Algo está mal; relatos de Robert Aickman
En El asilo y otros relatos de lo extraño, el escritor inglés cultiva el terror a través de las atmósferas y escenarios
POR ALEJANDRO BADILLO
Es curioso que Robert Aickman (1914-1982) —autor de culto que a finales del año pasado fue rescatado, para los lectores mexicanos, por Perla Ediciones— considerara a sus cuentos como “historias de fantasmas”. También, es cierto, comenzó a usar el término weird fiction (ficción extraña) para describir sus narraciones. Quizás, aventuro, la filiación al concepto tradicional era producto de su nostalgia por tiempos pasados. Como H.P. Lovecraft —autor que ya se ha integrado no sólo a la tradición literaria sino a la cultura popular de Occidente—, Aickman escribe en el siglo XX, pero con la mira puesta en una época anterior. Ese talante lo llevó, por ejemplo, a interesarse en el rescate de los ríos de su natal Inglaterra convirtiéndose en precursor del ecologismo. Sin embargo, los elementos con los que construyó su obra dialogan con las inquietudes de nuestro tiempo.
El asilo y otros relatos de lo extraño es una antología —preparada por el académico y crítico S.T. Joshi— que se une a las escasas traducciones del autor que se pueden encontrar en el mercado. “El asilo”, “Cartas al cartero”, “Quien conoce al señor Millar”, “Ravissante”, “Resuenan campanas”, “Las espadas” y, finalmente, “Los trenes”, son los relatos que conforman el libro. De inicio encontramos una característica común que va más allá de la propuesta temática: Aickman cultiva el relato de largo aliento que deja atrás la anécdota para explorar, con detenimiento, no sólo los perfiles psicológicos de los personajes, sino las atmósferas y los escenarios que imagina. El cuento de fantasmas inglés clásico —cuya trama generalmente se desarrolla en Navidad— es de corta extensión, pues le interesa maravillar al lector a través de lo sobrenatural y sus posibles explicaciones. En este universo son claros los límites entre lo fantástico y lo real. El terror, precisamente, irrumpe cuando lo desconocido —una suerte de invasor— interviene en el mundo de los vivos. A pesar de eso, es clara la separación entre dos universos que se tocan en escasas ocasiones. Los cuentos de Aickman nos introducen, por el contrario, en un contexto en el que se mezclan lo onírico, la alucinación y la percepción de lo verdadero. Hay “algo” en el cuento que pareciera estar imitando lo real, pero no atinamos a identificarlo con claridad.
“El asilo”, cuento que abre el volumen, es, a mi parecer, el mejor ejemplo de lo que he anotado. Un hombre tiene que hacer una escala en una especie de hotel, pues su auto le queda poca gasolina y no sabe qué camino tomar. El lugar se revela, lentamente, como un escenario fuera del tiempo en el cual, sus habitantes, se limitan a respirar y a existir. El lector, acostumbrado a los consabidos giros argumentales en los cuentos de fantasmas o de terror, espera que lo monstruoso se revele. Sin embargo, Aickman describe pasaje tras pasaje, regodeándose en los detalles para destacar las manías de los personajes y escondiendo el anzuelo en situaciones que nunca encuentran una explicación plena. El escritor, en todo momento, se vale de sus obsesiones, arquetipos que, a base de repetirse, se configuran como bucles dentro de la trama. Al igual que en “El asilo”, en el cuento que cierra el libro, “Los trenes”, las protagonistas —dos adolescentes— emprenden una excursión o un desplazamiento que provoca un encuentro extraño. Las chicas llegan a una hostería en un valle abandonado después de vagabundear por un territorio casi anónimo. El lugar remite, por supuesto, al lugar común de la trama de horror: amables anfitriones que enloquecen y atacan a sus ingenuos visitantes. Aickman nos muestra la otra cara de la moneda: lo extraño se presenta a través de una normalidad exasperante y el paso continuo del tren.
Hay, en la colección editada por S.T. Joshi, una permanente superposición de la realidad con otras realidades, como si nuestro mundo fuera un palimpsesto sometido a una evolución secreta. En este sentido, los cuentos de Aickman abrevan, por supuesto, de lo sobrenatural, pero a través de una aproximación moderna que lo vincula con el surrealismo y el absurdo. Volviendo a “El asilo”, el protagonista que ha pasado la noche casi en vela, es llevado el día siguiente fuera del edificio para que aborde una carroza fúnebre, a un lado del ataúd de una persona que murió y de la cual no se sabe nada a excepción del grito que rompió el silencio de la casa. No hay más explicación que la condena, como si el trayecto fuera una expiación de una falta desdibujada en la memoria. Si en El Proceso de Kafka el personaje sabe que es culpable, aunque no sabe de qué se le acusa, el hombre de Aickman tiene la vaga sensación de lo mismo, aunque los signos que lo rodean sean contradictorios. En “Las espadas”, otro de los cuentos de la colección, una mujer es protagonista de un espectáculo en el que el público la hiere con espadas. Ella, sin embargo, no sufre ningún daño e, incluso, parece disfrutar vagamente el castigo. Después, será alquilada a un vendedor para tener un encuentro sexual en el que la víctima se convertirá en el victimario En El asilo y otros relatos de lo extraño el terror habita junto a nosotros y pasa desapercibido hasta que es demasiado tarde.
Nota del autor: El asilo y otros relatos de lo extraño. Robert Aickman. Perla Ediciones. 1era edición 2022. Prólogo de Mariana Enriquez. Selección y epílogo de S.T. Joshi. Traducción de Ana Inés Fernández y Hugo Labravo.
FOTO: Robert Aickman, en 1960. Crédito de imagen: National Portrait Gallery
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