Gaspar Noé y la filmomitología terminal

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Retrato de los días finales de una pareja de intelectuales, asediados por el deterioro mental y el caos sentimental del pasado

 

POR JORGE AYALA BANCO
En Vortex (Francia-Bélgica-Mónaco, 2021), descarnado opus 7 del polémico autor total francoargentino de culto alternativo a sus 58 años Gaspar Noé (Irreversible 02, Love: Amor en 3D 15, Clímax 18, Lux AEterna 19), el octogenario cineasta vuelto anónima celebridad barrial con severos problemas cardiacos y volcado de tiempo completo a escribir un totalizador libro inconcluso (Dario Argento otrora cultivador del más brutal giallo italiano con títulos clásicos tipo Rojo profundo 76 y Suspiria 77) y su esposa la también jubilada médica psiquiatra ahora devorada por la demencia senil cual anónimo lastre deambulatorio en casa (Françoise Lebrun la sensible heroína rubita del legendario porno hablado La madre y la puta del nuevaolero mayor Eustache 73) logran juntarse para tomar un amoroso vinillo al atardecer (“Todo está listo”/ “De acuerdo”) en la terracita del laberíntico depto dúplex atiborrado de libros que ambos habitan y ha sido monumentalmente descubierto por un inaugural giro descendente de cámara, antes de que el viejo deba suspender por la mañana la redacción en arcaica máquina mecánica de su tratado sobre el cine y los sueños Psique y peregrinar al encuentro de su viejita en la sección de juguetes de un derruido almacén del barrio, retomar con gran cuidado su deshecha vida cotidiana aún creativa, padecer la manía conyugal de tirarlo todo a la basura que acabará destruyendo hasta su valioso volumen en proceso, conjurar de milagro una peligrosa abertura de las llaves del gas doméstico, tomar consciencia del daño irreversible del Alzheimer sobre la mujer ya con grandes lagunas y conductas y reconocimientos erráticos, concertar con el sensato a fortiori hijo exdrogadicto jamás limpio del todo Stéphane (Alex Lutz) el urgente encierro de la esposa madre en un asilo omniprotector, reunirse con sus antiguos colegas para recibir el discreto rechazo amoroso de su examante Claire (Corinne Bruand), aferrarse a su mundo de soledad ilusoriamente sobrepoblada y doblarse en un infarto fulminante que se fundirá en el hospital con una sábana verde, al igual que la sábana blanca que sustituirá al calvario de la perturbada viuda suicida con gas, porque “la vida es una fiesta corta que pronto será olvidada”, por merced de una innflexible filmomitología terminal.

 

La filmomitología terminal propone la transformación del ultraprovocador vanguardista interno Noé, o su alter ego por excelencia Argento, en compasivo contemplador de la descomposición humana por la vejez inevitable, planteando de entrada las coordenadas intelectuales-literarias-científicas-filosóficas de su nueva obra en callejón sin salida, dedicando el conjunto “A todos aquellos cuyos cerebros se descompondrán antes que su corazón”, verbalizando el hallazgo de una reveladora frase de Poe (“La vida no es sino un sueño dentro del sueño”), anunciando a los actores protagónicos con su fecha de nacimiento (1940/1944) porque ante todo habrán de interpretarse a sí mismos en una suerte de escamoteador y acerbo juego prohibido entre personaje y persona, insertando una desgarrada canción ad hoc de la exencantadora baladista juvenil setentera Françoise Hardy (“Mi amiga la rosa”) con centenarias resonancias de la efímera flor marchita al anochecer de Pierre de Ronsard, insertando en voz off entrevistas con el neurocientífico Boris Cyrulnik (el fracaso no obstante necesario del ritual de duelo porque jamás se romperá el vínculo subjetivo: “nunca olvidamos”) y con el doctor Christian Fauré (lo no-dicho, el proceso de integración urgente) como si entre los dos sustituyeran al biólogo conductista Henri Laborit de Mi tío de América (Resnais 80), invocando tributariamente por doquier y sin medida al escalpelo fílmico el Amour del austriaco inhumano Haneke (12), lanzando por delante la batería pesada, sin duda precediendo a otra Entrada al vacío (Noé 09), pero por la puerta grande, porque más clara ni la turbulenta agua turbia del mingitorio omnipresente a modo de motivo recurrente quasi musical del desolador relato no sólo dramática sino visualmente devastado.

 

La filmomitología terminal convierte a la pantalla dividida en un recurso estético de primer orden y un discurso en sí, opone e impone y recompone propositivamente a las figuras humanas en el espacio visual, el anciano y la anciana en compartimentos estancos la mayor parte del tiempo, para señalar y remarcar su separación psíquica aunque él esté junto a ella en el mismo lugar, indicando simultaneidades y creando y nombrando lazos imposibles, marcando urgencia e imposibilidad de comunicación y contacto de criaturas que emigran del blanco/negro al color y a la muerte sin poder darse la mano entre malvadas imágenes contiguas.

 

La filmomitología terminal pasa de la vivisección narrativa de la vejez, con técnicas propias del documental o la docuficción autorreferencial-autorreflejante, a un auténtico réquiem devastado e inextinguible por la Historia de las mitologías del cine mismo, y ahí están para atestiguarlo, aparte de la trágica pareja Argento-Lebrun, un omnipresente poster de Una mujer es una mujer del joven Godard (61) y una larga cita del entierro desde la supina mirada del difunto en el ataúd del Vampyr (Dreyer 32), rompiendo a través del lenguaje llano y neutro con cualquier fácil patetismo a priori, sea sensiblero o autoconmiserativo, pues la impecable clínica implacable elimina toda ansia de lamentación o de absoluto, y sin embargo la sustancia fílmica aquí canta, se exalta en frío, se conduele de refilón con el nietecito Kiki (Kylan Dheret), se postra por partida doble óptica en el suelo donde yace el viejo infartado y sigue inmisericorde la decisión suicida de la anciana para evitar, en un último arrebato de digna lucidez, una reclusión al lado de hipotéticos congéneres, que considera degradante.

 

Y la filmomitología terminal se torna tan inhabitable como la Metrópolis de Lang (27), tras el funeral materno distópicamente aludida por la casa vacía.

 

FOTO: Dario Argento y Francoise Lebrun son los protagonistas de Vortex/ Especial

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