Alejandra Sánchez y la unción femisicaria

Jul 1 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 4123 Views • No hay comentarios en Alejandra Sánchez y la unción femisicaria

 

Placeada es una cinta testimonial sobre las vivencias de una mujer sicaria; se asoma a los nexos de la desaparecida Policía Federal con los cárteles

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Placeada. Historia íntima de una exsicaria (México, 2022), desazonante cuarto largometraje documental de la excuequera chihuahuense reincorporada como docente de cine documental en la ENAC/UNAM de 49 años Alejandra Sánchez Orozco (corto documental: Ni una más 02; documentales largos: Bajo Juárez, la ciudad devorando a sus hijas 06, codirigido con José Antonio Cordero; Agnus Dei, Cordero de Dios 11 y Seguir viviendo 14), con guion suyo y de los editores del film Ana García y Roque Azcuaga, la corpulenta rubicunda exsicaria cuarentona norteña Gabriela López (ella misma hablando de continuo a cámara o con voz constantemente fuera de campo) rememora la estrecha y decisiva relación de amistad que, en forma escandalosa y desafiante, desde la pubertad hasta pasada la veintena, la unió a su inseparable Ana, compañera de juegos infantiles y sueños y correrías adolescentes, gracias a cuya desahogadora compañía (“La quería como una hermana, era más ruda que yo”) pudo tolerar en gran medida la brutalidad de su padre (“A cintarazos adonde cayeran, y era con la hebilla, y mi padre cargaba uno de vaqueta, puta madre, y dolía, afuera el señor Luis López era el mejor vecino, el mejor padre y el mejor cristiano, pero dentro de la casa era el peor esposo y el peor hombre que he conocido en mi vida”) y la indolencia no menos violenta de su madre, antes de huir juntas las dos amigas al gran puerto más cercano (“Ella me convenció de irnos a Mazatlán”), con la clara y tenaz decisión de sobrevivir como narcomenudistas (“Vendemos droga, compramos una casa”), primero mariguana y pronto algo mucho más delictuoso (“Ya estamos hablando de cocaína, palabras mayores, por la que se andan matando”), convertirse en sicaria casi de modo natural por la simple fuerza de las cosas, liquidar de un balazo a su primera víctima letal apenas cumplidos los 20 años y con gran dolor de estómago, recuperarse como si nada a los tres días, aprender a disparar de manera sistemática en campos de tiro autorizados, ejercer bajo pedido sola o en coordinación con Ana, viajar a España y a Marruecos e Israel para adiestrarse en tortura y demás, hacerse respetar a punta de frialdad igualitaria, coexistir de igual a igual con los policías y otros representantes de las fuerzas del orden en contubernio delictuoso o represor, hacerse valorar como una sicaria “placeada” (o sea, protegida por el crimen organizado e impune por obra y gracia de las autoridades corruptas), sufrir las violentas muertes consecutivas de su padre y de su madre a manos de otros grupos criminales, perder a su amiga Ana el día más triste de su vida, caer en un descomunal operativo montado para ella sola al andar de reventón en Acapulco, ser trasladada por soldados como si fuera de cotorreo a un penal en Juárez, ser sentenciada a cuarenta años de prisión y de súbito resultar incomprensiblemente absuelta por buena conducta luego de tres lustros de encierro y tras enamorarse de otro reo y haber engendrado a sus dos primeros hijos (gemelitos) en cautiverio, del que saldría decidida a intentar sostener una existencia dentro de las normas establecidas más un tercer hijo habido con su actual pareja amorosa en Durango, que le permite reflexionar y revisar evocadoramente a distancia declarativa sus experiencias pasadas, sin mayor recato ni moralina, rebosante de cinismo y paradójica unción femisicaria.

 

La unción femisicaria arranca con un contextualizador prólogo críptico, altamente trepidante y enigmático sobre los nexos de la desaparecida Policía Federal con los cárteles de la droga, que ya es en sí un esbozo de ensayo visualista y sardónico sobre la actuación de esas organizaciones criminales en México, desde el punto de vista de la socarrona y escéptica exsicaria Gaby interpretándose a sí misma pero desbordando sin saberlo su muy particular perspectiva, porque en seguida se traza, desde su interior, un retrato de mujer límite bastante excepcional en el cine mexicano, erigido con sus propias palabras, filias, fobias y conceptos centrados en la precisión y el detalle, tanto como en la sorna, la vaguedad y el sobreentendido cómplice con la inmostrada realizadora que dialoga o interroga con máxima discreción.

 

La unción femisicaria obtiene así una cinta testimonial tan objetiva en primera persona como subjetiva confesional, más melancólica y triste o desesperada que shocking o transgresora, cual acerbo salto al vacío de la inseguridad en México, que se humaniza en el terror abocado y el evocado horror invocado, a través del sucinto y todoexplicador origen cruelmente filial de la cicatriz que se luce con ostentación en la mejilla izquierda cual huella heroica (“Ni siquiera fue en la cárcel, fue mi padre con la hebilla de su cinturón”), a través de la añoranza de la supuesta vida normal adolescente quizá tardíamente alcanzada con marido incógnito más tres hijos ya mayorcitos o siempre atisbada en el horizonte (“Tener un novio, salir a cenar, al cine, de antros, bailar, mostrarnos femeninas”), o bien a través del púdico escamoteo de nombres propios de personas y lugares para no involucrar ni incorporar culpas ajenas como las que padeció la propia protagonista, esa jamás del todo autoperdonada Gabriela cuyas confesiones le permiten de modo glosolálico, en clave o en caló, que todo resentimiento se le vaya catárticamente por la boca.

 

Y la unción femisicaria prácticamente comienza, señala cambios de estado narrativo-mentales y, tras un impulsivo retroceso por un pasillo vacío y las translúcidas cortinas de un ventanal, culmina con la misma simbólica imagen fija: el cromo crepuscular en colores rojos flamígeros de una chava erguida como interpelando con todo su cuerpo al Océano y la feliz pareja de las adolescentes eternas jugueteando con las olas de una playa idílica de un pasado irrecuperable, cual preludio a la siesta de una fáunica matrona con demasiado pretérito odioso sin remordimientos y escaso futuro, aún así ocioso y obviable.

 

 

 

FOTO: Placeada (México, 2022), forma parte de la programación de la edición número 20 del Festival Internacional de Cine de Morelia. Crédito de imagen: Especial

« »