voz extremadamente imitable”, afirma el escritor y docente Juan Fernando García. “Pizarnik habilitó para la posteridad una forma de la poesía que en apariencia es sencilla: la condensación, la brevedad, cuerpo y deseo en la punta del poema, como nunca se había enunciado. ¡Todo para copiarla! Luego, supimos que esas formas requerían de otra operatoria, otro trabajo. Pero más allá de escribir como Alejandra, esa poética nos permitía, nos autorizaba. También, había que enojarse y alejarse del regodeo en lo que con poco tino ‘las viudas de Alejandra’ veían como pulsión de muerte, sin prever que ahí quizás residía la muerte de la poesía. Mi sugerencia es que lean también el ensayo de Aira (Alejandra Pizarnik) que corrió el eje de la crítica y la puso a dialogar con sus lecturas: el surrealismo, Artaud, Porchia”.
“No me pesa admitir que en mis dos primeros libros está muy presente Pizarnik a través de dos tópicos: la infancia, ese instante en el que nace la poesía como modo de ver el mundo, el balbuceo para nombrarlo, la inocencia y el asombro, y la reflexión sobre aquello que fue y lo que pudo haber sido”, dice la escritora Paula Novoa. “Más tarde, intenté deshacerme de la herencia pizarnikiana, como una hija que ya no quiere parecerse a su madre. Sin embargo, uno de sus poemas sobrevuela todos mis textos, una especie de designio oracular: ‘Escribes poemas/ porque necesitas/ un lugar/ en donde sea lo que no es’. Alejandra está en la experimentación poética para regresar a esa lengua primigenia, en la posibilidad de volver a percibir el mundo desde el paraíso perdido, en el desdoblamiento del yo lírico, en los silencios a través de las elipsis. María Negroni dice que Alejandra es una escritura y esta afirmación me libera de pesares”.
“Conocí gente con frases de Alejandra tatuadas, lo digo metafórica y literalmente”, cuenta la escritora Gabriela Bejerman. “Gente que entendía la poesía como una forma de suicidio, lenta, comprometida, exitosa en el dolor: ‘Como cuando se abre una flor y revela el corazón que no tiene’. Cuando empecé a dar talleres, parte de mi labor consistía en ‘desalejandrar’”.
Bejerman leyó con avidez a la Pizarnik de La bucanera de Pernambuco e Hilda la polígrafa. “¡Esa risa loca! Después, cuando conocí a Susana Thénon, reconocí ese mismo movimiento. Pasar de ser la poeta que sufre a la poeta que se ríe, de la poeta que entra en la alta literatura a la poeta que sale por la puerta de la parodia y desbarajusta sus saberes para sacudirse la incomodidad, para incomodar. Nos preguntamos en qué se habría transformado la escritura de Alejandra con el tiempo, si se hubiera curado de la fatalidad. En su fantástico libro Peregrinaciones profanas, Fernando Noy nos muestra con intimidad a su amiga, la gran poeta. Casi estamos a punto de salvarla. La herencia de Alejandra es inmensa, sus descubrimientos poéticos siguen revelándonos cuánto puede inventar el dolor. Y me sorprende cómo toda esa libertad formal no pudo también empapar su vida con un gesto igual de potente que el suicidio, pero bajo el signo contrario”.
La escritora y docente Flor Codagnone coincide con Bejerman. “Mi vínculo con Pizarnik es siempre tenso. A veces, su tragedia me aburre. He tachado, por ejemplo, todas las veces que aparece la palabra ‘imposibilidad’ en sus diarios. Sin embargo, no dejo de leerla. Obviamente, cambió mi trayectoria lectora, no busco lo mismo ahora, a los 40, que a los catorce. En la adolescencia, fue el descubrimiento voraz. Ahora me interesan cosas más chicas, de las que nunca se han hablado mucho, el vínculo de Pizarnik con los colores y cómo van apareciendo en su poética a medida que avanza su obra, por nombrar solo una. Alejandra nunca va a dejar de ser leída, siempre va a producir nuevas escrituras. Tiene su mito trágico como propaganda y su escritura, como soporte e imán tremendo. Es una gran escritora y nadie queda igual después de haberla leído”.
Quizá la adolescencia sea la etapa ideal para enamorarse de la obra de Pizarnik. “Desde una lectura adolescente de Pizarnik, me quedaba la sensación de haber asistido a alguna ceremonia surreal con muñecas-niñas”, dice la escritora Catalina Boccardo. “En aquella época, me abría a esa maraña fantasmal de forma demasiado ingenua. No había automatismo en sus textos rigurosamente elaborados. Y menos podía confundirla con una niña insensata. Volver a leerla, más y mejor, me permitió entender que siempre estuve ante una poeta herida por las palabras: “El poema es espacio y hiere./ No soy como mi muñeca, que solo se nutre de leche de pájaro”. Se ha construido una genealogía literaria a partir de Pizarnik, “quien fue capaz de dejar tamaño legado ya ha superado cualquier mote o marca caprichosa de una crítica de época”, agrega. “Varias ensayistas mujeres nos alumbran sobre su voz. Alejandra tampoco puede ser nombrada como la poeta suicida para forzarla a integrar un imaginario que viene de lejos. ‘Si soy algo soy violencia’, es uno de sus versos. Esa violencia de parir poesía en la ausencia. Y la búsqueda de un lenguaje vital, terrible, multiplicador: ‘No puedo hablar con mi voz sino con mis voces’”.
También la escritora Verónica Yattah descubrió a Pizarnik en la adolescencia. “Es el momento más permeable para leerla. La sentía recargada y valiente, una extraterrestre en medio de otras lecturas. Fue mi primera gran experiencia poética, en el sentido de empezar a dejar de lado las pretensiones de entender. Extraño oficio de recién llegada, partió de mí un barco llevándome: versos que me acompañan como música hasta hoy. La extraterrestre que hablaba por ella y nos hablaba a tantas otras. El amor por las palabras, esa entrega”.
Oriunda de Avellaneda, Silvina Giaganti cuenta que empezó a leer a Pizarnik a los 16. “Fue una conmoción. Venía de leer literatura para niños, Mafalda, la revista Humor, El Gráfico, la revista Pelo, la 13/20, y en la casa de mi tía que tenía una biblioteca bastante copada, a Simone de Beauvoir, Camus, Nietzsche, a los que no les entendía casi nada, pero algo sí porque los leía igual: ya me daba cuenta de que parte del chiste de la lectura es que ofrezca una resistencia. Y a los 16 fui al primer taller literario, y la chica de la que me enamoré en ese lugar, y que se llamaba como yo, me convidó La condesa sangrienta, que me detonó la mente a nivel exquisitez. A partir de ese momento varias horas de la semana las pasaba leyendo a Pizarnik, pensando en Pizarnik, buscando libros de Pizarnik, organizando para ir con esta chica del taller al cementerio de La Tablada donde está enterrada”.
Poco después Giaganti supo que Pizarnik había nacido en Avellaneda. “Por la biografía de Cristina Piña me entero de que había ido a la ENSPA (Escuela Normal Superior Próspero Alemandri), colegio que está ahí en la esquina casi apenas bajando el Puente Pueyrredón sobre avenida Belgrano, y que había vivido en la calle Lambaré. Esa información me detonó todavía más. ¿Puede alguien como Pizarnik ser de Avellaneda? ¿Se le habrá ocurrido algún poema en esas líneas de colectivo que también tomaba yo? Y si bien todo esto que digo parece una tontería, fue crucial para autorizarme a escribir. Dejé de leerla con tanta intensidad algunos años más tarde, pero volví a ella todo el tiempo; su Correspondencia editada por Piña e Ivonne Bordelois, cada ampliación de su poesía completa, sus obras completas; leí ese precioso y breve ensayo de Aira publicado por Beatriz Viterbo; leí, aunque me costó muchísimo, un libro que decían era supremo para ella, El alma romántica y el sueño, de Albert Béguin, y por último sus Diarios. También tengo dos primeras ediciones, que me llegaron por la amiga de la amiga de un amigo cuya hermana se suicidó, y siempre me inquietaron por su origen, y nos los tengo en la biblioteca, los guardo aparte, en un cajón dentro de una bolsa”.
La escritora, poeta y traductora Silvina López Medin editó dos libros de Alejandra Pizarnik en Estados Unidos, en el sello Ugly Duckling Presse. “Uno que compila La última inocencia y Las aventuras perdidas, traducido por Cecilia Rossi, y otro que es una selección de prosas, A Tradition of Rupture, traducido por Cole Heinowitz. Trabajar con estos textos fue una experiencia de intimidad y extrañeza. Intimidad por la intensidad en la lectura de cada una de sus palabras, y extrañeza por la experiencia de distancia y desdoblamiento que implica leer a Pizarnik en otra lengua. Pienso en la cuestión de la escisión del yo que recorre su obra: ya en uno de sus primeros libros habla de ‘mi otra orilla’, y en su última entrevista dice: ‘El poeta es el más extranjero. Creo que la única morada posible para el poeta es la palabra’. Ahora que vivo entre lenguas, resuenan aún más sus versos: ‘explicar con palabras de este mundo / que partió de mí un barco llevándome’”.
“Alejandra es presencia indispensable de nuestra zafra poética actual”, sostiene uno de los amigos de Pizarnik, el escritor, actor y leyenda viviente Fernando Noy. “Nadie podría soslayar ese inmenso tesoro que nos ha dejado, siempre vivo y fulgurante, especialmente los poetas que surgen con sus nuevos libros e incluso aquellos con vasta trayectoria, imposibles de enumerar y entre los que me incluyo no solo por el enorme privilegio de haber sido su amigo sino también por esa poderosa luz tan especial que traspasa todos los sentidos. Poeta magistral y al mismo tiempo iniciática, nos empuja al vuelo de poder nombrar”.
FOTO: Tras dos intentos de suicidio, Alejandra Pizarnik se quitó la vida el 25 de septiembre de 1972/ Ministerio de Cultura de Argentina
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