“Soñaba con tener esta libertad emocional”: Alfonso Cuarón

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Después de Gravity, superproducción ganadora de cualquier cantidad de premios, entre éstos el Oscar, Alfonso Cuarón decidió con Roma dar un salto al vacío y hacer su película más personal y, tal vez, la más arriesgada, como confiesa en entrevista exclusiva sobre el arte del cine

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POR LEONARDO TARIFEÑO

Con Gravity (2014), el mexicano Alfonso Cuarón se convirtió en el primer cineasta latinoamericano en ganar el Oscar de la categoría “Mejor director”. Cuatro años después, la película que presenta no tiene absolutamente nada que ver con aquella que obtuvo siete premios de la Academia de Hollywood. Se trata, según ha dicho, de su obra más personal. Tal vez convenga aclarar que, en este caso, la palabra “personal” implica apostar sin ambigüedades por la libertad creativa, tomar una muy clara posición estético-política y aceptar el riesgo visual y narrativo de una historia en las antípodas del rumbo de la industria y de su propia trayectoria. En el panorama del cine internacional en general y mexicano en particular, Roma constituye una propuesta inimitable que combina el experimento con el manifiesto y el homenaje (a Liboria, la criada de la casa familiar). Y dentro de la obra de Cuarón dibuja una marca decisiva, el salto al vacío que todo gran artista debe dar alguna vez.

 

Narrada en blanco y negro, sin música y hablada en español y mixteco, Roma es una película mexicana, de fuerte acento autobiográfico y protagonizada por una joven oaxaqueña sin ninguna experiencia actoral, Yalitza Aparicio, quien poco antes de toparse con el director de Children of Men se disponía a comenzar su carrera como docente de educación infantil. La elección de Aparicio por parte de Cuarón, como no pocas de las más relevantes en Roma, supone una opción estética y política de las que marcan territorio. Y es que si el peso estelar de Gravity descansaba sobre los célebres apellidos y los no menos célebres rostros de Sandra Bullock y George Clooney, en Roma son los rasgos indígenas de una actriz desconocida los que expresan la identidad cultural de una película que niega y rechaza los valores raciales del star system. Gracias a su notable trabajo en la película, hoy Aparicio es una actriz consumada y, sobre todo, un fenómeno social. Basta ver los comentarios discriminatorios en Twitter que ha suscitado su imagen en la portada de la revista Vogue para advertir la dimensión del pulso que Cuarón y Yalitza sostienen contra el clasismo y la desigualdad tan presentes en el México de 1971 de Roma como en el del siglo XXI.

 

El diario inglés The Guardian, The New York Times y la revista Rolling Stone, entre muchos otros medios, calificaron a Roma como la “obra cumbre” de Cuarón; el New York Times, además, colocó a Aparicio entre las mejores intérpretes del 2018, en una lista donde brillan Glenn Close por The Wife, Toni Colette por Hereditary y Julia Roberts por Ben is Back. El surgimiento de Aparicio revela uno de los caminos abiertos por Roma en la cultura de Hollywood y sus alrededores; otro de esos caminos es la propia circulación de la película, producida por Netflix pero hecha tanto para verse en la gran pantalla de las salas tradicionales como en un formato casero (al igual que The Irishman, de Martin Scorsese, y The Laundromat, de Steven Soderbergh, producciones de Netflix que este año se estrenarán en salas comerciales). La singularidad de Roma resulta, pues, abrumadora. ¿Es la película que Alfonso Cuarón siempre quiso hacer?

 

“Yo diría que no siempre quise hacer esta película en específico”, responde el realizador, en entrevista a Confabulario, “pero sí soñé siempre con tener la libertad que me permitiera hacer una película así, tal como hice Roma. Y no me refiero a una libertad financiera o técnica. Con lo que yo soñaba era con tener esta libertad emocional”.

 

¿Y cómo llegaste a esa libertad emocional?
Pues yo creo que tiene que ver con el largo periplo que me trajo hasta aquí. Por un lado, necesitaba probarme que era técnicamente apto para hacerla, porque es verdad que siempre había una cierta inseguridad técnica y narrativa que me detenía. Pero llega un momento en el que sientes que esas son segundas naturalezas, y que aplicar la parte narrativa o tecnológica que ya dominas es… sí, más de lo mismo. Y yo, cuando me enfrento a una película, tengo que sentir que no sé exactamente cómo hacerla. Roma fue eso, justamente, una película que durante mucho tiempo yo no sabía cómo hacer.

 

¿Aprendiste en el proceso?
Más que aprender, fuimos inventándola. Ese es el asunto, porque fue un proceso muy poco convencional. Por ejemplo, el guion: yo tenía uno, muy preciso, pero era el único que lo tenía. La película se rodó en continuidad, es decir, de una manera cronológica. Y en cuanto a las locaciones, nos obligamos a filmar en los lugares donde ocurrieron los hechos o, si no se podía, nos comprometimos a reproducir esos espacios de manera milimétrica. El reparto debía ser idéntico física y emocionalmente a la gente original, vestidos de la misma manera. Los médicos y las enfermeras eran interpretados por médicos y enfermeras reales, y así hicimos también con las recepcionistas, los policías… todo, pues. Apenas surgieron los paradigmas de lo que estábamos creando, nos impusimos seguirlos hasta el final. Así la hicimos.

 

¿Qué te impedía llegar a esa libertad emocional que mencionas?
La inseguridad creativa. Hablábamos del guion, ¿no? Bueno, es un guion que no se cimenta en las estructuras tradicionales de lo que debe ser un guion. No hay vueltas de tuerca ni nada de eso, los cambios narrativos no eran convencionales. Es una narrativa que depende de los momentos, por lo tanto no tienes una red de contención, nada de aquello a lo que estás acostumbrado. Cuando tienes un guion sólido, sabes que la película va a funcionar aunque una escena te quede mal. Aquí no era así. Pero nos permitimos hacerla igual.

 

Ante esa inseguridad que, supongo, no se te debe haber ido de un momento al otro, ¿cuáles fueron tus mayores miedos?
Tenía muchos… ¡y todos los putos días! Pero una vez que estás metido, ya no puedes tener miedo. Tienes que seguir adelante. Por eso, más que miedo, diría que la sensación era de incertidumbre, ese no saber bien qué es lo que estás haciendo. Cuando hablaba con mi hermano Carlos, con quien he escrito varios guiones —entre ellos el de Y tu mamá también—, le decía: “mira, por cómo la quiero hacer, no sé qué forma va a tener esto. Es muy personal, muy específica, y al mismo tiempo trato de volcar muchas cosas. Por eso no sé si esto le va a interesar a alguien”. La incertidumbre era total.

 

¿En qué se tradujo esa incertidumbre?
En explorar aquello de no tener una red de contención. Al ver la película se nota que hay muy pocos puntos argumentales; lo que en realidad hay es un fluir de momentos en el tiempo. Eso nos obligaba a zambullirnos en lo que en definitiva yo siempre he creído que es el cine.

 

 

¿Y qué es el cine para ti?
Bueno, en principio yo diría que hay una concepción errónea alrededor del cine. Siempre se dice que nace a partir de la narrativa o del teatro, como si en el fondo sus principales puntos de contacto fueran con la literatura. Pero, a mi manera de ver, el cine tiene mucho más que ver con la música. Es un arte que fluye en el tiempo desarrollando temas. Y contrapuntos.

 

 

Entonces, ¿Roma es una declaración de principios cinematográficos?
Nunca la intenté con esa idea en la cabeza. Definitivamente, esta experiencia va a estar presente en cualquier otra cosa que haga de ahora en adelante. Pero no creo, para nada, que pueda repetirla. Fue una experiencia única e irrepetible, porque la verdad es que también amo un tipo de cine con arquitecturas más conocidas. Lo amo y lo disfruto muchísimo, como se aman músicas distintas.

 

En ese paralelismo que haces entre el cine y la música, ¿qué es lo que más te importa? ¿El pulso narrativo? ¿El ritmo?
Ahí suele haber una confusión. En el cine, la narrativa es importante porque es una de las herramientas del lenguaje fílmico. Pero no es la única. La música y la fotografía, por ejemplo, son otras. El problema que yo tengo con una gran parte del cine convencional es que se limita a ser un medio para ilustrar historias. Eso sí me molesta. El cine no debería ser un medio para lectores huevones.

 

Supongamos que alguien que será el Cuarón de los próximos 20 ó 30 años se encuentra a punto de ver Roma. ¿Qué le dirías a ese amante del cine? ¿Qué crees que es lo más importante en su formación?
Para mí, lo de veras fundamental es conocer la historia del cine. Y no desde Quentin Tarantino o Martin Scorsese; hay que meterse desde lo que hicieron los hermanos Lumière y Georges Méliès. Y a partir de ahí ir explorando ese lenguaje tan particular, que no es tan vasto como la literatura o la música. El cine es un arte muy joven, y por eso uno puede adentrarse y estudiar el desarrollo que ha tenido desde que se creó, con todas sus tendencias. Y ver la evolución de lo que prevalece. Porque, en realidad, hay muchas narrativas posibles, y por eso se siguen haciendo remakes de películas que se hicieron en épocas como la del cine mudo. Conocer de cerca ese lenguaje es muy apasionante. Y ver la manera en que ha evolucionado te lleva a descubrir que esa evolución es constante.

 

FOTO: Alfonso Cuarón en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara 2016. / EFE

 

 

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