Alexandre Koberidze y la clemencia solar
Después de verse muchas veces por la calle, un par de jóvenes decide concretar una cita, aunque el destino los sorprenderá poco antes del encuentro al cambiar sus apariencias, frustrando así la posibilidad de su amor
POR JORGE AYALA BLANCO
En ¿Qué vemos cuando miramos al cielo? (Ras vkhedaut, rodesac cas vukerevat?/ What Do We See when We Look at the Sky?, Georgia-Alemania, 2021), semifantástico semifeérico film dos del autor total georgiano tiflisense de 37 años Alexandre Koberidze (cortos: La caída/ Mirar hacia atrás es gracia 13, Colofón 15 y Persiste en algún punto azul pálido 19; segmento ”Kvira” de 30 [+] filmes para la treintena 19; primer largo: Deja que el verano nunca regrese 17), el joven futbolista disciplinadamente entrenado Giorgi (Giorgi Ambroladze) y la linda farmacéutica desgreñada Lisa (Ani Karseladze) se cruzan en una calle de la pequeña ciudad solar de Kutaisi y pierden un par de veces el rumbo pues el amor a primera vista ha surgido entre ellos, vuelven a toparse al atardecer (“¿Usted otra vez?”/ “Lo siento”) y, para ayudar al azar (“Se puede confiar en la casualidad”, dice ella), se citan para el día siguiente a las ocho en un café nuevo junto al Puente Blanco, pero a pesar de que una planta, una cámara de vigilancia y una vieja alcantarilla logran prevenirla de que su apariencia corporal cambiará por la noche, una malhadada interferencia impide que el viento la prevenga de otra importante modificación (“El viento quería decirle a Lisa que no sería la única en despertar al día siguiente con un aspecto distinto”, advierte un entrometido relator omnisciente), y aunque tanto ella (ahora Oliko Barbakadze) como su amado (ahora Giorgi Bochorishvili) acuden a la cita, ninguno reconoce al otro, se preocupan y van a sufrir por ello el resto de sus días, ya que, si bien Lisa es contratada luego como heladera por el redondo dueño calvo del café (Vakhtang Panchilidze) y Giorgi es empleado por el mismo patrón nostálgico citadino para concertar apuestas en una barra de hierro o comiendo galletas, ninguno de los amantes fallidos intenta relacionarse con el otro en ese ambiente magnífico, hasta que mucho después el entusiasmo generalizado entre humanos y perros por un Mundial de Futbol ganado por la favorita Argentina, coincide con un rodaje a la antigüita de la famosa cineasta Nino (Irina Chelidze) que reúne como pareja de nuevo a los amorosos Lisa y Giorgi, quienes experimentan enorme sorpresa al verse en los rushes como antes fueron, mientras el inmostrable asesinato de los animales y los incendios forestales devastan brutalmente la superficie del planeta muy lejos de ese ámbito idílico y su fascinante recuperada clemencia solar.
La clemencia solar establece también a primera vista, al igual que el surgimiento del romance de sus criaturas, el principio de estilo que habrá de sostenerse durante toda la cinta, desde sus iniciales imágenes sólo divagantes en apariencia aunque muy precisas (fotografía aguda de Feraz Fesharak), hasta el bello final abierto: minimalismo encantador e imantado, peso de lo banal cotidiano (la entrada de los niñitos a la escuela como único telón de fondo contextual), observación mágica que no perderá detalle alguno (los niños contemplando a un escuálido perro callejero, la interacción infantil junto a una resbaladilla), leves toques humorísticos (el papá motociclista calvo desembarcando a su infante) cual sistema de alusiones que generan la forma (las hojas de una reja demasiado separadas) y el tono suave, fluidez del montaje del propio realizador cual cadencia acariciante (esa disolvencia significativa hacia la aridez de un terreno impío), cántico de amor loco a la entrañable ciudad de provincia interior con celulares omnipresentes, musiquilla desenfadada (compuesta por el hermano del director Giorgi Koberidze) que es risa y sonrisa en el áspero silencio, visión parcial o indirecta de algunos episodios importantes de la trama principal (el crucial cruce de los enamorados con sus rostros en off y sólo leído mediante la dirección errática de sus zapatos), diálogos secos y escasos y lacónicos pero líricos que pueden provenir del fuera del campo visual, voz demiúrgica de un narrador que se anticipa o explica y comenta los hechos en trance de ocurrir (“Se sorprendieron a sí mismos, ninguno de ellos acostumbraba ser audaz ni tomar decisiones apresuradas, pero el amor que había surgido…”), y largos parpadeos intersecuenciales en negro contundente.
La clemencia solar hace en esencia y en lo estructural una suerte de divo acopio-homenaje a las ideas visuales de los grandes heraldos cómicos de la desmesura ínfima y la espontánea calculadísima ironía subyacente, con gracia hoy sublime y en estado de gracia, que ejercieron su poder humorístico en el arte mudo: la impavidez de Keaton, la crueldad de Chaplin, el dadaísmo de Clair, tanto como en anacronizantes etapas fílmicas posteriores, el geometrismo audiovisionario de Tati, el camaleonismo de Godard, las improvisaciones de Rivette y Rozier, el juego neosilente de Kaurismäki o el kafkiano puerilismo de Kiarostami, siempre bajo la égida imprescindible del fundacional cineasta georgiano del ligero vínculo popular y la poderosa ternura etérea Otar Iosseliani (de La caída de las hojas 66 a La caza de las mariposas 92), sin cuyas influencias protectoras y citas casi literales no existirían en esta secreta obra maestra de Koberidze secuencias magníficas como la connivencia humanos-canes viendo fut, el cierre al iris sobre un árbol que florece de golpe, o las espaldas pintadas de anaranjado con las letras de Messi.
Y la clemencia solar se vuelca a sus anchas sobre el tema de la transmutación física y espiritual de las misteriosas almas frágiles, mirando al cielo y buscando algo indefinido pero potente cual los niños futbolistas en pos de gol, inesperadamente facultando a la compartida pasión deportiva y al sagrado romance interruptus como excipientes reveladores del exterminio de las especies zoológicas y del arrasamiento ecológico, situando la mirada interna/externa entre un prometedor pretérito memorioso y un empático porvenir esperanzado, entre la dulce irrealidad y las apariencias inasibles de lo real.
FOTO: Aunque contada a manera de un cuento de hadas, este film expone los entuertos más escabrosos y semimágicos del destino/ Crédito de foto: Especial
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